Capítulo 18
Jesús enseña la parábola del juez injusto y la del fariseo y el publicano — Invita a los niños a ir a Él y enseña cómo obtener la vida eterna — Habla de Su futura muerte y de Su resurrección y devuelve la vista a un ciego.
1 Y Jesús les relató también una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar,
2 diciendo: Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a hombre.
3 Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia contra mi adversario.
4 Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto, dijo dentro de sí: Aunque no temo a Dios ni tengo respeto a hombre,
5 sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que, viniendo de continuo, me agote la paciencia.
6 Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto.
7 ¿Y no hará Dios justicia a sus escogidos que claman a él día y noche aunque sea longánimo acerca de ellos?
8 Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?
9 Y a unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola:
10 Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro, publicano.
11 El fariseo, de pie, oraba para sí de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;
12 ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
13 Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, ten compasión de mí, pecador.
14 Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.
15 Y traían a él los niños para que los tocase, lo cual, al ver los discípulos, los reprendían.
16 Mas Jesús, llamándolos, dijo: Dejad a los niños venir a mí y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios.
17 De cierto os digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.
18 Y le preguntó un gobernante, diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
19 Y Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino solo Dios.
20 Los mandamientos sabes: No cometerás adulterio; no matarás; no hurtarás; no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre.
21 Y él dijo: Todas estas cosas he guardado desde mi juventud.
22 Y Jesús, al oír esto, le dijo: Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.
23 Entonces él, al oír estas cosas, se puso muy triste, porque era muy rico.
24 Y viendo Jesús que se había entristecido mucho, dijo: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!
25 Porque es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de Dios.
26 Y los que lo oyeron, dijeron: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?
27 Y él les dijo: Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios.
28 Entonces Pedro dijo: He aquí, nosotros hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido.
29 Y él les dijo: De cierto os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer o hijos por el reino de Dios,
30 que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el mundo venidero la vida eterna.
31 Y Jesús, tomando a los doce, les dijo: He aquí, ahora subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas que fueron escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre.
32 Porque será entregado a los gentiles, y será escarnecido, e injuriado y escupirán en él.
33 Y después que le hayan azotado, le matarán; pero al tercer día resucitará.
34 Pero ellos nada entendieron de estas cosas, y esta palabra les era encubierta, y no entendían lo que se les decía.
35 Y aconteció que, acercándose él a Jericó, un ciego estaba sentado junto al camino, mendigando;
36 el que, cuando oyó a la gente que pasaba, preguntó qué era aquello.
37 Y le dijeron que pasaba Jesús Nazareno.
38 Entonces dio voces, diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!
39 Y los que iban delante le reprendían para que callase; pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí!
40 Jesús entonces, deteniéndose, mandó traerle a su presencia; y cuando él llegó, le preguntó,
41 diciendo: ¿Qué quieres que te haga? Y él dijo: Señor, que yo reciba la vista.
42 Y Jesús le dijo: Recibe la vista, tu fe te ha sanado.
43 Y al instante vio y le seguía, glorificando a Dios; y todo el pueblo, cuando vio aquello, dio alabanza a Dios.