Los Servicios de Bienestar cumplen 75 años
Por Heather Wrigley, Noticias y Eventos de la Iglesia
“El propósito de la Iglesia es ayudar a la gente a ayudarse a sí misma. El trabajo ha de ocupar nuevamente su trono como principio gobernante en la vida de los miembros de la Iglesia”. —Presidente Heber J. Grant, 1936
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La Conferencia General Anual Nº 181, llevada a cabo este fin de semana, señala el aniversario Nº 75 del programa de bienestar de la Iglesia.
El programa de bienestar no es sólo una manera de ayudar a los miembros que atraviesan circunstancias difíciles de manera provisoria, sino que también recalca la autosuficiencia como un modo de vida que incluye la formación académica, la salud, el empleo, la producción y el almacenamiento en el hogar, la economía familiar y la fortaleza espiritual.
El día de su inauguración en 1936, el presidente David O. McKay (1873–1970), que en ese entonces era consejero de la Primera Presidencia, afirmó las raíces divinamente inspiradas del plan de bienestar de la Iglesia cuando dijo: “[El plan de bienestar] se establece por revelación divina y no existe institución en todo el mundo que pueda cuidar de sus miembros de manera tan eficaz” (en Henry D. Taylor, The Church Welfare Plan, manuscrito inédito, Salt Lake City, 1984, págs. 26–27).
Han transcurrido 75 años; los ciclos económicos se han completado y han vuelto a empezar; el mundo ha presenciado enormes cambios sociales y culturales, y la Iglesia ha visto un crecimiento monumental; mas las palabras referentes al divinamente inspirado plan de bienestar de la Iglesia pronunciadas aquel día de 1936 son tan ciertas hoy como lo eran entonces.
Principios de bienestar
En 1936, en el séptimo año de la Gran Depresión, los Estados Unidos aún tenían que emerger de las grandes pérdidas y las tendencias a la baja que habían comenzado con la caída del mercado de valores en 1929. Hacia 1932, la tasa de desempleo en Utah había alcanzado el 35,8%.
Aunque la Iglesia contaba con principios de bienestar que incluían un sistema de almacenes y programas para ayudar a los miembros a encontrar empleo, muchos aún acudían al gobierno en busca de ayuda.
“Creo que cada vez hay una mayor disposición entre la gente a tratar de conseguir algo del gobierno de los Estados Unidos con pocas intenciones de alguna vez devolverlo”, comentó el presidente Heber J. Grant (1856–1945) durante esa época. “Considero que todo eso está mal” (en Conference Report, 1933, pág. 5).
Los líderes de la Iglesia deseaban ayudar a los miembros con dificultades sin promover la ociosidad ni la sensación de que se tenía derecho a ello.
Su objetivo era ayudar a las personas a ayudarse a sí mismas a ser independientes sin sacrificar los aspectos básicos de la vida.
En 1933 la primera presidencia anunció: “Los miembros capaces no deben, excepto como último recurso, pasar por la vergüenza de aceptar algo a cambio de nada. . . Los oficiales de la Iglesia encargados de brindar ayuda deben diseñar maneras y medios para que todos los miembros de la Iglesia capaces que estén pasando necesidad puedan compensar la ayuda recibida realizando algún tipo de servicio” (en James R. Clark, Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, seis tomos, tomo V, págs. 332–334).
Con los principios establecidos y la fe de los santos en marcha, las unidades locales de la Iglesia, así como la Iglesia en su conjunto, pasaron a organizar cursos de costura y enlatado, a coordinar proyectos de trabajo, a comprar granjas y a hacer hincapié en una vida independiente, ahorradora y recta.
El Plan de bienestar de la Iglesia
Con la organización del plan de seguridad de la Iglesia (nombre que luego cambió al de plan de bienestar de la Iglesia en 1938), las personas tenían la oportunidad de trabajar, en la medida de su capacidad, a cambio de la ayuda recibida. De esta forma se enseñaba a la gente a venir a “echar una mano” en vez de acudir a otras fuentes en busca de limosna.
“Nuestro propósito principal era establecer... un sistema mediante el cual se acabara con la maldición de la ociosidad, se abolieran los daños de la limosna y se establecieran una vez más entre nuestra gente la independencia, la industria, la frugalidad y el amor propio”, dijo el presidente Heber J. Grant durante la conferencia general de octubre de 1936. “El propósito de la Iglesia es ayudar a la gente a ayudarse a sí misma. El trabajo ha de ocupar nuevamente su lugar como principio gobernante en la vida de los miembros de la Iglesia” (en Conference Report, Oct. 1936, pág. 3).
A lo largo de los años el sistema de bienestar de la Iglesia ha incluido muchos programas: Los servicios sociales (que ahora son los Servicios para la familia SUD), LDS Charities, los Servicios Humanitarios y la Respuesta ante emergencias. Éstos y otros programas han bendecido la vida de cientos de miles de personas tanto de dentro como fuera de la Iglesia.
Extendiéndose al ámbito internacional
Aun después de que se superó la Gran Depresión, el presidente J. Reuben Clark (1871-1961), Consejero de la Primera Presidencia, afortunadamente recomendó que se continuara con el programa de bienestar. En octubre de 1945, el presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, visitó al presidente de la Iglesia, George Albert Smith (1870–1951) para determinar cómo y cuándo se podrían enviar suministros a las regiones de Europa devastadas por la guerra. Para la sorpresa del presidente Truman, los líderes de la Iglesia le respondieron que la ropa, comida y otros suministros ya se habían recolectado y estaban listos para que se enviaran.
Con el tiempo, la Iglesia extendió las instalaciones y los programas de bienestar para que incluyera más aspectos de necesidad, incluso más áreas geográficas. En la década de 1970, la Iglesia extendió los proyectos de bienestar y la producción a México, Inglaterra y las Islas del Pacífico. Durante la siguiente década, Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay fueron los primeros países fuera de los Estados Unidos donde se establecieron centros de empleo.
Al establecerse los Servicios Humanitarios de la Iglesia en 1985, la obra internacional de bienestar creció de gran manera a medida que se preparaba ropa y otros elementos para enviarse alrededor del mundo en respuesta a la pobreza y los desastres.
Hoy en día, el aumento del número de miembros de la Iglesia en otras naciones, especialmente en los países en desarrollo, presenta nuevos desafíos, por lo cual el programa de bienestar se está adaptando para lograr superarlos.
Un plan inspirado para la actualidad
Los principios básicos del bienestar —la autosuficiencia y la industria— siguen siendo igual hoy que cuando el Señor le mandó a Adán: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Génesis 3:19).
el objetivo a largo plazo del programa, según lo describió el presidente Clark, continúa cumpliéndose: “…la edificación del carácter de los miembros de la Iglesia, tanto de quienes dan como quienes reciben, rescatando todo aquello que sea de mayor valor en lo más profundo de su ser, y sacando a florecer y a dar fruto la riqueza latente del espíritu, lo cual, después de todo, es la misión, el propósito y la razón por la que pertenecemos a esta Iglesia” (adaptado de una reunión especial de presidentes de estaca, 2 octubre 1936).
En los últimos días, el Señor ha declarado: “Y se mantendrá el almacén por medio de las consagraciones de la iglesia; y se proveerá lo necesario a las viudas y a los huérfanos, como también a los pobres” (D. y C. 83:6). Luego nos recordó: “Pero es preciso que se haga a mi propia manera” (D. y C. 104:16).
Los principios de bienestar se ponen en práctica en la vida de los miembros alrededor del mundo como un principio diario de cada hogar.
“El verdadero almacén del Señor está en los hogares y en los corazones de su pueblo”, ha dicho el élder Robert D. Hales, del Quórum de los Doce Apóstoles” (“Los principios de bienestar son para guiar nuestra vida: un plan eterno para el bienestar de las almas de los hombres”, Liahona, mayo de 2011, pág. 140).
Cuando las personas desarrollan su propia autosuficiencia por medio de la fe en Jesucristo, pueden ayudar a otros a llegar a ser autosuficientes.
El Salvador nos dio el ejemplo perfecto de lo que Él mismo enseñó: “En cuanto lo hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40).