El élder D. Todd Christofferson, del Quórum de los Doce Apóstoles, responde cuatro preguntas acerca de la oración:
- ¿Qué puedo hacer para que mis oraciones diarias sean más significativas?
- ¿De qué manera puedo tener el Espíritu conmigo cuando oro?
- ¿Con cuánta frecuencia debemos orar?
- ¿Qué sucede si no recibimos una respuesta a nuestras oraciones cuando la queremos o la necesitamos?
1. ¿Qué puedo hacer para que mis oraciones diarias sean más significativas?
Es una buena pregunta y es una que se aplica a todos nosotros. El presidente Hinckley solía decir que a veces, cuando oramos, es como si tomáramos el teléfono, ordenáramos comestibles y luego colgáramos el teléfono; enviamos la orden y no pensamos más en ello. Pero si tomamos unos minutos para pensar en nuestras necesidades específicas en un momento determinado, entonces la oración se vuelve más significativa.
En 2 Nefi 32:9 dice: “Mas he aquí, os digo que debéis orar siempre, y no desmayar; que nada debéis hacer ante el Señor, sin que primero oréis al Padre en el nombre de Cristo, para que él os consagre vuestra acción, a fin de que vuestra obra sea para el beneficio de vuestras almas”.
Todo lo que hagamos debería hacerse con la mira puesta en la bendición de nuestro Padre Celestial y la consagración para nuestro bien de nuestras actividades en un día en particular. Así que si sentimos nuestras necesidades y pensamos en ellas, la oración se vuelve más ferviente.
Más allá de eso, es importante recordar que no sólo debemos estar orando acerca de nosotros mismos, ya que hay muchas personas en nuestro círculo de conocidos que tienen grandes necesidades también, y nosotros deberíamos tenerlos presentes y el tipo de ayuda que necesitan del Señor. Ese tipo de oraciones son como la de Enós cuando oró. Él oró acerca de sí mismo primero y luego en cuanto a los nefitas y luego los lamanitas; aun sus enemigos formaban parte de su preocupación. El centrarnos en los demás realmente hace que la oración sea significativa.
Por último, cuando uno está agradecido, cuando nuestras oraciones incluyen muchas expresiones de agradecimiento al Señor por las bendiciones, llegan a ser mucho más significativas.
2. ¿De qué manera puedo tener el Espíritu conmigo cuando oro?
Eso es fundamental; es lo que marca la diferencia. Recuerden la promesa que hallamos en Moroni 10:4. Nos dice que debemos orar en cuanto al Libro de Mormón “con un corazón sincero, con verdadera intención”. Cuando decimos “un corazón sincero” y “verdadera intención” significa que quieren saber la voluntad del Señor y desean hacerla, que están dedicados, al orar, a saber y hacer Su voluntad. Y eso hace que la oración sea muy significativa. Si tan sólo oramos por lo que nosotros deseamos y no queremos conocer Su voluntad, no tendremos el mismo sentimiento ni tendrá el mismo significado.
Hace años, cuando prestaba servicio como obispo y me hallaba agobiado por todos los problemas que parecían tener los miembros del barrio, comencé a orar acerca de cómo buscar soluciones y maneras de prestar ayuda. Obtuve algunas impresiones en respuesta a mis súplicas por ayuda. Entonces, parecía que el Espíritu guiaba mi oración, de forma tal que las cosas que decía en la oración eran guiadas por el Espíritu al igual que lo que recibía como respuesta a mis oraciones. Y creo que ése es el tipo más significativo de oración que podemos lograr, donde el Espíritu guía la oración, así como las respuestas de nuestro Padre Celestial. Y creo que eso se logra cuando realmente queremos saber lo que el Señor desea y al orar estamos comprometidos a hacer lo que eso sea.
3. ¿Con cuánta frecuencia debemos orar?
Realmente no hay una regla. No tenemos una cantidad predeterminada de veces. Creo que, a medida que transcurre el día, es natural orar acerca de las cosas que van sucediendo.
El élder David A. Bednar habló en una conferencia general acerca de la oración y de orar siempre (véase “Ora siempre”, Liahona, noviembre de 2008, pág. 41). Él dijo que si en nuestras oraciones de la mañana anticipamos el día y las cosas que vienen, estamos bosquejando el día en nuestra oración. En nuestras oraciones de la noche, damos un informe al Señor de lo que ha sucedido en el transcurso del día. Podemos agradecerle las bendiciones recibidas, podemos arrepentirnos de algunas cosas que hayan ocurrido y que no fueron correctas, y también están todas las oraciones entre estas dos. Se convierte en parte de una serie continua de oraciones. Todo forma parte de un modelo que continúa día tras día, y semana tras semana, y a través de los años. Eso es lo que significa tener el corazón entregado a Él en oración.
Otra Escritura me viene a la mente, Alma 37: 36–37:
“…implora a Dios todo tu sostén; sí, sean todos tus hechos en el Señor, y dondequiera que fueres, sea en el Señor; deja que todos tus pensamientos se dirijan al Señor; sí, deja que los afectos de tu corazón se funden en el Señor para siempre.
“Consulta al Señor en todos tus hechos, y él te dirigirá para bien; sí, cuando te acuestes por la noche, acuéstate en el Señor, para que él te cuide en tu sueño; y cuando te levantes por la mañana, rebose tu corazón de gratitud a Dios; y si haces estas cosas, serás enaltecido en el postrer día”.
A veces es una muy, muy sencilla oración en una crisis agobiante. (“Ayúdame. Por favor, ayúdame”). De esta manera decimos que nuestros pensamientos se elevan al Padre Celestial. Nuestras oraciones pueden ser breves en el transcurso del día y es simplemente lo que sale de nosotros de forma natural. Cuanto más nos acerquemos a Él, más automáticamente ocurrirá y sentiremos esa cercanía. Es como tener un amigo y caminar juntos por un pasillo en la escuela. Uno desea volverse y conversar acerca de lo que está sucediendo en ese momento. Y al acercarse más a Dios, esa compañía, esa amistad si se quiere, tiende a desarrollarse de la misma manera.
Dicho esto, no se olviden de que debemos buscar oportunidades en las que podamos tener largas oraciones, en las que podamos tener un momento de tranquilidad sin ser interrumpidos. Necesitamos un tiempo en el que podamos orar tanto como deseemos y necesitemos, donde el Padre Celestial pueda enseñarnos y hablar con nosotros largo y tendido, y no sólo responder siempre a una oración corta; eso está bien por el momento, pero no debe ser todo lo que hagamos.
4. ¿Qué sucede si no recibimos una respuesta a nuestras oraciones cuando la queremos o la necesitamos?
Ésa es una pregunta interesante. Me recuerda algo que el élder Richard G. Scott dijo en un discurso de conferencia general: “¿Qué puedes hacer cuando te has preparado cuidadosamente, has orado con fervor y has esperado un tiempo razonable para recibir una respuesta, y sigues sin sentirla? Tal vez desees dar gracias cuando esto ocurra, pues es una muestra de Su confianza. Cuando vives dignamente y lo que has elegido está de acuerdo con las enseñanzas del Salvador y necesitas actuar, sigue adelante con confianza. Si eres receptivo a los susurros del Espíritu, seguramente, en el momento apropiado, sucederá una de dos cosas: o recibirás el estupor de pensamiento que te indicará que lo que has escogido no es correcto, o sentirás paz o que tu pecho arde confirmándote que tu elección ha sido correcta. Cuando tú vives con rectitud y actúas con confianza, Dios no permite que sigas adelante por mucho tiempo sin hacerte sentir la impresión de que has hecho una mala decisión” (“Utilizar el don supremo de la oración”, Liahona, mayo de 2007, pág. 10).
A veces, es una experiencia valiosa orar y no recibir de inmediato la respuesta que sientes que necesitas. Esto está condicionado, por supuesto, a que vivamos del modo en que debemos, continuemos buscando Su guía y seamos receptivos a esas impresiones.
Debemos recordar que no le dictamos a Dios el tiempo de Sus respuestas a nosotros y el contenido de lo que recibimos en respuesta a nuestras oraciones. Aprendí esto cuando tenía unos dieciséis años. Estaba en el espectáculo al aire libre en el Cerro Cumorah. En esa época yo vivía en Nueva Jersey y algunos de los jóvenes de Nueva Jersey y de Nueva York participaban en la representación. Yo pensaba que tenía una profunda creencia en el profeta José Smith y en el Libro de Mormón; sentía que eran verdaderos y que la Primera Visión sucedió tal como él la describió. Pensé: “Ésta es la oportunidad perfecta. Iré a la Arboleda Sagrada una noche, después de la representación, y allí obtendré la confirmación definitiva que necesito”.
Así lo hice; fui allí tarde una noche. Era una hermosa noche de verano. No había nadie más allí; sentía reverencia y la noche era apacible. Entonces oré. No pedí nada específico; sólo dije: “¿Puedo tener alguna confirmación de mi creencia?”. Realmente deseaba un testimonio de mi sentimiento sobre el Profeta y el Libro de Mormón.
No sucedió nada. Oré mucho tiempo, estoy seguro de que más de una hora. Nada. Estaba muy decepcionado. Dije: “¿Qué habré hecho mal? ¿Por qué no me contestó el Señor? ¿No era el lugar perfecto, el momento perfecto? ¿Qué debía haber hecho que no hice?”.
Más tarde, lo que estaba buscando llegó, pero estaba en casa en un momento de tranquilidad mientras leía el Libro de Mormón. Ese testimonio del Espíritu Santo me invadió y lo supe. Sabía que sabía. Y cuando reflexioné en la experiencia, pensé: “¿Por qué no contestó mi oración en esa ocasión? ¿Por qué fue más tarde?”. Aprendí dos lecciones importantes de eso:
En primer lugar, no tienen que estar en ningún lugar especial para que el Señor responda sus oraciones. No tienen que hacer una peregrinación a Palmyra, Jerusalén ni nada semejante. Él sabe dónde están. Sabe cómo se llaman; Él puede responder aquí, ahora, en cualquier momento.
Y en segundo lugar, no podemos dictarle a Dios. No le decimos a Él qué y cuándo. Eso llega de acuerdo con Su voluntad y Su tiempo y en Su sabiduría. Él nos ama; Él sabe lo que es mejor para nosotros y nuestra labor es ser receptivos. Nuestro trabajo es siempre estar dispuestos y preparados para recibir. Él sabe lo que es mejor, cuándo respondernos y cómo nos responderá. Así que, al fin y al cabo, todavía tenemos que vivir por la fe.
La oración es una de las cosas que nos dará la fortaleza y el poder para ser un ejemplo de los creyentes. La influencia del Señor, la relevancia de nuestras oraciones, Su guía en nuestra vida día tras día, la fortaleza que viene con todo eso realmente hace que nos sea posible ser ejemplos de los creyentes en todo lo que hacemos.
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