Para muchos, el llamado a ser cristiano puede parecer difícil, incluso abrumador. Pero no hay necesidad de temer o sentirnos ineptos. El Salvador prometió que nos habilitará para Su obra. “Venid en pos de mí”, dijo Él, “y os haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19; cursiva agregada). Al seguirle, Él nos bendice con dones, talentos y la fortaleza para hacer Su voluntad, y nos permite salir de nuestra comodidad y hacer cosas que jamás creímos posible. Eso quizás signifique compartir el Evangelio con vecinos, rescatar a los espiritualmente perdidos, servir en una misión de tiempo completo, trabajar en el templo, criar a un niño con necesidades especiales, amar al pródigo, servir a un compañero enfermo, soportar malos entendidos o padecer aflicción. Significa prepararnos para responder a Su llamado diciendo: “A donde me mandes iré; lo que me mandes diré; alegre haré [Tu] voluntad; lo que Tú quieras seré” (véase “A donde me mandes iré”, Himnos, Nº 175).