“La familia necesita del padre a modo de ancla”, dijo el élder L. Tom Perry, del Quórum de los Doce Apóstoles. La función de los padres, tal como se enseña en “La familia: Una Proclamación para el Mundo”, es “presidir la familia con amor y rectitud” como compañeros en igualdad con las madres.
Los apóstoles y profetas modernos a menudo han expresado agradecimiento por sus padres, y éstos son algunos ejemplos de las lecciones que aprendieron de sus padres.
“Él compartió su tiempo”
El presidente Thomas S. Monson dijo: “Al pensar en mi propio padre, recuerdo que él dedicaba el escaso tiempo libre que tenía al cuidado de un tío lisiado, de algunas tías ancianas y de su familia. Formaba parte de la presidencia de la Escuela Dominical del barrio y le gustaba trabajar con los niños. Como el Maestro, él también amaba a los niños. Jamás le oí una palabra de crítica contra nadie. Su vida ejemplificaba el valor del trabajo. Uno a la de ustedes mis expresiones de gratitud por los padres”.
“Yo no estaba allí para sacar malezas”
El presidente Henry B. Eyring, Primer Consejero de la Primera Presidencia, compartió una historia acerca de su padre, el científico Henry Eyring, quien prestó servicio en el sumo consejo de la Estaca Bonneville, Utah. Él era responsable de la granja de la estaca, en la que había un campo de cebollas al que debían mantener desmalezado. En esa época, él tenía casi ochenta años y padecía de un doloroso cáncer de huesos. Él se asignó a sí mismo la tarea de sacar las hierbas aun cuando el dolor era tan intenso que tenía que echarse boca abajo y arrastrarse con los codos. El dolor era demasiado fuerte para permitirle arrodillarse. Pero aún así sonreía, se reía y hablaba feliz con los demás que habían ido ese día.
El presidente Eyring dijo del incidente:
“Una vez que el trabajo estuvo terminado y se desmalezaron las cebollas, alguien le dijo: ‘Henry, tú no sacaste esas hierbas, ¿verdad? A esas se les roció con químicos hace dos días, y se hubieran secado de todas formas’.
“Papá no podía contener la risa. Él pensó que era lo más divertido; pensó que lo que le había pasado era algo muy chistoso. Todo ese día había trabajado sacando las hierbas equivocadas; ésas habían sido rociadas químicamente y hubieran muerto de todos modos… “Yo le pregunté: ‘Papá, ¿cómo puedes reírte de algo así?’… Él me dijo algo que nunca olvidaré… Dijo: ‘Hal, yo no estaba allí para sacar malezas’”.
“Hacíamos lo que el Presidente nos pedía”
Gordon B. Hinckley, decimoquinto presidente de la Iglesia (1910-2008), con frecuencia relató historias desde su infancia que le habían enseñado valiosas lecciones. Al hablar del ejemplo de su padre, él dijo: “En 1915 el presidente Joseph F. Smith [1838-1918, sexto presidente de la Iglesia] pidió a los miembros de la Iglesia que tuvieran la noche de hogar familiar. Mi padre dijo que haríamos lo que el presidente pidió, y que llevaríamos a cabo las noches de hogar en nuestro salón.
“Cuando éramos niños, no nos gustaba hacer nada delante de los demás. Una cosa era hacer algo mientras jugábamos, pero pedirnos que cantáramos un solo enfrente de los demás era como pedirle al helado que no se derritiera con el calor de la cocina. Al principio nos reíamos y hacíamos comentarios tontos”, dijo el presidente Hinckley. “Pero mis padres insistieron. Cantamos juntos. Oramos juntos. Escuchábamos con atención cuando mamá nos leía cuentos de la Biblia y el Libro de Mormón. Papá nos contaba cuentos de memoria…
“De esas reuniones sencillas en nuestro hogar surgió algo indescriptible. Se fortaleció nuestro amor por nuestros padres, hermanos y hermanas. Aumentó nuestro amor por el Señor. Un aprecio por la bondad creció en nuestro corazón. Aprendí que cosas maravillosas ocurrían debido a que nuestros padres habían seguido el consejo del presidente de la Iglesia”.
“Conviértanse en dignos y fieles”
El élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles, habló de una importante lección sobre la autoridad del sacerdocio que aprendió de su padre, aun cuando su padre no era en ese momento miembro de la Iglesia. El élder Bednar compartió una conversación que tuvo lugar entre él y su padre después de que asistieran juntos a una reunión dominical.
“Mi papá prosiguió: ‘David, tu iglesia enseña que el sacerdocio fue quitado de la tierra en la antigüedad y que mensajeros celestiales lo restauraron al profeta José Smith, ¿verdad?’. Le contesté que su afirmación era correcta. Entonces dijo: ‘Aquí viene mi pregunta. Cada semana en la reunión del sacerdocio escucho al obispo y a los otros líderes del sacerdocio recordar, rogar y suplicar a esos hombres que hagan su orientación familiar y que cumplan con sus deberes del sacerdocio. Si tu iglesia realmente tiene el sacerdocio restaurado de Dios, ¿por qué tantos hombres de tu iglesia se comportan igual que los de la mía en cuanto a sus deberes religiosos?’. Mi mente joven de inmediato quedó totalmente en blanco; no tenía una respuesta adecuada para darle a mi padre”.
“Pienso que mi padre se equivocó al juzgar la validez de la afirmación de nuestra Iglesia de que tenemos la autoridad divina basándose en las faltas de los varones con los que se relacionaba en el barrio; pero en la pregunta que me hizo se halla una suposición correcta de que los hombres que portan el santo sacerdocio de Dios deben ser diferentes a los demás hombres. Los hombres que poseen el sacerdocio no son intrínsecamente mejores que los demás, pero deberían comportarse de forma diferente. Los hombres que poseen el sacerdocio no sólo deberían recibir la autoridad de dicho sacerdocio sino llegar a ser dignos y fieles canales del poder de Dios. ‘Sed limpios, los que lleváis los vasos del Señor’ (D. y C. 38:42).
“Nunca he olvidado las lecciones acerca de la autoridad y el poder del sacerdocio que aprendí de mi padre, un hombre bueno que no era de nuestra religión y que esperaba más de los hombres que afirmaban portar el sacerdocio de Dios. Aquella conversación de domingo por la tarde que tuve hace muchos años con mi papá inculcó en mí el deseo de ser un buen muchacho’. No quería dar un mal ejemplo y ser una piedra de tropiezo para el progreso de mi padre al aprender acerca del Evangelio restaurado. Sencillamente quería ser un buen muchacho. El Señor necesita que todos los que portamos Su autoridad seamos honorables, virtuosos y buenos muchachos en todo momento y en todo lugar”.
Más tarde, el padre del élder Bednar se unió a la Iglesia.
“Oramos juntos en la arboleda”
Mientras vivía en Long Island, Nueva York, y poco después de recibir el Sacerdocio Aarónico, el élder Robert D. Hales, del Quórum de los Doce Apóstoles, vivió la influencia de su padre.
“Cuando era un diácono de doce años de edad… mi padre me llevó a la Arboleda Sagrada… Allí oramos juntos y expresamos nuestro deseo de ser leales y fieles al sacerdocio que poseíamos. Más tarde, papá hizo una pintura del lugar donde habíamos orado y me la dio como recordatorio de las promesas que habíamos hecho juntos aquel día. Actualmente está colgada en una de las paredes de mi oficina y me sirve para recordar todos los días la sagrada experiencia y las promesas que hice con mi padre terrenal, así como con mi Padre Celestial”.
El ejemplo de rectitud de un padre, dijo el élder Hales, ha influido en él a lo largo de toda su vida.