“Cuando tenemos el corazón lleno del amor de Dios, nos ocurre algo bueno y puro”, dijo el presidente Dieter F. Uchtdorf, Segundo Consejero de la Primera Presidencia.
“Cuanto más permitamos que el amor de Dios gobierne nuestra mente y nuestras emociones, cuanto más dejemos que el amor por nuestro Padre Celestial nos llene el corazón, más fácil nos resultará amar a los demás con el amor puro de Cristo. Al abrir nuestro corazón al resplandeciente amanecer del amor de Dios, la oscuridad y el frío del resentimiento y la envidia con el tiempo se disiparán”.
Sin amor
En su mensaje, pronunciado durante la Conferencia General de abril de 2012, el presidente Uchtdorf también habló sobre lo que puede ocurrir cuando nuestro corazón no está lleno de amor. “Las relaciones tensas y rotas son tan antiguas como la humanidad misma. Caín de antaño fue el primero en dejar que el cáncer de la amargura y la malicia le corrompiera el corazón”, dijo el presidente Uchtdorf. “Desde aquellos primeros días, el espíritu de envidia y odio ha desencadenado algunos de los más trágicos sucesos de la historia: puso a Saúl en contra de David, a los hijos de Jacob en contra de su hermano José, a Lamán y Lemuel en contra de Nefi y a Amalickíah en contra de Moroni”.
“Imagino que toda persona sobre la tierra ha sido afectada de algún modo por el espíritu destructivo de la contención, el resentimiento y la venganza”, dijo el presidente Uchtdorf. “Quizás haya ocasiones en las que reconozcamos ese espíritu en nosotros mismos. Cuando nos sentimos heridos, enojados o llenos de envidia, es muy fácil juzgar a otras personas y a menudo achacarles a sus acciones motivaciones tenebrosas a fin de justificar nuestros propios sentimientos de rencor”.
Lo que el Salvador enseñó
El presidente Uchtdorf dijo que la doctrina que Cristo enseñó sobre el perdón es clara: “…debéis perdonaros los unos a los otros; pues el que no perdona… queda condenado ante el Señor, porque en él permanece el mayor pecado”. También enseñó que “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.
El presidente Uchtdorf observó que el mandamiento de perdonar a los demás parece razonable cuando se aplica a otra persona. “Cuando los demás juzgan y guardan rencor, vemos muy clara y fácilmente los resultados dañinos que eso produce”, dijo, “y por cierto, no nos gusta que la gente nos juzgue a nosotros.
“Pero cuando se trata de nuestros propios prejuicios y agravios, demasiadas veces justificamos nuestro enojo como justo y nuestro juicio como fidedigno y apropiado”, dijo él. “Aunque no podemos ver el corazón de los demás, suponemos que podemos reconocer una motivación maliciosa o incluso a una mala persona en cuanto los vemos. Cuando se trata de nuestra propia amargura, hacemos excepciones porque pensamos que, en nuestro caso, tenemos toda la información necesaria para considerar a alguien con desdén”.
Todo el mundo, dijo él, depende del Salvador, nadie puede ser salvo sin Él. Sin embargo, el perdón de nuestros pecados viene con la condición de que nos arrepintamos y que estemos dispuestos a perdonar a los demás.
Es importante señalar, dijo el presidente Uchtdorf, que perdonar a todos los hombres también incluye perdonarnos a nosotros mismos.
Misericordia por medio de la Expiación
Durante la conferencia general de abril, se aconsejó varias veces sobre perdonar y ser perdonados. Por ejemplo, el élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles, habló del perdón en relación a la parábola de los obreros de la viña (véase Mateo 20:1–15).
“Esta parábola, como todas las parábolas, realmente no trata de obreros ni jornales, así como las otras no tratan de ovejas ni cabritos”, dijo el élder Holland. “Éste es un relato sobre la bondad de Dios, Su paciencia y perdón, y sobre la expiación del Señor Jesucristo; es un relato sobre la generosidad y la compasión; es un relato acerca de la gracia, que recalca el concepto que escuché hace muchos años de que ciertamente lo que Dios más disfruta de ser Dios es el gozo de ser misericordioso, especialmente con los que no se lo esperan y que a menudo piensan que no se lo merecen”.
“Hoy, no sé quién en esta vasta audiencia quizás tenga que escuchar el mensaje del perdón inherente en esta parábola, pero por más tarde que piensen que hayan llegado, por más oportunidades que hayan perdido, por más errores que piensen que hayan cometido, sean cuales sean los talentos que piensen que no tengan, o por más distancia que piensen que hayan recorrido lejos del hogar, de la familia y de Dios, testifico que no han viajado más allá del alcance del amor divino. No es posible que se hundan tan profundamente que no los alcance el brillo de la infinita luz de la expiación de Cristo”.
Elijan perdonar
El presidente Henry B. Eyring, Primer Consejero de la Primera Presidencia, también habló en la conferencia acerca de la importancia del perdón. Contó el relato de una mujer que había encontrado la fe para perdonar a una persona que la había agraviado durante años. “Me sorprendí y le pregunté por qué había decidido perdonar y olvidar tantos años de terrible maltrato”, dijo.
“Dijo en voz baja: ‘Fue la cosa más difícil que he hecho, pero sabía que tenía que hacerlo; así que, lo hice’. La fe que tenía de que el Salvador la perdonaría si ella perdonaba a los demás la preparó para tener un sentimiento de paz y esperanza al enfrentarse con la muerte tan sólo meses después de haber perdonado a su enemiga impenitente”, dijo.
“Cuando lleguen las pruebas difíciles, allí estará la fe para soportarlas, [edifiquen]… en el amor puro de Cristo, sirviendo y perdonando a los demás como el Salvador lo habría hecho”, dijo, haciendo notar que “nunca es demasiado tarde para fortalecer el cimiento de la fe. Siempre hay tiempo. Con fe en el Salvador, pueden arrepentirse y suplicar perdón. Hay alguien a quien perdonar; hay alguien a quien agradecer; hay alguien a quien servir y animar. Pueden hacerlo dondequiera que estén y no importa cuán solos y aislados se sientan… Si tenemos fe en Jesucristo, los tiempos más difíciles de la vida, así como los más fáciles, pueden ser una bendición”.