Durante los desafíos difíciles de mi vida, he aprendido una importante lección acerca de mí mismo: mi impulso inicial a veces ha sido evitar los actos de devoción personales y privados que me mantienen conectado con el cielo. Y sin embargo, he aprendido que ese es el momento en que, en vez de relajarme, debo esforzarme y dar el máximo por continuar buscando la guía del Señor. Me gustaría compartir algunas experiencias transformadoras de los comienzos de mi vida familiar que han ayudado a enseñarme esta lección.
Al principio de nuestro matrimonio, Ruth, mi esposa, enfermó de cáncer. Nuestras vidas estaban devastadas. Para mí, fue una época en la que parecía que los cielos hubieran estado cerrados. No sabía cómo cuidar de nuestra hija de catorce meses de edad, Ashley. No sabía cómo lograr que comiera; a veces la alimentaba con helado y refresco. Me resultaba difícil orar porque muchos de nuestros sueños se habían desvanecido y estaba muy preocupado por Ruth.
Cuando Ruth regresó a casa del hospital después de su primer tratamiento, estaba tan débil que se quedaba acostada en la cama. Teníamos la costumbre de decir la oración de la noche juntos. Fui cobarde y le pedí a ella que dijera la oración aquella noche. Nunca olvidaré las palabras que dijo: “Padre Celestial, te agradecemos por el poder del sacerdocio que hace posible que, sin importar lo que suceda, podamos estar juntos para siempre”.
Fue como si el techo se hubiera abierto. El Espíritu llenó el cuarto. Pasé de sentir que los cielos estaban cerrados a sentir que estaban abiertos de par en par, colmándonos de paz, gozo y consuelo.
Alimentarnos espiritualmente
Esa experiencia, y muchas otras, me enseñaron acerca de la importancia de alimentarme espiritualmente. Cuando paso dificultades o estoy ajetreado, tengo que esforzarme y hacer lo mejor que pueda para conectarme con la revelación personal. Esos son los momentos en los que más necesito la ayuda del cielo para determinar mis prioridades.
Tuve una experiencia con esto durante mi residencia médica; esta era abrumadoramente ajetreada y extenuante. Un domingo, sabía que si me apresuraba a ir del trabajo a casa, podría asistir con Ruth y Ashley a la Iglesia. Ellas partieron alrededor de las 14:00 h para ir a nuestro barrio, que se reunía a las 14:30 h. Sin embargo, en vez de ello, decidí demorarme en el camino del trabajo a casa; de modo que tan solo caminaría a casa y me acostaría para tomar una siesta; y así lo hice.
Pero cuando llegué a casa y me acosté, no podía dormir. Me di cuenta de que el testimonio y el celo que siempre habían sido parte de mí ya no estaban presentes. Recuerdo que me bajé del sofá, me arrodillé, suplicando perdón, y prometiendo que cambiaría.
Al día siguiente, llevé una copia de bolsillo del Libro de Mormón al hospital para poder leer las Escrituras todos los días, pasara lo que pasara. Y algunos días no era mucho, pero todos los días leía algo. Hice una lista de las cosas que haría, incluso orar por lo menos dos veces al día e ir a la Iglesia, si mi horario lo permitía. En solo un par de semanas, recuperé el celo y la calidez de mi testimonio. Tiemblo al pensar en lo que habría sucedido si continuaba por ese camino, si me hubiera quedado dormido y hallado gozo en faltar a la Iglesia. Creo que nuestras vidas habrían sido muy distintas.
Cómo lo escucho a diario
En mi vida cotidiana, me he dado cuenta de que lo escucho mejor cuando he formulado alguna pregunta. Y escucho con más claridad si es una pregunta que se contesta con un sí o un no, y yo me inclino por una más que por la otra. Con frecuencia, lo escucho con más claridad cuando la respuesta es “no”, cuando es “no hagas eso” o “no, esa no es la dirección correcta”.
Las respuestas que recibo son siempre frases breves y escuetas, en vez de algo con largas explicaciones. Rara vez, si es que sucede, obtengo alguna explicación larga de cualquiera de las cosas que escucho que el Espíritu Santo me susurra. Por lo general, es algo breve, escueto y conciso; es una impresión o un pensamiento. En ocasiones, es una voz, pero siempre es apacible, tranquilizadora y reconfortante.
La otra cosa que me ayuda a escucharlo es cuando estoy centrado en otra persona, cuando tengo una pregunta que se relaciona con cómo puedo ayudar a otra persona. También he aprendido que nunca se deben acallar los pensamientos generosos. A menudo, cuando recibo un pensamiento generoso en cuanto a hacer algo bondadoso, he aprendido a hacerlo sin más. Y luego resulta que se trataba de un pensamiento inspirado.
Una lección crucial para todos nosotros
Cuando escuché por primera vez que el tema central de la Iglesia en 2020 sería “escucharlo”, inmediatamente tuve la impresión de que lo más crucial que todos podemos aprender a hacer es escuchar a nuestro Padre Celestial y a Jesucristo hablándonos por medio del Espíritu Santo.
Creo que ahora Santiago 1:5 es más importante que nunca. Dice así: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”.
En tiempos del COVID-19, nos hallamos en una situación singular. No existe un libro de reglas para transitar estos tiempos difíciles. Cada uno de nosotros tiene que suplicar revelación personal y luego actuar de acuerdo con ella. Y cuando hayamos recibido esa revelación, entonces sabremos qué hacer. La revelación que recibamos siempre estará enmarcada y apoyada por las Escrituras, por las palabras de los profetas vivientes, y por la guía que recibamos de nuestros líderes locales. Pero dentro de ese contexto, hay tanta variación que Dios nos inspirará en cuanto a la forma en que debemos vivir nuestra vida.
Creo que la revelación personal nunca ha sido más crucial para nuestra vida que en 2020. Espero que este año cada uno de nosotros pueda tener experiencias de revelación personal que nos enseñen cómo escucharlo.