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Cada vez que vengo a esta gran ciudad de Jerusalén, se renueva la reverencia que siento por Aquel que hizo que esta tierra sea santa. Jesucristo, bajo la dirección del Padre, fue el Creador de este y otros mundos. Él es Jehová, el Dios del Antiguo Testamento. Jesús fue el Emanuel prometido, tal como lo profetizó Isaías.
Hace más de 2000 años, el Señor Jesucristo nació cerca de aquí, en Belén. Como el Hijo Unigénito de nuestro Dios Todopoderoso, Jesús fue el único hombre perfecto que anduvo sobre la tierra. En los tiempos del Nuevo Testamento, Jesús estableció Su Iglesia, edificada sobre el fundamento de apóstoles y profetas.
Sanó a los enfermos, hizo que el cojo caminara, que el ciego viera y que el sordo oyera. Levantó a los muertos. Sin embargo, permitió que le quitaran la vida a fin de que la resurrección fuese una realidad y la vida eterna una posibilidad para toda la humanidad. Fue aquí, en Jerusalén, que el Salvador pasó los últimos días de Su vida terrenal.
Estoy de pie sobre el Monte de los Olivos. Jesús vino aquí, al pie del monte, al Jardín de Getsemaní. Vino a someterse a la voluntad de Su Padre y a ofrecerse a Sí mismo como sacrificio por los pecados, las debilidades, los dolores y las cargas de todos los que han vivido. En ese huerto, se prensaban las aceitunas bajo un enorme peso para exprimir el preciado aceite de las aceitunas. De un modo análogo, Jesús fue literalmente prensado bajo el peso de los pecados del mundo. Allí sudó grandes gotas de sangre —el “aceite” de su vida— que brotaban de cada poro.
No muy lejos de aquí hay una colina llamada Gólgota, que significa “cráneo”, lo que simbolizaba la muerte. Allí, en la cruz, el Salvador del mundo fue levantado. Él dio Su vida como parte de Su sacrificio expiatorio. Su resurrección subsiguiente, Su victoria triunfal sobre el sepulcro, se registra en las Santas Escrituras: “Pero ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos; y llegó a ser primicias de los que durmieron” (1 Corintios 15:20).
Gracias a que el Salvador se ofreció a Sí mismo como la infinita Expiación, ustedes y yo tenemos la oportunidad, el privilegio, de ser perdonados si nos arrepentimos. También podemos acudir a Él para sanar nuestro corazón, para recibir fortaleza cuando estemos débiles y recibir ayuda para hacer las cosas que simplemente no podemos hacer por nosotros mismos.
En virtud de Su ofrenda trascendental, Jesús también nos dio el don de la inmortalidad y la oportunidad de la vida eterna, proclamando: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá jamás” (Juan 11:25–26).
De la antigua América proviene otro testamento de Jesucristo, donde Dios el Padre presentó a Su Hijo a los nefitas, declarando: “He aquí a mi Hijo Amado […]: a él oíd”(3 Nefi 11:7).
Los profetas modernos también han dado testimonio de Él, entre los que se halla la declaración del profeta José Smith: “Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, este es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!” (Doctrina y Convenios 76:22).
Yo también declaro que Jesús el Cristo vive, que Su Iglesia ha sido restaurada en la tierra, completa con Su poder y autoridad, con apóstoles y profetas, y con las ordenanzas y los convenios esenciales.
En un día venidero, el Señor regresará a esta tierra santa. “Entonces se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá” (Isaías 40:5). Y Él dirá estas palabras: ”… fui herido en casa de mis amigos. Soy el que fue levantado. Soy Jesús que fue crucificado. Soy el Hijo de Dios” (Doctrina y Convenios 45:52). Y entonces, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Cristo.
Testifico que Él es el Cristo viviente, nuestro Señor y Salvador, nuestro Ejemplo, Redentor y Juez. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.
Testigos especiales de Cristo
En esta serie se presentan los testimonios de los profetas y apóstoles llamados como testigos especiales del Salvador, comenzando con la Primera Presidencia, seguida del Cuórum de los Doce Apóstoles. Poderosos de forma individual, cuando se presentan en grupo brindan un testimonio innegable de que el Salvador vive.
Vea otros videos de los “Testigos especiales de Cristo”.