Presidente Thomas S. Monson
Presidente de la Iglesia
Descargar video: pequeño, mediano, grande
Presidente Henry B. Eyring
Primer Consejero de la Primera Presidencia
Un padre, un obispo o un compañero mayor de orientación familiar que demuestre confianza en un joven poseedor del sacerdocio puede cambiar la vida de ese joven. En una ocasión, un miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles le pidió a mi padre que escribiera un artículo corto sobre ciencia y religión. Mi padre era un científico famoso y fiel poseedor del sacerdocio; pero todavía recuerdo el momento en el que me entregó el artículo que había escrito y dijo: “Toma, antes de enviar esto a los Doce, quiero que lo leas. Tú sabrás si está bien”. Él tenía treinta y dos años más que yo y era extraordinariamente más sabio e inteligente.
Esa confianza de un gran padre y hombre del sacerdocio aún me fortalece. Supe que no era que él confiaba en mi habilidad sino en que Dios podía hacerme saber lo que era verdadero, y que Él lo haría (“El sacerdocio preparatorio”, Conferencia General de octubre de 2014).
Presidente Dieter F. Uchtdorf
Segundo Consejero de la Primera Presidencia
Hasta el día de hoy, me siento profundamente impresionado por la forma en que mi familia trabajó ¡tras haber perdido todo después de la Segunda Guerra Mundial! Recuerdo a mi padre, empleado público, tanto por estudios como por experiencia, que desempeñó varios trabajos difíciles como minero de carbón, minero de uranio, mecánico y conductor de camiones, entre otros. Salía temprano por la mañana y a menudo regresaba tarde por la noche para sostener a nuestra familia.
No fue fácil, pero el trabajo evitó que pensáramos demasiado en las dificultades de nuestras circunstancias. Aunque nuestra condición no cambió de la noche a la mañana, sí cambió. Eso es lo que tiene el trabajo: Si perseveramos en él, firmes y constantes, las cosas seguramente mejorarán (“Dos principios para cualquier economía”, Conferencia General de octubre de 2009).
Presidente Boyd K. Packer
Presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles
En 1947, para conmemorar el centenario de la llegada de los pioneros al valle del Lago Salado, una caravana de automóviles que representaban carros cubiertos recreó el viaje. Los viajeros se reunieron en Nauvoo, Illinois, y luego siguieron la ruta de los pioneros hasta Salt Lake City. Al igual que otros conductores en la caravana, Ira Packer [el padre de Boyd K. Packer] había instalado una cubierta de tela de carromato por arriba del techo de su auto y había adjuntado un buey de madera en cada guardabarros delantero. Con sus hijos reunidos para ver a su padre y su madre comenzar el viaje, Ira tomó un pincel y “marcó” los dos bueyes, pintando “I.W.P.” en uno y “E.J.P.” [Ira Wight Packer y Emma Jensen Packer] en el otro. Los bueyes representaban, según dijo, “la mejor yunta que jamás haya tirado junta en esta vida” (Don L. Searle, “Disciple of the Master Teacher”, Ensign, junio de 1986).
Élder Russell M. Nelson
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
Nunca conocí al abuelo Nelson. Él murió cuando mi padre sólo tenía dieciséis años. Cuando mi abuelo falleció, era superintendente de enseñanza pública del estado de Utah. Él tenía un hermoso reloj de bolsillo que más tarde mi padre me entregó a mí. Ahora, ese reloj es un lazo tangible entre nosotros.
Siento una profunda gratitud cuando pienso en mi abuelo Nelson. La mayoría de mis primeros estudios los cursé en las escuelas que él ayudó a establecer. También aprecio el ser miembro de esta Iglesia, a la cual se convirtieron en Dinamarca sus padres, hace casi ciento cincuenta años. En realidad, mis ocho bisabuelos se convirtieron a la Iglesia en Europa. De los otros seis, uno se unió a la Iglesia en Suecia, dos en Inglaterra y tres en Noruega. ¡Qué agradecido me siento por esos antepasados pioneros! La deuda que tengo con ellos se refleja en estos versículos bíblicos: “Uno es el que siembra, y otro es el que siega… para que el que siembra también se regocije juntamente con el que siega” (véase “Un nuevo tiempo para la cosecha”, Conferencia General de abril de 1998).
Élder Dallin H. Oaks
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
“Una noche de invierno, cuando yo tenía unos cinco o seis años de edad, mi padre me llevó a dar un paseo por el centro. Eso fue durante la depresión, cuando los empleos eran pocos y en las calles había muchas personas hambrientas y sin hogar. Mi padre y yo estábamos mirando todas las vitrinas de las tiendas mientras caminábamos, y pronto nos encontramos de pie frente a la vitrina de una tienda de artículos deportivos. Estaba llena de cosas nuevas que atraerían el interés de cada niño; cosas como señuelos de pesca y navajas para tallar madera.
Un niño mal vestido estaba de pie cerca de nosotros, mirando con añoranza por la vitrina. Yo no le presté mucha atención, pero mi padre se le acercó y habló con él brevemente; luego puso su mano sobre el hombro del niño y lo llevó dentro de la tienda. Vi como llevó al niño a un escaparate de navajas, le dijo que escogiera una, y luego le pagó la navaja al comerciante.
No conseguí una navaja ese día, pero aprendí una lección. En ese momento me sentí decepcionado, de la misma manera en que un niño pequeño se sentiría cuando el regalo que él cree que es suyo le es dado a otra persona. Pero cuando mi padre y yo nos alejamos de la tienda, me dijo: “Tú me tienes a mí. Él no tiene a nadie”. Más tarde me di cuenta de lo generoso y sensible a las necesidades de otras personas que era mi padre” (”Friend to Friend”, Friend, junio de 1997).
Élder M. Russell Ballard
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
Su padre era el dueño de Ballard Motor Company. “Él tuvo una profunda influencia en mi vida”, dice el élder Ballard. “Inculcó en mí el deseo de trabajar arduamente” (Kathleen Lubeck, “Elder M. Russell Ballard: True to the Faith”, Ensign, marzo de 1986).
Élder Robert D. Hales
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
Durante mi tercer año de secundaria, un día regresé del primer partido que jugué fuera de mi ciudad con el equipo de béisbol de la escuela. Mi padre se dio cuenta de que durante el largo viaje a casa en autobús yo había escuchado un lenguaje y visto un comportamiento que no estaban en armonía con las normas del Evangelio. Como artista profesional que era, se sentó conmigo y me dibujó un caballero, un guerrero capaz de defender castillos y reinos.
A medida que él dibujaba y leía de las Escrituras, aprendí cómo ser un fiel poseedor del sacerdocio, para proteger y defender el reino de Dios. Las palabras del apóstol Pablo fueron mi guía:
“Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.
“Estad pues firmes ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia.
“Y calzados los pies con la preparación del evangelio de paz;
“sobre todo, tomad el escudo de la fe, con el que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.
“Y tomad el yelmo de salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Efesios 6:13–17) (“Permaneced firmes en lugares santos”, Conferencia General de abril de 2013).
Élder Jeffrey R. Holland
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
Mi padre, un contador o “contable” autodidacta, como los llamaban en nuestro pequeño pueblo, con muy pocos clientes, tal vez nunca usó un traje nuevo, ni una camisa nueva ni un par de zapatos nuevos durante dos años para que su hijo pudiese tener esas cosas en su misión… Y nunca me hicieron saber ni una palabra de todo eso durante mi misión; nunca me dijeron nada al respecto. ¿Cuántos padres en esta Iglesia han hecho lo que hizo mi padre? (“A causa de vuestra fe”, Conferencia General de octubre de 2010).
Élder David A. Bednar
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
Creo que estaba en los primeros años de mi adolescencia cuando tuvo lugar la siguiente conversación con mi padre. Acabábamos de regresar después de asistir juntos a las reuniones dominicales, y le pregunté a mi papá cuándo se iba a bautizar. Me sonrió y dijo: “Eres el único que siempre me pregunta cuándo me voy a bautizar. Hoy soy yo el que te tengo una pregunta”. ¡Con rapidez y entusiasmo concluí que ahora sí estábamos progresando!
Mi papá prosiguió: “David, tu iglesia enseña que el sacerdocio fue quitado de la tierra en la antigüedad y que mensajeros celestiales lo restauraron al profeta José Smith, ¿verdad?”. Le contesté que su afirmación era correcta. Entonces dijo: “Aquí viene mi pregunta. Cada semana en la reunión del sacerdocio escucho al obispo y a los otros líderes del sacerdocio recordar, rogar y suplicar a esos hombres que hagan su orientación familiar y que cumplan con sus deberes del sacerdocio. Si tu iglesia realmente tiene el sacerdocio restaurado de Dios, ¿por qué tantos hombres de tu iglesia se comportan igual que los de la mía en cuanto a sus deberes religiosos?”. Mi mente joven de inmediato quedó totalmente en blanco; no tenía una respuesta adecuada para darle a mi padre.
Pienso que mi padre se equivocó al juzgar la validez de la afirmación de nuestra Iglesia de que tenemos la autoridad divina basándose en las faltas de los varones con los que se relacionaba en el barrio; pero en la pregunta que me hizo se halla una suposición correcta de que los hombres que portan el santo sacerdocio de Dios deben ser diferentes a los demás hombres. Los hombres que poseen el sacerdocio no son intrínsecamente mejores que los demás, pero deberían comportarse de forma diferente. Los hombres que poseen el sacerdocio no sólo deberían recibir la autoridad de dicho sacerdocio sino llegar a ser dignos y fieles por medio del poder de Dios. “…Sed limpios, los que lleváis los vasos del Señor…” (D. y C. 38:42).
Nunca he olvidado las lecciones acerca de la autoridad y el poder del sacerdocio que aprendí de mi padre, un hombre bueno que no era de nuestra religión y que esperaba más de los hombres que afirmaban portar el sacerdocio de Dios. Aquella conversación de domingo por la tarde que tuve hace muchos años con mi papá inculcó en mí el deseo de ser un “buen muchacho”. No quería dar un mal ejemplo y ser una piedra de tropiezo para el progreso de mi padre al aprender acerca del Evangelio restaurado. Sencillamente quería ser un buen muchacho. El Señor necesita que todos los que portamos Su autoridad seamos honorables, virtuosos y buenos muchachos en todo momento y en todo lugar.
Tal vez les interese saber que unos años después, mi padre se bautizó y, en el momento oportuno, tuve la oportunidad de conferirle el Sacerdocio Aarónico y el de Melquisedec. Una de las grandes experiencias de mi vida fue observar a mi padre recibir la autoridad y, en última instancia, el poder del sacerdocio (“Los poderes del cielo”, Conferencia General de abril de 2012).
Élder Quentin L. Cook
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
Incluso las empresas que valen la pena tienen que evaluarse para determinar si se han convertido en distracciones que nos alejen de las mejores metas. Durante mi adolescencia tuve una inolvidable conversación con mi padre. Él no creía que suficientes jóvenes se estuviesen concentrando en metas importantes de largo alcance, como el empleo o el proveer para la familia, ni preparándose para ellas.
El estudiar con ahínco y obtener experiencia en un trabajo inicial siempre ocupaban un lugar importante en la lista de prioridades de mi padre. Él pensaba que las actividades extracurriculares, como el debate y el gobierno estudiantil podían tener alguna conexión directa con algunas de mis metas importantes. No estaba tan seguro en cuanto a la gran cantidad de tiempo que pasaba participando en fútbol americano, baloncesto, béisbol y atletismo. Reconocía que los deportes desarrollan la fuerza, la resistencia y el trabajo en equipo, pero afirmaba que quizás concentrarse en un solo deporte por un período más corto sería mejor. En su opinión, los deportes eran buenos pero no lo mejor para mí (“Elijan sabiamente”, Conferencia General de octubre de 2014).
Élder D. Todd Christofferson
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
Hace años, cuando mis hermanos y yo éramos niños, nuestra madre se sometió a una gran operación quirúrgica para erradicar un cáncer. Estuvo muy cerca de morir. Fue necesario extirparle mucho tejido del cuello y del hombro, y durante mucho tiempo fue muy doloroso para ella usar el brazo derecho.
Una mañana, a un año de la operación, mi padre la llevó a una tienda de artículos eléctricos y le pidió al gerente que le mostrara cómo usar una plancha para ropa que él tenía. Se llamaba Ironrite. La máquina se operaba desde una silla, para lo cual se presionaban unos pedales con la rodilla para bajar un rodillo acojinado contra una superficie caliente de metal y hacerlo girar, y por allí se hacían pasar las camisas, pantalones, vestidos y demás prendas de ropa. Como podrán imaginar, esto facilitaba el planchado (y era mucho, pues en nuestra familia éramos cinco varones), en especial para una mujer con un uso limitado de su brazo. Mi madre se sorprendió cuando papá compró la máquina y la pagó en efectivo. A pesar del buen ingreso que él tenía como veterinario, la operación de mamá y los medicamentos los habían dejado en una situación financiera difícil.
De camino a casa, mi madre estaba alterada: “¿Cómo podremos pagarla? ¿De dónde salió el dinero? ¿Cómo nos arreglaremos a partir de hoy?”. Papá le contó que durante casi un año no había almorzado para ahorrar el dinero suficiente. “Ahora cuando planches”, le dijo, “no tendrás que dejar de hacerlo e ir al dormitorio a llorar hasta que se te pase el dolor del brazo”. Ella no sabía que él se había dado cuenta. En ese tiempo yo no me percaté del sacrificio y del acto de amor de mi padre por mi madre, pero ahora que lo sé, me digo a mí mismo: “He ahí a un hombre” (“Seamos hombres”, Conferencia General de octubre de 2006).
Élder Neil L. Andersen
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
He pensado a veces en lo diferente que son las vidas de mis hijos comparadas con la mía, habiéndome criado en la pequeña granja familiar en el sur de Idaho en las décadas de 1950 y 1960. Días largos en los que ponía una cerca con mi padre, horas calladas en las que movía tubos de irrigación en los sembrados de papas (patatas), una casa en la que había un televisor que tenía sólo tres canales, sin computadora, sin MP3, sin teléfonos móviles, con pocos viajes más allá de los pueblos cercanos, pocas distracciones y mucho tiempo en familia, tales fueron los cimientos de muchas personas de mi generación (“Un regalo digno de más atención”, Liahona, diciembre de 2010).