La Expiación del Señor Jesucristo

M. Russell Ballard
Cuórum de los Doce Apóstoles


Si en verdad pudiésemos comprender la expiación del Señor Jesucristo, nos daríamos cuenta de lo valioso que es un hijo o una hija de Dios

En el mes de enero 2004 nuestra familia sufrió la trágica pérdida de nuestro nieto Nathan en un accidente aéreo. Nathan sirvió en la Misión Báltica ruso hablante; amaba a la gente y sabía que era un privilegio servir al Señor. Ese accidente acabó con su vida tres meses después de que yo oficié en su matrimonio eterno a su querida Jennifer. El que Nathan haya sido arrebatado tan repentinamente de nuestra presencia ha vuelto nuestro corazón y nuestra mente a la expiación de nuestro Señor Jesucristo. Aunque me es imposible expresar el pleno significado de la expiación de Cristo, ruego poder explicar lo que Su expiación significa para mí y para nuestra familia, y lo que también podría significar para ustedes y sus familiares.

El precioso nacimiento del Salvador, Su vida, Su expiación en el Jardín de Getsemaní, el sufrimiento en la cruz, Su sepultura en la tumba de José y Su gloriosa resurrección se convirtieron en una renovada realidad para nosotros. La resurrección del Salvador nos asegura a todos que algún día, nosotros, también, lo seguiremos y experimentaremos nuestra propia resurrección. Qué gran paz y consuelo nos da este don, el cual viene mediante la amorosa gracia de Jesucristo, el Salvador y Redentor de toda la humanidad. Gracias a Él, sabemos que podremos estar con Nathan otra vez.

No hay mayor expresión de amor que la heroica Expiación que llevó a cabo el Hijo de Dios.

No hay mayor expresión de amor que la heroica Expiación que llevó a cabo el Hijo de Dios. Si no hubiera sido por el plan de nuestro Padre Celestial, establecido antes de que el mundo fuese, en verdad toda la humanidad —pasada, presente y futura— habría permanecido sin la esperanza de progreso eterno. Como resultado de la transgresión de Adán, los seres mortales fueron separados de Dios (véase Romanos 6:23), y lo hubiesen estado para siempre, a menos que se encontrase el modo de romper las ligaduras de la muerte. Eso no sería fácil, ya que requería el sacrificio vicario de uno que fuese sin pecado y que, por lo tanto, pudiese tomar sobre Sí los pecados de toda la humanidad.

 

Descargar video: pequeño mediano grande

Estamos agradecidos porque Jesucristo valientemente llevó a cabo ese sacrificio en la antigua Jerusalén. Allí, en la tranquilidad del Jardín de Getsemaní, se arrodilló entre los torcidos olivos, y de manera milagrosa, que ninguno de nosotros puede comprender totalmente, el Salvador tomó sobre Sí los pecados del mundo. A pesar de que Su vida era pura y libre de pecado, Él pagó el castigo máximo del pecado — el de ustedes, el mío y el de todos los que hayan vivido. Su agonía mental, emocional y espiritual fue tan grande que hizo que sangrara por cada poro (véase Lucas 22:44; D. y C. 19:18). No obstante, Jesús sufrió voluntariamente a fin de que todos pudiésemos tener la oportunidad de ser limpios— mediante la fe en Él, al arrepentirnos de nuestros pecados, al ser bautizados por la debida autoridad del sacerdocio, al recibir el don purificador del Espíritu Santo mediante la confirmación y al aceptar todas las demás ordenanzas esenciales. Sin la expiación del Señor, ninguna de esas bendiciones estarían a nuestro alcance, y no podríamos llegar a ser dignos y estar preparados para regresar a morar en la presencia de Dios.

Christ in Gethsemane

Detalle de Getsemaní , por Simon Dewey . No copies.

Creo que si en verdad pudiésemos comprender la expiación del Señor Jesucristo, nos daríamos cuenta de lo valioso que es un hijo o una hija de Dios. Creo que el propósito eterno de nuestro Padre Celestial para con Sus hijos generalmente se logra mediante las cosas pequeñas y sencillas que hacemos unos por otros. La palabra “uno” es una parte importante de la palabra expiación en inglés. Si toda la humanidad comprendiera esto, no habría nadie de quien no nos preocupáramos, sin importar edad, raza, género, religión o nivel social o económico; nos esforzaríamos por emular al Salvador y nunca seríamos descorteses, indiferentes, irrespetuosos ni insensibles a los demás.

Si en verdad entendiésemos la Expiación y el valor eterno de toda alma, iríamos en busca del joven, de la jovencita y de todo hijo descarriado de Dios; les ayudaríamos a saber del amor que Cristo tiene por ellos; haríamos todo lo que estuviese a nuestro alcance por ayudarlos a prepararse para recibir las ordenanzas salvadoras del Evangelio.

Cuando pienso en Nathan y lo mucho que lo queremos, puedo ver y sentir más claramente lo que nuestro Padre Celestial debe sentir por todos Sus hijos. No queremos que Dios llore porque no hicimos todo lo posible por compartir con Sus hijos las verdades reveladas del Evangelio. Ruego que cada uno de nuestros jóvenes trate de conocer las bendiciones de la Expiación y se esfuerce por ser digno de servir al Señor en el campo misional. Ciertamente muchos más matrimonios mayores y otras personas cuya salud se los permitiera desearían ansiosamente servir al Señor como misioneros si meditaran en el significado del sacrificio expiatorio del Señor Jesucristo. Fue Jesús quien dijo: “Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!” (D. y C. 18:15, cursiva agregada). No sólo eso, sino que grande será el gozo del Señor en el alma que se arrepiente, porque toda persona es valiosa para Él.

Nuestro Padre Celestial nos ha tendido la mano para que lleguemos a Él mediante la Expiación de nuestro Salvador. Él invita a todos “que [vengan] a Cristo, el cual es el Santo de Israel, y [participen] de su salvación y del poder de su redención” (Omni 1:26). Él nos ha enseñado que por medio de nuestra fiel adherencia a los principios del Evangelio, que al recibir las ordenanzas salvadoras que han sido restauradas, que mediante el servicio constante y al perseverar hasta el fin, podremos volver a Su presencia sagrada. ¿Qué otra cosa podríamos saber en este mundo que fuese más importante que esto?

Lamentablemente, en el mundo actual, la importancia de la persona muchas veces se determina por el tamaño del auditorio ante el cual él o ella se presenta. Ésa es la forma en que se clasifican los programas de deportes o de comunicación, como se determina la prominencia de las empresas y a veces como se obtiene el rango gubernamental. Tal vez ésa sea la razón por la que los papeles como el de “padre”, “madre” y “misionero” raras veces reciben el aplauso de la gente. Los padres, las madres y los misioneros llevan a cabo su tarea ante un público muy reducido. Sin embargo, a los ojos del Señor, tal vez haya sólo un tamaño de auditorio que es de importancia perdurable: es el de uno, cada uno, ustedes y yo, y cada uno de los hijos de Dios. La ironía de la Expiación es que es infinita y eterna, y no obstante se aplica en forma individual, una persona a la vez.

La ironía de la Expiación es que es infinita y eterna, y no obstante se aplica en forma individual, una persona a la vez.

Nunca jamás subestimen el valor de una persona. Recuerden siempre la sencilla admonición del Señor: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Esfuércense siempre por vivir dignos de las sagradas y plenas bendiciones de la expiación del Señor Jesucristo. En nuestro dolor por la separación de nuestro querido Nathan, ha venido la paz que únicamente el Salvador y Redentor puede dar. Nuestra familia se ha vuelto a Él, uno por uno; y ahora cantamos con mayor agradecimiento y entendimiento:

“Cuán asombroso es que por amarme así

muriera Él por mí.

Cuán asombroso es lo que dio por mí”.

(“Asombro me da”, Himnos Nº 118).

Ruego que den a los demás, y que reciban por ustedes mismos, toda bendición que brinda la expiación del Señor Jesucristo.