El pequeñito nacido en un establo y mecido en un pesebre fue la dádiva de un amoroso Padre Celestial al mundo, dijo el presidente Henry B. Eyring, primer consejero de la Primera Presidencia, en el devocional de Navidad el 5 de diciembre.
“Él fue el prometido Redentor del mundo, el Salvador de la humanidad, el Hijo del Dios viviente. Él estaba con Su Padre antes de venir a la tierra en la vida terrenal y fue el Creador del mundo en el que nos hallamos”.
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El devocional de Navidad de la Primera Presidencia es una oportunidad para que cada año el Presidente de la Iglesia y sus consejeros den testimonio del Salvador y ofrezcan mensajes navideños a los miembros de la Iglesia y a otros que buscan seguir al Señor Jesucristo. El evento también lo ven cientos de miles por todo el mundo, gracias a que se transmite por el sistema de satélite de la Iglesia y por las emisoras afiliadas a la Universidad Brigham Young.
“Muchos de ustedes encontrarán maneras de dar alimento a personas que padecen hambre en esta época navideña”, dijo el presidente Eyring. “Al hacerlo, le llevarán gozo al Señor. “Aún así, Él nos enseñó que hay una manera de dar una dádiva aún más invaluable y duradera. Él dijo, ‘Yo soy el pan de vida; el que a mí viene nunca tendrá hambre; y el que en mí cree no tendrá sed jamás’ (Juan 6:35)”.
El presidente Eyring dijo que el Salvador había sugerido dos cosas que los miembros de la Iglesia pueden hacer que causarán que Él tenga gozo. Primero, ofrecerle a Él un corazón quebrantado y un espíritu contrito, demostrando fe en Él y una creencia en Su Expiación. “Podemos arrepentirnos y hacer convenios sagrados con Él”, dijo el presidente Eyring. Segundo, servir a los demás haciendo por ellos lo que Él haría por ellos. “Muchos de ustedes ya lo han hecho y han sentido Su aprecio”, añadió.
El presidente Eyring dijo que cada acto de bondad hacia alguien llega a ser un acto de bondad hacia el Salvador, quien ama a todos los hijos de Su Padre. “Dado que eso le genera gozo a Él, también conlleva gozo a Su Padre, a quien le debemos una gratitud infinita”, dijo el presidente Eyring.
Destacando que el Salvador vino a la tierra en circunstancias humildes y trabajo en el taller de carpintería de Su padre terrenal, el presidente Eyring dijo, “Durante su ministerio terrenal, recorrió los polvorientos caminos de Palestina, sanó a los enfermos, levantó a los muertos, enseñó el Evangelio a personas que lo rechazaron, entregó Su vida en el monte del Calvario, se levantó al tercer día en lo que fue el comienzo de la Resurrección para romper las ligaduras de la muerte de todos nosotros”.
Cristo pagó el precio de todos nuestros pecados, dijo el presidente Eyring, indicando que aquellos que han sentido la paz y sanación del Salvador tienen el corazón colmado de gratitud. También lo tienen las personas que los aman, dijo él.
“Como Santos de los Últimos Días, nuestro corazón rebosa de gratitud por un Padre Celestial amoroso y Su Hijo Amado. Agradecemos sentir esa bendición gracias a la fe de un joven de 14 años, José Smith”, dijo el presidente Eyring, indicando que la oración de José en una mañana de primavera de 1820 hizo posible un testimonio seguro de que nuestro Padre Celestial y Su hijo Jesucristo viven y nos aman.
“La dádiva de esa gloriosa convicción de que nos conoce y nos ama”, dijo él “nos sostiene durante las pruebas que nos deparará la vida. Nunca debemos sentirnos solos. Nunca debemos perder la esperanza”.
El presidente Eyring habló de su visita a una tía en un asilo de ancianos hace unos años. Ella era de edad avanzada, viuda y no podía cuidar de sí misma. No reconoció ni al presidente Eyring ni a los otros familiares en la sala. Pero su faz desprendía amor y gozo y, cada tanto, repetía seis palabras de un conocido himno: “Yo sé que vive mi Señor”.
“Aunque el paso de los años había despojado su vida de aquello que tanto gozo le producía, aún retenía los dones supernos que nosotros sentimos en Navidad”, dijo el presidente Eyring. “Recordaba a Su Redentor. Sabía que Él vivía. Sentía Su amor; y sentía Su amor por todos los hijos del Padre Celestial, doquier que estuviesen y cualesquiera que fueran sus circunstancias”.
Él se dio cuenta de que su tía había compartido con él la misma dádiva que ella había recibido. “Ella conocía la fuente de la paz que sentía. Y llena del amor y la gratitud que sentía por el Salvador, quiso que participáramos de esa bendición con ella”, dijo él.
Ese sentimiento debe ser parte de la Navidad, dijo el presidente Eyring. “Sentimos el espíritu de dar y sentimos gratitud por lo que se nos ha dado”, dijo él. “Celebrar la Navidad nos ayuda a guardar nuestra promesa de recordarle siempre y recordar los dones que Él nos da. Ese recuerdo crea en nosotros el deseo de darle ofrendas a Él”.