Mis queridos hermanos y hermanas, no sé exactamente cuál será nuestra experiencia el día del juicio, pero me sorprenderá mucho si en algún momento de la conversación Dios no nos pregunta exactamente lo mismo que Cristo le preguntó a Pedro: “¿Me amaste?”. Creo que Él querrá saber si, en nuestra comprensión sumamente mortal, muy inadecuada y a veces infantil de las cosas, al menos comprendimos un mandamiento, el primero y el más grande mandamiento de todos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas y con toda tu mente” (Lucas 10:27; véase también Mateo 22:37–38). Y si en ese momento podemos balbucear: “Sí Señor, tú sabes que te amo”, entonces Él quizás nos recuerde que la característica suprema del amor es siempre la lealtad.
“Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15), dijo Jesús. De modo que tenemos vecinos a quienes bendecir, niños a quienes proteger, a pobres a quienes elevar y la verdad que defender. Tenemos errores que rectificar, verdades que compartir y bienes que hacer. En una palabra, tenemos una vida de discipulado devoto que dar a fin de demostrar nuestro amor por el Señor. No podemos desistir y no podemos volver atrás.