Soledad, preocupación, apatía e incertidumbre. Estos son solo algunos de los sentimientos que acompañan los desafíos de la experiencia humana: cosas como la edad avanzada, niños con problemas, preguntas acerca de Dios y proveer para las necesidades de una familia.
Son desafíos más grandes que nosotros; más grandes que el consejo que podemos obtener de los mejores libros; más grandes que la ayuda que podemos obtener de las personas y los programas. Son obstáculos por los que Dios prometió: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7).
La oración alimenta nuestras actividades diarias
Jesús nos enseñó que debemos acudir a Dios cada día por la dirección y la ayuda que necesitamos en ese día en particular. Pero, ¿lo hacemos?
Al igual que un himno conocido pregunta:
¿Con fervor orar pensaste
al amanecer?
¿Suplicaste por la gracia
y amparo este día
en tu oración?
La oración puede alimentar nuestras actividades diarias como un escudo de la tentación, un descanso de la fatiga de tener temor e incertidumbre, y como un vehículo para “cambiar nuestra noche en día” cuando Su luz y amor llenan más plenamente nuestro corazón.
El autor C. S. Lewis lo describió de esta manera: “Dios ha diseñado la máquina humana para que funcione sobre Él mismo. Él mismo es el combustible para el cual nuestro espíritu fue diseñado a quemar, o el alimento para el cual nuestro espíritu fue diseñado a consumir. No hay otro”.
Mediante la oración, Dios alimentará nuestro matrimonio, nuestros hijos, nuestro trabajo, nuestras decisiones, nuestro testimonio, nuestros sentimientos y nuestras metas. Su alimento puede venir en formas tales como la sabiduría, la perspectiva eterna, el valor o la paz. Y Su alimento no solo nos ayuda con nuestros problemas, sino que nos ayuda a ser lo mejor que podamos, “para arrepentirse, mejorar y con el tiempo alcanzar ‘la medida de la estatura de la plenitud de Cristo’”. El élder D. Todd Christofferson nos recuerda que es porque podemos acudir a Dios por la ayuda que necesitamos cada día que podemos llegar a ser mejores.
La oración alimenta nuestra memoria
La oración nos recuerda que somos hijos de un amoroso Padre Celestial que nos concede acceso personal a Él y a Sus realidades eternas.
Como dijo el presidente Henry B. Eyring: “No se trata de qué palabras usamos… Es una forma de acercarse al Padre Celestial con la intención de que Él nos reconozca personalmente. Él es el Dios de todo, el Padre de todos y aun así está dispuesto a prestar toda Su atención a uno de Sus hijos”.
Un ejemplo de esto es cuando José Smith, mientras estaba en la cárcel de Liberty, suplicó en oración desesperada, “Oh Dios, ¿en dónde estás?”. Un amoroso Padre respondió: “Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento” (D. y C. 121:1, 7; cursiva agregada).
Es probable que ese reconocimiento personal le diera a José el alimento para soportar un poco más.
Desde José Smith a Moisés y María, la madre de Jesús, hay numerosos ejemplos en las Escrituras de Dios usando Su voz o la voz de Sus siervos para hablar a Sus hijos en su nombre. Cada comunicación era personal; cada comunicación era especial. Debido a que Dios es el mismo ayer, hoy y siempre, esas comunicaciones personales aún continúan. Ellas pueden alimentar nuestro recuerdo de que cada uno de nosotros tiene una relación personal con Dios.
Es tanto sencilla como profunda, algo que el presidente Gordon B. Hinckley nos recuerda en unas frases cortas:
Son, ciertamente, [hijos] de Dios…
Él es su Padre Eterno
y los ama.
Pueden acudir a Él en oración.
Él [los] ha invitado a hacerlo…
Es algo maravilloso.
Él es el más grande de todos,
el Creador y Gobernante del universo,
y, sin embargo, ¡escuchará su oración!
—Presidente Gordon B. Hinckley
La oración impulsa nuestro progreso
Con Dios, mediante la oración, todo es posible, y sin la oración no tenemos el poder para progresar. La oración es el portal para el progreso. Como enseñó el élder Kevin W. Pearson: “Sin la oración, no es posible regresar al Padre; sin la oración, no podemos lograr el arrepentimiento, el perdón y el poder purificador de la Expiación; sin la oración, es imposible tener fe suficiente para entender y guardar los mandamientos; sin la oración, no tendríamos acceso al poder espiritual que se necesita para evitar la tentación y superar las pruebas y la adversidad”.
Al navegar por los obstáculos y las oportunidades de esta experiencia terrenal, podemos hacerlo en colaboración con Dios, quien dijo: “Esta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”. La oración es el vehículo a través del cual Él alimenta nuestra vida, nos concede Su atención personal y completa, y hace posible nuestro progreso. Todo lo que tenemos que hacer para “llenarnos” es pedir a Dios.