Puede que haya algunos de ustedes que sientan que los invade la oscuridad; quizás se sientan agobiados por la preocupación, el miedo y la duda. Para ustedes y para todos nosotros, repito una verdad hermosa y certera: la luz de Dios es real. ¡Está a disposición de todos! Da vida a todas las cosas (véase Doctrina y Convenios 88:11–13). Tiene el poder para atenuar la punzada de la herida más profunda; puede ser un bálsamo sanador para la soledad y la enfermedad de nuestra alma. En los surcos de desesperación, puede sembrar las semillas de una esperanza más resplandeciente. Puede alumbrar los valles de dolor más profundos, iluminar el sendero que tenemos por delante y guiarnos a través de la más oscura noche hasta llegar a la promesa de un nuevo amanecer.
Éste es “el Espíritu de Cristo” que “da luz a todo hombre que viene al mundo” (D. y C. 84:45–46).