Las lecciones aprendidas al invitar a Cristo a ser el autor de mi historia
Conferencia de BYU para mujeres 2024
Viernes 3 de mayo de 2024
Es un tiempo glorioso para ser mujer, una mujer del convenio, en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
¿De qué, o de quién, deriva mi optimismo?
Permítanme comenzar con mi testimonio de que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días está dirigida por un poderoso profeta de Dios, el Presidente Russell M. Nelson, quien hoy es el portavoz del Señor en la tierra, no solo para los miembros de la Iglesia, sino para todo el mundo.
¿Por qué me siento reconfortada, inspirada, esperanzada y amada cuando escucho hablar al presidente Nelson y cuando estudio sus palabras? Porque habla en nombre del Salvador, cuya Iglesia dirige. Las palabras del presidente Nelson son Sus palabras, pronunciadas como profeta para impulsarnos a cambiar y acercarnos más a Jesucristo.
Me siento inmensamente bendecida por servir durante esta época. El presidente Nelson es especialmente sensible a nosotras, las hermanas de la Iglesia. Es padre de nueve hijas; ¡él nos entiende!
El presidente Nelson las ama, queridas hermanas. Él se preocupa por nuestra salud física, emocional y espiritual. Él quiere que seamos felices. Él nos dirige al Salvador, quien es nuestra Fuente de alivio. Jesucristo es la fuente principal de mi optimismo.
He realizado un estudio personal de las palabras del presidente Nelson y escucho uno de sus discursos todas las mañanas, cuando me estoy preparando para el día. Sus mensajes reconfortantes, esperanzadores, amorosos y proféticos siempre me fortalecen para los desafíos del día, y siempre escucho algo nuevo. A menudo subrayo y anoto ideas que no había tenido antes.
Hermanas, el profeta ha respondido a mis preguntas, o me ha dado confianza cuando aún no sabía la respuesta.
Creo que él también ha respondido a muchas de sus preguntas, pero me temo que a veces todos buscamos respuestas de fuentes poco confiables, o no recurrimos a las mejores fuentes: el profeta, las Escrituras y el Espíritu.
Estamos acostumbradas a las respuestas de Google, rápidas y concisas. Hacemos nuestra pregunta y obtenemos una respuesta rápida, y si no nos gusta la respuesta, podemos buscar una respuesta que nos convenga.
Comparemos eso con lo que el profeta nos ha invitado a hacer: dejar que Dios prevalezca viviendo dignamente y aprendiendo a reconocer las impresiones y respuestas del Espíritu Santo, lo cual requiere esfuerzo.
El presidente Nelson dijo: “En los días futuros, no será posible sobrevivir espiritualmente sin la influencia guiadora, orientadora, consoladora y constante del Espíritu Santo”.
Mantener la presencia del Espíritu requiere esfuerzo, energía, oración, estudio de las Escrituras y de las palabras de los profetas vivientes, preparación para participar de la Santa Cena, arrepentimiento y actos personales de devoción diaria. ¡Así, hermanas, es como obtendremos nuestras respuestas!
Quizás crean que no tienen tiempo para todo eso. Tal vez estén estudiando, teniendo hijos, criándolos y cuidándolos, ganándose la vida, sirviendo en la Iglesia o cuidando a sus padres; tal vez estén haciendo muchas de esas cosas simultáneamente,
como yo lo hice.
Espero que puedan aprender de mi experiencia.
Lo que he descubierto al tratar de balancear mis responsabilidades es que establecer prioridades es fundamental para el éxito y la felicidad.
El amor a Dios y el amor a Sus hijos: primero y segundo lugar.
Mi vida profesional como abogada nunca estuvo en primer o segundo lugar.
Mi trabajo era un medio para alcanzar el fin de bendecir a mi familia.
Cuando damos prioridad al primer gran mandamiento y al segundo, estamos dejando que Dios prevalezca.
Cuando damos prioridad al amor a Dios, y a nuestro prójimo y a nuestra familia, las cosas que no tienen importancia eterna desaparecen de la lista.
Cuando estaba ocupada criando a tres niños pequeños, tratando de ser una esposa devota, ejerciendo la abogacía y prestando servicio en mis llamamientos de la Iglesia, había momentos en los que mi estudio de las Escrituras era inconstante y mayormente lo hacía en preparación para cumplir con mi llamamiento del domingo.
Pero lo que aprendí es que soy mucho más eficiente y eficaz cuando incluyo el estudio de las Escrituras en mi rutina diaria.
¡Logro más cuando hago primero las cosas que más importan!
Cuando damos prioridad a los actos diarios de devoción al Padre Celestial y al Salvador —incluso la oración y el estudio de las Escrituras y las palabras de los profetas vivientes— invitamos al Espíritu a ser nuestro compañero constante;
entonces recibiremos respuestas y dirección para nuestra vida, y claridad de pensamiento.
Tomen nota: no estoy diciendo que dejar que Dios prevalezca y tener la compañía del Espíritu hará que su camino sea fácil. Estamos ascendiendo; es un camino cuesta arriba. Habrá momentos de tensión; o días, meses y años de tensión. No se trata de comodidad; se trata de crecimiento, cambio, reconocer nuestra naturaleza divina y llegar a ser como el Salvador.
Hermanas, las invito a cultivar su testimonio de verdades fundamentales. Sí, requiere esfuerzo; pero a medida que entendamos y aceptemos la verdad fundamental, nuestro deseo de dejar que Dios prevalezca en nuestras vidas aumentará. Invitaremos a Jesucristo a ser el autor y consumador de nuestra fe y de nuestras historias. Querremos entregarle nuestra vida a Él, obteniendo fortaleza y poder de nuestra conexión por convenio con Él.
Las invito a permanecer en el tronco del árbol.
Dediquen su valioso tiempo a esforzarse por entender los puntos fundamentales de la doctrina que nutren las raíces del árbol. Por ejemplo:
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La naturaleza de mi relación por convenio con Dios
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El Salvador y Su Expiación
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Cómo ejercer fe en Él
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El glorioso plan de felicidad
Luego, cuando tengan una pregunta sobre una de las hojas, consideren cómo se conecta con la rama y luego con el tronco, o la doctrina fundamental central del Evangelio.
Por ejemplo, cuando estoy firmemente arraigada en la verdad de que Dios nos ama y dirige Su obra por medio de profetas vivientes, y cuando conozco esa “doctrina troncal”, puedo conformarme con no saber la respuesta a una pregunta sobre una de las hojas.
Debemos pagar el precio para saber que los profetas de Dios son Sus portavoces, que Jesucristo dirige activamente Su Iglesia y que podemos confiar en Él con total certeza, incluso cuando no lo entendamos completamente; luego, las hojas añaden contexto y conocimiento espiritual al tronco del árbol.
Hace poco, una mujer me preguntó: “Hermana Johnson, está tan segura acerca del profeta; cita frecuentemente al presidente Nelson con tanta convicción. ¿Cómo obtengo mi propio testimonio de él y de quince profetas, videntes y reveladores?”.
Le dije a mi nueva amiga, y les digo a todas ustedes: “Experimenten con sus palabras”.
Deseen creer que esta es la Iglesia restaurada de Jesucristo porque ha sido organizada tal como el Salvador organizó Su Iglesia cuando estuvo aquí en la tierra: con Doce Apóstoles.
Ejerciendo fe, planten las palabras del presidente Russell M. Nelson en su corazón al estudiar sus mensajes con espíritu de oración; son una buena semilla que ensanchará su alma e iluminará su entendimiento.
Sigan nutriendo esa planta a medida que empiece a crecer, aplicando el consejo del presidente Nelson. Hermanas, les prometo que su semilla crecerá con fe y diligencia, y la recompensa será un fruto delicioso.
Para mí, el fruto delicioso es el optimismo ante la incertidumbre. Es confianza en no tener una respuesta para todas las preguntas. Es sentir gozo y dolor al mismo tiempo. Es confiar en que Jesucristo es el autor y consumador de mi historia.
El presidente Nelson se refirió recientemente a “dos mujeres valientes: Eva, ‘la madre de todos los vivientes’, y María, la madre de nuestro Señor Jesucristo”. Son ejemplos asombrosos de “poner las cosas completamente en manos del Señor y confiar en Él enteramente”; ellas ejemplifican cómo dejar que Dios prevalezca.
Consideremos a Eva: ella estaba en el Jardín de Edén; la vida era buena; no había espinas ni cardos, había mucho que comer y todo era en paz. Y Eva, “la madre de todos los vivientes”, ejerció ese don divino del albedrío, y con “valor y […] sabiduría” participó del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Su decisión de dejar la comodidad del jardín por los problemas de este mundo nos permitió a ustedes y a mí tomar la decisión de venir a esta tierra y ser probados. ¿Ejerceré el don divino del albedrío para permitir que Dios prevalezca en mi vida como lo hizo Eva?
El presidente Nelson explicó: ”Fue nuestra gloriosa madre Eva —con su trascendental visión del plan de nuestro Padre Celestial— quien dio inicio a lo que llamamos ‘la Caída’. Su sabia y valiente elección, y el decidido apoyo de Adán, hicieron que avanzara el plan de felicidad de Dios. Ellos hicieron posible que todos viniéramos a la tierra, recibiéramos un cuerpo y demostráramos que escogeríamos defender a Jesucristo ahora, así como lo hicimos en la vida premortal”.
La decisión de Eva no fue una caída hacia abajo sino una caída hacia adelante, una caída hacia arriba, porque permitió que Dios prevaleciera.
Creo que “muy pocos de nosotros escribiríamos [en las] historia[s de nuestra vida] las pruebas que nos refinan. [Nos quedaríamos en el jardín elaborando nuestra propia narrativa]. Sin embargo, ¿no nos encanta leer la gloriosa culminación de una historia en la que el protagonista vence en la lucha? Las pruebas [esos momentos de crecimiento] son los elementos de la trama que hacen que nuestras historias favoritas resulten cautivadoras y atemporales, promuevan la fe y merezcan ser contadas”. Vale la pena contar la historia de Eva, porque ella decidió dejar la comodidad del jardín. Si ella se hubiera quedado, no habría habido ninguna historia que contar.
“Valiente”, “sabia”, “audaz”: estas son las palabras que los profetas han utilizado para describir la decisión de Eva.
De no haber sido por su decisión, Eva y Adán “nunca habría[n] tenido posteridad, ni hubi[eran] conocido jamás el bien y el mal, ni el gozo de [su] redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los que son obedientes”.
Consideremos a María, la madre de Jesucristo. Igualmente valiente, sabia y audaz, fue elegida para ser la madre del Salvador del mundo. El presidente Nelson dijo de ella: “María, la madre de nuestro Redentor, fue un ejemplo perfecto de la sumisión completa a la voluntad de Dios […]. Mantuvo [la] reserva […]. Con fe, superó el dolor”. Y cuando el Padre Celestial retiró Su Espíritu para que Jesucristo pudiera llevar a cabo Su sacrificio expiatorio, María permaneció con su hijo.
Recuerden su respuesta al ángel que le recordó una asignación que había aceptado en el mundo preterrenal: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”. Parafraseándola: “Que Dios prevalezca”.
Hermanas, ellas y otras heroínas de las Escrituras confirman que las mujeres que están dispuestas a dejar que Dios prevalezca son parte integral, incluso esencial, en el plan de felicidad de Dios para Sus hijos. Al conmemorar el Día de la Madre, celebremos las contribuciones de estas dos madres nobles y valientes que literalmente cambiaron el mundo.
En una súplica a nosotras, las mujeres del convenio de Dios, el presidente Nelson dijo:
“Necesitamos de su fortaleza, su conversión, su convicción, su capacidad para dirigir, su sabiduría y sus voces. ¡El Reino de Dios no está completo, ni puede estarlo, sin las mujeres que hacen convenios sagrados y los guardan; mujeres que pueden hablar con el poder y la autoridad de Dios! […].
Necesitamos mujeres que tengan la valentía y la visión de nuestra madre Eva”.
En marzo de 2024, el presidente Nelson reiteró ese llamado:
“Hermanas, necesitamos que sus voces enseñen la doctrina de Cristo. Necesitamos su capacidad como mujeres para detectar el engaño y expresar la verdad. Necesitamos su sabiduría inspirada en sus consejos de familia, de barrio y de estaca, así como en otros lugares de influencia en todo el mundo. ¡Sus familias, la Iglesia y el mundo las necesitan! Hermanas, nadie puede hacerlo todo, ni tampoco deben intentarlo. No obstante, sé cuán crucial es su parte en la edificación del Reino de Dios”.
Y como siempre, amable y amoroso, el presidente Nelson nos bendijo para que cumpliéramos nuestro propósito, él dijo: “Las bendigo para que se den cuenta de que sus dones divinos como hijas de Dios les dan el poder no solo de cambiar vidas, ¡sino de cambiar el mundo!”.
Oh, hermanas, ¡cómo espero que el Espíritu Santo les esté enseñando cuán vitales son para preparar el mundo para la Segunda Venida de nuestro Salvador. Por invitación divina, podemos “prepara[r] a las futuras generaciones de la Iglesia del Señor y del mundo” para ese glorioso día si estamos dispuestos a permitir que Dios prevalezca.
“Jesucristo está presto para utilizarnos como instrumentos divinos, como lápices afilados en Su mano, ¡a fin de escribir una obra maestra!” Con misericordia, está dispuesto a utilizarme a mí, un lápiz flacucho, como instrumento en Sus manos, si tengo fe para permitírselo, si dejo que Él sea el autor de mi historia”.
Hermanas, están escuchando ecos de un discurso que pronuncié en la Conferencia General de octubre de 2021 titulado “Inviten a Cristo a ser el autor de su historia”. Mi historia personal, mi propia lucha, está en ese discurso.
En 2016, en medio de tres décadas de matrimonio, teniendo hijos, criando y amando a nuestros tres hijos, ejerciendo como abogada a tiempo completo, sirviendo en llamamientos de la Iglesia y atendiendo las necesidades de nuestros familiares, mi esposo, Doug, y yo fuimos llamados a servir como líderes de misión en Arequipa, Perú. Nos fuimos justo después del nacimiento de nuestro primer nieto, y en ese momento pensé que sabía exactamente lo que significaba dejar que el Salvador fuera el autor de mi historia. Doug y yo le entregamos tres años porque habíamos hecho convenio en la Casa del Señor de sacrificar y consagrar nuestros talentos, tiempo y energía para edificar Su reino.
Regresamos a casa en 2019, con dos nuevas nietas y me adapté a mis nuevas funciones. Nuestros dos hijos mayores se casaron, el menor estaba enamorado y pronto se casaría. Ya no tendría hijos viviendo bajo mi techo; volví a ejercer como abogada, y mi llamamiento favorito, como mamá y abuela.
Entonces llegó el llamamiento de servir como Presidenta General de la Primaria. La narrativa cómoda que había escrito para mí era que iba a pasar tiempo con mi familia, que ejercería como abogada otra década para garantizar nuestra seguridad económica, y que serviría en mi barrio o en el templo.
Les testifico que, al guardar los convenios que hemos hecho, abrimos la línea de comunicación para recibir revelación por medio del Espíritu Santo y es mediante las manifestaciones del Espíritu que he sentido la mano del Maestro escribiendo mi historia junto a mí.
¿Qué podría hacer con más fe en Jesucristo, y la fortaleza y el poder que vienen al guardar los convenios y que aumentan mis capacidades? Podría aceptar el siguiente llamamiento del presidente Nelson para servir como Presidenta General de la Sociedad de Socorro.
Hermanas, ¿qué hubiera sucedido si me hubiera quedado con mi narrativa cómoda? Habría disfrutado al pasar más tiempo con mis nietos y me habría guardado la seguridad financiera de la que no disfruto actualmente. Y me habría perdido una experiencia de introspección, de crecimiento y de edificación de la fe. ¿Fue cuesta arriba? Sí. ¿Vale la pena? ¡Claro que sí!
Comparto mi testimonio de que “debido a que [el Salvador] conoce nuestro potencial de manera perfecta, nos llevará a lugares que nunca hubiéramos imaginado”.
Estoy segura de que Él las llevará a lugares que nunca imaginaron y que su servicio les hará crecer el alma. Dejen que Dios las guíe y encamine hacia alguien que las necesite.
Es posible que lleguen a encontrarse enseñando a leer a una mujer adulta, o tal vez sirviendo a los niños inmigrantes; tal vez dirijan un grupo comunitario que mantenga la seguridad de los parques para las familias. Cuando permitimos que Dios prevalezca, Él nos llevará justo a donde nos necesita y a lugares que nunca imaginamos.
El presidente Nelson declaró que “recib[imos] más fe haciendo algo que requier[e] más fe”.
Sé que eso es verdad. Porque al dejar que Dios prevalezca en mi vida, al dejar que Él sea el autor de mi historia, mi fe en Jesucristo ha aumentado.
Entonces, ¿cómo dejarán ustedes que Él prevalezca?
¿Qué significa eso para una joven que está estudiando y desea casarse y tener una familia? El presidente Dallin H. Oaks ha explicado que la elección no es entre la familia, la educación o la carrera. Él dijo: “Tenemos que elegir el momento oportuno […], y buscar la inspiración del Señor y las enseñanzas de Sus siervos al hacerlo”.
Al abordar este tema, deseo ser sensible con quienes tienen el deseo sincero y perdurable de casarse y tener hijos en esta vida y están solteras.
Reconozco que muchas mujeres están criando a los hijos solas debido a la muerte o al divorcio;
conozco a innumerables hermanas que están casadas y desean tener hijos, y sufren de infertilidad y abortos espontáneos.
Hermanas, gracias por aferrarse a su fe en Cristo y caminar su senda con Él. Sé que han tomado decisiones rectas y tienen deseos justos; sé que están sufriendo. Desean que las cosas cambien; esta no es la historia que habían escrito para ustedes mismas. Mi corazón sufre por ustedes.
Busqué una formación académica, tanto una licenciatura como un título de abogada. Me casé a mitad de mi educación en leyes; tuve mi primer hijo un año después de aprobar el examen de abogacía. Tenía bebés, y mi esposo y yo los amábamos y cuidábamos mientras ambos trabajábamos. Era ajetreado, a veces frenético; estábamos estresados y a veces cansados. Yo lo apoyé a él, y él me apoyó a mí. La familia era, y sigue siendo, nuestra principal prioridad. Mi esposo y yo buscamos inspiración en esas decisiones y en el momento oportuno. Fue lo que sentimos que debíamos hacer; estábamos tratando de dejar que Él prevaleciera.
Desde una perspectiva económica y profesional, debería haber postergado el tener hijos hasta que estuviera más establecida en mi carrera; pero hermanas, al permitirle que Él sea el autor de nuestras historias, a veces hacemos cosas que el mundo no puede entender. Tuve que equilibrar el embarazo, el parto, la crianza de los niños, el uso compartido del automóvil, las ligas menores, las responsabilidades de la Iglesia, ser una esposa comprensiva y mis actividades profesionales. Y era un equilibrio gozoso que no cambiaría. Nos sentíamos seguros en nuestro camino porque estábamos dejando que Dios prevaleciera.
Hermanas, no me malinterpreten; no estoy sugiriendo que deban seguir mis pasos. Su historia y la mía no son la misma; comparto la mía porque es lo que sé. Lo que compartimos es nuestra motivación: el dejar que Dios prevalezca.
Ser madre es mi mayor prioridad y mi mayor gozo. Dios bendijo a nuestros primeros padres y les mandó: “Fructificad y multiplicaos; y henchid la tierra”. El primer mandamiento que se les dio a Adán y a Eva “se relacionaba con el potencial […] de ser padres”.
Mis identidades principales son: hija de Dios, mujer del convenio y discípula de Jesucristo; mi orientación principal, es decir, mi enfoque, mi pasión y mi llamamiento como mujer, es hacia la maternidad. Esa es nuestra orientación principal, nuestro llamamiento sagrado, como hijas de padres celestiales. La orientación y el enfoque que siento hacia la maternidad van de conformidad con mi búsqueda diligente de una educación. Se nos manda que busquemos aprender, lo cual se relaciona en cierta medida con nuestra búsqueda de educación, y se relaciona en gran manera con nuestra orientación, como hijas de Dios, hacia la maternidad, que es la manera en la que aprendemos a ser como Dios a medida que cultivamos atributos de amor, compasión y paciencia.
Permitir que Dios prevalezca incluye invitarlo a tomar parte en el momento oportuno de nuestras decisiones.
Estoy eternamente agradecida por haber recibido inspiración del Señor y dirección de los profetas para ayudarnos en cuanto al momento oportuno de nuestra elección de traer hijos a nuestra familia cuando lo hicimos. Estoy muy agradecida de haber actuado según las impresiones y de no permitir que las influencias mundanas, las conveniencias, el honor o el dinero se interpusieran en mi decisión de cumplir con mi potencial divino de tener y criar hijos.
Si las mujeres dejan de dar a luz y criar hijos, esta experiencia terrenal termina. Es de vital importancia, por consiguiente, que las mujeres y los hombres no descuiden ni desestimen la sagrada responsabilidad de ser padres.
Una gran cantidad de datos de las ciencias sociales demuestran el impacto decisivo y negativo en las naciones y civilizaciones que dejan de tener hijos. En muchas partes del mundo, el promedio de nacimientos vivos por mujer es menos de dos. Eso significa que no nos estamos reemplazando a nosotros mismos.
Como líderes de la Iglesia, nos preocupan las tendencias recientes concernientes al matrimonio y tener hijos. En los Estados Unidos, en los últimos 30 años, hemos visto una disminución de ocho a nueve por ciento del número de ciudadanos que alguna vez se han casado. Estas cifras “representan un problema mundial”. Cuando las personas no se casan, nacen menos hijos.
Recientemente, Estados Unidos cruzó un umbral en el que, entre los adultos de 18 a 55 años, hay ahora una mayor proporción de adultos solteros sin hijos que de adultos casados con hijos.
Los hijos son vitales para mantener la civilización; son esenciales en el plan de felicidad. “El mandamiento que se nos dio de multiplicarnos y henchir la tierra permanece en vigor”.
Mis queridas hermanas, sé que el deseo sincero de su corazón puede ser casarse y tener hijos; sin embargo, muchas de ustedes están solteras o sufren de infertilidad.
Mi mejor amiga, que nunca se ha casado ni ha tenido hijos propios, ha amado y cuidado de los míos; esto no constituye un sustituto de sus propios hijos, sino que es una evidencia de que su orientación sigue apuntando hacia la maternidad.
Mi hijo y mi nuera están lidiando actualmente con el desafío de repetidos abortos espontáneos. Su deseo es justo; están tratando de dejar que Dios prevalezca en sus vidas, y ahora han perdido otro embarazo a término. Recuerden, cuando pedimos con fe que permitamos que Jesucristo sea el autor y consumador de nuestra historia, debemos estar preparados para desarrollar una narrativa incómoda con la esperanza de que sea, aunque dolorosa, en última instancia, más grandiosa y celestial de lo que podamos imaginar.
Entre mis queridos amigos se encuentra una pareja que no tenía hijos, que se casó a una edad avanzada y sufrió de infertilidad. Preguntaron con fe si debían adoptar niños. Estaban dispuestos a aceptar la respuesta a pesar de que la narrativa que habían escrito para ellos mismos incluía un nacimiento milagroso. En lugar de un bebé, sintieron la impresión de adoptar a cuatro hermanas de entre cinco y diecisiete años, absolutamente, con toda seguridad, alejándose de la narrativa que habían escrito para sí mismos. Pero, ¡oh, qué magnífica historia Él ha escrito con ellos!
El presidente Nelson enseñó: “El ayudar a otro ser humano a lograr su potencial celestial forma parte de la misión divina de la mujer. En su papel de madre, maestra o proveedora, la mujer miembro de la Iglesia moldea arcilla viva conforme a sus esperanzas. En colaboración con Dios, su divina misión es ayudar a los espíritus a vivir y a las almas a elevarse. Ese es el propósito de su creación, y se trata de un fin ennoblecedor, edificante y conducente a la exaltación”.
Sean cuales sean nuestras circunstancias personales, todos formamos parte de la familia de Dios, somos miembros de una familia terrenal y nos estamos preparando para ser padres eternos. Las bendiciones de la exaltación que están a nuestra disposición por medio del Salvador Jesucristo incluyen la de tener posteridad. Y así, ya sea que nos sellemos y tengamos hijos en esta vida, o en la próxima, nuestro objetivo es la exaltación, la cual puede ser nuestra si hacemos y guardamos convenios. Cuando entramos en una relación por convenio con Dios, estamos unidos verticalmente a Él y nunca estamos solos. Somos bendecidos con “una medida adicional de [Su] amor y misericordia”.
El presidente Nelson ha enseñado:
“El hacer un convenio con Dios cambia nuestra relación con Él para siempre. Nos bendice con una medida adicional de amor y misericordia. Ello influye en quiénes somos y en cómo Dios nos ayudará a llegar a ser lo que podemos llegar a ser […].
A quienes hacen convenios sagrados y los guardan se les promete la vida eterna y la exaltación, ‘el mayor de todos los dones de Dios’ (Doctrina y Convenios 14:7). Jesucristo es el garante de esos convenios […]. Los que guardan convenios, aman a Dios y le permiten prevalecer por sobre todas las demás cosas en su vida lo convierten en la influencia más poderosa de su vida”.
Como mujeres del convenio, planeamos y nos preparamos para el matrimonio, y para tener y criar hijos. ¡Qué llamamiento tan sagrado y santo! Amamos, lideramos, ministramos y somos madres para mostrar nuestro amor por Dios y Sus hijos, porque deseamos que Él prevalezca en nuestra vida.
Amigas, es un momento glorioso para ser mujer, una mujer del convenio, en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Comprender nuestra función, propósito y responsabilidad en el plan de felicidad es ennoblecedor, reconfortante y gozoso. Saber que tenemos un profeta viviente que nos prepara para lo que está por venir me brinda paz e incluso optimismo en medio de la incertidumbre. Mi relación por convenio con Dios me da confianza. Mi confianza por convenio está puesta en Jesucristo.
Testifico que Él vive, que Su amor por nosotros se manifiesta en Su disposición de ofrecer Su vida y Expiación por cada uno de nosotros. Él es el autor y consumador de mi fe y de mi historia. En el nombre de Jesucristo. Amén.