“Resolved esto en vuestros corazones”
“La consagración es la única rendición que es también una victoria, pues libera a la persona de la bulliciosa y atestada celda del egoísmo y de la tenebrosa prisión del orgullo.”
Este es un momento apropiado para agradecer al élder Hanks la influencia que ha tenido en mi vida, en muchas oportunidades y a lo largo de muchos años.
Hace dieciocho años, desde este púlpito rogué a los que se hallaban indecisos a las puertas de la Iglesia que entrasen a participar plenamente en ella (Ensign, noviembre de 1974, págs. 12-13). Hoy, dirijo mi ruego a los miembros que ya están dentro de la Iglesia pero que son indiferentes: personas a las que amamos y cuyos dones y talento hacen mucha falta en la edificación del Reino de Dios.
Cualquier llamado a una mayor consagración es en verdad un llamado para todos nosotros. Pero mis palabras no son principalmente para los que se esfuerzan de continuo y tratan sinceramente de guardar los mandamientos de Dios aunque a veces fallen (véase D. y C. 46:9); ni son especialmente para los pocos que deliberadamente desobedecen, entre ellos, los que andan escalando montañas intelectuales y éticas en busca de nuevas emociones fuertes, sólo para encontrarse cayendo en los riscos de antiguas herejías y viejos pecados.
Este discurso, en cambio, va dirigido a los miembros básicamente “honorables”, que participan superficialmente sin aumentar su dedicación como discípulos y que están apáticamente empeñados en lugar de estar “anhelosamente empeñados “ en esta causa (D. y C. 76:75; 58:27). Aunque participan un poco, sus dudas y su mala gana se hacen evidentes. Puede que aun vayan al santo templo, pero permanecen impermeabilizados a la santa influencia de este.
Dichos miembros aceptan los llamamientos pero no todos los deberes que estos traen consigo; de ahí que las tareas de ellos en la Iglesia muchas veces deben realizarlas los que ya están “anhelosamente empeñados”. Algunos se consideran tan sólo “en temporada de descanso” entre llamamientos de la Iglesia. Sin embargo, nunca estamos en tiempos de descansar en cuanto a este llamado de Jesús: “… que clase de hombres [y de mujeres] habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy” (3 Nefi 27:27; véase también Mateo 5:48; 3 Nefi 12:48). ¡Nunca se esta a salvo si se esta “en temporada de descanso” con respecto a ese llamamiento! En realidad, el ser “valientes” en el testimonio de Je sus supone el esforzarse por ser cada vez mas como es El en pensamiento, en corazón y en cualidades (D. y C. 76:79). El llegar a ser esa clase de hombres y de mujeres constituye la máxima expresión de la verdadera religión.
Todos tenemos la libertad de escoger, desde luego, y no querríamos que fuera de ninguna otra manera, pero, lamentablemente, cuando algunos escogen la indiferencia, no sólo escogen para si mismos, sino también para la generación que sigue y aun para la otra. ¡Las pequeñas ambigüedades de los padres pueden producir grandes extravíos en los hijos! Las generaciones anteriores de una familia pueden haber manifestado dedicación, pero algunos de la generación actual manifiesta ambigüedad. Es triste, pero algunos de la próxima generación tal vez manifiesten disensión al seguir su curso esta erosión.
Si bien los miembros indiferentes no son injustos, muchas veces evitan parecer demasiado justos mostrándose menos dedicados de lo que en realidad son: una burlona faceta de la hipocresía.
Algunos de estos miembros en otros respectos honorables erróneamente consideran la Iglesia como una institución y no como el Reino de Dios; conocen las doctrinas del Reino, pero mas como un asunto de recitación que de verdadera comprensión.
Los miembros indiferentes por lo general se ocupan muchísimo en las cosas del mundo y de un modo muy parecido a como lo hizo el honorable Amulek, que, habiendo sido llamado muchas veces, no quería oír. Aun cuando en verdad sabia concerniente a las verdades del evangelio, no quería reconocer que lo sabia (véase -6).
Una de las características comunes de los honorables pero indiferentes es
su desdén por los aparentemente triviales deberes del seguidor de Cristo, tales como la oración diaria, la lectura regular de las Escrituras, la asistencia a la reunión sacramental, el pago de un diezmo integro y el asistir al templo. Ese desdén es sobre todo peligroso en el mundo de hoy de difundido relativismo y desenfrenado sensualismo, un mundo en el que, si muchos llegan a pronunciar el nombre de Dios, lo hacen sólo por hacer mas enfática la expresión o para usarlo como exclamación, pero no como adoración.
En cambio, los que sinceramente se esfuerzan por aumentar su consagración no rechazan ni sus cometidos ni el sagrado garment; evitan la obscenidad, guardan la ley de castidad, pagan sus diezmos, aman y sirven a su cónyuge y a sus hijos. Como buenos hermanos, llevan “las cargas de unos y otros”, lloran “con los que lloran”, consuelan “a los que necesitan de consuelo” y con valentía son “testigos de Dios a todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar” (Mosíah 18:8-9).
Cuando se toma la resolución de comenzar a ser mas espiritualmente dedicados, hay un periodo inicial de vulnerabilidad: es difícil romper con el pasado. Pero una vez que comencemos, veremos que los amigos que nos tenían rezagados espiritualmente no son amigos de verdad en modo alguno; cualquier regaño de ellos será causado por el resentimiento o por una preocupación inconsciente de su parte de que en alguna forma se van quedando solos. Ante cualquier tentativa de explicarles lo que sentimos, podremos expresarles sólo “la mas pequeña parte” (véase Alma 26:16). Si bien seguimos estimándolos, estimamos mas nuestro deber a Dios. Brigham Young dijo: “Algunos no comprenden los deberes que no concuerdan con sus sentimientos y sus afectos naturales … Hay deberes mas importantes que los afectos naturales” (Journal of Discourses, tomo VII, pág. 65).
Del mismo modo, cabe advertir que junto con cualquier determinación de procurar aumentar la propia consagración no tarda en exponerse lo que aun nos falta, lo cual, si bien es doloroso, es necesario. Recordemos al joven rico y justo al que Jesús dijo: “Una cosa te falta … “ (Marcos 10:21). Ananías y Safira, que, por lo demás, eran buenos miembros de la Iglesia, “sustrajeron del precio” una parte en lugar de consagrar todo lo que tenían (véase Hechos 5:1-11). Algunos nunca venderían a Jesús por treinta piezas de plata, ¡pero tampoco desean darle todo de si mismos!
Lamentablemente, nos inclinamos a pensar en la consagración sólo en términos de bienes y de dinero. De cierto, hay muchas otras formas de guardarse una parte. Es posible dar dinero y dedicar tiempo, y, no obstante, guardarse una parte considerable de si mismo; es posible dejar que otros disfruten públicamente de un talento que se tenga, y, no obstante, retener en privado un particular orgullo. Es posible sustraerse de arrodillarse ante el trono de Dios, y, no obstante, inclinarse ante una galería determinada de conocidos sociales. Es posible aceptar un llamamiento de la Iglesia, pero tener el corazón mas intensamente dedicado a conservar una cierta función en el mundo.
Incluso para algunas personas es mas fácil doblar las rodillas que la mente sometiendo su alma a la voluntad de Cristo; prefieren la emocionante exploración de nuevas ideas a la laboriosa implantación del evangelio; la especulación les atrae mas que la consagración, así como también les parece mejor procurar hacer mas flexibles las doctrinas que obedecerlas. Peor aun, al no obedecer, esos pocos miembros no conocen realmente la doctrina (véase Juan 7:17). Y por no conocerla de verdad, no pueden defender su fe y quizá hasta lleguen a convertirse en sus críticos en vez de ser sus defensores.
Unos cuantos de estos últimos terminan justificándose y felicitándose a si mismos en su propio rincón de la Iglesia, que, con estrechez de criterio, confunden con toda la Iglesia, como si un rincón del famoso parque de una gran ciudad fuera el Palacio de Justicia, la casa de gobierno, la residencia presidencial y toda la nación combinados.
¡Sólo una mayor consagración curara la ambivalencia y la indiferencia en cualquiera de nosotros! Repito, las pruebas de las que aprendemos en la vida y que surgen de la mayor consagración pueden parecer rigurosas, pero manifiestan la misericordia divina indispensable para inspirar mas consagración aun (véase Helamán 12:3). Si nos hemos vuelto indiferentes, las dificultades nos harán falta, ya que las penurias nos prepararan para consagrarnos mas, aunque temblemos de sólo pensarlo. Si nos contentamos muy fácilmente con lo que somos, quizás Dios nos suministre una dosis de descontento divino. Su longanimidad se hace así muy necesaria para acrecentar al máximo nuestro albedrío y nuestro desarrollo. Pero El no es un Padre indulgente.
No podemos sobrellevar ahora todas las cosas, pero el Señor nos guiara si le “damos lugar” en nuestros pensamientos y en medio de nuestras ocupaciones, y si abandonamos nuestros pecados, que son las únicas maneras de hacer lugar para recibir todo lo que Dios puede darnos (véase D. y C. 78:18; Alma 32:27, 28; 22:18).
¡Cada uno de nosotros es un posadero que decide si tiene lugar para Jesús!
La consagración es la única rendición que es también una victoria, pues libera a la persona de la bulliciosa y atestada celda del egoísmo y de la tenebrosa prisión del orgullo. Aun así, en lugar de procurar una mayor consagración, es muy fácil seguir adelante con indiferencia cumpliendo sólo a medias, como si se esperara “llegar al paraíso sentado en un carrito de golf” (Henry Fairlie, The Seven Deadly Sins, Indiana: University of Notre Dame Press, 1979, pág. 125).
Pero ¿es el consagrarse totalmente a Dios una amenaza a nuestra individualidad? (véase Mosíah 15:7). ¡No! Nuestro Padre Celestial sólo nos pide que abandonemos el antiguo yo para que hallemos el nuevo y verdadero yo. No se trata de perder nuestra identidad, sino de hallar nuestra verdadera identidad.
Cuando, por ultimo, estemos por completo en camino de regreso al hogar, podremos sobrellevar mucho mejor el dedo de escarnio con que nos señala el mundo. Al llegar a saber Quien nos ha aceptado, las demás formas de aceptación [del medio social] dejaran de tener importancia. Del mismo modo, al comenzar Jesús a ocupar un verdadero lugar en nuestra vida, nos importara cada vez menos perder nuestro lugar en el mundo. Cuando nuestra mente comprende la importancia de la expiación de Jesús, el mundo pierde su influjo sobre nosotros (véase Alma 36:18).
Una mayor consagración no es tanto una exigencia de mas horas de trabajo en la Iglesia sino una exigencia de que entendamos a Quien pertenece en verdad esta obra. Por ahora, la consagración quizás no nos requiera tanto dar posesiones mundanas como nos requiere que seamos menos “poseídos” por ellas.
Sólo cuando las cosas comiencen a aclararse para nosotros “con la única mira de glorificar a Dios”, veremos “las cosas como realmente son” (Jacob 4: 13). ¡Que panorama nos aguarda! Sólo en la medida en que respondamos a las tentaciones de la vida como Jesús lo hizo, que “no hizo caso de ellas”, seremos “libres”… ¡libres al fin! (D. y C. 20:22; Juan 8:32).
El ser ortodoxo, o sea, vivir verdaderamente la religión, trae seguridad y felicidad. No es sólo corrección sino felicidad. Por extraño que parezca, hasta la palabra ortodoxia ha llegado a disgustar a algunos. Al ir volviéndose la sociedad cada vez mas excéntrica, unos cuantos se apresuran a oponerse estridentemente a la ortodoxia.
Recordemos que, al ser perseguidos por el furioso ejercito del Faraón, los del antiguo Israel se apegaron a las instrucciones del Señor. Moisés extendió la mano y las aguas del Mar Rojo se separaron. Con las enormes montañas de agua a cada lado, Israel avanzó por el estrecho pasaje abierto en el mar con obediencia, y, sin duda, a toda prisa. En aquel momento no hubo necesidad de advertir al pueblo que no debía desviarse.
En el futuro hay pasajes que requerirán una obediencia similar al guiar los profetas a hombres y mujeres de Cristo por el sendero estrecho y angosto.
El ser mas como Jesús en pensamiento y en proceder no nos corroe ni nos estorba, sino que nos libera y nos lleva a nuevos descubrimientos. El no ser ortodoxo en el proceder ni en el intelecto surte los efectos contrarios. Un poco de pornografía no sólo puede conducir al abuso de los niños y al maltrato del cónyuge sino que ira succionando lentamente la medula de la propia estimación. Una pequeña inclinación a los chismes llevara no sólo al grave hecho de dar falso testimonio sino mas que nada a murmuraciones maliciosas que, lamentablemente, “la memoria almacenara con toda nitidez” (Owen Baffield, The Quotable Lewis, ed. por Owen Barfield y Jerry Root, Wheaton, Illinois: Tindale Publications, 1989, pág. 425). El criticar un poco a las Autoridades de la Iglesia, aunque parezca inofensivo, no sólo perjudicara a otros miembros, sino que llevara a la persona a constituirse a si misma “como una luz al mundo” (2 Nefi 26:29). Si, felizmente, algunos de esos hijos pródigos vuelven, pero por lo general regresan solos, sin aquellos a los que una vez desviaron del camino recto.
En la Traducción de la Biblia por José Smith, en Lucas 14:28, dice que Jesús dijo a Sus discípulos que debían resolver en sus corazones que harían las cosas que El les enseñara y les mandara. El tomar esa resolución precede a la consagración. El profeta José Smith dijo que el conocimiento del evangelio “disipa las tinieblas, así como la incertidumbre y la duda” y que “no hay castigo tan terrible como el de la incertidumbre” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 349). La certeza de la resolución nos impide reaccionar ante cada pequeña ola de desacuerdo como si esta fuese una marejada. Hemos de ser discípulos de Jesús y no “una cana sacudida por el viento” (Mateo 11:7). Muchos son los miembros que necesitan el profundo alivio y la paz que proviene de la resolución de ser mas dedicados, sin lo cual serán “como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto” (Isaías 57:20).
La otra razón especial por la que es preciso resolver consagrarnos mas es que viviremos en una época en que “todas las cosas estarán en conmoción” (D. y C. 88:91; 45:26). La incertidumbre, los trastornos y la agitación del mundo de hoy serán tan intensos, que los indecisos serán arrastrados de aquí para allá por fuertes turbulencias.
Por ultimo, si nos acobardamos ante la idea de consagrarnos mas a Dios, no somos dignos de Aquel que, por nosotros, no se acobardó ni rehusó beber la amarga copa en medio de su inefable padecimiento durante la Expiación (D. y C. 19:18). En lugar de acobardarse, Jesús siguió adelante, dándolo todo, y acabando Sus asombrosos “preparativos para con los hijos de los hombres” (D. y C. 19:19).
Pensemos en lo que hubiera pasado si la misión de Jesús en la tierra como Mesías hubiera consistido sólo en notables sermones y extraordinarias curaciones y otros milagros, pero sin las espantosas y consagradas horas de la Expiación en Getsemaní y en el Calvario. ¿Cómo consideraríamos entonces el ministerio de Jesús? ¿Adónde hubiese ido a parar el genero humano?
Hermanos y hermanas, cualquier causa que aceptemos en lugar de Jesús y Su obra nos impedirá que El nos acepte con los brazos abiertos a la entrada de Su Reino (véase Mormón 6: 11) .
Que podamos resolvernos y prepararnos ahora para ese maravilloso momento, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amen.