Un Gran Cambio En El Corazón
“Una de los poderosas doctrinas del Libro de Mormón es que podemos y, en verdad, debemos efectuar un gran cambio en nuestro corazón.”
Hace algunos años, cuando la hermana Condie y yo íbamos saliendo del Tabernáculo, se nos. acerco una encantadora hermana que nos. dijo con alegría: “Buenos días, presidente Hinckley”. Le respondí: “Siento desilusionarla, hermana, pero soy el elder Condie, de los Setenta”. Su feliz expresión se torno en desilusión. Casi no había pasado un minuto, cuando otra hermana me saludo de la misma manera: “Buenos días, presidente Hinckley”. Para no causarle la misma desilusión que a la otra hermana, le di la mano y le dije: “Gracias, hermanita; que tenga usted un buen día”.
Unos meses mas tarde, cuando el presidente Hinckley se encontraba de visita en Portugal para una conferencia regional, le confesé mi pecado, y en su típico tono amable respondió: “Bueno, Spencer, si vas a andar imitándome, espero que te portes bien”.
SED PERFECTOS
El Salvador nos ha dado a cada uno de nosotros el mandamiento de no solamente comportarnos bien, sino de ser perfectos, tal como El y Su Padre son perfectos (véase Mateo 5:48; 3 Nefi 12:48). A veces esta búsqueda de la perfección prueba nuestra paciencia y nuestra fe a medida que continuamos luchando con las debilidades de la carne. Pero un Padre Celestial amoroso no nos ha dejado solos en nuestra batalla con el adversario. Una doctrina que se repite con frecuencia en el Libro de Mormón es que el Espíritu Santo participa activamente en nuestras vidas, persuadiéndonos a hacer el bien. Tanto Nefi como Mormón nos enseñan que el Espíritu Santo lucha con nosotros para ayudarnos a resistir la maldad (véase 2 Nefi 26:11 y Mormón 5:16). El rey Benjamín nos exhorta a someternos al influjo del Espíritu a fin de despojarnos del hombre natural, que es un enemigo de Dios (véase Mosíah 3:19) Amulek nos exhorta a que no contendamos mas en contra del Espíritu Santo (véase Alma 34:38), y Moroni nos asegura que el Espíritu Santo nos persuade a hacer lo bueno (véase Éter 4:1 1).
Las palabras luchar, influir, contender y persuadir son todos verbos que denotan acción e indican la influencia positiva que el Espíritu Santo puede tener en nuestras vidas al ayudarnos activamente en nuestra búsqueda de la perfección. Pero Lucifer, cuya malicia siempre conduce al sufrimiento, trata persistentemente de distraernos para evitar que logremos nuestra meta eterna. El diablo utiliza miles de diferentes tácticas para tentarnos, pero yo diría que todas esas podrían agruparse dentro de dos estrategias satánicas principales.
EL ORGULLO Y EL DESÁNIMO
La primera es el orgullo, descrito por el presidente Benson como “la piedra de tropiezo de Sión” (Ensign, mayo de 1989). La segunda estrategia principal de Satanás es el desánimo, el cual conduce a la perdida de la fe, la esperanza y la paciencia. Estas dos estrategias inicuas del adversario son resistentes a los cambios. Para los orgullosos, el cambio es algo amenazador ya que requiere un corazón quebrantado y un espíritu contrito, un corazón sumiso y humilde.
Aquellos que están desanimados piensan que no pueden hacer nada para cambiarse a si mismos ni para modificar sus circunstancias. Ya sea que Satanás nos aflija con el orgullo o el desanimo, el resultado es mayormente el mismo: que empezamos a aceptarnos a nosotros mismos tal como somos, declarando: “Así soy yo”.
Una de las poderosas doctrinas del Libro de Mormón es que podemos y, en verdad, debemos efectuar un gran cambio en nuestro corazón (véase Mosíah 5:2; Alma 5:14). El Libro de Mormón también nos enseña que “la maldad nunca fue felicidad” (Alma 41:10) y que “existen los hombres para que tengan gozo” (2 Nefi 2:25). La jornada que lleva de la iniquidad al gozo requiere un gran cambio en el corazón.
EL VENCER LOS MALOS HÁBITOS
Tengo un viejo amigo que era dueño de un próspero negocio. A veces, en busca del alivio de todas las presiones de sus responsabilidades, participaba de sustancias prohibidas por la Palabra de Sabiduría. A medida que las tensiones en su vida fueron aumentando, lo mismo ocurrió con el consumo del alcohol. De hecho, se estaba convirtiendo en prisionero del alcohol.
Una tarde sintió los susurros del Espíritu que lo alentaban para dejar a un lado aquel vicio que había empezado a infringir en su albedrío moral. Salió de su oficina por varias horas y fue en su auto a un lugar solitario, lejos de la ciudad. Ahí se arrodilló y le suplicó humildemente al Señor, pero con toda la energía de su corazón, que le diera la fortaleza para vencer aquel vicio que le robaba su espiritualidad y amenazaba con destruir su alma. Permaneció largo tiempo de rodillas, y finalmente un espíritu dulce y purificador empezó a destilar en su alma, despojándolo de cualquier deseo de beber y fortificándolo con una firme determinación de guardar los mandamientos.
Un obispo que era sensible a las cosas espirituales notó un cambio en mi amigo y le extendió un llamamiento para que trabajara con los jóvenes del Sacerdocio Aarónico del barrio. Como líder tenía un talento innato y cumplió con entusiasmo su llamamiento, y aproximadamente un año mas tarde fue llamado para ser el nuevo obispo, a quienes todos querían por la habilidad que tenía de aconsejar a los que eran prisioneros del pecado.
El presidente Joseph Fielding Smith nos enseñó: “Los hábitos se forman fácilmente; es igual de fácil formar buenos hábitos como formar los malos” (“The Wisdom of President Joseph Fielding Smith”, New Era, págs. 20–23).
Conozco a otro buen hombre que se crió en una familia que carecía de las bendiciones del evangelio. A través de una serie de sucesos desdichados ocurridos a temprana edad, fue introducido a la homosexualidad, y gradualmente se convirtió en prisionero de este comportamiento adictivo.
Un día, dos jóvenes misioneros tocaron a su puerta y le preguntaron si estaría interesado en aprender acerca del Evangelio restaurado de Jesucristo. En el fondo de su corazón el deseaba librarse de aquella prisión de inmundicia, pero al sentirse incapaz de cambiar el rumbo que su vida había tomado, mas tarde optó por dejar de recibir las charlas misionales. Antes de irse de su apartamento, los dos elderes le dejaron una copia del Libro de Mormón, testificándole de su veracidad.
Mi amigo lo colocó en un estante y se olvidó de el por varios años. Continuó poniendo en practica sus tendencias homosexuales, con la creencia de que esas relaciones le traerían la felicidad. Pero tristemente, con cada año que pasaba, su desdicha aumentaba.
Un día. en las profundidades de la desesperación, buscó en el estante algo para leer que pudiese edificarlo y elevarlo y que restaurara su propia estimación. Sus ojos se detuvieron en un libro con tapas azules que los misioneros le habían dado hacia varios años. Empezó a leerlo; en la segunda página del libro leyó en cuanto a la visión del padre Lehi, en donde le fue dado un libro, y “mientras leía, fue lleno del Espíritu del Señor” (1 Nefi 1:12). Y a medida que mi buen amigo continuó leyendo, el también fue lleno del Espíritu del Señor.
Leyó la exhortación de despedida del rey Benjamín, de realizar un potente cambio en el corazón-no un cambio leve-sino un potente cambio. Recibió esperanza mediante las consoladoras anécdotas de conversión de Enós, Alma, Ammón y Aarón. Asimismo, se sintió inspirado por el relato de la visita del Salvador a los antiguos nefitas. Para cuando terminó de leer la ultima página del Libro de Mormón, estaba preparado para aceptar la tierna exhortación de Moroni: “… venid a Cristo y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad” (Moroni 10:32).
Mi amigo se puso en contacto con la Iglesia, se le enseñó el evangelio y fue bautizado. Al poco tiempo se casó con una encantadora jovencita y hoy día son padres de varios bellos hijos. El y su esposa son siervos dinámicos y devotos del Señor, que tienen una influencia positiva en muchas otras personas.
FORTALECER EL MATRIMONIO
Algunas personas no solamente se convierten en prisioneras de sus propios comportamientos adictivos, sino que también empiezan a sentirse prisioneros dentro de los lazos del matrimonio.
Hace algunos años, mi esposa Dorothea y yo atravesábamos los jardines de un templo en un país extranjero, y nos topamos con una hermana de cabello cano que parecía muy feliz. Su rostro alegre, semejante al de Cristo, parecía distinguirla de aquellos que la rodeaban, y me sentí inclinado a pedirle que me explicara por que se veía tan feliz y contenta en la vida.
Sonriente, nos dijo: “Hace varios años, yo tenía prisa por casarme y, francamente, después de unos meses, me di cuenta de que me había casado con el hombre equivocado”. Después continuó: “El no tenía ningún interés en la Iglesia como me había hecho creer, y me trató muy mal durante varios años. Un día llegue a la conclusión de que ya no podía seguir soportando esa situación, de manera que, desesperada, me puse de rodillas y le pregunte a mi Padre Celestial si El estaba de acuerdo con que me divorciara de mi esposo.
“Tuve una experiencia muy peculiar”, comentó. “Después de haber orado fervientemente, el Espíritu me reveló varias perspectivas a las que previamente no les había puesto atención. Por primera vez en mi vida me di cuenta de que, al igual que mi esposo, yo tampoco era perfecta. Empecé a tratar de superar mi intolerancia c impaciencia por su falta de espiritualidad.
“Empecé a tratar de ser mas caritativa, amorosa y comprensiva. ¿Y saben lo que sucedió? Cuando yo empecé a cambiar, mi esposo empezó a cambiar. En vez de molestarlo constantemente para que fuera a la Iglesia ya no le decía nada y el poco a poco decidió por si mismo acompañarme.
“Recientemente nos sellamos en el templo, y ahora pasamos un día por semana en el templo juntos. Bueno, el todavía no es perfecto, pero me siento tan feliz de que el Señor nos haya amado lo suficiente para ayudarnos a resolver nuestros problemas”.
El presidente Benson ha dicho: “El orgullo se preocupa en quien esta en lo correcto; la humildad se preocupa en que es lo correcto”. Cuando nos humillamos, el Espíritu siempre nos indicara lo correcto.
En Doctrina y Convenios el Señor prometió: “El poder de mi Espíritu vivifica todas las cosas” (D. y C. 33:16). Por medio del Espíritu Santo, Su Aspirad consuela a los que lloran, enseña y testifica a los que tienen sed de la verdad, purifica a los quebrantados de corazón que quieren ser limpios, y nos advierte en cuanto a los peligros que hay en nuestro camino, como lo ilustra la siguiente experiencia.
LA VOZ DE AMONESTACIÓN
En enero de 1975, en una noche obscura y lluviosa en Tasmania, una barcaza de siete mil toneladas chocó contra dos pilares del puente Tasman, que conecta Hobart, Tasmania, con los suburbios orientales al otro lado de la bahía. Se habían desplomado tres de las secciones del puente. Una familia australiana, de nombre Ling, iba cruzando el puente en su automóvil cuando de pronto el puente quedo a obscuras. En ese momento un automóvil que viajaba a gran velocidad los rebasó y desapareció de su vista. Murray Ling frenó de inmediato, deteniéndose abruptamente a tan sólo un metro del borde del vacío.
Sacó a su familia del auto y luego empezó a hacer señales con el fin de advertirles a los que se acercaban en cuanto al desastre. A medida que agitaba frenéticamente los brazos, horrorizado vio a un auto que viró violentamente a un lado de el para caer en el abismo. Un segundo automóvil apenas pudo detenerse a tiempo, mientras que un tercero no se detuvo y chocó con el auto de la familia Ling en el borde del puente.
De pronto, un autobús lleno de personas se dirigió hacia el sin hacer caso de sus señales de advertencia. Con desesperación, y arriesgando su vida, corrió junto al bus del lado del conductor gritándole: “¡Se ha caído una sección del puente!”. El autobús viró justamente a tiempo, yendo a parar contra el enrejado. Se habían salvado docenas de vidas. (Stephen Johnson, “Over the Edge!”, Reader’s Digest, noviembre de 1977, págs. 127–130.)
Estoy agradecido por estos Hermanos a quienes sostenemos como profetas, videntes y reveladores, y que nos previenen en cuanto a los puentes que no debemos cruzar. Estos grandes hombres a quienes sostenemos como profetas, videntes y reveladores no predican palabras persuasivas con sabiduría humana, sino con una demostración de poder por medio del Espíritu” (véase 1 Corintios 2 4). Sus intenciones son puras a medida que se esfuerzan por edificar el reino de Dios y por elevar y edificar a los santos de Dios. Según las palabras del apóstol Pablo, se han llegado a convertir en “prisioneros de Cristo” (véase Efesios 3 ], 4 1; Filemón 1, 9; 2 Timoteo 1:8), cuyo único deseo es hacer la voluntad del Señor … nada mas ni nada menos. ¡Estos son hombres de Dios! Ruego que demos oído a sus voces de amonestación, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.