Descubrir la divinidad interior
Venimos a esta tierra a nutrir y a descubrir las semillas de la naturaleza divina que hay en nuestro interior.
Hermanas, ¡las amamos! Testifico que la vida es una dádiva. Dios tiene un plan para cada una de nosotras y nuestro propósito personal empezó mucho antes de que viniésemos a esta tierra.
Últimamente, he llegado a reconocer el milagro del nacimiento de un bebé como parte del plan del Señor. Cada una crecimos físicamente dentro del vientre de nuestra madre dependiendo por muchos meses de su cuerpo para sustentar el nuestro. Sin embargo, al final, el proceso del nacimiento —dramático tanto para la madre como para el niño— nos separó.
Cuando un bebé entra en este mundo, el cambio de temperatura, la luz y la repentina ausencia de presión en el pecho inducen al bebé a tomar su primer aliento. Esos pequeños pulmones de repente se llenan de aire por primera vez, los órganos empiezan a funcionar y el bebé comienza a respirar. Al cortarse el cordón umbilical, esa fuente de sustento entre la madre y el bebé se separa para siempre y comienza la vida del bebé en la tierra.
Job dijo: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida”1.
Venimos a este mundo “con destellos celestiales”2. “La Familia: Una Proclamación para el Mundo” enseña que cada uno de nosotros “es un amado hijo o hija procreado como espíritu por padres celestiales” y “cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos”3. El Padre Celestial comparte con nosotras de manera generosa una porción de Su divinidad que yace en nuestro interior. Esa naturaleza divina proviene como una dádiva de Él con un amor que solo un padre puede sentir.
Venimos a esta tierra a nutrir y a descubrir las semillas de la naturaleza divina que hay en nuestro interior.
Sabemos por qué
Elaine Cannon, expresidenta general de las Mujeres Jóvenes, dijo: “Hay dos días importantes en la vida de la mujer: El día en que nace y el día en que se entera del porqué”4.
Nosotras sabemos por qué. Hemos venido a esta tierra para ayudar a edificar Su reino y a prepararnos para la segunda venida de Su Hijo Jesucristo. Con todo aliento que tomamos, nos esforzamos por seguirle. La naturaleza divina dentro de cada una de nosotras se refina y se magnifica mediante el esfuerzo que hacemos para acercarnos más a nuestro Padre y a Su Hijo.
Nuestra naturaleza divina no tiene nada que ver con nuestros logros personales, la posición que logremos, el número de maratones en los que participemos, ni con nuestra popularidad y autoestima. Nuestra naturaleza divina proviene de Dios; se estableció en una existencia que precedió a nuestro nacimiento y continuará en la eternidad.
Se nos ama
Nos identificamos con nuestra naturaleza divina al sentir y al dar el amor de nuestro Padre Celestial. Tenemos el albedrío para nutrirlo, para hacerlo florecer y ayudarlo a crecer. Pedro dijo que se nos dan “preciosas promesas” para que “[seamos] participantes de la naturaleza divina”5. Al comprender quiénes somos —hijas de Dios—, empezamos a sentir esas preciosas promesas.
El centrarnos en los demás y no solo en nosotras mismas nos permite ver que somos hijas de Él. De forma natural, acudimos a Él en oración y estamos ansiosas por leer Sus palabras y hacer Su voluntad. Recibimos nuestros sentimientos de valía personal del Señor, en vez de las personas que nos rodean, o de las que están en Facebook o Instagram.
Si alguna vez dudan de esa chispa de divinidad interior, arrodíllense en oración y pregúntenle al Padre Celestial: “¿Soy en verdad Tu hija y me amas?”. El élder M. Russell Ballard dijo: “Uno de los mensajes más dulces que les comunicará el Espíritu es lo que el Señor siente por ustedes”6.
Somos Sus hijas. Pablo dijo: “… el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”7. Con frecuencia, la primera canción de la Primaria que aprendemos es “Soy un hijo de Dios”8. Ahora es el tiempo de tomar esa querida frase “Soy un hijo de Dios” y añadir las palabras: “Y ahora, ¿qué?”. Incluso, tal vez podríamos hacernos preguntas como estas: “¿Qué haré para vivir mi vida como hija de Dios?”, “¿cómo puedo cultivar la naturaleza divina que llevo en mi interior?”.
El presidente Dieter F. Uchtdorf dijo: “Dios las envió aquí para prepararlas para un futuro más grandioso del que puedan imaginar”9. Ese futuro, un día a la vez, cobra vida cuando hacen más que solo existir; cobra vida cuando viven para cumplir la medida de su creación; lo cual invita al Señor a su vida y empiezan a permitir que la voluntad de Él llegue a ser la de ustedes.
Aprendemos a causa de nuestra naturaleza divina
La naturaleza divina infunde en nosotras el deseo de saber esas verdades eternas por nosotras mismas.
Hace poco, una joven llamada Amy me enseñó esa lección cuando escribió: “Es difícil ser una adolescente en esta época. El sendero se hace más angosto y Satanás se esfuerza más. Las cosas son buenas o malas; no hay punto intermedio”.
También dijo: “A veces es difícil encontrar buenos amigos. Aun cuando uno piensa que tiene buenos amigos que nunca se alejarán, eso puede cambiar por cualquier razón. Es por eso que estoy contenta de tener una familia, al Padre Celestial, a Jesucristo y al Espíritu Santo, que pueden ser mis compañeros cuando las cosas van mal con los amigos”.
Amy prosiguió: “Una noche me sentía agobiada, le dije a mi hermana que no sabía qué hacer”.
Más tarde esa noche, su hermana le envió un texto donde citó al élder Jeffrey R. Holland, quien dijo: “No te des por vencido… Sigue caminando. Sigue intentándolo. Encontrarás ayuda y felicidad más adelante… al final todo saldrá bien. Confía en Dios y cree en las cosas buenas… por venir”10.
Amy explicó: “Recuerdo que al leer eso simplemente oré para que pudiese sentir el amor de Dios si es que en realidad Él estaba al tanto de mí”.
Ella afirmó: “Tan pronto como supliqué y creí que Él me escuchaba, tuve el sentimiento más maravilloso, feliz y cálido. No se puede describir; supe que Él me escuchaba y que me amaba”.
Debido a que somos Sus hijas, Él sabe quiénes podemos llegar a ser; Él conoce nuestros temores y sueños; Él se deleita en nuestro potencial y espera que acudamos a Él en oración. Debido a que somos Sus hijas, no solo lo necesitamos a Él, sino que Él también nos necesita. Las personas que están sentadas a nuestro alrededor en este momento nos necesitan. El mundo nos necesita y nuestra naturaleza divina nos permite ser discípulas de confianza para todos Sus hijos. Una vez que empecemos a ver la divinidad en nosotras mismas, podremos verla en los demás.
Prestamos servicio a causa de nuestra naturaleza divina
La naturaleza divina nos infunde el deseo de servir a los demás.
Hace poco, Sharon Eubank, Directora de los Servicios Humanitarios y de LDS Charities, contó una experiencia que compartió el élder Glenn L. Pace. A mediados de la década de 1980 azotaba a Etiopía una extensa sequía y una terrible hambruna. A fin de brindar alivio, se establecieron estaciones de sustento con agua y alimentos para los que pudiesen llegar a ellas. Un anciano, muerto de hambre, recorría la larga distancia para llegar a una de las estaciones. Al pasar por una aldea, oyó el llanto de un bebé; buscó hasta que encontró al bebé sentado junto al cuerpo sin vida de la madre. Recogió al bebé y siguió caminando por cuarenta kilómetros hasta la estación de sustento. Al llegar, sus primeras palabras no fueron: “Tengo hambre” o “Ayúdenme”, sino: “¿Qué pueden hacer por este niño?”11.
La naturaleza divina en nuestro interior enciende nuestro deseo de tender una mano de ayuda a los demás y nos impulsa a actuar. El Padre Celestial y Jesucristo nos pueden ayudar a encontrar la fortaleza para hacerlo. ¿Estará el Señor preguntándonos: “¿Qué se puede hacer por esta hija, este hermano, este padre o este amigo?”?
Es por medio de los susurros del Espíritu que la naturaleza divina del que duda, tras luchar por creer, encuentra la paz para volver a tener fe.
Cuando el profeta habla, sus palabras tocan la fibra de nuestra naturaleza divina y nos dan la fortaleza para seguir adelante.
El participar de la Santa Cena cada semana da esperanza a la divinidad en nuestro interior y recordamos a nuestro Salvador Jesucristo.
Les prometo que al procurar descubrir la profundidad de la naturaleza divina que yace en su interior, empezarán a magnificar aún más su precioso don. Permitan que ese don las guíe para llegar a ser Sus hijas y recorran el sendero de regreso a Él, donde seremos “[restauradas] a ese Dios que [nos] dio aliento”12. En el nombre de Jesucristo. Amén.