La obra del templo y de historia familiar: Sellamiento y sanación
Cuando reunimos nuestras historias familiares y vamos al templo por nuestros antepasados, Dios cumple bendiciones prometidas simultáneamente a ambos lados del velo.
Las relaciones familiares pueden formar parte de las experiencias más gratificantes y a la vez exigentes que tengamos. Muchos de nosotros hemos afrontado algún tipo de fractura en el seno de nuestra familia. Una fractura semejante surgió entre dos héroes de la restauración de la Iglesia de Jesucristo en estos últimos días. Parley y Orson Pratt eran hermanos, conversos de los primeros tiempos y apóstoles ordenados. Cada uno de ellos afrontó una prueba de fe, pero la superó con un testimonio inquebrantable. Ambos sacrificaron mucho y contribuyeron enormemente a la causa de la verdad.
Durante la época de Nauvoo, su relación se tornó tensa y culminó en una acalorada confrontación pública en 1846. Se produjo una ruptura profunda y prolongada. En un primer momento, Parley le escribió a Orson para resolver la disputa, pero Orson no contestó. Parley se dio por vencido, considerando que no volverían a comunicarse, a menos que Orson diera ese paso1.
Varios años más tarde, en marzo de 1853, Orson se enteró de un proyecto de publicar un libro sobre los descendientes de William Pratt, el primer antepasado americano de estos hermanos. Orson comenzó a llorar “como un bebé” al vislumbrar este tesoro escondido de historia familiar. Su corazón se enterneció y tomó la decisión de reparar la brecha con su hermano.
Orson le escribió a Parley: “Ahora, querido hermano, no hay nadie entre todos los descendientes de nuestro antepasado, el teniente William Pratt, que tenga un interés tan profundo en buscar sus descendientes como nosotros”. Orson fue uno de los primeros en comprender que los Santos de los Últimos Días tenemos la responsabilidad de buscar y compilar historias familiares para llevar a cabo las ordenanzas vicarias por nuestros antepasados. Su carta proseguía diciendo: “Sabemos que el Dios de nuestros padres ha puesto su mano en todo esto… Deseo pedir perdón por haber sido tan negligente en escribirte… Espero que me perdones”2. A pesar de sus testimonios inquebrantables, fue el amor por sus antepasados el catalizador para sanar una riña, curar una herida, y procurar y conceder perdón3.
Cuando Dios nos guía a hacer algo, con frecuencia tiene muchos propósitos en mente. La obra del templo y de historia familiar no es solo para los muertos, sino que también bendice a los vivos. Para Orson y Parley, tornó el corazón del uno al otro. La obra del templo y de historia familiar aportó el poder de sanar lo que requería ser sanado.
Como miembros de la Iglesia, verdaderamente tenemos la responsabilidad divina de buscar nuestros antepasados y compilar historias familiares. Esto es mucho más que una afición que se nos recomienda adoptar, ya que las ordenanzas de salvación son necesarias para todos los hijos de Dios4. Debemos identificar a nuestros antepasados que murieron sin recibir las ordenanzas de salvación. Podemos llevar a cabo las ordenanzas de manera vicaria en los templos, y nuestros antepasados pueden decidir aceptarlas5. También se nos alienta a ayudar a los miembros del barrio y de la estaca con los nombres de su familia. Es verdaderamente increíble poder contribuir a redimir a los muertos mediante la obra del templo y de historia familiar.
Pero, al participar en la obra del templo y de historia familiar hoy, también nos hacemos merecedores de las bendiciones de “sanación” prometidas por los profetas y apóstoles6. Estas bendiciones también son verdaderamente increíbles por su alcance, especificidad y consecuencias en la vida mortal. Esta larga lista incluye las siguientes bendiciones:
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Más comprensión del Salvador y de Su sacrificio expiatorio.
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Más influencia del Espíritu Santo en nuestra vida7 para disfrutar de fortaleza y guía para nuestra propia vida.
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Más fe, la cual hace que nuestra conversión a Él llegue a ser profunda y perdurable.
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Más capacidad y motivación para aprender y arrepentirnos8, gracias a la comprensión de quiénes somos y de dónde venimos, así como una visión más clara de dónde vamos.
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Más influencia refinadora, santificadora y moderadora en nuestro corazón.
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Más gozo gracias a una capacidad superior de sentir el amor del Señor.
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Más bendiciones para nuestra familia, independientemente de nuestra situación familiar actual, pasada o futura o de cuán imperfecto sea nuestro árbol familiar.
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Más amor y aprecio por nuestros antepasados y familiares vivos, lo que hace que ya no nos sintamos solos.
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Más poder para discernir lo que necesita ser sanado y así, con la ayuda del Señor, servir a los demás.
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Más protección ante las tentaciones y la creciente influencia del adversario.
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Más ayuda a la hora de aliviar corazones atribulados, quebrantados o angustiados y que las personas heridas sanen9.
Si ha orado para recibir cualquiera de estas bendiciones, participe en la obra del templo y de historia familiar. Al hacerlo, sus oraciones serán contestadas. Cuando se llevan a cabo ordenanzas a favor de personas fallecidas, los hijos de Dios sobre la Tierra son sanados. No en vano, el presidente Russell M. Nelson, en su primer mensaje como Presidente de la Iglesia, declaró: “Su adoración en el templo y el servicio que presten allí por sus antepasados los bendecirá con mayor revelación personal y paz, y los fortalecerá en su compromiso de mantenerse en la senda de los convenios”10.
Un profeta anterior también predijo bendiciones, tanto para los vivos como para los muertos11. Un mensajero celestial le mostró a Ezequiel la visión de un templo con agua saliendo de él a borbotones. A Ezequiel se le dijo:
“Estas aguas salen… y descenderán al desierto y entrarán en el mar [muerto]… [y] las aguas serán sanadas.
“Y acontecerá que toda alma viviente que nade por dondequiera que entren estos dos ríos, vivirá… pues serán sanadas; y vivirá todo lo que entre en este río”12.
Hay dos características destacables de esta agua. En primer lugar, aunque el pequeño arroyo no tenía afluentes, crecía hasta convertirse en un río caudaloso, ensanchándose y haciéndose más profundo según recorría su flujo. Sucede algo similar con las bendiciones que fluyen del templo a medida que las personas son selladas como familias. A medida que las ordenanzas de sellamiento fusionan las familias, se produce un crecimiento significativo hacia atrás y hacia delante a través de las generaciones.
En segundo lugar, el río renovaba todo lo que tocaba. Del mismo modo, las bendiciones del templo tienen una capacidad impresionante para sanar. Las bendiciones del templo pueden sanar corazones, vidas y familias.
Permítanme ilustrarlo: En 1999, un joven llamado Todd se desmayó por causa de la rotura de un vaso sanguíneo en su cerebro. Aunque Todd y su familia eran miembros de la Iglesia, su actividad en ella había sido esporádica, y ninguno de ellos había experimentado las bendiciones del templo. La última noche en la vida de Todd, su madre, Betty, se sentó en la cama junto a él acariciando su mano y le dijo: “Todd, si de verdad debes marcharte, te prometo que me aseguraré de que se lleve a cabo tu obra del templo”. Al día siguiente, los médicos declararon la muerte cerebral de Todd. Los cirujanos trasplantaron el corazón de Todd a mi paciente, una persona excepcional llamada Rod.
Pocos meses después del trasplante, Rod averiguó quién era la familia de la persona que le donó su corazón y comenzó a escribirse con ellos. Unos dos años más tarde, la madre de Todd, Betty, invitó a Rod a estar presente cuando ella fue al templo por primera vez. Rod y Betty se vieron por primera vez en persona en el salón celestial del Templo de St. George, Utah.
Algún tiempo después, el padre de Todd y esposo de Betty falleció. Un par de años más tarde, Betty invitó a Rod a representar vicariamente a su hijo fallecido para recibir sus ordenanzas del templo. Rod lo hizo con agradecimiento, y la obra vicaria culminó en una sala de sellamientos en el Templo de St. George, Utah. Betty fue sellada a su esposo fallecido, arrodillándose ante el altar frente a su nieto, quien sirvió como representante. Después, con lágrimas cayendo por sus mejillas, le hizo una señal a Rod para que se uniera a ellos ante el altar. Rod se arrodilló junto a ellos, actuando como representante del hijo de ella, Todd, cuyo corazón todavía latía en el pecho de Rod. El donante del corazón de Rod, Todd, fue entonces sellado a sus padres por toda la eternidad. La madre de Todd había cumplido la promesa que le hizo a su hijo moribundo años atrás.
Pero la historia no termina ahí. Quince años después de su trasplante de corazón, Rod se comprometió con una joven y me pidió que llevara a cabo el sellamiento en el Templo de Provo, Utah. El día de la boda, me reuní con Rod y su maravillosa prometida, Kim, en una sala adyacente a la sala de sellamientos, donde esperaban sus familiares y amigos más cercanos. Tras hablar brevemente con Rod y Kim, les pregunté si tenían alguna pregunta.
Rod dijo: “Sí. La familia de mi donante está presente y les encantaría conocerle”.
Esto me tomó por sorpresa y le pregunté: “¿Quiere decir que están aquí? ¿Ahora mismo?”
Rod contestó: “Sí”.
Doblé la esquina y llamé a la familia para que saliera de la sala de sellamientos. Betty, su hija, y su yerno se unieron a nosotros. Rod saludó a Betty con un abrazo, le dio las gracias por venir y después me la presentó. Rod dijo: “Betty, este es el élder Renlund. Es el médico que cuidó del corazón de tu hijo durante tantos años”. Ella cruzó la sala y me abrazó; durante unos cuantos minutos más, hubo abrazos y lágrimas de gozo por todas partes.
Una vez que nos recuperamos de la emoción, pasamos a la sala de sellamientos, donde Rod y Kim fueron sellados por el tiempo y por toda la eternidad. Rod, Kim, Betty y yo podemos testificar de que los cielos estaban muy cerca, que ese día había otras personas con nosotros que habían cruzado antes el velo de la vida mortal.
Dios, con Su capacidad infinita, sella y sana a personas y familias a pesar de las tragedias, pérdidas y adversidades. A veces comparamos los sentimientos que experimentamos en los templos con captar un destello de los cielos13. Aquel día en el Templo de Provo, Utah, me hice eco de esta afirmación de C. S. Lewis: “[Los seres mortales] dicen en cuanto a cierta medida de sufrimiento temporal: ‘Ninguna dicha futura puede compensarlo’, ignorando que los cielos, cuando los alcancemos, actuarán retrospectivamente y convertirán incluso esa agonía en una gloria… Los benditos dirán entonces: ‘Nunca hemos vivido en ningún otro lugar que no sean los cielos’”14.
Dios nos fortalecerá, ayudará y sostendrá15; y santificará para nosotros nuestra angustia más profunda16. Cuando reunimos nuestras historias familiares y vamos al templo por nuestros antepasados, Dios cumple muchas de estas bendiciones prometidas de manera simultánea a ambos lados del velo. De manera similar, somos bendecidos cuando ayudamos a otras personas en nuestros barrios y estacas a hacer lo mismo. Los miembros que no viven cerca de un templo también reciben estas bendiciones al participar en la obra de historia familiar, reuniendo los nombres de sus antepasados para que se lleven a cabo las ordenanzas del templo.
El presidente Nelson, no obstante, advirtió: “Podemos sentirnos inspirados durante todo el día sobre experiencias del templo y de historia familiar que otras personas hayan tenido. Sin embargo, debemos hacer algo para experimentar realmente la alegría por nosotros mismos”. Prosiguió diciendo: “Los invito a considerar con oración qué tipo de sacrificio —de preferencia un sacrificio de tiempo— pueden hacer para dedicarse más a la obra del templo y de historia familiar este año17. Al aceptar la invitación del presidente Nelson, descubrirán, reunirán y conectarán a su familia. Además, comenzarán a fluir bendiciones para ustedes y su familia como el río que mencionó Ezequiel. Hallarán sanación para aquello que requiera sanación.
Orson y Parley Pratt experimentaron los efectos sanadores y selladores de la obra del templo y de historia familiar en los primeros compases de esta dispensación. Betty, su familia y Rod lo experimentaron. Ustedes también pueden hacerlo. Mediante Su sacrificio expiatorio, Jesucristo ofrece estas bendiciones a todos, tanto muertos como vivos. Gracias a estas bendiciones, nos daremos cuenta de que, metafóricamente, “Nunca hemos vivido en ningún otro lugar que no sean los cielos”18. Testifico de ello en el nombre de Jesucristo. Amén.