Los profetas hablan por el poder del Santo Espíritu
Tener profetas es una señal del amor de Dios por Sus hijos. Ellos hacen saber las promesas y la verdadera naturaleza de Dios y de Jesucristo.
Mis queridos hermanos y hermanas, donde sea que estén, quisiera expresar mi sincero y profundo agradecimiento por su voto de sostenimiento en el día de ayer. Aunque me siento poco elocuente y tardo en el habla, al igual que Moisés, me consuelo en las palabras que el Señor le dijo:
“¿Quién dio la boca al hombre? ¿O quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo, Jehová?
“Ahora pues, ve, que yo estaré en tu boca, y te enseñaré lo que has de decir” (Éxodo 4:11–12; véase también el versículo 10).
Siento consuelo también por el amor y el apoyo de mi amada esposa. Ella ha sido un ejemplo de bondad, amor y total devoción al Señor, para mí y para mi familia. La amo con toda mi alma, y estoy agradecido por la influencia positiva que ella ha tenido en nosotros.
Hermanos y hermanas, quiero testificarles que el presidente Russell M. Nelson es el profeta de Dios sobre la tierra. Nunca he visto a nadie más bondadoso y amoroso que él. Aunque me sentí inadecuado para este sagrado llamamiento, sus palabras y la tierna mirada en sus ojos al extenderme esta responsabilidad me hicieron sentirme abrazado por el amor del Señor. Gracias, presidente Nelson. Lo sostengo y lo amo.
¿No es una bendición que tengamos profetas, videntes y reveladores sobre la tierra en estos días; hombres que procuran conocer la voluntad del Señor y seguirla? Es reconfortante saber que no estamos solos en el mundo, a pesar de los desafíos que afrontamos en la vida. Tener profetas es una señal del amor de Dios por Sus hijos. Ellos hacen saber las promesas y la verdadera naturaleza de Dios y de Jesucristo a Su pueblo. He aprendido eso por medio de mis experiencias personales.
Hace dieciocho años, mi esposa y yo recibimos una llamada telefónica del presidente James E. Faust, en aquel entonces Segundo Consejero de la Primera Presidencia. Él nos llamó para que sirviéramos como presidente de misión y compañera, en Portugal. Nos dijo que solo teníamos seis semanas antes de que comenzáramos la misión. Aunque nos sentíamos faltos de preparación e inadecuados, aceptamos el llamamiento. Nuestra preocupación más importante, en aquel entonces, era obtener las visas para servir en aquel país, porque, según las experiencias pasadas, sabíamos que el proceso tardaba de seis a ocho meses.
El presidente Faust entonces nos preguntó si teníamos fe en que el Señor haría un milagro y que podríamos resolver el problema de las visas más rápido. Nuestra respuesta fue un contundente “sí” y comenzamos a hacer los trámites de inmediato. Preparamos los documentos necesarios para la visa, llevamos a nuestros tres jóvenes hijos y fuimos al consulado lo antes posible. Allí nos recibió una señorita muy amable. Al revisar nuestros documentos y al enterarse de lo que íbamos a hacer en Portugal, nos miró y preguntó: “¿De verdad van a ir a ayudar a la gente de mi país?”. Le respondimos con un firme “sí” y le explicamos que representaríamos a Jesucristo y que testificaríamos de Él y de Su divina misión en el mundo. Volvimos al consulado cuatro semanas después, nos dieron nuestras visas y llegamos al campo misional dentro del tiempo estipulado de seis semanas, tal como nos lo había pedido hacer un profeta del Señor.
Hermanos y hermanas, desde los más profundo de mi corazón, testifico que los profetas hablan por el poder del Santo Espíritu. Testifican de Cristo y de Su divina misión sobre la tierra. Representan la intención y el corazón del Señor y son llamados para representarlo a Él y para enseñarnos a nosotros lo que debemos hacer para volver a vivir en la presencia de Dios y de Su Hijo, Jesucristo. Somos bendecidos al ejercer nuestra fe y seguir sus enseñanzas. Al seguirlos, nuestras vidas son más felices y menos complicadas, nuestras dificultades y problemas son más llevaderos, y creamos una armadura a nuestro alrededor que nos protegerá de los ataques del enemigo en esta época.
En este día de Pascua de Resurrección, solemnemente testifico que Jesucristo ha resucitado, Él vive y Él dirige esta Iglesia sobre la tierra por medio de Sus profetas, videntes y reveladores. Testifico que Él es el Salvador y Redentor del mundo y que por medio de Él podemos ser salvos y exaltados en la presencia de nuestro querido Dios. Lo amo; lo adoro. Quiero seguirlo y hacer Su voluntad y ser más como Él. Humildemente digo estas cosas en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.