Los poderes del sacerdocio
Magnificar el santo sacerdocio que tienen es vital para la obra del Señor con sus familias y con sus llamamientos eclesiásticos.
Mis queridos hermanos, hemos oído un anuncio revelador del presidente Russell M. Nelson; hemos oído importantes explicaciones de los élderes Christofferson y Rasband, y del presidente Eyring. Lo que se dirá luego, incluso más de parte del presidente Nelson, explicará lo que ustedes —los líderes del Señor y poseedores del sacerdocio— harán ahora en sus responsabilidades. Para ayudarles en esto, repasaré algunos principios fundamentales que rigen el sacerdocio que poseen.
I. El sacerdocio
El Sacerdocio de Melquisedec es la autoridad divina que Dios ha delegado para efectuar Su obra de “llevar a cabo… la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39); en 1829, los apóstoles del Salvador, Pedro, Santiago y Juan lo confirieron a José Smith y a Oliver Cowdery (véase D. y C. 27:12). Es sagrado y poderoso, más allá de nuestra capacidad de descripción.
Las llaves del sacerdocio son los poderes para dirigir el ejercicio de la autoridad del sacerdocio. Por lo tanto, cuando los apóstoles confirieron el Sacerdocio de Melquisedec a José y a Oliver, también les dieron las llaves para dirigir su uso (véase D. y C. 27:12–13). No obstante, no se confirieron todas las llaves del sacerdocio en ese momento. Todas las llaves y conocimiento necesarios para esta “dispensación del cumplimiento de los tiempos” (D. y C. 128:18) se dan “línea sobre línea” (versículo 21). Siete años después, se entregaron más llaves en el Templo de Kirtland (véase D. y C. 110:11–16). Esas llaves se entregaron para dirigir la autoridad del sacerdocio en las asignaciones adicionales que se dieron en aquel momento, tal como el bautismo por los muertos.
El Sacerdocio de Melquisedec no es un rango ni un título. Es un poder divino que se nos confía para su uso en beneficio de la obra de Dios para Sus hijos. Debemos recordar siempre que los hombres que poseen el sacerdocio no son “el sacerdocio”. No es apropiado decir “el sacerdocio y las mujeres”. Deberíamos decir “los poseedores del sacerdocio y las mujeres”.
II. Un ministerio de servicio
Ahora consideremos lo que el Señor Jesucristo espera de quienes poseen Su sacerdocio; el modo en que hemos de traer almas a Él.
El presidente Joseph F. Smith enseñó: “Se ha dicho, y es verdad, que la Iglesia está perfectamente organizada; el único problema es que esas organizaciones no están completamente al tanto de las obligaciones que tienen. Cuando se den cuenta por completo de lo que se requiere de ellas, cumplirán sus deberes más fielmente y la obra del Señor será mucho más fuerte, más potente e influyente en el mundo”1.
El presidente Smith también advirtió:
“Los títulos dados por Dios, de honor…, que se relacionan con los diversos oficios y órdenes del Santo Sacerdocio, no deben emplearse ni considerarse de la misma manera que los que se originan en el hombre; no son una condecoración ni una indicación de dominio, sino más bien de un nombramiento al servicio humilde en la obra del único Maestro al que profesamos servir…
“Estamos obrando en bien de la salvación de las almas y debemos sentir que este es el deber más grandioso que se nos ha encomendado. Por lo tanto, debemos estar dispuestos a sacrificarlo todo, si fuese necesario, por amor a Dios, por la salvación del hombre y el triunfo del reino de Dios en la tierra”2.
III. Los oficios del sacerdocio
En la Iglesia del Señor, los oficios del Sacerdocio de Melquisedec tienen funciones diferentes. Doctrina y Convenios se refiere a los sumos sacerdotes como “presidentes residentes o siervos sobre diversas estacas esparcidas fuera de aquí” (D. y C. 124:134). Se refiere a los élderes como “ministros residentes de [la iglesia del Señor]” (D. y C. 124:137). Las siguientes son otras enseñanzas sobre estas funciones separadas.
Los sumos sacerdotes ofician y administran las cosas espirituales (véase D. y C. 107:10, 12). Además, como enseñó el presidente Joseph F. Smith, “en tanto al que ha sido ordenado sumo sacerdote, debe sentir que tiene la obligación… de dar un ejemplo digno de emulación a los mayores y a los jóvenes; y de asumir una posición tal de ser un maestro de rectitud, no solo por precepto, sino más particularmente mediante el ejemplo, al dar a los más jóvenes el beneficio de la experiencia de la edad, llegando así a ser en lo individual un poder en medio de la comunidad en la que resida”3.
Sobre los deberes de los élderes, el élder Bruce R. McConkie, del Cuórum de los Doce, enseñó: “Un élder es un ministro del Señor Jesucristo… Está comisionado para actuar como lo haría su Maestro y en nombre de Él… al ejercer su ministerio entre sus semejantes; es el agente del Señor”4.
El élder McConkie criticó la idea de que alguien sea “solamente un élder”: “Cada élder de la Iglesia posee tanto sacerdocio como el Presidente de esta…”, dijo. “¿Qué es un élder? Es un pastor; es un pastor que presta servicio en el redil del Buen Pastor”5.
En esa importante función de ministrar en el redil del Buen Pastor no hay ninguna distinción entre los oficios de sumo sacerdote y de élder del Sacerdocio de Melquisedec. En la maravillosa sección 107 de Doctrina y Convenios, el Señor declara: “Los sumos sacerdotes según el orden del Sacerdocio de Melquisedec tienen el derecho de oficiar en su propio puesto, bajo la dirección de la presidencia, para administrar las cosas espirituales, y también en el oficio de élder [u oficios del Sacerdocio Aarónico]” (véase D. y C. 107:10; véase también el versículo 12).
El principio más importante para todos los poseedores del sacerdocio es el principio que ha enseñado Jacob, el profeta del Libro de Mormón. Después de que él y su hermano José fueron consagrados sacerdotes y maestros del pueblo, declaró: “Y magnificamos nuestro oficio ante el Señor, tomando sobre nosotros la responsabilidad, trayendo sobre nuestra propia cabeza los pecados del pueblo si no le enseñábamos la palabra de Dios con toda diligencia” (Jacob 1:19).
Hermanos, nuestras responsabilidades como poseedores del sacerdocio son un asunto muy serio. Otras organizaciones podrían sentirse satisfechas con las normas del mundo sobre la forma de dar mensajes y de cumplir con sus otras funciones; pero nosotros, los que poseemos el sacerdocio de Dios, tenemos el poder divino que rige incluso la entrada al Reino Celestial de Dios. Tenemos el propósito y la responsabilidad que el Señor definió en el prefacio revelado de Doctrina y Convenios. Debemos proclamar al mundo:
“… que todo hombre hable en el nombre de Dios el Señor, el Salvador del mundo;
“para que también la fe aumente en la tierra;
“para que se establezca mi convenio sempiterno;
“para que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos hasta los cabos de la tierra” (D. y C. 1:20–23).
Para cumplir con ese mandato divino, debemos ser fieles en “magnificar” nuestros llamamientos y responsabilidades del sacerdocio (véase D. y C. 84:33). El presidente Harold B. Lee explicó lo que significa magnificar el sacerdocio: “Cuando uno se convierte en poseedor del sacerdocio, se convierte en agente del Señor. Uno debe considerar su llamamiento con la perspectiva de que está en la obra del Señor. Eso es lo que significa magnificar el sacerdocio”6.
Por lo tanto, hermanos, si el Señor mismo les pidiera que ayudaran a uno de Sus hijos o hijas —lo cual ha hecho por medio de Sus siervos— ¿lo harían? Y si lo hicieran, ¿actuarían como agentes de Él, “en la obra del Señor”, confiando en la ayuda que ha prometido?
El presidente Lee impartió otra enseñanza sobre magnificar el sacerdocio: “Cuando colocan una lupa por encima de algo, aquello se ve más grande de lo que puede verse a simple vista; la lupa es una lente de aumento. Ahora bien,… cuando cualquier hombre magnifica su sacerdocio —es decir, cuando lo engrandece más de lo que él creía que este era primeramente y lo hace más importante de lo que cualquier otro hombre haya creído que fuera— ese es el modo de magnificar el sacerdocio”7.
El siguiente es un ejemplo de cómo un poseedor de sacerdocio magnificó sus responsabilidades del sacerdocio. Lo oí de boca del élder Jeffrey D. Erekson, que fue mi compañero en una conferencia de estaca en Idaho. Mientras era un joven élder casado y desesperadamente pobre que se sentía incapaz de terminar su último año de la universidad, Jeffrey decidió abandonarla y aceptar una atractiva oferta laboral. Algunos días después, el presidente del cuórum de élderes fue a su casa. “¿Entiendes la importancia de las llaves del sacerdocio que poseo?”, preguntó el presidente del cuórum de élderes. Cuando Jeffrey dijo que sí, este le dijo que desde que se había enterado de sus intenciones de abandonar la universidad, el Señor lo había importunado durante noches de insomnio para que diera a Jeffrey este mensaje: “Como tu presidente de cuórum de élderes, te aconsejo que no dejes la universidad. Este es un mensaje del Señor para ti”. Jeffrey continuó en la universidad. Años después, me encontré con él cuando era ya un próspero hombre de negocios, y oí que decía a una congregación de poseedores del sacerdocio: “Aquel [consejo] ha marcado toda la diferencia en mi vida”.
Un poseedor del sacerdocio magnificó su sacerdocio y su llamamiento, y aquello marcó “toda la diferencia” en la vida de otro hijo de Dios.
IV. El sacerdocio en la familia
Hasta aquí, he hablado de las funciones del sacerdocio en la Iglesia. Ahora hablaré del sacerdocio en la familia. Empezaré refiriéndome a las llaves. El principio de que la autoridad del sacerdocio solo puede ejercerse bajo la dirección de alguien que posea las llaves para dicha función es fundamental en la Iglesia, pero no se aplica al ejercicio de la autoridad del sacerdocio en la familia8. Los padres que poseen el sacerdocio presiden en sus familias por la autoridad del sacerdocio que poseen; no tienen necesidad de tener la dirección ni la aprobación de las llaves del sacerdocio a fin de aconsejar a los miembros de su familia, organizar reuniones familiares, dar bendiciones del sacerdocio a su esposa e hijos, o dar bendiciones de salud a los miembros de la familia u otras personas.
Si los padres magnificaran su sacerdocio en su propia familia, esto haría avanzar la misión de la Iglesia más que cualquier otra cosa que pudieran hacer. Los padres que poseen el Sacerdocio de Melquisedec deben guardar los mandamientos a fin de tener el poder del sacerdocio para dar bendiciones a los miembros de la familia; también deben cultivar lazos familiares de amor para que los miembros de la familia quieran pedir bendiciones a sus padres. Y el padre y la madre deben fomentar que se den más bendiciones del sacerdocio en la familia.
Padres, actúen como “compañeros iguales” de sus esposas, tal como enseña la Proclamación para la Familia9. Y, padres, cuando tengan el privilegio de ejercer el poder y la influencia de la autoridad de su sacerdocio, háganlo “por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero” (D. y C. 121:41). Esa elevada norma para el ejercicio de la autoridad del sacerdocio es de suma importancia en la familia. El presidente Harold B. Lee extendió esta promesa apenas llegó a ser Presidente de la Iglesia: “El poder del sacerdocio, que ustedes poseen, nunca es más extraordinario que cuando hay una crisis en su hogar, una enfermedad grave, o cuando hay que tomar alguna decisión trascendental… Comprendido en el poder del sacerdocio, que es el poder de Dios Todopoderoso, está el poder de efectuar milagros, si así es la voluntad del Señor, pero para que nosotros utilicemos ese sacerdocio, debemos ser dignos de ejercerlo. No comprender ese principio equivale a no recibir las bendiciones de poseer ese gran sacerdocio”10.
Mis amados hermanos, el que magnifiquen el santo sacerdocio que poseen es crucial para la obra del Señor con sus familias y llamamientos de la Iglesia.
Testifico de Aquel a quien pertenece el sacerdocio; mediante Su sufrimiento y sacrificio expiatorios, y Su resurrección, todos los hombres y mujeres tenemos la seguridad de la inmortalidad y la oportunidad de alcanzar la vida eterna. Todos nosotros debemos ser fieles y diligentes al hacer nuestra parte en esta gran obra de Dios, nuestro Padre Eterno. En el nombre de Jesucristo. Amén.