Conferencia General
El porqué de la senda de los convenios
Conferencia General de abril de 2021


15:3

El porqué de la senda de los convenios

La diferencia de la senda de los convenios es singular y eternamente significativa.

A lo largo de su ministerio, el presidente Russell M. Nelson ha estudiado y enseñado sobre los convenios de Dios con Sus hijos. Él mismo es un ejemplo magnífico de alguien que anda en la senda de los convenios. En su primer mensaje como Presidente de la Iglesia, el presidente Nelson declaró:

“Su compromiso de seguir al Salvador al hacer convenios con Él y luego guardar esos convenios abrirá la puerta a toda bendición y privilegio espiritual que están al alcance de hombres, mujeres y niños en todas partes”.

“Las ordenanzas del templo y los convenios que ustedes hagan allí son clave para fortalecer su vida, su matrimonio y su familia, y su habilidad para resistir los ataques del adversario. Su adoración en el templo y su servicio allí por sus antepasados les bendecirá con mayor revelación personal y paz, y les fortalecerá en su compromiso de mantenerse en la senda de los convenios”1.

¿Qué es la senda de los convenios? Es aquella senda que nos conduce hacia el Reino Celestial de Dios. Nos embarcamos en esa senda desde la puerta del bautismo y luego “segui[mos] adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres [—los dos grandes mandamientos—] […] hasta el fin”2. En el curso de la senda de los convenios (la cual, por cierto, se extiende más allá de la vida terrenal), recibimos todas las ordenanzas y convenios pertenecientes a la salvación y la exaltación.

Nuestro compromiso integral por convenio es hacer la voluntad de Dios “y ser obedientes a sus mandamientos en todas las cosas que él nos mande”3. Obedecer los principios y mandamientos del evangelio de Jesucristo día a día es el camino de mayor felicidad y satisfacción en la vida. Por una parte, la persona se evita muchos problemas y cosas que lamentar. Permítanme utilizar una analogía deportiva. En tenis hay algo llamado “errores no forzados”; son cosas como enviar una pelota sencilla contra la red o cometer doble falta en el servicio. Se considera que los errores no forzados son consecuencia de los desatinos del jugador en vez de que los ocasione la habilidad del oponente.

Con demasiada frecuencia, nuestros problemas o desafíos son autoinfligidos, el resultado de malas decisiones o, podríamos decir, la consecuencia de “errores no forzados”. Cuando seguimos diligentemente la senda de los convenios, evitamos de forma bastante natural muchos “errores no forzados”; esquivamos diversos tipos de adicción; no caemos en el foso de las mentiras ni la conducta deshonesta; cruzamos el abismo de la inmoralidad y la infidelidad sin caer; eludimos a las personas y las cosas que, aunque sean populares, pondrían en peligro nuestro bienestar físico y espiritual; evitamos las decisiones que dañan o perjudican a otras personas y, más bien, adquirimos hábitos de autodisciplina y de servicio4.

Se dice que el élder J. Golden Kimball dijo: “Tal vez no [siempre] he andado en la senda estrecha y angosta, pero [trato] de cruzarla con tanta frecuencia como puedo”5. En un momento más serio, estoy seguro de que el hermano Kimball estaría de acuerdo con que permanecer en la senda de los convenios, y no tan solo cruzarla, es nuestra mayor esperanza para evitar la desdicha evitable, por un lado, y para lidiar con las adversidades inevitables de la vida, por el otro.

Alguien podría decir: “Puedo tomar buenas decisiones con o sin el bautismo; no necesito convenios para ser una persona honorable y exitosa”. Ciertamente hay muchas personas que, aunque no se encuentran en la senda de los convenios, actúan de un modo que refleja las decisiones y contribuciones de aquellas que están en la senda. Se podría decir que reciben las bendiciones de transitar un camino “coherente con los convenios”. ¿Cuál es, entonces, la diferencia de la senda de los convenios?

En realidad, la diferencia es singular y eternamente significativa. Incluye la naturaleza de nuestra obediencia, el carácter del compromiso de Dios hacia nosotros, la ayuda divina que recibimos, las bendiciones ligadas al recogimiento como pueblo del convenio y, lo que es más importante, nuestra herencia eterna.

Obediencia con compromiso

Primero es la naturaleza de nuestra obediencia a Dios. Es más que simplemente tener buenas intenciones; nos comprometemos solemnemente a vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios. Con esto, seguimos el ejemplo de Jesucristo, quien, al ser bautizado, “muestra a los hijos de los hombres que, según la carne, él se humilla ante el Padre, y testifica al Padre que le sería obediente al observar sus mandamientos”6.

Con los convenios, no solo estamos resueltos a evitar errores o ser prudentes con nuestras decisiones, sino que nos sentimos responsables ante Dios por nuestras decisiones y por nuestra vida. Tomamos sobre nosotros el nombre de Cristo; nos centramos en Cristo, en ser valientes en el testimonio de Jesús y en cultivar el carácter de Él.

Con los convenios, la obediencia a los principios del Evangelio se arraiga en nuestra alma misma. Conozco a un matrimonio que, al momento de casarse, la esposa no estaba activa en la Iglesia y el esposo nunca había sido miembro de ella. Me referiré a ellos como María y Juan, que no son sus nombres reales. Cuando llegaron los hijos, María sintió la profunda necesidad de criarlos, como dicen las Escrituras, “en disciplina y amonestación del Señor”7. Juan la apoyaba. María hizo algunos sacrificios importantes para estar en el hogar a fin de enseñar el Evangelio de forma constante. Se aseguró de que la familia aprovechara plenamente la adoración y la actividad en la Iglesia. María y Juan llegaron a ser padres ejemplares, y sus hijos (todos varones llenos de energía) crecieron en fe y devoción a los principios y normas del Evangelio.

Los padres de Juan —los abuelos de los niños— estaban complacidos con la vida sana y los logros de sus nietos, pero debido a cierto antagonismo hacia la Iglesia, querían atribuir ese éxito exclusivamente a las habilidades parentales de Juan y María. Si bien no era miembro de la Iglesia, Juan no dejó de cuestionar esa afirmación, e insistió en que lo que ellos veían eran los frutos de las enseñanzas del Evangelio; lo que sus hijos experimentaban en la Iglesia, así como lo que sucedía en el hogar.

Juan mismo estaba siendo influenciado por el Espíritu, por el amor y el ejemplo de su esposa, y por los ruegos de sus hijos. En el debido tiempo, y para alegría de los miembros del barrio y de sus amistades, fue bautizado.

Aunque en la vida de ellos y sus hijos no han faltado los desafíos, María y Juan afirman de todo corazón que el convenio del Evangelio es, en efecto, la raíz de sus bendiciones. Han visto cumplirse las palabras del Señor a Jeremías en la vida de sus hijos y en la de ellos: “Pondré mi ley en su mente y la escribiré en sus corazones; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”8.

Ligados a Dios

Un segundo aspecto singular de la senda de los convenios es nuestra relación con la Deidad. Los convenios que Dios ofrece a Sus hijos hacen más que guiarnos; nos ligan a Él y, ligados a Él, podemos vencer todas las cosas9.

Una vez leí un artículo de periódico escrito por un periodista poco informado que explicaba que la forma en que efectuamos bautismos por los muertos es sumergiendo rollos de microfilmes en el agua. De ese modo, todos aquellos cuyos nombres figuren en el microfilm se consideran bautizados. Ese método sería eficiente, pero ignora el valor infinito de cada alma y la importancia crucial del convenio personal con Dios.

“[Jesús] dijo […]: Entrad por la puerta estrecha, porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que conduce a la vida, y pocos son los que lo hallan”10. Hablando en sentido figurado, esa puerta es tan estrecha que permite que solo entre una persona a la vez. Cada una asume un compromiso individual con Dios, y a cambio recibe de Él un convenio individual, por nombre, en el que puede confiar incondicionalmente por el tiempo y la eternidad. Con las ordenanzas y los convenios, “se manifiesta el poder de la divinidad” en nuestras vidas11.

La ayuda divina

Aquello nos lleva a considerar una tercera bendición especial de la senda de los convenios. Dios brinda un don casi incomprensible para ayudar a guardar los convenios a quienes los hacen: el don del Espíritu Santo. Ese don es el derecho a la compañía, protección y guía constantes del Santo Espíritu12. También conocido como el Consolador, el Espíritu Santo “llena de esperanza y de amor perfecto”13. Él “sabe todas las cosas, y da testimonio del Padre y del Hijo”14, cuyos testigos nos comprometemos ser15.

En la senda de los convenios también encontramos las bendiciones esenciales del perdón y de ser limpios de pecado. Esa ayuda solo puede recibirse mediante la gracia divina, administrada por el Espíritu Santo. “Y este es el mandamiento”, dice el Señor: “Arrepentíos, todos vosotros, extremos de la tierra, y venid a mí y sed bautizados en mi nombre, para que seáis santificados por la recepción del Espíritu Santo, a fin de que en el postrer día os presentéis ante mí sin mancha”16.

Congregarse con el pueblo del convenio

Cuarto, quienes siguen la senda de los convenios también hallan bendiciones singulares en diversos recogimientos divinamente señalados. A lo largo de las Escrituras encontramos profecías del recogimiento literal de las largamente dispersadas tribus de Israel en las tierras de su herencia17. El cumplimiento de esas profecías y promesas está ahora en marcha con el recogimiento del pueblo del convenio en la Iglesia, el Reino de Dios sobre la tierra. El presidente Nelson explica: “Cuando hablamos del recogimiento, simplemente estamos diciendo esta verdad fundamental: cada uno de los hijos de nuestro Padre Celestial… merece escuchar el mensaje del evangelio restaurado de Jesucristo”18.

El Señor manda a los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días: “Levantaos y brillad, para que vuestra luz sea un estandarte a las naciones; a fin de que el recogimiento en la tierra de Sion y sus estacas sea para defensa y para refugio contra la tempestad y contra la ira, cuando sea derramada sin mezcla sobre toda la tierra”19.

Existe también una congregación semanal del pueblo del convenio en la casa de oración, en el día del Señor, “para que más íntegramente [nos] conserve[mos] sin mancha del mundo”20. Es una reunión para participar del pan y del agua sacramentales en memoria de la expiación de Jesucristo y una ocasión “para ayunar y orar, y para hablar unos con otros concerniente al bienestar de [nuestras] almas”21. Cuando era adolescente, de mi promoción, yo era el único miembro de la Iglesia en la escuela secundaria. Disfrutaba relacionarme con muchos buenos amigos en la escuela; no obstante, descubrí que dependía mucho de esta reunión del día de reposo cada semana para vivificarme y renovarme espiritual y hasta físicamente. Durante la actual pandemia, cuánto hemos sentido la pérdida de esa regular reunión del convenio y cuánto añoramos que llegue el momento en que podamos volver a reunirnos como antes.

El pueblo del convenio también se congrega en el templo, la Casa del Señor, para procurar las ordenanzas, las bendiciones y la revelación que únicamente están disponibles allí. El profeta José Smith enseñó: “¿Cuál era el objeto del recogimiento del… pueblo de Dios en cualquier época del mundo?… El objeto principal era edificar una casa al Señor en la cual Él pudiera revelar a Su pueblo las ordenanzas de Su casa y las glorias de Su reino, y enseñar a la gente el camino de la salvación; porque hay ciertas ordenanzas y principios que, para poder enseñarse y practicarse, deben efectuarse en un lugar o casa edificada para tal propósito”22.

Heredar las promesas del convenio

Al final, solo al seguir la senda de los convenios heredamos las bendiciones de Abraham, Isaac y Jacob, las supremas bendiciones de la salvación y la exaltación que solo Dios puede dar23.

Las referencias que hay las Escrituras sobre el pueblo del convenio a menudo se refieren a los descendientes literales de Abraham o a la “Casa de Israel”. Sin embargo, el pueblo del convenio también incluye a todos los que reciben el evangelio de Jesucristo24. Pablo explicó:

“Pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos […].

“Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos conforme a la promesa”25.

Quienes son leales a sus convenios “saldrán en la resurrección de los justos”26. Son “hechos perfectos mediante Jesús, el mediador del nuevo convenio […]; son aquellos cuyos cuerpos son celestiales, cuya gloria es la del sol, sí, la gloria de Dios, el más alto de todos”27. “Por consiguiente, todas las cosas son suyas, sea vida o muerte, o cosas presentes o cosas futuras, todas son suyas, y ellos son de Cristo y Cristo es de Dios”28.

Ruego que demos oído al llamado del profeta de permanecer en la senda de los convenios. Nefi nos vio a nosotros y nuestra época, y escribió: “[Y]o, Nefi, vi que el poder del Cordero de Dios descendió sobre los santos de la iglesia del Cordero y sobre el pueblo del convenio del Señor, que se hallaban dispersados sobre toda la superficie de la tierra; y tenían por armas su rectitud y el poder de Dios en gran gloria”29.

Junto con Nefi, “mi alma se deleita” en los convenios del Señor30. Este domingo de Pascua de Resurrección, testifico de Jesucristo, cuya resurrección es nuestra esperanza y la seguridad de todo lo que se promete en la senda de los convenios, y al final de ella. En el nombre de Jesucristo. Amén.