Historia de la Iglesia
“Ve y ayúdalos”


“Ve y ayúdalos”

A finales de la década de 1960, en Lima, una joven Santo de los Últimos Días, Gregoria Elvira Vásquez, tuvo un sueño en el que recibía una carta del profeta. Unos meses más tarde, su obispo le dijo que quería que sirviera en una misión. Gregoria no quería ir, pero el obispo le pidió que se tomara un mes, leyera todo el Libro de Mormón y regresara con una respuesta. Ella se decidió a servir, a pesar de sus temores, y su llamamiento misional llegó en una carta del Presidente de la Iglesia, David O. McKay.

En ese momento, Gregoria trabajaba en el colegio católico Nuestra Señora de la Consolación, con las Madres de la Orden de San Agustín. “Ellas me enseñaron qué no hacer y qué hacer, cómo enseñar, cómo amar al prójimo”, dijo Gregoria. Las monjas sabían que ella era Santo de los Últimos Días y la apoyaban en su deseo de servir en la Iglesia. “Leíamos juntas el Libro de Mormón”, dijo Gregoria. “Los misioneros vinieron a visitarme estando yo con ellas”.

Gregoria dijo a las Madres que planeaba servir en una misión, pero que no tenía dinero. “Te vamos a apoyar y vamos a guardar tu puesto de trabajo”, le respondieron. Ellas pagaron el costo de la misión de Gregoria a Bolivia, y ella volvió a trabajar en la escuela a su regreso.

En 1971, líderes de la Iglesia se comunicaron con Gregoria para ofrecerle el puesto de directora de una escuela propiedad de la Iglesia en Lima. Ella cumplía con los requisitos de ser peruana, tener una licenciatura en Educación y ser exmisionera. “Quería mucho a las Madres agustinas. Les debía mucho”, dijo ella, “pero como la Iglesia me necesitaba, estaba indecisa”.

La superintendenta de la escuela católica convenció a Gregoria de que aceptara la oferta. “Amas a tu Iglesia. ¿Cómo puedes rechazarlos?”, le dijo. “Sé que no eres malagradecida. Ve y ayúdalos”.

De 1972 a 1975, Gregoria trabajó como directora de la Escuela Helamán. Casi al mismo tiempo, también sirvió como presidenta de la Primaria de la Misión Andes, viajando por todo el país para enseñar y supervisar a los líderes de la Primaria. “No tenía tiempo para mí. Todo estaba dedicado al Señor, pero me gustaba. Lo disfrutaba mucho”.

Gregoria trabajó con padres, líderes locales, el Ministerio de Educación de Perú y Representantes Regionales de la Iglesia para garantizar que los alumnos recibieran una educación religiosa y secular de calidad en un ambiente afectuoso.

La escuela incluía tanto a niños Santos de los Últimos Días como a aquellos que no eran miembros. Esta distinción no le importaba a Gregoria. “Mi mente ya había aceptado que los niños eran iguales”, dijo ella. Todas las mañanas se celebraban devocionales para ayudar a los alumnos a fortalecer su fe. “Ahora tenemos muchos líderes gracias a esta iniciativa”, dijo.