“A donde el Padre me envíe, iré”
Después de retirarse de su carrera como educadora en California en 2017, Elba Morales decidió explorar. “Dije: A donde el Padre me envíe, iré”. Vivió en Carolina del Norte durante unos meses antes de mudarse a Long Island, Nueva York, donde vivió por tres meses más. Por aquel entonces, su hija, Lidia, le dijo que ella debía regresar a Huánuco, Perú, para visitar a su familia.
Luego de esa conversación, Elba oró. Después, “tuve la total certeza de que el Espíritu me había dicho que viniera a este lugar, a Huánuco”, dijo ella. “Poco después, mientras reflexionaba, preparaba mis cosas y hacía la maleta, se me ocurrió la idea de llevarme mi certificado de bautismo y la bendición patriarcal”.
En Huánuco, Elba se enteró por los miembros de la Iglesia de que un historiador regional de la Iglesia estaba en la ciudad realizando entrevistas de historia oral a los primeros pioneros de la Iglesia. José Giráldez, el entrevistador, le dijo a Elba que si ella hubiera llegado un día después, habría llegado demasiado tarde. “Ahora tengo una prueba más de que el Padre Celestial lo organiza”, dijo Elba. “Todo tiene un propósito”.
Basándose en los documentos que había traído, Elba narró su historia a José. Cuando Elba era una joven madre que vivía en Huánuco, en 1965, se convirtió en Santo de los Últimos Días. “El día que fui bautizada”, dijo ella, “la felicidad y el gozo que sentí en mi corazón fueron realmente grandes. Sabía que al nacer de nuevo mi vida iba a cambiar”.
Sin embargo, pronto surgieron desafíos. Su esposo dejó de ir a la iglesia poco después de su bautismo y no quería que Elba adorara con su congregación. Ella le ocultó que asistía. Sus dos hijos mayores no recibieron permiso para ser bautizados. Con el tiempo, a Elba le resultó difícil mantenerse activa.
En 1986, el hijo menor de Elba, Daniel, fue bautizado con la ayuda de las hermanas misioneras. Él tenía doce años y sus hijos mayores tenían veinticuatro y veintidós años. Poco después del bautismo de Daniel, Elba abandonó a sus hijos y su país para huir de su esposo que la maltrataba. Su hermana la invitó a emigrar a California y sus hijos estuvieron de acuerdo en que se fuera. “Me fui con el corazón roto, pero confié en el Padre Celestial”, dijo Elba. “Él siempre había puesto ángeles en mi camino que me ayudaban a perseverar”.
Desde su nuevo hogar en California, escribía a sus hijos y oraba por ellos. Su hija Lidia se convirtió en la segunda madre de Daniel. En el año 2000, Elba regresó a Perú por primera vez para ver a sus hijos. “El Padre Celestial es tan grande, tan poderoso, que de nuevo me dio la oportunidad de abrazar a mis hijos”, dijo ella. “Ninguno de ellos había estado enfermo, ni siquiera habían tenido un accidente. Nada. Habían tenido una buena vida”.