Historia de la Iglesia
“Tenemos que ir a trabajar”


“Tenemos que ir a trabajar”

A pesar de las dificultades de la vida en la frontera, durante décadas miles de hombres Santos de los Últimos Días dejaron sus hogares y familias para predicar el Evangelio. Mientras los misioneros predicaban el Evangelio en numerosas tierras extranjeras y en todo Estados Unidos, muchas mujeres y sus hijos mantuvieron la productividad de las granjas, dirigieron negocios e hicieron trabajos adicionales.

Los hijos de los Gundersen

En la primavera de 1919, Thomas, el esposo de Harriet “Ret” Gundersen, fue llamado a una misión en los estados del sur. Teniendo en casa a seis niños de edades entre los quince y los tres años, Ret se preparó para tiempos difíciles, pero le dijo decididamente a su esposo: “El Señor te ha llamado para hacer Su obra y yo haré mi parte. Te mantendremos en el campo misional”.

Cuando Thomas subió a un tren hacia el este el 28 de mayo, Ret y sus hijos se mostraron valientes. “Después de regresar a casa desde la estación de ferrocarril”, recordó Joe, “subí las escaleras y lloré y lloré”. Sin embargo, Ret no les permitió sumirse en la tristeza. “Vamos, Dode”, le dijo ella a Joe con el apodo que le daban en su familia, “esto no nos hará ningún bien. Tenemos que ir a trabajar”.

Todos los miembros de la familia colaboraron. Ret alquiló el taller de herrería de la familia y comenzó a recibir ropa para lavar y remendar. Howard trabajaba en una fábrica de ladrillos local y él y Lamont entregaban periódicos todas las tardes, mientras los niños más pequeños trabajaban con el azadón y quitaban las hierbas del jardín de un vecino. Cuando el padre de Ret le advirtió que el cultivo de papas podría perderse, ella se quedó hasta tarde regando las plantas y sus hijos pasaron tiempo adicional ocupándose de ellas. Ese otoño, pidieron prestado algo de espacio en el cobertizo de almacenamiento de su suegro para guardar el exceso de patatas, que luego vendieron a 1,50 dólares la fanega.

Durante los dos inviernos que Thomas estuvo ausente, el valle del Lago Salado sufrió epidemias de gripe y sarampión. A medida que los niños de Ret se enfermaban, los miembros del barrio acudieron en su ayuda. El hermano Lars Larson, su maestro del barrio, a menudo visitaba a la familia para orar con ellos y para darles bendiciones del sacerdocio. Un invierno, cuando Erma estaba muy enferma, la tía de Ret, May, quien era enfermera profesional, permaneció con Erma mientras Ret atendía su casa y su llamamiento. Ret encontró fortaleza en la hermandad de su barrio y su familia.

Durante toda la misión de Thomas, Ret sirvió fielmente como presidenta de la Primaria del Barrio Winder. “Nunca me olvidaré de las queridas amigas de la Primaria que me ayudaron”, dijo Ret. “El Señor nos ayudó de muchas maneras en ese período y puso a prueba mi fe casi más allá de lo que podía resistir. Él vino a socorrernos a su debido tiempo en respuesta a nuestras muchas oraciones”.

Gracias a los sacrificios de familias como los Gundersen, hacia mediados del siglo XX florecían congregaciones Santos de los Últimos Días en los cincuenta estados.