“Hay que dar el ejemplo”
Cuando José Eduardo Álvarez Molina llegó a Chuy, Uruguay, en 1988 por motivos de trabajo, le pareció extraño que allí no se hubiera organizado ninguna rama o barrio. Chuy era una ciudad con diversidad religiosa y una economía centrada en el turismo comercial.
José no quería dejar de asistir a los servicios de adoración. Decidido, tomó el autobús a Rocha, una ciudad a 130 kilómetros (81 millas) de distancia, y se presentó ante el obispo del barrio, quien le dio permiso para llevar a cabo reuniones informales en Chuy con algunas otras familias miembros que vivían allí.
Más tarde, ese mismo año, llegaron misioneros a la ciudad y se creó la Rama Chuy. “Agradezco que el Señor me permitiera venir en autobús a esta ciudad y, de alguna forma, participar y ayudar a traer a los misioneros y establecer una rama”, dijo José.
En 1987, una compañera de clase invitó a Sandra Carina García de los Ángeles a asistir a las actividades de la Iglesia en Melo, Uruguay. Poco después se bautizó y conoció a José, que acababa de regresar de su misión. Se quedó en Melo mientras José comenzaba su nuevo trabajo en Chuy. En 1991, la pareja se casó y fue sellada en el Templo de São Paulo, Brasil. Sandra se fue a Chuy con José.
La rama en Chuy creció rápidamente, y pasó de un centro de reuniones residencial a una capilla. Una de las dificultades de la rama era que los miembros tenían que viajar regularmente a reuniones fuera de la ciudad.
Cuando se dedicó el Templo de Montevideo, Uruguay, en 2001, los miembros de la rama de Chuy viajaron en autobús con sus familias para asistir a la dedicación. Todos los miembros adultos del grupo querían asistir a la sesión en la que habló el Presidente de la Iglesia, Gordon B. Hinckley; nadie quería quedarse atrás y cuidar de todos los niños pequeños. Sandra recordó cómo su esposo, que era presidente de rama en ese momento, lideró con el ejemplo y se ofreció como voluntario para quedarse con los niños, diciendo que él era el padre espiritual de muchos de ellos, y que velaría por ellos y por los demás.
José dijo: “Alguien tenía que quedarse, y cuando nadie quiso hacerlo, dije, está bien; pero sin duda aquella era una oportunidad de conocer al presidente Hinckley, algo que me entusiasmaba. No me dolió; sin embargo, una de las hermanas quería conocer al profeta, pero estaba el problema de los niños que no podían asistir. Como líder, hay que dar ejemplo”. Más tarde, José vio al presidente Hinckley en otra reunión, lo que le pareció una compensación por la oportunidad perdida.
Sandra y José sintieron la mano del Señor en sus vidas. “Si somos débiles, el Señor nos asiste; si estamos enfermos, Él nos ayuda a curarnos; si tenemos dudas, nos ayuda a despejarlas. Basta con que confiemos en Él y nos pongamos manos a la obra”, dijo Sandra.