Orar para pedir luz
Durante muchos años, los Santos de los Últimos Días venezolanos tuvieron que viajar grandes distancias para asistir a un templo. En 1977, un numeroso grupo de miembros venezolanos viajó hasta el Templo de Salt Lake llevando consigo alrededor de veinte tapices para regalárselos al Presidente de la Iglesia, Spencer W. Kimball, y a otros líderes de la Iglesia. Al año siguiente, los matrimonios venezolanos fueron de los primeros en participar en las ordenanzas del templo cuando se dedicó el Templo de São Paulo, Brasil. La apertura del Templo de Lima, Perú, en 1986, brindó una opción más cercana, pero para muchos santos venezolanos, un viaje por tierra a Lima tomaba entre cinco y siete días.
El 30 de septiembre de 1995, el Presidente de la Iglesia, Gordon B. Hinckley, anunció que los líderes de la Iglesia estaban “contemplando la posibilidad” de construir el primer templo en Venezuela. Seleccionar el lugar resultó más difícil de lo esperado, ya que había grupos de miembros de la Iglesia repartidos por todo el país en Maracaibo, Caracas y Valencia. Finalmente, los líderes de la Iglesia se sintieron inspirados a construir un pequeño templo en Caracas.
A los miembros de la Iglesia que asistieron a la palada inicial a principios de 1999 se los alentó a establecer cimientos sólidos en sus propias vidas. Un año y medio después, más de 28 000 venezolanos recorrieron el templo durante la jornada de puertas abiertas. “Muchos se fueron del templo llorando”, recordó un presidente de estaca local. “Una mujer salió y preguntó: ‘¿Y ahora qué? ¿Cómo puedo ser parte de esta Iglesia?’”. Después de la dedicación, un miembro local elogió el templo como “lo mejor que le ha pasado a Venezuela”, y otro predijo que “refinar[ía] espiritualmente a nuestra gente”.
Un día de otoño de 2004, la presidencia del templo se estaba preparando para un día ajetreado que incluiría visitas de varios grupos de todo el país. Un grupo viajó diez horas desde la Isla de Margarita, en el mar Caribe, para realizar los sellamientos de ocho matrimonios y sus diecisiete hijos. Pero cuando la presidencia del templo llegó esa mañana, se les informó que el templo no tendría electricidad debido a un corte de energía programado para hacer mantenimiento. Sin saber qué hacer con los santos que pronto llegarían, los obreros del templo se reunieron para orar. Félix López, que tenía 87 años y se encontraba en el mostrador a la entrada del templo, ofreció una oración y simplemente pidió luz al Señor. Luego de una improvisada reunión de testimonios en la que muchos compartieron experiencias sobre el amor y la unidad que disfrutaban en el templo, los obreros recibieron a los santos en los terrenos del templo. En lugar de enviar a los participantes a casa, los obreros procesaron la documentación de las ordenanzas a mano y, después de unas horas, comenzaron a realizar las ordenanzas en un templo lleno de personas y sin electricidad. Cuando los primeros participantes entraron esa tarde en el salón celestial, la electricidad se restableció repentinamente y los participantes susurraron entusiasmados: “¡La luz!”. Las luces revelaron la belleza del templo e hicieron que muchos participantes derramaran lágrimas mientras consideraban la importancia de ese momento.