Capítulo 6
Bendiciones en todas partes
En la primavera de 1962, Ruth Funk, miembro de la Mesa Directiva de la AMM de las Mujeres Jóvenes, estaba desbordada de trabajo. La conferencia anual de la AMM iba a ser pronto y ella estaba coproduciendo una obra musical para el evento. La conferencia, que venía realizándose desde la década de 1890, convocaba a veinticinco mil líderes de jóvenes a Salt Lake City para recibir consejo y capacitación por parte de líderes generales de la Iglesia. Ruth y los miembros de su comité querían armar un buen espectáculo para la conferencia y estaban aprendiendo a hacerlo sobre la marcha.
Conforme se acercaba la primera presentación, se le pidió a Ruth que asistiera a una reunión sobre el enfoque de la Iglesia. No sabía por qué se la había invitado y no estaba entusiasmada por asistir. Como estaban las cosas, apenas tenía tiempo para ver a su esposo, Marcus, y a sus cuatro hijos.
No obstante, en la noche designada, Ruth se apresuró para llegar a la reunión. Allí encontró una sala llena de personas, incluidos algunos líderes generales de la Iglesia, que hablaban sobre los objetivos básicos de la Iglesia. Reed Bradford, profesor de sociología de la Universidad Brigham Young, dirigía la reunión.
Al principio, Ruth no dijo nada. Sin embargo, cerca del final de la reunión, Reed dijo: “Hermana Funk, usted no ha compartido lo que piensa”.
“Bueno, tengo opiniones muy fuertes”, respondió ella. Al igual que muchas personas en los Estados Unidos y en otros lugares, los miembros de la Iglesia estaban cada vez más preocupados por el divorcio, la delincuencia juvenil y otras inquietudes sociales. “Siento que se deben hacer todos los esfuerzos posibles para hacer hincapié en la fortaleza de la familia”, dijo ella.
La reunión finalizó y Ruth volvió a sus otras responsabilidades. Posteriormente, ya concluida la conferencia de la AMM, en la que el musical había tenido mucho éxito, recibió una llamada telefónica del apóstol Marion G. Romney: “Ruth —le dijo—, la estamos llamando para que preste servicio en el Comité de Correlación”.
Ruth se sintió desalentada. “¿Y qué es la correlación?”, preguntó ella.
Pronto supo lo que era en una reunión de orientación con el élder Harold B. Lee. El comité era principalmente responsable de alinear todos los cursos de estudio de la Iglesia con los principios básicos del Evangelio. Sin embargo, debido al rápido crecimiento de la Iglesia en todo el mundo, el programa también pondría un nuevo énfasis en el sacerdocio, el hogar y la familia como elementos centrales del Evangelio restaurado de Jesucristo.
El élder Lee describió los comités que supervisaban los programas para adultos, jóvenes y niños. Para sorpresa de Ruth, ella fue llamada al comité de adultos a pesar de sus años de experiencia trabajando con jóvenes. Al igual que ella, los otros miembros del comité, que constaba de tres mujeres y cinco hombres, estaban haciendo malabares para equilibrar sus carreras y responsabilidades familiares. El miembro más joven era Thomas S. Monson, de treinta y cuatro años, quien acababa de terminar de servir como presidente de la Misión Canadiense junto con su esposa, Frances.
A medida que transcurrían los meses y el comité comenzaba a investigar los planes de lecciones anteriores de la Iglesia, se alentó a todos a expresar sus opiniones libremente a medida que analizaban el futuro del curso de estudio de la Iglesia. El comité tenía años de estudio y trabajo por delante, pero Ruth estaba deseosa de hacer lo que pudiera para ayudar a la Iglesia a avanzar.
En otra parte de las Oficinas Generales de la Iglesia, Henry D. Moyle, un apóstol, hombre de negocios y antiguo director del Programa de Bienestar de la Iglesia, había sido llamado recientemente como primer consejero del presidente McKay.
Originalmente, el profeta lo había llamado para servir en la Primera Presidencia junto con el Primer Consejero, J. Reuben Clark, después de la muerte de Stephen L Richards en mayo de 1959. Dos años después, la salud del presidente Clark comenzó a deteriorarse, por lo que el presidente McKay había nombrado al apóstol Hugh B. Brown para acompañarlos como Tercer Consejero en la Primera Presidencia. Cuando el presidente Clark falleció en octubre de 1961, el presidente McKay designó al presidente Moyle y al presidente Brown como su Primer y Segundo Consejeros respectivamente.
Como Primer Consejero en la Primera Presidencia, el presidente Moyle participaba en todos los aspectos del programa misional de la Iglesia, una responsabilidad que le encantaba. En todo el mundo, muchas personas se estaban interesando bastante en el cristianismo y el presidente Moyle era responsable de asegurarse de que cada misión llegara a esas personas de manera eficaz. Bajo su supervisión, los bautismos aumentaron más de un 300 % en todo el mundo y el misionero promedio trabajaba 221 horas al mes, un 44 % más que en 1960.
Con su experiencia en negocios, el presidente Moyle valoraba los números y los porcentajes altos. Sin embargo, en la obra misional, los números por sí solos significaban poco si las conversiones no duraban. El presidente Moyle quería asegurarse de que las personas hicieran cambios duraderos en sus vidas.
Al igual que el presidente McKay, él creía en el enfoque de “Todo miembro un misionero” para compartir el Evangelio. Sin embargo, le preocupaban los muchos problemas que surgían debido a los jóvenes que se unían a la Iglesia simplemente para jugar en los equipos de béisbol de los misioneros. Además, se sentía consternado cuando los misioneros hacían hincapié en los números por sobre la conversión genuina. Cuando se reunía con los misioneros, los instaba a enseñar a las familias y a ayudar a los conversos a sentirse bienvenidos en la Iglesia. Además, reiteraba que los jóvenes necesitaban permiso de sus padres para que se los bautizara.
No mucho después de que se organizó el Comité de Correlación, el presidente Moyle asistió a una reunión en la que élder Harold B. Lee propuso ampliar el programa de correlación para incluir la obra misional. La idea inquietaba al presidente Moyle. Había trabajado muchos años con élder Lee en el Programa de Bienestar de la Iglesia y en el Cuórum de los Doce Apóstoles, y lo consideraba un amigo cercano. Sin embargo, aunque aprobaba otros aspectos de correlación, no estaba de acuerdo con él en este punto.
Desde que se tenía memoria, la obra misional había sido dirigida por la Primera Presidencia. Eran ellos quienes emitían los llamamientos misionales, nombraban a los presidentes de misión y mantenían correspondencia directamente con las oficinas de las misiones. Sin embargo, según la propuesta del élder Lee, un miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, en lugar de un consejero de la Primera Presidencia, sería quien lideraría el comité misional de la Iglesia. La Primera Presidencia recibiría informes escritos de los apóstoles que visitaran las misiones, así como informes verbales de los presidentes de misión que regresaran, pero se vería aliviada de la mayor parte de la administración directa de las misiones.
El 18 de septiembre, el presidente Moyle analizó el plan de correlación ampliado del élder Lee con el presidente McKay. El sistema actual estaba funcionando bien, razonaba él. “Si se adopta este nuevo plan —afirmó—, la obra misional quedará fuera de las manos de la Primera Presidencia por completo”.
“Ha estado en nuestras manos desde la organización de la Iglesia”, reconoció el presidente McKay. Sin embargo, con el crecimiento tan rápido de la Iglesia, la Primera Presidencia pronto tendría que delegar más de sus responsabilidades. Había sesenta y cuatro misiones y más de diez mil misioneros que había que cuidar y esos números solo aumentarían. El presidente Moyle y dos asistentes ya pasaban muchas horas a la semana ocupándose solamente de los llamamientos misionales. También administraban la correspondencia aparentemente infinita con los presidentes de misión sobre asuntos administrativos, como comprar tierras para los centros de reuniones.
El presidente McKay quería que la Primera Presidencia continuara llamando a nuevos presidentes de misión, tal como siempre lo había hecho, pero estaba abierto a los cambios de la propuesta del élder Lee. Quería saber más sobre ello.
Unos meses después, el 11 de enero de 1963, Deseret News publicaba un titular inesperado: “La Iglesia abrirá la obra misional en Nigeria”.
El anuncio se hizo tan solo unos días después de que el apóstol N. Eldon Tanner y su esposa, Sara, regresaron de África Occidental. En su viaje de dos semanas, el élder Tanner había hablado con varios funcionarios nigerianos, se había reunido con cientos de futuros santos y había dedicado la tierra para la predicación del Evangelio restaurado. Luego del regreso de los Tanner a Utah, el presidente McKay llamó a LaMar Williams y algunos otros a servir como misioneros en Nigeria tan pronto como pudieran obtener visas de viaje.
Charles Agu, el líder de un grupo de futuros santos en Aba, Nigeria, se regocijó con la noticia. Su congregación tenía más de 150 personas y estaba creciendo rápidamente. Cuando LaMar visitó el país en 1961, Charles se había hecho su amigo y lo había acompañado en algunas partes de su recorrido. Él y su congregación entendían bien el Evangelio y tenían una fe persistente en la Restauración. Antes de que LaMar regresara a los Estados Unidos, Charles había grabado un mensaje para el presidente McKay: “Creemos que esta Iglesia tiene toda la revelación y la profecía que Dios requiere para guiar a Su pueblo en rectitud —declaró él—. Por lo tanto, no rechazaremos esta Iglesia, porque se nos niegue el sacerdocio”.
Desde entonces, Charles y LaMar habían intercambiado muchas cartas, y Charles apenas podía esperar a que LaMar regresara y estableciera oficialmente la Iglesia en África Occidental. “Para todos nosotros que estamos aquí, este es un momento de gran expectativa”, escribió LaMar en febrero de 1963.
Debido a que no podía poseer el sacerdocio, Charles comprendía que no podría servir como presidente de rama una vez que la Iglesia se estableciera en Nigeria. Sin embargo, durante la visita del élder Tanner, el apóstol había explicado que Charles y otros líderes nigerianos seguirían guiando a sus congregaciones como líderes de distrito o grupo sin haber sido ordenados. Los santos nigerianos también ocuparían todos los llamamientos que no requirieran de una ordenación al sacerdocio.
Con cada semana que pasaba, Charles esperaba enterarse de que LaMar estaba en camino a Nigeria, pero en casi todas las cartas que enviaba, LaMar informaba que estaba esperando que el Gobierno nigeriano aprobara su visa de viaje. Nadie podía explicar la demora.
Más tarde, en marzo, llegó a manos de Charles un artículo sobre la Iglesia publicado en un periódico llamado Nigerian Outlook. Contaba sobre un estudiante universitario nigeriano que había visitado una reunión de los Santos de los Últimos Días en California. En la reunión, el hombre se había sorprendido al enterarse de la restricción del sacerdocio y las justificaciones utilizadas para explicarla.
“No creo en un Dios cuyos adherentes predican la superioridad de una raza sobre la otra”, escribía el hombre en su artículo. Él creía que el dejar que la Iglesia se estableciera en el país causaría daños a la reputación de Nigeria.
Solamente habían pasado algunos años desde que Nigeria había obtenido su independencia de Gran Bretaña y el artículo reflejaba una desconfianza generalizada hacia las influencias externas en el país. Creyendo que el artículo tenía algo que ver con la demora de la visa, Charles se lo envió a LaMar. Él pensaba que la presencia de un representante oficial de las Oficinas Generales de la Iglesia podría ayudar a contrarrestar el daño que había causado el artículo.
LaMar no estaba de acuerdo. Los líderes de la Iglesia habían propuesto una misión en Nigeria porque miles de nigerianos habían buscado paciente y continuamente el Evangelio restaurado. Si alguien iba a hablar en defensa de la Iglesia en Nigeria, LaMar creía que esa persona debía ser un creyente nigeriano. “Estoy seguro de que, a través de sus oraciones e inspiración, hará y dirá aquellas cosas que convencerán a los líderes gubernamentales de nuestra sinceridad”, le escribió.
Charles se reunió con Dick Obot, otro futuro santo nigeriano, y juntos colocaron un anuncio sobre la Iglesia en el Nigerian Outlook. En él, testificaban de la restauración del Evangelio de Jesucristo a través del profeta José Smith, de la función de la revelación moderna en el establecimiento de la doctrina y de la preocupación de la Iglesia por el bienestar espiritual y temporal de todas las personas.
Charles esperaba que el anuncio ayudara a cambiar las ideas y los sentimientos en cuanto a los santos. Antes de encontrar la Iglesia, él había fumado, bebido alcohol y llevado una vida indisciplinada. Ahora él era diferente.
“He encontrado alegría en mi vida, progreso en mi ocupación y bendiciones en todas partes”, le dijo a LaMar.
En marzo de 1963, cuatro meses después de su bautismo, Delia Rochon, de trece años, quería pagar el diezmo. Ella era miembro de una rama de aproximadamente veinte personas en Colonia Suiza, una ciudad en el sur de Uruguay. Ella sabía que el diezmo era un mandamiento y estaba dispuesta a hacer todo lo que el Señor le pidiera. Su único problema era que no tenía ingresos.
Acudió a su madre, que no era miembro de la Iglesia, para recibir consejo. Su madre le sugirió que encontrara una manera de ganar dinero.
Un vecino de edad avanzada acordó pagar a Delia para que le llevara agua potable. Todos los días, Delia llevaba un recipiente de vidrio a un pozo cerca de su casa, lo llenaba con aproximadamente cuatro litros de agua y lo llevaba a la casa de su vecino. Después de unas semanas de ahorrar sus ganancias, ella le llevó un peso a Victor Solari, su presidente de rama, para pagar el diezmo.
—¿Cuánto dinero ganaste? —preguntó el presidente.
—Tres pesos —respondió Delia.
—Bueno, el diezmo es el 10 por ciento —dijo el presidente Solari. Un peso era un tercio de lo que había ganado, era demasiado.
—Pero quiero dar el dinero —dijo Delia.
—Bueno —dijo el presidente Solari después de considerarlo—. Haz una ofrenda de ayuno. Le explicó qué eran las ofrendas de ayuno y ayudó a Delia a completar su primera papeleta de donación.
Poco tiempo después, el presidente Solari pidió reunirse con Delia. Nunca antes la habían llamado a su oficina, así que estaba nerviosa. Era una habitación pequeña con un escritorio de metal y unos estantes llenos de manuales de la Iglesia. Cuando se sentó en una silla junto al escritorio, los pies no le llegaban al piso.
El presidente Solari fue directo al grano. La presidenta de la Primaria de la rama acababa de mudarse para aceptar un trabajo de enseñanza en otra región y él quería que Delia tomara su lugar.
En ocasiones anteriores, los misioneros a menudo habían servido en el liderazgo de las ramas. Sin embargo, Thomas Fyans, presidente de la Misión Uruguaya, creía firmemente en liberar a los misioneros norteamericanos de los puestos de liderazgo y en su lugar llamar a los santos locales. Hacer eso se había convertido en una prioridad para las misiones sudamericanas desde el recorrido del élder Kimball por el continente en 1959. Ofrecer más oportunidades locales a los santos locales, incluso a los santos que tenían solo trece años, se consideraba un paso vital para establecer estacas en Sudamérica.
Delia nunca había asistido a la Primaria de niña. No sabía realmente lo que hacía una presidenta de la Primaria. Aun así, aceptó el llamamiento y se sintió bien por ello.
Sin embargo, se preocupaba por cómo reaccionarían sus padres ante la noticia. Estaban divorciados y ninguno de ellos era miembro de la Iglesia. En la familia de su padre eran protestantes devotos y desaprobaban su membresía en la Iglesia. Su madre católica aceptaba más sus creencias, pero le preocuparía que su llamamiento interfiriera con sus responsabilidades en el hogar y en la escuela.
—Hablaré con tu madre —dijo el presidente Solari.
Costó un poco convencerla, pero el presidente de rama y Delia llegaron a un acuerdo con su madre: Delia haría sus tareas temprano el sábado, el día en que se llevaba a cabo la Primaria en su rama, y luego se le permitiría hacer lo que necesitara para cumplir con sus deberes en la Iglesia.
Después de ser apartada, Delia se puso a trabajar en su nuevo llamamiento. Debido a que su rama era tan pequeña, ella sola era responsable de liderar y enseñar a los niños de la Primaria. Para capacitarla, el presidente Solari le dio un grueso manual de la Primaria y dos hojas de instrucciones mecanografiadas.
—Si tienes preguntas —le dijo—, ¡ora!
Antes de preparar su primera lección, Delia leyó las instrucciones. Luego, abrió el manual de la Primaria, colocó las manos en las páginas e inclinó la cabeza.
—Padre Celestial —dijo ella—, necesito enseñar esta lección a los niños y no sé cómo. Por favor, ayúdame.
Por estas mismas fechas, Suzie Towse, de dieciocho años, abordaba un tren en dirección a Londres. Habían pasado casi dos años desde su bautismo en la Rama Beverley y ahora estaba en camino a servir en una misión como secretaria en la oficina del Departamento de Construcción de la Iglesia en el Reino Unido.
Sus padres no estaban contentos con que ella se fuera de casa. De hecho, su madre, que se había unido a la Iglesia poco después de Suzie, tenía malos sentimientos contra la Iglesia debido a que un misionero la había ofendido. Sin embargo, eso no detuvo a Suzie. Servir en una misión había sido su meta desde que se unió a la Iglesia.
Geoff Dunning, un joven de su rama, la despidió en la estación. Él se había unido a la Iglesia un año antes y ellos se habían hecho amigos mientras servían juntos en el comité de hermanamiento de la rama. El fuerte testimonio y la ética laboral de Geoff habían captado la atención de los líderes locales de la Iglesia y ya había servido en diversos llamamientos.
Suzie viajaba hacia el sur, ansiando prestar servicio en el Departamento de Construcción. La Iglesia había comenzado su programa misional de construcción en Europa en julio de 1960. Pronto los presidentes de misión habían comenzado a llamar a cientos de santos locales a servir como “misioneros de construcción”, incluidos algunos hombres jóvenes que habían permanecido activos después de unirse a la Iglesia a través de los equipos de béisbol de la misión. Ahora los santos británicos podrían esperar con anhelo el reunirse en amplias capillas nuevas y ya no más en estrechas salas alquiladas. De hecho, Suzie y Geoff ya habían pasado muchas noches y muchos sábados ayudando a los misioneros de construcción a trabajar en una capilla en Beverley.
Suzie recibió su llamamiento para servir de parte de Grant Thorn, presidente de la recientemente organizada Misión Británica del Noreste. La edad mínima para las mujeres jóvenes llamadas a misiones de proselitismo era de veintiún años, pero los misioneros de construcción podían ser llamados a una edad más temprana. Dado que Suzie había trabajado como secretaria en una empresa de contabilidad, sabía cómo llevar a cabo una variedad de tareas de oficina. Cuando el Departamento de Construcción la entrevistó sobre su experiencia laboral como secretaria, ella superó la entrevista con “rotundo éxito”.
En Londres, Suzie se mudó a un departamento con otras dos misioneras. Comenzaban cada mañana en la oficina con una oración, un himno y un pasaje de las Escrituras. El resto de su tiempo se dedicaba a escribir cartas, llevar minutas de las reuniones, transcribir notas abreviadas, y asistir y mantener registros de las dedicaciones de capillas.
Entre las capillas en construcción se encontraba un centro de reuniones en Merthyr Tydfil, Gales, el lugar natal de la madre del presidente McKay. Su palada inicial se llevó a cabo en marzo de 1961 y el proyecto cobró impulso en enero de 1963, cuando el profeta decidió dedicar el edificio personalmente. Durante los siguientes ocho meses, los misioneros y los santos consagraron más de treinta mil horas para construir la capilla, que se completó el 23 de agosto.
Dos días después, Suzie y otras mil trescientas personas llegaron al nuevo centro de reuniones para la dedicación. Tan pronto como vio al presidente McKay, una sensación de paz y amor le inundó el alma. Ella supo de inmediato que estaba en presencia del profeta de Dios.
Unos meses después de la dedicación, Suzie recibió una carta de su madre que la entristeció. “Si no vienes a casa ahora —escribió su madre—, no regreses nunca”.
Suzie no quería hacer enojar a sus padres, pero tampoco quería dejar su misión. “A veces es difícil saber qué hacer cuando tus padres te aconsejan una cosa y la Iglesia enseña otra —le confesó en una carta a Geoff—. Me siento muy confundida y preocupada”.
Al poco tiempo, le contó al presidente Thorn sobre su dilema. “Quédese y termine su misión —le aconsejó él—. El Señor preparará una vía”.
Suzie se tomó su consejo muy en serio. “Algún día, mis padres lo entenderán —le dijo a Geoff—. Sé que no estaría lejos de casa si esta no fuera la obra del Señor”.
Cuando el élder Harold B. Lee y su comité presentaron su plan final para la correlación del sacerdocio a la Primera Presidencia y al Cuórum de los Doce Apóstoles a principios de 1963, el presidente McKay lo aprobó prontamente. “Es completamente glorioso”, dijo él.
El plan abarcaba todo el programa de la Iglesia, lo cual era una importante expansión con respecto al mandato original del comité de correlacionar el curso de estudio. Las organizaciones de la Iglesia ya no publicarían lecciones ni decretarían normas sin la orientación de las Autoridades Generales. El nuevo sistema dividió el gobierno de la Iglesia en cuatro áreas: bienestar, genealogía y templo, orientación familiar y misioneros. Cada una de estas áreas debía ser supervisada por un comité de aproximadamente veinticinco miembros, liderado ya sea por un Apóstol o por el Obispo Presidente.
Cuando el élder Lee habló sobre el programa de correlación en la conferencia general en abril, explicó que el hogar era el fundamento de una vida recta y que las organizaciones de la Iglesia existían bajo la autoridad del sacerdocio para ayudarlo y apoyarlo. “Es con base en estos fundamentos —dijo él—, que hemos sido guiados en nuestros estudios de correlación de los cursos de estudio y en las actividades de todo el sacerdocio y las organizaciones auxiliares”.
El presidente Moyle y el presidente Brown tenían fe en el llamamiento del presidente McKay como profeta de Dios. Sin embargo, a pesar de que él había aprobado el programa, tenían reservas sobre algunas de sus características. Después de deliberar en consejo con el élder Lee, el presidente Brown dejó de tener inquietudes y el presidente Moyle aceptó la mayor parte del plan. Sin embargo, él continuaba cuestionando si debían transferir la supervisión de las misiones de la Primera Presidencia al Cuórum de los Doce Apóstoles.
El élder Lee y el presidente Moyle habían sido compañeros cercanos durante años. Cuando el presidente Moyle había sido llamado a la Primera Presidencia, el élder Lee apenas había podido contener la alegría. “Me parecía demasiado bueno para ser cierto”, había escrito en su diario. Más tarde, cuando la esposa del élder Lee, Fern, murió, el presidente Moyle lo había reconfortado y había hablado en su funeral. Ahora, el élder Lee anhelaba tener el apoyo sincero de su amigo para la correlación.
Conforme la Iglesia se preparaba para implementar el nuevo programa, el élder Lee comenzó a cortejar a Joan Jensen, una maestra de escuela que tenía alrededor de su misma edad y nunca se había casado. Después de decidir casarse, le preguntaron al presidente McKay si realizaría la ceremonia y el profeta accedió gozoso.
El día anterior a la boda, el élder Lee le pidió a Marion G. Romney, que también era amigo cercano del presidente Moyle, que sirviera como uno de los testigos. Mientras ambos hombres conversaban, el presidente Moyle se acercó y preguntó si él también podía asistir a la ceremonia. En un momento, la distancia entre los dos hombres se disipó y sus diferencias sobre la correlación ya no importaron.
—¿Le gustaría ser testigo? —preguntó el élder Lee.
—¿Me lo permitiría? —dijo el presidente Moyle conmovido.
—Si el presidente McKay celebrara nuestro matrimonio y ustedes dos fueran testigos —dijo el élder Lee—, sería perfecto.
A la mañana siguiente, el presidente McKay selló a Harold y Joan como esposo y esposa en el Templo de Salt Lake. El élder Romney y el presidente Moyle sirvieron como testigos de la ordenanza sagrada.
Unos meses después, en septiembre, el presidente Moyle voló a Florida, al sureste de los Estados Unidos, para inspeccionar una hacienda de ganado de 121 000 hectáreas que la Iglesia poseía y operaba a fin de ayudar a financiar su programa para cuidar de los pobres.
El élder Lee, mientras tanto, se encontraba en Hawái presidiendo en una conferencia de estaca. Una mañana temprano, lo despertó una llamada telefónica desde Utah. Era el presidente Brown llamando para informarle que el presidente Moyle había fallecido mientras dormía en la hacienda de Florida. Sorprendido, el élder Lee abordó un vuelo a casa más tarde esa mañana.
Tres días después, en el funeral del presidente Moyle, el élder Lee se puso de pie en el púlpito del Tabernáculo de Salt Lake y habló sobre la amistad que los unía a él y a Marion G. Romney con Henry D. Moyle.
—Los tres éramos obstinados y testarudos —dijo él—, pero creo que nunca hubo tres hombres que tuvieran un mayor respeto entre sí que el que teníamos nosotros.