Mi amigo “Leche malteada”
En febrero de 1958, a los 17 años de edad, me alisté en la Marina de los Estados Unidos de América y se me asignó a servir en un portaaviones, donde conocí a Raymond Covington, de Provo, Utah.
Pensé que Raymond era un poco extraño: no fumaba, no consumía alcohol, no decía palabrotas, nada de nada. Le pregunté qué hacía para divertirse y me dijo que muchas cosas, pero que por encima de todo le gustaba empezar y terminar el día con un par de leches malteadas, así que se ganó el apodo “Leche malteada”.
Por la noche solía hablarme de su iglesia, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y yo mostraba mucho interés, hasta que me dijo que si me unía a su iglesia no podría tener el sacerdocio. Eso no me sentó bien y, viendo mi agitación, Raymond dijo que creía que quizás un día podría poseer el sacerdocio.
El tiempo pasaba y yo empecé a estar más con Raymond que con el resto de mis amigos debido a su estilo de vida. Luego me di cuenta de que yo había dejado de vivir como hasta entonces y que quería hacer lo correcto. Gracias a él, me di cuenta de que no tenía que maldecir ni tomar alcohol, que podía escoger vivir una vida recta.
Un día sucedió que varios de los muchachos estaban sentados en la cubierta, entreteniéndose con juegos de azar; uno de ellos miró a Raymond y dijo: “¡Leche malteada! Di una palabrota y te daremos todo el dinero de la banca”. Conté rápidamente el dinero y vi que la suma ascendía a la paga de dos meses. Pensé que como Raymond y yo éramos amigos, me daría la mitad, pero para mi sorpresa no dijo nada. Le supliqué que lo hiciera, pero él no creía en esa forma de hablar. Fue entonces que supe que el ser Santo de los Últimos Días es una responsabilidad sagrada.
Raymond quedó libre del servicio militar en junio de 1961, y yo a finales de ese mismo año. A menudo me preguntaba qué habría sido de mi viejo amigo.
Un día, muchos años después, en 1990, mientras miraba por la ventana de mi casa en el estado de Washington, Estados Unidos, vi a dos jóvenes bien vestidos que eran misioneros de la Iglesia y les invité a pasar. Después de charlar un rato con ellos, descubrí que las esperanzas de Raymond se habían hecho realidad: el presidente Kimball había recibido una revelación en 1978 que decía que todos los varones dignos podían recibir el sacerdocio. Estaba eufórico. Luego de recibir las charlas misionales, accedí a bautizarme.
Por esas fechas, le hablé sobre mi amistad con Raymond a un vecino que también era miembro de la Iglesia. Yo no tenía idea de que ese vecino iba a viajar a Utah y encontrar a Raymond. Dos semanas más tarde mi amigo “Leche malteada” viajó más de 1.600 kilómetros para discursar en mi bautismo, y dijo que siempre supo que me uniría a la Iglesia.
En diciembre de 1997 recibí una carta de la hija de Raymond en la que me comunicaba que él había fallecido. Las noticias me entristecieron, pero sonrío al pensar en la reunión que Rocky y su amigo Leche malteada tendrán algún día al otro lado del velo.
Robert Lee “Rocky” Crockrell es miembro del Barrio Wollochet, Estaca Tacoma, Washington.