El acolchado de la Primaria
“Dad, y se os dará” (Lucas 6:38).
S iempre deseaba que llegaran los días de actividades de la Primaria, ya que eso significaba que habría actividades llenas de entusiasmo, juegos divertidos y deliciosos refrigerios. A veces las actividades eran serias y formales, y también ésas me gustaban porque aprendía muchas cosas, pero de todas las actividades a las que fui, hay una que recuerdo más que ninguna otra.
A las 10 en punto aquel sábado, aparecí por la capilla, junto con el resto de los niños de la Primaria de mi barrio. Después de una oración de apertura, una canción y algunas instrucciones, nos dividimos en grupos. Seguí a mi grupo a un aula donde, para mi sorpresa, había una gran pieza de tela de cuadraditos verdes y blancos y otra de color verde sólido, con una capa de un material suave y esponjoso en medio de ambas. Todo estaba estirado y sujeto a unos tableros. Al lado había estambre y unas grandes agujas. “Un acolchado”, pensé. “¿Quién se va a poner a atar un acolchado en medio de nuestra actividad de la Primaria?”.
“Todos vamos a ayudar a atar este acolchado para alguien del barrio que no se encuentra bien”, explicó una de las líderes de la Primaria. “Cuando lo terminemos, se lo daremos a esa persona”.
“¡Qué buena idea!”, pensé. Cuando tengo algún problema, me gusta envolverme en una mantita acogedora. Pero también me preguntaba cómo iría a quedar, ya que yo nunca había atado un acolchado y estaba segura de que tampoco lo había hecho nadie más de la Primaria.
Entonces la presidenta de la Primaria nos comunicó quién iba a recibir el acolchado: ¡mi propia madre! Ahora estaba aún más animada para esforzarme al máximo a fin de que el acolchado quedara bonito.
Mi madre había estado muy enferma todo aquel mes. De hecho, la abuela había tenido que quedarse con nosotros unos días porque mamá estaba tan enferma que no podía cuidar de nosotros. Tuvieron que relevarla de su llamamiento de la Primaria. Aun cuando la enfermedad de mi madre no fue algo fácil para la familia, algo bueno iba a suceder: ¡iba a tener un hermanito!
Pusimos manos a la obra con ayuda de nuestros líderes y aunque me preguntaba si realmente podríamos lograrlo, terminamos ese acolchado. Todos dieron una puntada o dos; luego cada uno escribió un mensaje, firmamos con nuestro nombre o hicimos un dibujo en un libro que acompañó al acolchado. Sabía que lo que estábamos haciendo agradaría muchísimo a mi madre porque ella me hablaba de lo mucho que amaba a los niños de la Primaria y cuánto los echaba de menos. Además, la persona que compró la tela debió ser inspirada, pues el verde es el color favorito de mi madre.
No fue difícil atar el acolchado, pero mantener el secreto sí lo fue. A las pocas semanas por fin se dio a conocer el secreto. Una soleada mañana de domingo, durante el tiempo para cantar, caminamos a una manzana de la capilla donde doblamos la esquina para llegar hasta el patio de mi casa. Nos sentamos en el césped y esperamos mientras una de las hermanas líderes llamaba a la puerta.
Tal vez hayan adivinado que cuando mi madre abrió la puerta y vio allí a todos los niños de la Primaria, se echó a llorar. Y lloró mucho más cuando cantamos algunas de nuestras canciones favoritas de la Primaria con nuestras mejores voces. A continuación, la presidenta de la Primaria le entregó el acolchado ya terminado y el libro con los mensajes.
“Cantaron muy bonito”, dijo mi madre entre sollozos. “Ésta es una de las cosas más hermosas que jamás me han sucedido”. Yo sabía que lo decía de corazón. Sonrió, lloró un poco más y dijo que iba a entrar en la casa, se iba a envolver en el acolchado y que iba a leer cada uno de los mensajes que habíamos escrito.
Mi madre aún conserva ese acolchado y sé que siempre lo hará. Un lado del acolchado tiene algunas puntadas sueltas porque no se ensartaron bien, pero ella dice que eso lo hace todavía más especial. Hasta el día de hoy, cuando alguien de la familia está enfermo o ha tenido un mal día, nada nos hace sentir mejor que envolvernos en el recuerdo y el calor de lo que con cariño llamamos “El acolchado de la Primaria”.
Chelsey y Wendy Ellison son miembros del Barrio Kaysville 14, Estaca Kaysville Sur, Utah.
“A nuestro alrededor hay seres a los que [el Salvador] ama y a quienes desea ayudar… valiéndose de nosotros. Una de las señales más seguras de que las personas han aceptado el regalo de la expiación del Salvador es la disposición de dar”.
Élder Henry B. Eyring, del Quórum de los Doce Apóstoles, “El gozo de dar,” Liahona, diciembre de 1996, pág. 14.