Para el fortalecimiento de la familia
La solemne responsabilidad de amarse y cuidarse
Una serie de artículos que le proporcionará observaciones para el estudio y el uso de “La familia: Una proclamación para el mundo”.
“El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y cuidarse el uno al otro, y también a sus hijos… Los padres tienen la responsabilidad sagrada de educar a sus hijos dentro del amor y la rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales, de enseñarles a amarse y a servirse el uno al otro, de guardar los mandamientos de Dios y de ser ciudadanos respetuosos de la ley dondequiera que vivan”1
El amor y la unidad
“Desde hace mucho tiempo, creo que la felicidad en el matrimonio no estriba tanto en que haya mucho romanticismo sino en que haya un gran interés en la comodidad y en el bienestar del cónyuge”, dijo el presidente Gordon B. Hinckley. “Eso supone la constante buena disposición para pasar por alto debilidades y errores”2.
“El secreto de un matrimonio feliz es servir a Dios y servirse mutuamente”, enseñó el presidente Ezra Taft Benson (1899–1994). “La meta del matrimonio es lograr la unidad y la integridad, así como el desarrollo individual. Aunque parezca lo contrario, cuanto más se sirvan el uno al otro, tanto mayor será el progreso espiritual y emocional de cada uno de los cónyuges”3.
La unidad en el matrimonio no se produce automáticamente ni sin esfuerzo. El amor romántico debe madurar hasta llegar a convertirse en el cometido de buscar y sustentar la armonía espiritual en el matrimonio. “Para conseguir la unidad conyugal, hacen falta mucha paciencia y perseverancia, así como una clara comprensión de lo que es más importante para nosotros en esta vida”, explica el consejero matrimonial Victor B. Cline. “El amor conyugal es un don magnífico, pero tenemos que aprender a darlo enteramente a fin de recibirlo en una medida completa”4.
Ninguna otra
En 1831 el Señor dijo: “Amarás a tu esposa con todo tu corazón, y te allegarás a ella y a ninguna otra” (D. y C. 42:22). Con respecto a este mandamiento, el presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) enseñó: “Las palabras ninguna otra eliminan a cualquier otra persona o cosa. De manera que el cónyuge llega a ocupar el primer lugar en la vida del esposo o de la esposa, y ni la vida social, ni la vida laboral, ni la vida política, ni ningún otro interés, persona o cosa deben recibir mayor preferencia que el compañero o la compañera correspondiente”5. El esposo o la esposa que se vuelca excesivamente en los hijos, en las amistades, en las actividades laborales, en los pasatiempos preferidos o en los llamamientos de la Iglesia a expensas del cónyuge actúa en violación directa del mandamiento “ninguna otra”.
Satanás tiene la firme resolución de sembrar la discordia entre los cónyuges. Si le es posible convencer a alguno de los cónyuges de dar preferencia a cualquier otra cosa que no sea esa relación fundamental del tiempo de esta vida y de la eternidad, habrá ganado una batalla en su guerra contra la familia y contra el plan de Dios. Por consiguiente, debemos esmerarnos con ahínco en edificar, nutrir y profundizar la relación matrimonial.
Mantener el equilibrio
El ser un dedicado cónyuge y un padre o madre cariñosos y conscientes de sus deberes es una delicada cuestión de mantener el equilibrio. A los padres se les ha dado el mandato divino de “criar a [sus] hijos en la luz y la verdad” (D. y C. 93:40). Esa responsabilidad podría llevar tanto tiempo y exigir tanto emocionalmente que a veces, si la madre y el padre no están muy atentos, podría sustituir o incluso obstruir la relación matrimonial. A fin de ayudar a los cónyuges a mantener sus asuntos familiares más importantes en orden, el presidente David O. McKay (1873–1970) al igual que otros líderes de la Iglesia han citado el siguiente sabio consejo de Theodore Hesburgh, rector de la Universidad de Notre Dame: “Lo más importante que un padre puede hacer por sus hijos es amar a la madre de ellos”6. Los hijos que crecen al calor que irradian los padres que se aman el uno al otro cuentan con un sentido de seguridad que suele no llegar a concretarse cuando se permite que otros asuntos eclipsen esa relación primordial. “Los cónyuges que se aman”, dijo el presidente Benson, “se darán cuenta de que el amor y la lealtad son recíprocos. Esta clase de amor proporcionará el medio ambiente adecuado para la evolución emocional de los hijos”7.
Los niños necesitan amor y elogios
“Nuestros jóvenes necesitan amor y atención, y no que se los mime demasiado”, enseñó el presidente Benson. “Necesitan empatía y comprensión, y no indiferencia de parte de la madre y del padre. Necesitan el tiempo de ambos padres. Las bondadosas enseñanzas de la madre a un hijo o a una hija adolescentes, junto con su amor y su confianza podrán literalmente salvarlos de un mundo inicuo”8. “Elogien a sus hijos más de lo que los corrijan”, aconsejó. “Elógienlos aun por sus logros más pequeños… Animen a sus hijos a acudir a ustedes… con sus problemas y sus preguntas al prestarles oídos todos los días”9.
“Mi súplica… es el ruego ferviente de salvar a los niños”, dijo el presidente Hinckley. “Demasiados de ellos viven con dolor y temor, en la soledad y en la desesperación. Los niños necesitan la luz del sol… necesitan bondad, alimento y cariño. Todo hogar, no importa lo que cueste la vivienda que lo cobije, puede proporcionar un ambiente de amor que sea un ambiente de salvación”10.