Recibe el Espíritu Santo
Estas cuatro palabras: “Recibe el Espíritu Santo”, no son una declaración pasiva; más bien, constituyen un mandato del sacerdocio, una amonestación autorizada para actuar y no para que simplemente se actúe sobre nosotros.
Mi mensaje se centra en la importancia de esforzarnos a diario por recibir en verdad el Espíritu Santo. Ruego tener el Espíritu del Señor y lo invito para que instruya y edifique a cada uno de nosotros.
El don del Espíritu Santo
En diciembre de 1839, mientras estaban en la ciudad de Washington, D.C. para solicitar indemnización por los daños causados a los santos de Misuri, José Smith y Elias Higbee escribieron lo siguiente a Hyrum Smith: “En nuestra entrevista con el Presidente [de los Estados Unidos], nos preguntó en qué se diferenciaba nuestra religión de las otras religiones en esos días. El hermano José dijo que diferíamos en la forma de bautizar y en el don del Espíritu Santo por la imposición de manos. Consideramos que todos los demás aspectos están comprendidos en el don del Espíritu Santo” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 102).
El Espíritu Santo es el tercer miembro de la Trinidad; Él es un personaje de espíritu y da testimonio de toda verdad. En las Escrituras se hace referencia al Espíritu Santo como el Consolador (véase Juan 14:16–27; Moroni 8:26), un Maestro (véase Juan 14:26; D. y C. 50:14), y un revelador (véase 2 Nefi 32:5). Las revelaciones del Padre y del Hijo se transmiten mediante el Espíritu Santo; Él es el mensajero del Padre y del Hijo y testifica de Ellos.
El Espíritu Santo se manifiesta a los hombres y las mujeres de la tierra como el poder así como el don del Espíritu Santo. El poder puede llegar a una persona antes del bautismo; es el poder convincente de que Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor. Mediante el poder del Espíritu Santo, los investigadores sinceros pueden obtener una convicción de la veracidad del evangelio del Salvador, del Libro de Mormón, de la realidad de la Restauración y del llamamiento profético de José Smith.
El don del Espíritu Santo se confiere únicamente tras el debido y autorizado bautismo y por la imposición de manos de parte de aquellos que poseen el Sacerdocio de Melquisedec. El Señor declaró:
“sí, arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros para la remisión de sus pecados; sí, bautizaos en el agua, y entonces vendrá el bautismo de fuego y del Espíritu Santo…
“Y por la imposición de manos confirmaréis en mi iglesia a quienes tengan fe, y yo les conferiré el don del Espíritu Santo” (D. y C. 33:11, 15).
El apóstol Pablo aclaró esta práctica a los efesios cuando preguntó:
“¿Habéis recibido el Espíritu Santo después que creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo.
“Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Y ellos dijeron: En el bautismo de Juan.
“Y dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en el que había de venir después de él, a saber, en Jesús el Cristo.
“Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.
“Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo” (Hechos 19:2–6).
El bautismo por inmersión es “la ordenanza preliminar del Evangelio a la que debe seguir el bautismo del Espíritu a fin de que sea completa” (Bible Dictionary, “Baptism”). El profeta José Smith explicó que el “bautismo es una ordenanza santa preparatoria para recibir el Espíritu Santo; es el conducto y la llave por medio de los cuales se puede administrar el Espíritu Santo. El don del Espíritu Santo por la imposición de manos no se puede recibir por medio de ningún otro principio que no sea el principio de la rectitud” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 101).
La ordenanza de confirmar a un miembro nuevo de la Iglesia y de conferir el don del Espíritu Santo es tanto sencilla como profunda. Los dignos poseedores del Sacerdocio de Melquisedec colocan las manos sobre la cabeza de la persona y se dirigen a ella por su nombre. Después, por la autoridad del santo sacerdocio y en el nombre del Salvador, se confirma a la persona miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y se pronuncia esta importante frase: “Recibe el Espíritu Santo”.
Es posible que la sencillez de esta ordenanza nos haga pasar por alto su importancia. Estas cuatro palabras —“Recibe el Espíritu Santo”— no son una declaración pasiva; más bien, constituyen un mandato del sacerdocio, una amonestación autorizada para actuar y no para que simplemente se actúe sobre nosotros (véase 2 Nefi 2:26). El Espíritu Santo no entra en vigor en nuestra vida simplemente porque se colocan las manos sobre nuestra cabeza y se pronuncian esas cuatro palabras importantes. Al recibir esta ordenanza, cada uno de nosotros acepta una sagrada y constante responsabilidad de desear, procurar, trabajar y vivir de tal manera que de verdad “recib[amos] el Espíritu Santo” y los dones espirituales que conlleva.“Porque, ¿en qué se beneficia el hombre a quien se le confiere un don, si no lo recibe? He aquí, ni se regocija con lo que le es dado, ni se regocija en aquel que le dio la dádiva” (D. y C. 88:33).
¿Qué debemos hacer a fin de que esta amonestación autorizada de procurar la compañía del tercer miembro de la Trinidad se convierta en una constante realidad? Permítanme sugerir que necesitamos (1) desear sinceramente recibir el Espíritu Santo; (2) invitar debidamente al Espíritu Santo a nuestra vida; y (3) obedecer fielmente los mandamientos de Dios.
Desear sinceramente
Debemos primeramente desear, anhelar y procurar la compañía del Espíritu Santo. Ustedes y yo podemos aprender una gran lección sobre los deseos justos de los fieles discípulos del Maestro que se describen en el Libro de Mormón.
“Y los doce instruyeron a la multitud; y he aquí, hicieron que la multitud se arrodillase en el suelo y orase al Padre en el nombre de Jesús…
“Y oraron por lo que más deseaban; y su deseo era que les fuese dado el Espíritu Santo” (3 Nefi 19:6, 9).
¿Nos acordamos, del mismo modo, de orar ferviente y constantemente por lo que más deseamos, aun el Espíritu Santo?¿O nos distraen las preocupaciones del mundo y la rutina del diario vivir, y pasamos por alto o incluso descuidamos este don, que es el más valioso de todos los dones? El recibir el Espíritu Santo empieza con nuestro sincero y constante deseo de tener Su compañía en nuestra vida.
Invitar debidamente
Podemos recibir y reconocer más fácilmente el Espíritu del Señor si lo invitamos debidamente a nuestra vida. No podemos obligar, ejercer coerción o mandar al Espíritu Santo; más bien, debemos invitarlo a nuestra vida con la misma bondad y ternura con la que Él nos trata (véase D. y C. 42:14).
Nuestras invitaciones para tener la compañía del Espíritu Santo ocurren de muchas maneras: al hacer convenios y cumplirlos; al orar sinceramente de manera personal y con la familia; al escudriñar diligentemente las Escrituras; al fortalecer las relaciones adecuadas con familiares y amigos; al procurar pensamientos, actos y palabras virtuosos; y al adorar en nuestros hogares, en el santo templo y en la iglesia. Por el contrario, el quebrantar convenios y compromisos o nuestra indiferencia hacia ellos, el no orar y estudiar las Escrituras, y los pensamientos, actos y palabras inapropiados hacen que el Espíritu se aleje de nosotros o que nos evite totalmente.
Así como el rey Benjamín enseñó a su pueblo: “Y ahora bien, os digo, hermanos míos, que después de haber sabido y de haber sido instruidos en todas estas cosas, si transgredís y obráis contra lo que se ha hablado, de modo que os separáis del Espíritu del Señor, para que no tenga cabida en vosotros para guiaros por las sendas de la sabiduría, a fin de que seáis bendecidos, prosperados y preservados” (Mosíah 2:36).
Obedecer fielmente
El obedecer fielmente los mandamientos de Dios es esencial para recibir el Espíritu Santo. Se nos recuerda esta verdad cada semana al escuchar las oraciones sacramentales y al participar dignamente del pan y del agua. Al prometer que estamos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo, a recordarle siempre y a guardar Sus mandamientos, se nos promete que siempre podremos tener Su Espíritu con nosotros (véase D. y C. 20:77). Por lo tanto, todo lo que el evangelio del Salvador nos enseña a hacer y a llegar a ser tiene como fin bendecirnos con la compañía del Espíritu Santo.
Consideremos las razones por las que oramos y estudiamos las Escrituras. Sí, anhelamos comunicarnos en oración con nuestro Padre Celestial en el nombre de Su Hijo, y sí, deseamos obtener la luz y el conocimiento disponible en los libros canónicos, pero tengan a bien recordar que estos hábitos santos son, ante todo, maneras por las que siempre recordamos a nuestro Padre Celestial y a Su Amado Hijo, y que son requisitos para tener la compañía constante del Espíritu Santo.
Reflexionen en las razones por las que adoramos en la casa del Señor y en nuestras reuniones del día de reposo. Sí, prestamos servicio en el templo por nuestros familiares fallecidos, y por nuestras familias y amigos en los barrios y en las ramas en donde residimos. Y sí, disfrutamos de la recta jovialidad que encontramos entre nuestros hermanos y hermanas; pero, ante todo, nos reunimos en unidad, para procurar las bendiciones y la instrucción del Espíritu Santo.
Orar, estudiar, reunirse, adorar, servir y obedecer no son cosas aisladas e independientes de una larga lista de tareas que estén relacionadas con el Evangelio. Más bien, cada una de estas prácticas rectas es un importante elemento de una imperante búsqueda espiritual para cumplir el mandato de recibir el Espíritu Santo. Los mandamientos de Dios que obedecemos y el inspirado consejo de los líderes de la Iglesia que seguimos, se centran principalmente en obtener la compañía del Espíritu. Básicamente, todas las enseñanzas y actividades del Evangelio se centran en venir a Cristo al recibir el Espíritu Santo en nuestra vida.
Ustedes y yo debemos esforzarnos por ser como los jóvenes guerreros que se describen en el Libro de Mormón, quienes “procuraron cumplir con exactitud toda orden; sí, y les fue hecho según su fe…
“…y son diligentes en acordarse del Señor su Dios de día en día; sí, se esfuerzan por obedecer sus estatutos y sus juicios y sus mandamientos continuamente” (Alma 57:21; 58:40).
Testimonio
El Señor ha declarado que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es “la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra” (D. y C. 1:30). Esta Iglesia restaurada es verdadera porque es la Iglesia del Salvador; Él es “el camino, y la verdad y la vida” (Juan 14:6). Y es una iglesia viviente debido a las obras y los dones del Espíritu Santo. Cuán bendecidos somos por vivir en una época en la que el sacerdocio está sobre la tierra y podemos recibir el Espíritu Santo.
Varios años después de que el profeta José Smith fue martirizado, se apareció al presidente Brigham Young y compartió este eterno consejo. “Diga a la gente que sea humilde y fiel y se asegure de conservar el Espíritu del Señor, el cual le guiará con rectitud. Que tengan cuidado y no se alejen de la voz apacible; ésa les enseñará [lo que deben] hacer y a dónde ir; les proveerá los frutos del reino. Diga a los hermanos que tengan el corazón dispuesto al convencimiento a fin de que cuando el Espíritu Santo llegue a ellos, su corazón esté listo para recibirlo. Pueden discernir el Espíritu del Señor de cualquier otro espíritu, pues Él susurrará paz y gozo a su alma y les quitará del corazón toda malicia, odio, envidia, contiendas y maldad; y todo su deseo será hacer el bien, fomentar la rectitud y edificar el reino de Dios. Diga a los hermanos que si siguen al Espíritu del Señor, les irá bien” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 103).
Ruego que deseemos sinceramente y que invitemos debidamente al Espíritu Santo a nuestra vida diaria. Ruego también que cada uno de nosotros obedezca fielmente los mandamientos de Dios y que de verdad recibamos el Espíritu Santo. Prometo que las bendiciones que el profeta José Smith le describió a Brigham Young son pertinentes y que las puede lograr toda persona que escuche o lea este mensaje.
Doy testimonio de la realidad viviente del Padre y del Hijo. Testifico que el Espíritu Santo es un revelador, un consolador y el maestro óptimo de quien debemos aprender. Y testifico que las bendiciones y los dones del Espíritu están en funcionamiento en la Iglesia de Jesucristo restaurada, verdadera y viviente en estos últimos días. De ello testifico en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.