El divino don de la gratitud
Un corazón agradecido… se logra al expresar gratitud a nuestro Padre Celestial por Sus bendiciones y a aquellos que nos rodean por todo lo que aportan a nuestra vida.
Ésta ha sido una sesión maravillosa. Cuando se me llamó a ser Presidente de la Iglesia, dije: “Tomaré un asignación personal: seré el asesor del Coro del Tabernáculo”. ¡Me siento muy orgulloso de mi coro!
Mi madre dijo una vez en cuanto a mí: “Tommy, estoy muy orgullosa de todo lo que has hecho, pero tengo algo que decirte: Debiste haber seguido con el piano”.
Así que fui al piano y le toqué una melodía: “Ya nos vamos, [ya nos vamos] a la fiesta de cumpleaños”1. Después le di un beso en la frente y ella me abrazó.
Pienso en ella, pienso en mi padre, pienso en todas esas Autoridades Generales que han influido en mí, y otras personas, entre ellas a las viudas a las que visitaba —un total de 85— llevándoles un pollo para que lo pusieran al horno, a veces un poco de dinero para su bolsillo.
Visité a una de ellas a altas horas de la noche; era medianoche, y me dirigí a la casa de ancianos, y la recepcionista dijo: “Estoy segura de que está dormida, pero me dijo que me asegurara de despertarla, ya que, como dijo: ‘Sé que él vendrá’”.
La tomé de la mano y ella me llamó por mi nombre; estaba despierta y se llevó mi mano a sus labios y dijo: “Sabía que vendría”. ¿Cómo no podría haber ido?
La bella música me conmueve de esa manera.
Mis amados hermanos y hermanas, hemos oído inspirados mensajes de verdad, esperanza y amor. Nuestros pensamientos se han vuelto a Él, quien expió nuestros pecados, quien nos mostró la manera de vivir y de orar, y quien demostró por medio de Sus propias obras las bendiciones del servicio; sí, nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
En el libro de Lucas, capítulo 17, leemos sobre Él:
“Y aconteció que yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea.
“Y al entrar en una aldea, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos
“y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!
“Y cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que, mientras iban, fueron limpiados.
“Entonces uno de ellos, cuando vio que había sido sanado, volvió glorificando a Dios a gran voz,
“y se postró sobre su rostro a los pies de Jesús, dándole gracias; y éste era samaritano.
“Y respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?
“¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios, sino este extranjero?
“Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha sanado”2.
Mediante la intervención divina, a quienes eran leprosos se los libró de una muerte larga y cruel, y se les dio una nueva esperanza. La gratitud que expresó uno de ellos mereció la bendición del Maestro, mientras que la ingratitud que demostraron los nueve causó Su desilusión.
Mis hermanos y hermanas, ¿nos acordamos de dar las gracias por las bendiciones que recibimos? El dar sinceras gracias no sólo nos ayuda a reconocer nuestras bendiciones, sino que también abre las ventanas de los cielos y nos ayuda a sentir el amor de Dios.
Mi amado amigo el presidente Gordon B. Hinckley dijo: “Cuando caminas con gratitud, no andas con arrogancia, presunción ni egoísmo; caminas con un espíritu de agradecimiento que te favorece y te bendecirá”3.
En el libro de Mateo, en la Biblia, tenemos otro relato de gratitud, esta vez como una expresión del Salvador. Al andar por el desierto durante tres días, más de cuatro mil personas lo siguieron y viajaron con Él. Él sintió compasión por ellos ya que tal vez no habían comido durante los tres días enteros. Sin embargo, Sus discípulos preguntaron: “¿Dónde podríamos conseguir nosotros tantos panes en el desierto para saciar a una multitud tan grande?”. Al igual que muchos de nosotros, los discípulos sólo se fijaron en lo que faltaba.
“Entonces Jesús les dijo: ¿Cuántos panes tenéis? Y [los discípulos] dijeron: Siete, y unos pocos pececillos.
“Y mandó a la gente que se recostase en tierra.
“Y tomando los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a la gente”.
Fíjense que el Salvador dio gracias por lo que tenían, y a ello le siguió un milagro. “Y comieron todos y se saciaron; y de lo que sobró de los pedazos recogieron siete cestas llenas”4.
Todos hemos pasado por ocasiones en las que nos concentramos en lo que no tenemos, en vez de en nuestras bendiciones. El filósofo griego Epicteto dijo lo siguiente: “Sabio es el hombre que no se entristece por las cosas que no tiene, sino que se regocija por las que tiene”5.
La gratitud es un principio divino. El Señor enseñó por medio de una revelación dada al profeta José Smith:
“Darás las gracias al Señor tu Dios en todas las cosas…
“Y en nada ofende el hombre a Dios, ni contra ninguno está encendida su ira, sino contra aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas”6.
En el Libro de Mormón se nos dice que “[vivamos] cada día en acción de gracias por las muchas misericordias y bendiciones que él confiere sobre [nosotros]”7.
Pese a nuestras circunstancias, cada uno de nosotros tiene mucho por lo que debe estar agradecido si tan sólo nos detenemos y contemplamos nuestras bendiciones.
Éste es un tiempo maravilloso para estar en la tierra. Si bien hay mucho que no está bien en el mundo actualmente, hay muchas cosas que son rectas y buenas. Hay matrimonios que salen adelante, padres que aman a sus hijos y se sacrifican por ellos, amigos que se preocupan por nosotros y nos ayudan, maestros que enseñan. Somos bendecidos de incontables maneras.
Podemos elevarnos a nosotros mismos y a los demás también si nos negamos a permanecer en la esfera del pensamiento negativo y cultivamos en nuestro corazón una actitud de gratitud. Si se cuenta la ingratitud entre los pecados más graves, entonces la gratitud toma su lugar entre las virtudes más nobles. Alguien ha dicho que la gratitud no es sólo la más grandiosa de las virtudes, sino la madre de todas las demás8.
¿Cómo podemos cultivar una actitud de gratitud en nuestros corazones? El presidente Joseph F. Smith, sexto Presidente de la Iglesia, dio una respuesta; él dijo: “El hombre que es agradecido ve tantas cosas en el mundo por las cuales debe dar las gracias, y en él lo bueno sobrepuja a lo malo. El amor derrota los celos, y la luz hace que la oscuridad salga de la vida”. Continuó diciendo: “El orgullo destruye nuestra gratitud y establece el egoísmo en su lugar. ¡Cuánto más felices nos sentimos en presencia de un alma agradecida y amorosa, y cuánto cuidado debemos tener de cultivar una actitud de agradecimiento para con Dios y con el hombre por medio de una vida devota!”9.
El presidente Smith nos está diciendo que una vida entregada a la oración es la clave para poseer gratitud.
¿Nos hacen felices y agradecidos las posesiones materiales? Tal vez momentáneamente. Sin embargo, las cosas que proporcionan felicidad y gratitud profundas y duraderas son las cosas que no se pueden comprar con dinero: nuestra familia, el Evangelio, buenos amigos, buena salud, nuestras facultades, el amor que recibimos de los que nos rodean. Lamentablemente, esas son algunas de las cosas que a veces no valoramos.
El autor inglés Aldous Huxley escribió: “La mayoría de los seres humanos tienen una capacidad casi infinita para no valorar las cosas”10.
Muchas veces no valoramos a las personas que más merecen nuestra gratitud. No esperemos hasta que sea demasiado tarde para expresar esa gratitud. Al hablar de los seres queridos que había perdido, una mujer se lamentó de esta manera [cita]: “Recuerdo aquellos días felices y muchas veces quisiera susurrar al oído de los que se han ido la gratitud que merecieron en la vida y que raras veces recibieron”11.
La pérdida de seres queridos casi inevitablemente trae algún remordimiento a nuestro corazón. Disminuyamos esos sentimientos todo lo humanamente posible al expresarles con frecuencia nuestro amor y gratitud. Nunca se sabe cuán pronto será demasiado tarde.
Por tanto, un corazón agradecido se logra al expresar gratitud a nuestro Padre Celestial por Sus bendiciones y a aquellos que nos rodean por todo lo que aportan a nuestra vida. Esto requiere un esfuerzo consciente, por lo menos hasta que verdaderamente hayamos aprendido y cultivado una actitud de gratitud. Muchas veces nos sentimos agradecidos y tenemos pensado expresar nuestro agradecimiento pero olvidamos hacerlo o simplemente no tomamos el tiempo para hacerlo. Alguien ha dicho que el sentir gratitud y no expresarla es como envolver un regalo y no obsequiarlo12.
Cuando enfrentamos desafíos y problemas en la vida, a veces nos es difícil centrarnos en nuestras bendiciones. Sin embargo, si buscamos y miramos minuciosamente, seremos capaces de sentir y reconocer cuánto se nos ha dado.
Comparto con ustedes un relato de una familia que pudo encontrar bendiciones en medio de serias dificultades. Es un relato que leí hace muchos años y que he conservado debido al mensaje que transmite. Lo escribió Gordon Green y apareció en una revista de Estados Unidos hace más de cincuenta años.
Gordon relata que se crió en una granja en Canadá, donde él y sus hermanos tenían que apresurarse a ir a casa después de la escuela mientras los otros niños jugaban a la pelota e iban a nadar. Sin embargo, su padre tenía la capacidad de ayudarlos a entender que su trabajo era de valor. Eso era especialmente así después de la cosecha, cuando la familia celebraba el día de acción de gracias, ya que ese día, su padre les daba un gran regalo: hacía un inventario de todo lo que tenían.
La mañana del día de acción de gracias, los llevaba al sótano donde tenían toneles de manzanas, cubos de remolacha, zanahorias preservadas en arena, y montañas de sacos de patatas, así como arvejas, maíz, judías, mermeladas, fresas y otras conservas que llenaban los estantes. Les pedía a los niños que contaran todo minuciosamente; después iban al granero y contaban las toneladas de heno que había y las fanegas de grano. Contaban las vacas, los cerdos, las gallinas, los pavos y los patos. El padre les decía que quería ver cuánto era lo que tenían, pero ellos sabían que en realidad lo que quería era que se dieran cuenta, ese día especial, lo mucho que Dios los había bendecido y había compensado todas sus horas de trabajo. Finalmente, cuando se sentaban a disfrutar el festín que su madre había preparado, las bendiciones era algo que sentían.
Sin embargo, Gordon indicó que el día de acción de gracias que recordaba con más agradecimiento era el año en que parecía que no tenían nada por qué estar agradecidos.
El año había empezado bien: tenían heno de sobra, muchas semillas, cuatro crías de cerdos; y su padre había ahorrado un poco de dinero para algún día comprar una trilladora: una máquina maravillosa que la mayoría de los granjeros sueñan tener algún día. Fue también el año en que se instaló la electricidad en el pueblo, aunque no a ellos, porque no tenían dinero para pagarla.
Una noche, cuando la madre de Gordon estaba lavando mucha ropa, el padre se acercó para tomar su turno en la tabla de lavar y le pidió a su esposa que descansara y se pusiera a tejer. Le dijo: “Pasas más tiempo lavando que durmiendo. ¿Crees que debemos darnos por vencidos y tener electricidad? Aunque ella se sentía muy feliz ante esa posibilidad, derramó una o dos lágrimas al pensar que no se comprarían la trilladora.
De modo que ese año se instalaron los cables eléctricos en la calle donde vivían. Aunque no era nada extravagante, compraron una lavadora que funcionaba sola todo el día, y bombillas brillantes que colgaban del techo de cada habitación. No tenían que llenar más lámparas de aceite, no había mechas que cortar ni chimeneas cubiertas de hollín que lavar. Las lámparas fueron a quedar en el desván.
La llegada de la electricidad a su granja fue casi la última cosa buena que les sucedió aquel año. Cuando los cultivos estaban a punto de brotar, empezaron las lluvias y cuando el agua por fin se retiró, no había quedado ninguna planta en ningún lugar. Volvieron a plantar, pero más lluvia volvió a acabar con las cosechas; las patatas se pudrieron en el lodo. Vendieron un par de vacas y todos los cerdos y otro ganado que habían pensado retener, recibiendo precios muy bajos por ellos ya que todas las demás personas habían tenido que hacer lo mismo. Lo único que cosecharon ese año fue un pequeño terreno de nabos que de algún modo no se arruinó con las lluvias.
De nuevo llegó el día de acción de gracias. La madre dijo: “Quizás será mejor que lo olvidemos este año; ni siquiera tenemos un ganso”.
Sin embargo, la mañana del día de acción de gracias, el padre de Gordon se apareció con una liebre y le pidió a su esposa que la cocinara. A regañadientes empezó a hacerlo, indicando que tomaría mucho tiempo cocinar ese viejo y duro animal. Cuando por fin lo colocaron en la mesa con algunos de los nabos que habían sobrevivido, los niños se negaron a comer. La madre lloró, y después el padre hizo algo raro: fue al desván, tomó una de las lámparas de aceite, volvió a la mesa y la encendió. Pidió a los niños que apagaran las luces eléctricas. Cuando sólo tenían la luz de la lámpara, casi no podían creer que antes hubiera estado tan oscuro. Se preguntaron cómo habían podido ver algo sin la luz brillante que producía la electricidad.
Se bendijo la comida y todos comieron; al terminar, todos permanecieron sentados en silencio. Gordon escribió:
“En la humilde penumbra de la vieja lámpara fue que volvimos a ver claramente…
“Fue una deliciosa comida; la liebre sabía a pavo y los nabos estaban más sabrosos que nunca…
“Nuestro hogar… a pesar de sus carencias, nos pareció opulento”13.
Mis hermanos y hermanas, el expresar gratitud es cortés y honorable; el actuar con gratitud es generoso y noble; pero el vivir siempre con gratitud en el corazón es tocar el cielo.
Al finalizar mis palabras esta mañana, ruego que además de todas las cosas por las que estemos agradecidos, reflejemos siempre nuestra gratitud por nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Su glorioso evangelio proporciona las respuestas a los grandes interrogantes de la vida: ¿De dónde vinimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Adónde va nuestro espíritu al morir? El Evangelio trae a los que viven en oscuridad la luz de la verdad divina.
Él nos enseñó a orar; Él nos enseñó a vivir; Él nos enseñó a morir. Su vida es un legado de amor. Sanó al enfermo; elevó al afligido; salvó al pecador.
Al final, estuvo solo; algunos de los apóstoles dudaron; uno de ellos lo entregó. Los soldados romanos le perforaron el costado; la multitud enfurecida le quitó la vida.Y sin embargo, desde la colina del Gólgota resuenan Sus palabras misericordiosas: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”14.
¿Quién era este “varón de dolores, experimentado en quebranto”?15. “¿Quién es este Rey de gloria”16, este Señor de señores? Él es nuestro Maestro. Él es nuestro Salvador. Él es el Hijo de Dios. Él es el autor de nuestra salvación. Él llama: “Venid en pos de mí”17; Él manda: “Ve y haz tú lo mismo”18; Él suplica: “…guardad mis llamamientos”19.
Sigámoslo; emulemos Su ejemplo; obedezcamos Sus palabras. Al hacerlo, Le obsequiamos el divino don de la gratitud.
Mi sincera y ferviente oración es que, en la vida de cada uno, reflejemos esa maravillosa virtud de la gratitud. Que penetre nuestra misma alma, ahora y para siempre. En el sagrado nombre de Jesucristo, nuestro Salvador. Amén.