Esfuérzate y sé valiente
“¡El encargado de la guardia presidencial ha anunciado que tendremos una gran fiesta por nuestro buen trabajo!”, exclamó uno de los guardias.
Debería haberme sentido feliz, pero tan pronto como escuché las noticias, empecé a orar. Sabía que nuestra celebración se tornaría en una fiesta donde se consumiría alcohol. Yo era suficientemente fuerte en el aspecto espiritual para no beber, pero no quería que mis compañeros de la guardia pasaran un momento desagradable por mi culpa.
El servicio militar es obligatorio para todos los jóvenes de Corea del Sur, de modo que me uní al ejército tan pronto como terminé mi misión de tiempo completo. Se me asignó a la guardia presidencial. Mis compañeros sabían que yo nunca tomaba bebidas alcohólicas porque era miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Cuando se anunció la fiesta, ellos se empezaron a poner nerviosos porque estarían en problemas si yo no bebía cuando el oficial al mando diese la orden de hacerlo.
Era tradición que, en las celebraciones, el comandante se parara frente a cada uno de los guardias, uno por uno, y les llenara el vaso con licor; entonces el guardia sostenía el vaso en alto y decía: “¡Gracias, señor!”, y lo bebía de inmediato.
En la vida militar, el desobedecer cualquier orden de un superior se considera insubordinación y puede ser la causa de muchos problemas, no sólo para la persona que la desobedece, sino también para los miembros de su unidad. En el peor de los casos, la insubordinación podía incluso resultar en que se enviara a la persona a la cárcel, lo cual era causa de consternación para mis compañeros.
Llegó el día de la fiesta y los diez guardias nos encontrábamos sentados alrededor de la mesa; cada uno tenía enfrente un vaso vacío; yo ocupaba el tercer asiento. El comandante entró y llenó el primer vaso; el guardia levantó el vaso y dijo: “¡Gracias, señor!”, y se lo tomó.
Nuestro comandante avanzó hasta el segundo guardia e hizo lo mismo; entonces llegó mi turno. Me encontraba preparado para guardar la Palabra de Sabiduría, y en el corazón seguía orando en beneficio de mis compañeros. Cuando nuestro comandante llenó mi vaso, dije en voz alta: “¡Gracias, señor!”; entonces iba a decir que lo sentía y que no podía tomarlo.
En ese momento, entró su secretario y dijo: “Señor, lo llaman por teléfono”. Nuestro comandante se volvió hacia él y dijo: “Estoy ocupado”.
Yo aún tenía el vaso en la mano cuando el secretario agregó: “Señor, es el presidente”. Nuestro comandante respondió: “Está bien, está bien”, y salió de inmediato.
De pronto, el segundo guardia cambió su vaso vacío por el mío y rápidamente bebió el licor. Nuestro comandante regresó al poco rato, vio mi vaso vacío, y dijo: “Ah, ¡ya se lo tomó!”; entonces prosiguió con el cuarto guardia. Todos suspiraron profundamente y se relajaron.
Treinta y cinco años más tarde, mucho después de haber terminado el servicio militar, recibí una llamada telefónica de un presidente de rama de la Iglesia en Corea del Sur; me preguntó si recordaba al señor Park, de los días de mi servicio en la milicia.
“Claro que sí”, respondí. Había servido con el señor Park; él había respetado mis creencias y con frecuencia me había protegido en situaciones difíciles.
El presidente de rama me dio el número de teléfono del señor Park y lo llamé de inmediato. Al conversar con él, me dijo que durante el tiempo que servimos juntos como guardias presidenciales, había visto una luz que emanaba de mí y había sentido que debía ayudarme. Después de eso, dijo, siempre que se encontraba en una situación difícil pensaba en mí.
El señor Park me contó que tenía dos hijos que quería que llegaran a ser como yo, y que incluso los había llevado a una capilla de los Santos de los Últimos Días. Uno de ellos se había bautizado, aun cuando el señor Park no lo había hecho. No obstante, ese hijo era ahora menos activo y el señor Park deseaba mi ayuda y consejo.
Una semana después, fui a ver al señor Park. Tuvimos una visita amena, y al poco tiempo empecé a reunirme con su hijo y a animarlo a que volviera a la Iglesia. Humildemente aceptó mi consejo, volvió a activarse y sirvió en una misión de tiempo completo. Mediante las cartas que enviaba a casa mientras se encontraba en la misión, motivó a su padre y lo ayudó a prepararse para el bautismo. Un día de verano, un año después de nuestra primera visita, bauticé al señor Park y llegó a ser miembro de la Iglesia.
¡Qué gran milagro! La vida de ellos había cambiado a raíz de la fe que demostró un jovencito treinta y cinco años antes.
Evitar los ardides y las trampas
En el Antiguo Testamento, José enseñó a los hijos de Israel sobre los lazos o ardides y las trampas que enfrentarían al vivir en un mundo inicuo:
“…sabed que Jehová vuestro Dios no expulsará más a estas naciones de delante de vosotros, sino que os serán por lazo, y por trampa, y por azote para vuestros costados, y por espinas para vuestros ojos, hasta que perezcáis de sobre esta buena tierra que Jehová vuestro Dios os ha dado” (Josué 23:13).
Para mí, el anticipar las dificultades que podría haberles causado a mis compañeros de la guardia era una trampa que podría haberme tentado a beber alcohol. Sin embargo, escogí hacer lo correcto y estuve preparado para obedecer la Palabra de Sabiduría sin importar las consecuencias.
De las experiencias que tuve en el servicio militar aprendí que el Señor bendecirá y protegerá a Sus hijos si nos esforzamos y somos valientes (véase Josué 1:6). Por ejemplo, Él protegió a los israelitas cuando cruzaron el río Jordán; pero, primeramente, los sacerdotes que llevaban el arca del convenio demostraron su fe y valor al entrar en el río que se desbordaba. Sólo entonces el Señor hizo que “las aguas… se [dividieran]” e hizo que el río “se [detuviera] como en un muro” (véase Josué 3:13–17).
A fin de esforzarnos y ser valientes, tenemos que aferrarnos al Señor (véase Josué 1:6; 23:8). Nos aferramos al Señor cuando llevamos a cabo el estudio personal y familiar de las Escrituras, la oración personal y familiar, y la noche de hogar. También nos aferramos a Él al tomar la Santa Cena, magnificar nuestros llamamientos, adorar con frecuencia en el templo, obedecer los mandamientos y arrepentirnos cuando cometemos errores. Estas prácticas permiten que el Espíritu Santo more en nosotros y nos ayude a reconocer y evitar los ardides y las trampas.
“Empezando desde que somos muy pequeños, los que son responsables de nuestro cuidado establecen pautas y reglas para asegurarse de que estemos a salvo”, ha dicho el presidente Thomas S. Monson. “La vida sería más sencilla para todos si obedeciéramos esas reglas al pie de la letra…
“La obediencia es una característica distintiva de los profetas; les ha proporcionado fortaleza y conocimiento a través de la historia. Es esencial que nos demos cuenta de que nosotros también tenemos derecho a esa fuente de fortaleza y conocimiento. Hoy día está fácilmente a nuestro alcance si obedecemos los mandamientos de Dios”1.
Avanzar con fe
Poco después de que el presidente Boyd K. Packer, Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, fue llamado como Autoridad General, acudió al élder Harold B. Lee (1899–1973) para que le diera consejo. El presidente Packer recuerda:
“Él escuchó con mucha atención mi problema y me sugirió que fuera a ver al presidente David O. McKay [1873–1970], quien me aconsejó en cuanto a lo que debía hacer. Yo tenía una gran disposición para obedecer lo que se me había aconsejado, pero no veía la forma de hacerlo.
“Volví nuevamente a ver al élder Lee y le dije que no veía cómo podía hacer lo que se me había aconsejado. Él dijo: ‘El problema con usted es que quiere ver el final desde el principio’. Le contesté que por lo menos deseaba ver uno o dos pasos hacia delante. Entonces recibí una lección para toda la vida: ‘Usted debe aprender a caminar hasta el borde de la luz y después dar algunos pasos en la obscuridad; entonces, la luz aparecerá y le mostrará el camino que tiene por delante’”2.
Como hijos de nuestro Padre Celestial, a veces queremos entender en detalle las cosas que debemos aceptar o lograr por medio de la fe. No obstante, no es necesario que comprendamos todas las cosas; simplemente tenemos que dar un paso adelante tal como el Señor nos lo ha pedido y como lo hicieron los sacerdotes de los israelitas al entrar al desbordado río Jordán. A pesar de que no veamos o comprendamos todas las cosas, el Señor nos ayudará a caminar en tierra seca si nos esforzamos y somos valientes.
Tendremos el poder para permanecer firmes si vivimos de acuerdo con Sus palabras, procurando y siguiendo Su guía en las Escrituras y por medio de Sus siervos. Sí, vivimos en “territorio enemigo”3, pero el enemigo no puede vencer al Señor, nuestro Salvador, quien fue enviado para ayudarnos y salvarnos.
Sé que podemos ser discípulos verdaderos de Jesucristo al “seguir siendo obedientes y firmes en la doctrina de nuestro Dios”4. Cuando ejercemos el valor para hacerlo, permanecemos en lugares santos, no importa dónde nos encontremos.