En el púlpito
Creo que seré yo misma
Recuerdo bien las adaptaciones que tuvimos que hacer cuando fuimos a vivir a Utah. El primer llamamiento que tuve en el barrio fue prestar servicio como maestra de la Sociedad de Socorro. Observé minuciosamente a las otras maestras y me impresionó profundamente su esfuerzo por lograr la perfección en su enseñanza. Ese esfuerzo por lograr la perfección también se manifestaba incluso en su peinado y en su impecable vestimenta. Admiraba su fluidez y elocuencia en el idioma inglés. ¿Cómo podría yo, con mi deficiencia en el idioma inglés, competir con ellas y ser su maestra? Estaba ansiosa por aprender y me dio mucho gusto oír que había una clase de preparación para las maestras de la Sociedad de Socorro.
Cuando asistí a la reunión de capacitación por primera vez, tuve grandes esperanzas. No estaba preparada para la pregunta que se me hizo sobre la clase de centro de mesa que usaría cuando diera mi lección. ¡Me sentí totalmente incompetente! No tenía idea de lo que era un centro de mesa o cuál sería su objetivo en la presentación de una lección. Los sentimientos negativos sobre mi persona comenzaron a socavar mi confianza…
Seguí sintiéndome inferior al ver a las hermanas del barrio plantar huertos y envasar frutos y verduras; a diario salían a correr para hacer ejercicio; confeccionaban ropa y aprovechaban ofertas en las tiendas… llevaban de comer a las madres que acababan de dar a luz y a los enfermos de su vecindario; cuidaban a uno o a ambos padres ancianos… eran fieles en llevar a cabo su obra del templo, y se preocupaban por estar al día al escribir en sus diarios.
Intimidada por ejemplos de perfección a mi alrededor, aumenté mis esfuerzos para ser como mis hermanas, y me sentí decepcionada e incluso culpable cuando no corría todas las mañanas, horneaba mi propio pan, cosía mi propia ropa, o iba a la Universidad. Sentía que tenía que ser como las mujeres entre las que estaba viviendo, y me consideraba un fracaso porque no era capaz de adaptarme fácilmente a sus estilos de vida.
En ese momento podría haberme beneficiado con la historia de un niño de seis años que, cuando un pariente le preguntó: “¿Qué quieres llegar a ser?”, respondió: “Creo que solo quiero ser yo mismo. He tratado de ser como otra persona, ¡pero he fallado cada vez!”. Al igual que ese niño, tras repetidos fracasos de ser como alguien más, por fin aprendí que debía ser yo misma. Sin embargo, a menudo no es fácil, porque nuestros deseos de encajar, de competir e impresionar, o incluso de simplemente ser aprobados nos llevan a imitar a los demás y a devaluar nuestros propios antecedentes, nuestros propios talentos y nuestras propias cargas y desafíos… Tuve que aprender a superar mi sensación de ansiedad de que si no me adaptaba, simplemente no estaba a la altura…
Cuando traté de imitar a mis maravillosas hermanas mientras enseñaba mi clase con un centro de mesa especial y otras técnicas de enseñanza con las que no estaba familiarizada, fracasé porque el Espíritu aún me hablaba en alemán, no en inglés. Pero cuando me arrodillé para pedir ayuda, aprendí a depender del Espíritu para guiarme, estando segura al saber que soy hija de Dios. Tenía que aprender y creer que no necesitaba competir con otras personas para que mi Padre Celestial me amase y aceptase…
Nuestros esfuerzos no deberían ser para actuar ni para adaptarnos sino para ser transformadas por el Espíritu…
Hay muchas presiones que nos atan al mundo. El ser honradas de corazón nos libera para descubrir la voluntad de Dios para nuestra vida…
Aunque quizás nos concentremos en hacer frente a nuestros desafíos y oportunidades diarias para progresar, no podemos darnos el lujo de vivir un día, ni un minuto, sin ser conscientes del poder que llevamos en nuestro interior.