Después del huracán María
Brianne Anderson
Virginia, EE.
Mi familia y yo nos mudamos a la isla de Dominica, en el Caribe, en agosto de 2016. Inmediatamente nos enamoramos de la belleza, la cultura y las personas de la isla. Asistíamos a la rama local y aprendimos mucho de los miembros de ahí.
El lunes 18 de septiembre de 2017, un huracán categoría 5, el María, azotó nuestra pequeña isla. Mi esposo y yo vimos cuando casas y vehículos eran lanzados por la calle por esa potente tormenta. La furia del huracán María pasó directamente sobre la isla y la destrucción fue devastadora. El día después de la tormenta, caminamos por las calles y encontramos el frondoso y vibrante bosque pluvial de Dominica que ahora lucía como un páramo.
Esa misma mañana, caminamos hasta las casas de los miembros de nuestra rama. Solo dos casas estaban ilesas y habitables. Seis de las ocho familias de miembros que vivían en el lado norte de la isla lo perdieron todo. El ochenta por ciento de las casas y edificios de Dominica fueron declarados inhabitables. A pesar de esa tragedia, muchas familias aún sonreían. Cuando preguntamos cómo estaban, respondieron: “Somos bendecidos de estar con vida”.
Debido a que nuestra familia hizo caso al consejo del profeta de ser autosuficientes, teníamos almacenamiento de comestibles. Pudimos alimentar a muchos vecinos, misioneros y miembros de nuestra rama. En cada comida, alimentamos a un promedio de 20 personas. Al usar nuestro almacenamiento de comestibles para servir y cuidar de aquellos a nuestro alrededor, nuestras propias cargas se sintieron más livianas.
Esa experiencia me recordó a Alma y a su pueblo, cuyas “cargas… fueron aliviadas; sí, el Señor los fortaleció de modo que pudieron soportar sus cargas con facilidad” (Mosíah 24:15).
Incluso cuando aún vivíamos sin agua corriente, electricidad ni las comodidades diarias, fuimos fortalecidos para superar las dificultades y elevar a otras personas. Desde el huracán María, me he dado cuenta de que aunque es importante estar preparados temporalmente, necesitamos estar preparados espiritualmente también. Al obedecer y edificar nuestros testimonios en la fe de Jesucristo, tendremos una base sólida que no fallará cuando los vientos y las tempestades de la vida soplen a nuestro alrededor.