2022
Aprender el arte del Sanador
Abril de 2022


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Aprender el arte del Sanador

Seis principios que pueden ayudarnos a proporcionar una mejor ayuda a aquellos que lo necesitan.

dos mujeres conversando juntas en un parque

¿Alguna vez un amigo le habló de una situación difícil por la que estaba pasando pero no supo cómo ayudarle, o al reflexionar más adelante deseó haber respondido de otra manera? ¿Alguna vez aceptó un llamamiento pero le preocupaba ser capaz de ayudar a aquellos a quienes fue llamado a servir?

La tercera estrofa del himno “Señor, yo te seguiré” (Himnos, nro. 138) dice: “Quiero a mi hermano dar, sinceramente y con bondad, el consuelo que añora”. ¡Qué frase tan poderosa! Cada uno de nosotros, independientemente de nuestro pasado o circunstancias, puede llegar a ser más como el Salvador al aprender a elevar y fortalecer a los demás.

A continuación se presentan seis principios que pueden ayudarle a aprender el arte del Sanador 1 .

1. En primer lugar, amar

Todos los hijos de Dios se merecen recibir amor y bondad. Tal vez no entendamos las experiencias personales de una persona, pero siempre podemos mostrarle amor. Cuando nos preocupamos verdaderamente por otra persona, eso se refleja en nuestras interacciones y creará un fundamento de confianza que puede ser muy útil al tener conversaciones difíciles, especialmente cuando no decimos las palabras perfectas en el momento perfecto.

2. Escuchar a fin de comprender

Tenga cuidado de no hacer suposiciones en cuanto a los sentimientos o la conducta de otra persona. En su lugar, haga preguntas y escuche con el propósito de comprender aquello por lo que está pasando. Recuerde que no tiene que arreglar la situación. Si nos centramos solamente en resolver el problema, podemos hacer sentir a la otra persona que lo que está diciendo no es importante.

Podemos practicar escuchar con paciencia, tratando de entender sin planear lo que vamos a decir a continuación. A medida que aprendemos a escuchar sinceramente y acompañamos a esa persona en su dolor, creamos una especie de conexión que por sí misma puede ser muy sanadora.

3. Enseñar la verdad

Después de comprender la situación tal vez sintamos el deseo de compartir lo que sabemos acerca de los principios consoladores del Evangelio. Pida en oración la guía del Espíritu para saber qué compartir. Céntrese en enseñar las verdades que ayudarán a la persona a permanecer en la senda que conduce al gozo eterno.

La hermana Michelle D. Craig, Primera Consejera de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes, enseñó: “Quizá las cosas más importantes que debamos ver con claridad es quién es Dios y quiénes somos nosotros realmente: hijos e hijas de padres celestiales, con una ‘naturaleza divina y un destino eterno’” 2 .

4. Nutrir la fe

Podemos alentar a otros a tener fe en su Padre Celestial, quien los conoce y los ama; en su Salvador, que los comprende perfectamente; y en el Espíritu Santo, que está ansioso por guiarlos. Algo tan sencillo como orar con ellos o leer las Escrituras juntos puede ayudar a nutrir su fe.

El presidente Russell M. Nelson prometió:

“El Señor no requiere que tengamos una fe perfecta para tener acceso a Su poder perfecto, pero nos pide que creamos […].

[C]omiencen hoy a aumentar su fe. Mediante su fe, Jesucristo aumentará la capacidad de ustedes para mover los montes que haya en su vida, aunque sus desafíos personales puedan ser tan grandes como el monte Everest” 3 .

Esto se aplica tanto a nuestra vida como a la de aquellos a quienes estamos tratando de ayudar.

5. Seguir ministrando

A medida que establezcamos relaciones y escuchemos atentamente lo que los demás necesiten, podemos confiar en que el Espíritu nos ayudará a saber cómo actuar, tanto de manera inmediata como de manera continua. Algunas pruebas y desafíos duran mucho tiempo. Aquellos a quienes ministramos tal vez necesiten ayuda continua después de que la crisis inicial haya pasado. Cuando busquemos guía con oración y luego abramos los ojos y el corazón, recibiremos ayuda celestial para saber cómo servirnos sabiamente unos a otros.

6. Compartir nuestras cargas

Muchos de nosotros estamos dispuestos a ayudar a otra persona, pero ¿cuántos estamos dispuestos a responder sinceramente cuando alguien se interesa por nosotros? ¿Confiamos lo suficiente en los demás como para ser vulnerables y compartir lo que realmente está sucediendo en nuestra vida?

Las Escrituras describen varias ocasiones donde el Salvador aceptó e incluso pidió que se le brindara un servicio. Aquí tiene algunos ejemplos:

  • Comió en diferentes hogares (véase Marcos 2).

  • Permitió que le lavaran los pies con un aceite costoso (véase Lucas 7).

  • Pidió agua a la mujer junto al pozo (véase Juan 4).

  • Permitió que los demás vieran cuándo se sentía atribulado (véase Juan 11).

Tal vez algo que podemos aprender de esos relatos en la vida del Salvador es que cuando compartimos sinceramente nuestra vida con los demás, tenemos la oportunidad de bendecirlos y ser bendecidos al mismo tiempo. Podríamos compartir algo que ayude a otra persona a darse cuenta de que no están solos en sus dificultades, o simplemente esa persona podría ser una respuesta a nuestras oraciones.

No debemos sentirnos temerosos cuando alguien acuda a nosotros con sus problemas. Si procuramos desde el principio demostrar amor y escuchar, el Espíritu nos ayudará a saber cómo ministrar y nutrir la fe. Nosotros también podemos, y debemos, pedir ayuda. Al aplicar estos principios estamos siguiendo el ejemplo de Jesucristo, que es “el camino, y la verdad y la vida” (Juan 14:6). Él es la verdadera fuente de consuelo y esperanza. Él es el Maestro Sanador.