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La enseñanza de los hijos por medio del ejemplo y de la instrucción
Ideas para poner en práctica
De acuerdo con sus propias necesidades y circunstancias, siga una o ambas de las siguientes sugerencias:
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Medite en cuanto a las necesidades de sus hijos o de sus nietos, sobrinos o de otros niños o jóvenes que conozca. Planifique oportunidades para enseñar a estos niños por medio de sus acciones y sus palabras.
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Repase el material que trata sobre la enseñanza dentro del vínculo familiar que se encuentra en La enseñanza: El llamamiento más importante (36123 002), páginas 143–162 y en la Guía para la organización familiar (31180 002), páginas 3–8. Si está casado, lea y analice este material con su cónyuge.
Asignación de lectura
Estudie los siguientes artículos. Si está casado, léalos y analícelos con su cónyuge.
Lo más difícil del mundo: ser buenos padres
Élder James E. Faust
del Quórum de los Doce Apóstoles
El ser padre es un llamamiento divino
Me siento inspirado a hablar sobre un tema que considero lo más difícil del mundo. Se trata del privilegio y la responsabilidad de ser buenos padres. En ese aspecto, hay tantas opiniones como padres. No obstante, son pocos los que afirman saberlo todo y, por cierto, yo no soy uno de ellos.
Creo que entre nosotros hay ahora más jóvenes excelentes que en cualquier otra época de mi vida. Esto implica que la mayoría de ellos provienen de buenos hogares y tienen padres dedicados y abne-gados. Sin embargo, aun los padres más responsables sienten que alguna vez también ellos han cometido errores. Recuerdo una ocasión en la que cometí una imprudencia y mi madre exclamó: “¿En qué habré fallado?”
El Señor dijo: “…os he mandado criar a vuestros hijos en la luz y la verdad” (D. y C. 93:40). Para mí, ése es el esfuerzo humano más importante.
Ser padre o madre no sólo es una gran responsabilidad, sino que es un llamamiento divino; es un esfuerzo que requiere consagración. El presidente David O. McKay dijo que la paternidad es “la respon-sabilidad más grande que se le ha confiado al ser humano” (The Responsibility of Parents to Their Children, folleto sin fecha de publicación, pág. 1).
La creación de hogares de éxito
Si bien hay pocos desafíos que sean mayores que el de la paternidad, pocas son las cosas que ofrecen un grado mayor de gozo. Sin duda no hay trabajo más importante en este mundo que el de preparar a nuestros hijos para aprender el temor a Dios, ser felices, honrados y productivos. No hay felicidad mayor para los padres que lograr que sus hijos los honren a ellos y a sus enseñanzas. Ésa es en realidad la gloria de la paternidad. Juan testificó: “No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Juan 1:4). En mi opinión, el enseñar, criar y capacitar a los hijos requiere más inteligencia, comprensión intuitiva, humildad, fortaleza, sabiduría, espiritualidad, perseverancia y mucho más trabajo que cualquier otra tarea que tengamos en la vida, en especial cuando las normas morales de honor y decencia decaen a nuestro alrededor. Para tener éxito en el hogar, se deben enseñar valores e imponerse reglas y normas constantes. Hay comunidades que no apoyan mucho a los padres en lo que respecta a enseñar y honrar normas morales. Hay culturas que las han perdido por completo y muchos de sus jóvenes tienen una actitud sarcástica ante lo que es moral.
Ante el deterioro de la sociedad y la ruptura de la familia, lo mejor es prestar más atención y hacer un mayor esfuerzo para enseñar a la futura generación: nuestros hijos. Para ello, primero debemos fortalecer a sus maestros. Los educadores más importantes son los padres y demás miembros de la familia, y el hogar es la mejor escuela. De alguna manera debemos hacer un esfuerzo mayor por que el hogar sea como un santuario en contra de la dañina decadencia moral. La armonía, la felicidad, la paz y el amor dan a los hijos la fortaleza interior necesaria para lidiar con los problemas de la vida. Hace unos meses, Barbara Bush, esposa del presidente de los Estados Unidos, dijo a los graduados de una universidad en Massachusetts:
“Sea la época que sea, hay algo que no cambia. Padres y madres: los hijos están primero. Deben leerles a sus hijos, deben abrazarlos y deben amarlos. El éxito que logren como familia, así como el de la sociedad, no depende de lo que suceda en la Casa Blanca, sino de lo que suceda en nuestras casas” (Washington Post, 2 de junio de 1990).
Para ser buenos padres hay que renunciar a sí mismo en favor de los hijos. Como consecuencia de ese sacrificio, los padres adquieren nobleza de carácter y aprenden a llevar a la práctica las verdades que enseñó el Salvador.
Respeto muchísimo a los padres que crían solos, sin su cónyuge, a sus hijos, esforzándose y sacrificándose, luchando contra grandes problemas para mantenerlos unidos. Estas personas merecen respeto y ayuda por ese esfuerzo heroico. La labor de un padre o una madre se hace más fácil cuando ambos están en el hogar. Con frecuencia los hijos ponen a prueba la fortaleza y la sabiduría de sus padres.
¿Con cuánta frecuencia llevan a cabo la oración familiar?
Hace unos años, el presidente Kimball entrevistó al obispo Stanley Smoot y le preguntó:
—¿Cuán a menudo tienen la oración familiar?
Y la respuesta fue:
—Tratamos de orar dos veces al día, pero en general lo hacemos una vez.
El presidente Kimball entonces replicó:
—Antes era suficiente que la familia orara junta una vez al día, pero no lo será en el futuro si deseamos salvarla.
Me pregunto si en lo futuro tener la noche de hogar de vez en cuando será suficiente para fortalecer moralmente a nuestros hijos. Tampoco será suficiente en el futuro el estudio esporádico de las Escrituras para que los hijos se defiendan de la decadencia moral que los rodea. ¿Dónde van los hijos a aprender sobre castidad, integridad, honestidad y decencia si no es en el hogar? Por supuesto que la Iglesia reforzará estos valores, pero la enseñanza de los padres es más constante.
Los padres deben dar el ejemplo
Cuando los padres enseñan a sus hijos a evitar el peligro, no es apropiado decirles: “Tenemos más experiencia y conocimiento que ustedes sobre las cosas del mundo; nosotros podemos arriesgarnos”. La hipocresía de los padres puede hacer que los hijos… duden de lo que éstos les enseñen. Por ejemplo, cuando los padres van a ver películas que prohíben a sus hijos, éstos luego dudan de las enseñanzas de sus progenitores. Si se espera que los hijos sean honrados, los padres también deben serlo. Si se espera que los hijos sean virtuosos, los padres también deben serlo. Si se espera que los hijos sean honorables, los padres deben serlo.
Entre los valores que se deben enseñar a los hijos está el respetar a los demás, comenzando con sus padres y familiares; respetar las creencias religiosas y el patriotismo de otros; respetar la ley y el orden; respetar la propiedad ajena y respetar la autoridad. Timoteo nos recuerda que los hijos primero deben aprender “a ser piadosos para con su propia familia” (1 Timoteo 5:4).
La disciplina de los hijos
Una de las cosas más difíciles que deben hacer los padres es disciplinar debidamente a los hijos, porque cada uno es diferente. Muchas veces cuando un método resulta con uno, falla con otro. Y no hay nadie mejor que los padres para determinar con precisión cuál es el método disciplinario demasiado severo o demasiado indulgente para los hijos. Todo es cuestión de discernimiento y oración de parte de los padres. Por cierto que el principio que se aplica en todos los casos es que la disciplina debe ser motivada por el amor y no por el castigo. Brigham Young aconsejó: “Nunca castigues a una persona más allá de tu capacidad para amarla y ayudarla” (Discourses of Brigham Young, selecciones de John A. Widtsoe, 1954, pág. 278). No obstante, la guía y la disciplina son fundamentales en la crianza de los hijos. Si los padres no los disciplinan, la gente lo hará tal vez de un modo que no gustará a los padres. Sin disciplina, los hijos no respetarán las reglas del hogar ni las de la sociedad.
Uno de los propósitos principales de la disciplina es enseñar obediencia. El presidente David O. McKay dijo: “Si los padres no enseñan obediencia a sus hijos, la sociedad la exigirá y la obtendrá. Por lo tanto, es mejor que, con bondad y comprensión, la enseñanza se imparta en el hogar y no se deje librada a la brutal e indiferente disciplina que la sociedad les impondrá, al no haber los padres cumplido con esa obligación” (The Responsibility of Parents to Their Children, pág. 3).
El enseñar a los hijos a trabajar
Una parte esencial al enseñarles a ser disciplinados y responsables es enseñarles a trabajar. A medida que maduramos, muchos somos como el hombre que dijo: “Me gusta el trabajo; me encanta. Puedo sentarme horas a contemplar a los que trabajan” (Jerome Klapka Jerome, en The International Dictionary of Thoughts, compilación de John P. Bradley, Leo F. Daniels y Thomas C. Jones, 1969, pág. 782). Repito, los mejores maestros que pueden enseñar el principio del trabajo son los padres. En mi caso, el comenzar a trabajar junto a mi padre y abuelo, tíos y hermanos, me brindó una gran satisfacción. Estoy seguro de que más de una vez fui más un estorbo que una ayuda, pero los recuerdos que guardo de esa época son hermosos y las lecciones que aprendí fueron realmente valiosas. Es imperioso que los hijos aprendan responsabilidad e independencia. ¿Dedican tiempo los padres para demostrar y enseñar a sus hijos a fin de que éstos puedan, como lo enseñó Lehi, “actuar por sí mismos, y no para que se actúe sobre ellos” (2 Nefi 2:26)?
Luther Burbank, uno de los mejores horticultores del mundo, dijo: “Si prestáramos a las plantas la misma atención que damos a nuestros hijos, el mundo estaría cubierto por una selva de hierbas” (en Elbert Hubbard’s Scrapbook, 1923, pág. 227).
Desafíos especiales para los padres
Los hijos también se benefician del albedrío moral que nos brinda la oportunidad de progresar y desa-rrollarnos. Ese albedrío moral les da también a éstos la oportunidad de escoger lo opuesto al egoísmo, el derroche y la autodestrucción. Con frecuencia, los hijos manifiestan su albedrío moral desde muy pequeños.
Aquellos que han sido padres conscientes, amorosos y dedicados, y que han vivido de acuerdo con principios justos lo mejor que han podido, deben conformarse sabiendo que ellos son buenos padres, a pesar del mal comportamiento de alguno de sus hijos. Éstos a su vez tienen la responsabilidad de escuchar, obedecer y, si se les enseñó debidamente, aprender. Los padres no siempre son responsables de todo el mal comportamiento de los hijos, porque tampoco pueden asegurar su buen comportamiento. Hay hijos que pondrían a prueba la sabiduría de Salomón y la paciencia de Job.
Con frecuencia los padres que se encuentran en una buena situación económica o los que son demasiado indulgentes tienen ciertos problemas especiales. En cierto sentido, los chicos que se encuentran en tales circunstancias utilizan a sus padres como rehenes al negarse a cumplir con sus normas a menos que éstos accedan a sus exigencias. El élder Neal A. Maxwell dijo que “aquellos que hacen demasiado por sus hijos pronto ven que no pueden hacer nada con ellos. Cuando se les da demasiado, a la larga se les perjudica” (“The man of Christ”, Ensign, mayo de 1975, pág. 101). Parecería que, por naturaleza, el ser humano no valora las cosas materiales que no ha ganado por sí mismo.
Irónicamente, hay padres que desean que sus hijos tengan amigos y sean populares entre ellos pero, al mismo tiempo, temen que cometan los mismos errores que sus compañeros.
El ayudar a los hijos a aceptar los valores
En general, los jóvenes que han tomado la deter-minación de abstenerse de las drogas, el alcohol y el sexo fuera del matrimonio son los que han adoptado y aceptado en su totalidad los altos valores aprendidos en el hogar paterno. En momentos difíciles, es mucho más probable que sigan las enseñanzas de sus padres y no el mal ejemplo de sus compañeros o de la sutil influencia que ejercen los medios de comunicación que glorifican el consumo del alcohol, el adulterio, la infidelidad, la deshonestidad y otros vicios. Son como los dos mil jóvenes guerreros de Helamán, cuyas “madres les habían enseñado que si no dudaban, Dios los libraría” de la muerte (Alma 56:47). “Y… repitieron las palabras de sus madres, diciendo: No dudamos que nuestras madres lo sabían” (Alma 56:48).
No hay duda de que lo que solidifica las enseñanzas de los padres en la vida de los hijos es una firme creencia en la Deidad. Cuando esa creencia pasa a ser parte de sus vidas, les fortalece interiormente. Entonces, de todas las cosas importantes que es necesario enseñar, ¿qué deben enseñar los padres? Las Escrituras nos dicen que los padres deben enseñar a sus hijos los principios de “la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo” y de la “doctrina del arrepentimiento” (véase D. y C. 68:25). Estos principios deben enseñarse en el hogar y no en las escuelas públicas, ya que no son responsabilidad del gobierno ni de la sociedad. Por supuesto que los programas de la Iglesia sirven de ayuda, pero la enseñanza más eficaz es la del hogar.
Los miles de pequeños actos de amor
La enseñanza de los padres no tiene que ser complicada, ni dramática ni intensa. El Gran Maestro nos ha enseñado ese gran principio. Charles H. Parkhurst, un eminente ministro presbiteriano, dijo:
“Si estudian la historia del ministerio de Cristo, desde Su bautismo hasta Su ascensión, descubrirán que Su vida está llena de pequeños detalles tales como hermosas oraciones, actos piadosos, palabras de aliento y muestras de compasión. El Evangelio está lleno de oportunidades para ayudar y sanar al hombre en cuerpo, mente y alma. La belleza de la vida de Cristo estriba en aquellos sencillos actos de bondad que, para muchos, pasaron desapercibidos. Por ejemplo, hablar con la mujer en el pozo, enseñar al joven rico que su ambición no le permitiría entrar en el reino celestial… o enseñar a un pequeño grupo de Sus seguidores la forma en que debían orar; encender una hoguera para cocinar pescado a fin de que Sus discípulos tuviesen qué comer, o esperarlos cuando aquellos llegasen después de una noche de pesca infructuosa, con frío, cansancio y desánimo. Todas esas cosas nos ayudan a comprender que el amor de Cristo se reduce a sencillos actos de caridad hacia nuestros semejantes” (véase Cursos de estudio de la Sociedad de Socorro 1982, páginas 138–139).
Lo mismo sucede con la paternidad. Las pequeñas son las grandes cosas que fortalecen a la familia al entretejerse entre sí los miles pero pequeños actos de amor, fe, disciplina, sacrificio, paciencia y trabajo.
Hijos del convenio
Hay grandes promesas espirituales que pueden ayudar a los padres fieles en la Iglesia. Los hijos sellados eternamente a los padres pueden recibir las grandes bendiciones que se prometieron a sus valien-tes antepasados, que cumplieron noblemente con sus convenios. Si los padres guardan los convenios que hicieron con Dios, Él también los respetará. De esa forma los hijos se convierten en beneficiarios y herederos de esos grandes convenios y promesas. Y todo por ser los hijos del convenio (véase Orson F. Whitney, “Conference Report”, abril de 1929, páginas 110–111).
Que el Señor bendiga a los sacrificados y abnegados padres y madres de este mundo; en especial que honre los convenios que guarden los padres fieles, miembros de la Iglesia, y que vele por esos hijos del convenio.
De un discurso pronunciado por el élder Faust en la conferencia general de la Iglesia de octubre de 1990 (véase Liahona, enero de 1991, páginas 37–40).
Una mesa rodeada de amor familiar
Élder LeGrand R. Curtis
de los Setenta
Se ha escrito mucho sobre la importancia del hogar. El presidente Marion G. Romney dijo una vez que “la inestabilidad de la familia es el núcleo de la enfermedad fatal que afecta a nuestra sociedad”1. Sabemos que hay hogares establecidos en casas grandes, bellas y hasta lujosas, y otros en viviendas muy modestas y con escaso moblaje. Pero cada uno puede ser “como el cielo, cuando hay amor” y “se parecerá al cielo, si en él hay bondad”2, tal como nos lo hace recordar uno de nuestros himnos.
Una de las piezas más importantes del mobiliario de una casa es la mesa de la cocina, la cual puede ser muy grande o tan pequeña que ni siquiera tenga bastante espacio para la comida, la vajilla y los utensilios necesarios. Su función principal es la de proveer un lugar donde los miembros de la familia puedan recibir su alimento.
En esta ocasión, quisiera que prestáramos atención a una función mucho más profunda e importante de la mesa de la cocina, una gracias a la cual recibimos mucho más que el alimento necesario para nuestro bienestar físico.
Pláticas sobre el Evangelio alrededor de la mesa
Por lo general, una familia se compone de dos o más miembros de edades diferentes; y ésta debe reunirse, si es posible, no sólo para comer, sino también para orar, para hablar, para escuchar, fortalecer los lazos familiares, aprender y progresar en unión. El presidente Gordon B. Hinckley lo ha dicho muy claramente:
“Mi súplica —y cuánto desearía ser más elocuente para expresarla— es el ruego ferviente de salvar a los niños. Demasiados de ellos viven con dolor y temor, en la soledad y en la desesperación. Los niños necesitan la luz del sol; necesitan felicidad; necesitan amor y cuidado; necesitan bondad, alimento y cariño. Todo hogar, no importa lo que cueste la vivienda que lo cobije, puede proporcionar un ambiente de amor que sea un ambiente de salvación”3.
Casi siempre, los miembros de una familia están expuestos a las diversas fuerzas del mundo exterior, así como al potente influjo de la radio, la televisión, los videos y otras influencias similares que introducimos en nuestro hogar.
Imaginemos a una familia, reunida alrededor de una mesa, quizás la de la cocina, hablando del Evangelio, de los discursos de la reunión sacra-mental, comentando artículos de la revista Liahona, mencionando los estudios y los temas relacionados con ellos, hablando de la conferencia general o de las lecciones de la Escuela Dominical; o, quizás, escuchando buena música o hablando de Jesucristo y de Sus enseñanzas. La lista podría ser más larga. Y no sólo los padres, sino todos los miembros de la familia harían bien en asegurarse de que todos los presentes tuvieran la oportunidad de hablar y participar en la conversación.
Oración familiar alrededor de la mesa
Pensemos en el potencial de una familia que se arrodille alrededor de la mesa (sin el televisor) para orar, suplicar ayuda, agradecer a nuestro Padre Sus bendiciones y, de esa manera, enseñar a las personas de todas las edades la importancia de tener un Padre Celestial que nos ama. La oración familiar con los pequeños hará que éstos lleguen un día a orar con su propia familia.
El élder Thomas S. Monson dijo:
“El Señor nos exhortó a tener la oración familiar al decir lo siguiente: ‘Orad al Padre en vuestras familias, siempre en mi nombre, para que sean bendecidos vuestras esposas y vuestros hijos’ (3 Nefi 18:21).
“Unámonos para observar a una familia de Santos de los Últimos Días en sus oraciones al Señor. El padre, la madre y todos los hijos se arrodillan, inclinan la cabeza y cierran los ojos; hay un espíritu de amor, unidad y paz que prevalece en ese hogar. Cuando el hombre escucha a su hijito pedir a Dios que el papá haga lo bueno y que obedezca al Señor, ¿le será difícil honrar la oración de su preciado hijo? Cuando la hija adolescente oye a su buena madre suplicar al Señor que inspire a su hija en la selección de sus amigos a fin de prepararse para contraer matrimonio en el templo, ¿tratará esa jovencita de honrar la humilde y fervorosa petición de su madre a quien tanto quiere? Cuando padres e hijos oran sinceramente pidiendo que los varones de la familia sean dignos de salir a su debido tiempo como embajadores del Señor en una misión de la Iglesia, ¿no los vemos ya como jóvenes virtuosos con un enorme deseo de ser misioneros?”4.
He oído decir a muchas personas: “¿Cómo es posible dejar que padres e hijos salgan al mundo cada día sin antes reunirse y hablar juntos al Señor?”. Los padres sabios y prudentes examinan concienzudamente sus horarios y hacen planes para reunir a la familia por lo menos una vez por día a fin de recibir juntos las bendiciones de la oración. De esa forma, los más pequeños se acostumbran rápidamente a aprovechar cuando “les toca el turno” y aprenden los preciados valores que encierra la oración familiar.
Hacer del hogar un lugar feliz
Como he dicho antes: “El hogar debe ser un lugar feliz por el esfuerzo que todos hagan para que así sea. Se dice que la felicidad se hace en casa, y debemos empeñarnos en hacer que nuestro hogar sea agradable y alegre tanto para nosotros como para nuestros hijos. El hogar feliz es el que se centra en las enseñanzas del Evangelio, lo cual requiere el constante y esmerado esfuerzo de todos los miembros de la familia”5.
Un jovencito de una familia numerosa, que siempre estaba muy ocupado, se quejó una vez del tiempo que llevaba la oración familiar; la próxima vez que oraron, la madre, a propósito y muy perspicazmente, no men-cionó el nombre de su hijo en la oración. Al terminar, el joven le dijo: “Mamá, ¡no me nombraste en la oración!”. Con mucho cariño la mamá le contestó que lo había hecho para abreviar, pues él se había quejado del tiempo que pasaban orando. El hijo entonces protestó: “Sí, ¡pero no me excluyas!”.
El estudio de las Escrituras alrededor de la mesa
Imaginemos a una familia, sentada alrededor de la mesa, con las Escrituras abiertas, analizando todas las verdades y lecciones que se aprenden en ellas. ¡Ésa sería realmente una mesa rodeada de amor familiar!
Los educadores opinan que los niños deben leer más cuando no están en la escuela, y pienso que podemos bendecir a nuestros hijos leyendo con ellos las Escrituras diariamente… sentados a la mesa de la cocina.
Para disponer de una hora en la que la familia se reúna alrededor de la mesa con el fin de estudiar, quizás sea necesario hacer una planificación concienzuda y muchos ajustes; pero, ¿qué puede tener más importancia que la unidad familiar, el progreso espiritual de los miembros de la familia, y los lazos que se creen entre ellos al hablar, escuchar y responder, todos rodeados de amor? El éxito mayor que podamos lograr consiste en intentarlo una y otra vez.
Fortalecer los lazos familiares
En el mundo actual hay muchas influencias que tratan de destruir el hogar y la familia, y los padres prudentes se esfuerzan por afianzar los lazos familiares, aumentar la espiritualidad en el hogar y centrar su vida en Jesucristo y en la asistencia al templo. El presidente Howard W. Hunter nos aconsejó lo siguiente:
“Ruego que nos tratemos unos a otros con más bondad, con más cortesía, con más paciencia y que seamos más dispuestos para perdonar…
“Con ese espíritu, invito a los Santos de los Últimos Días a considerar el templo el gran símbolo de su condición de miembros. Lo que deseo de todo corazón es que todos los miembros de la Iglesia sean dignos de entrar en el templo”6.
Lo que suceda alrededor de la mesa de la cocina puede hacer que se magnifique realmente ese consejo que recibimos del presidente Hunter.
En nuestro hogar podemos poner en práctica la forma de tratar a los demás. Como el escritor y poeta alemán Goethe dijo tan bien: “Si se trata a una persona como es, se quedará como es. Pero si se la trata como si fuera lo que puede llegar a ser, llegará a ser así”7.
Hacer del hogar un lugar de devoción
El élder Boyd K. Packer ha dicho: “El llevar al hogar algunos ideales celestiales es una forma de asegurarse de que los miembros de la familia participen activamente en la Iglesia. Por supuesto, la noche de hogar está como hecha a la medida para eso, ya que se puede organizar para atender a las necesidades particulares de todos; y se puede considerar también una reunión de la Iglesia, lo mismo que las que se realizan en la capilla”8.
Este consejo concuerda con el del élder Dean L. Larsen, cuando nos dijo: “Sería prudente recalcar que los edificios de nuestra Iglesia no son el único lugar donde podemos adorar. Nuestros hogares deberían ser también lugares de devoción. ¡Qué bueno sería que todos los días pudiéramos ‘ir a la iglesia de nuestro hogar’! No debería haber ningún otro sitio en donde el Espíritu del Señor fuera mejor recibido y fuera más accesible que en nuestro hogar”9.
Al esforzarnos por tratar de lograr eso en nuestro hogar, pensemos en estas significativas palabras del presidente Harold B. Lee: “Recuerden que la parte más importante de la obra del Señor que podamos realizar será la obra que efectuemos dentro de las paredes de nuestro propio hogar”10.
Mi ruego en este día es que cada uno de nosotros contemple con atención su hogar y considere la mesa de la cocina, y que continuamente nos esforcemos por llevar el cielo a nuestro hogar y venir a Jesucristo.
De un discurso pronunciado por el élder Curtis en la conferencia general de la Iglesia de abril de 1995 (véase Liahona, julio de 1995, páginas 92–94).