“Capítulo 1: Cumpla su objetivo como misionero”, Predicad Mi Evangelio: Una guía para compartir el Evangelio de Jesucristo, 2023
“Capítulo 1”, Predicad Mi Evangelio
Capítulo 1
Cumpla su objetivo como misionero
Su objetivo: Invitar a las personas a venir a Cristo al ayudarlas a que reciban el Evangelio restaurado mediante la fe en Jesucristo y Su Expiación, el arrepentimiento, el bautismo, la recepción del don del Espíritu Santo y el perseverar hasta el fin.
Su mandato de enseñar el Evangelio restaurado de Jesucristo
Usted está rodeado de personas, camina junto a ellas por la calle y viaja entre ellas. Las visita en sus casas y se conecta con ellas por internet. Todas ellas son hijos e hijas de Dios; son sus hermanos y hermanas. Dios las ama a ellas tanto como lo ama a usted.
Muchas de esas personas están buscando el propósito de la vida. Están preocupadas por su futuro y por su familia, y necesitan el sentido de pertenencia que se recibe al saber que son hijos de Dios y miembros de Su familia eterna. Quieren sentirse seguras en un mundo de valores cambiantes. Desean “la paz en este mundo, y la vida eterna en el mundo venidero” (Doctrina y Convenios 59:23).
Muchas personas “no llegan a la verdad solo porque no saben dónde hallarla” (Doctrina y Convenios 123:12). El Evangelio de Jesucristo, que fue restaurado por medio del profeta José Smith, proporciona la verdad eterna. Esta verdad aborda las necesidades espirituales de las personas y las ayuda a cumplir sus deseos más profundos.
Como representante autorizado de Jesucristo, usted enseña que “la redención viene en el Santo Mesías y por medio de él” (2 Nefi 2:6). Usted invita a las personas a venir a Cristo para convertirse a Él y a Su Evangelio restaurado. Al aceptar su invitación, ellas tendrán mayor felicidad, esperanza, paz y propósito.
Para venir al Salvador, las personas deben tener fe en Él. Usted puede ayudarlas a desarrollar esa fe a medida que:
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Les enseñe el Evangelio restaurado de Jesucristo y testifique de su verdad.
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Las invite a comprometerse a vivir de acuerdo con sus enseñanzas.
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Haga un seguimiento y las ayude a actuar de acuerdo con los compromisos que hagan.
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Las ayude a tener experiencias en las que sienten la influencia del Espíritu Santo (véase 1 Nefi 10:17–19).
La fe en Jesucristo conducirá a las personas a arrepentirse. Al expiar nuestros pecados, Jesús hace posible el arrepentimiento. A medida que las personas se arrepientan, serán limpias del pecado y se acercarán más al Padre Celestial y a Jesucristo. Experimentarán el gozo y la paz de recibir el perdón.
El arrepentimiento prepara a las personas para el convenio del bautismo y el don del Espíritu Santo. “[V]enid a mí”, dijo el Señor, “y sed bautizados en mi nombre, para que seáis santificados por la recepción del Espíritu Santo, a fin de que en el postrer día os presentéis ante mí sin mancha” (3 Nefi 27:20).
Conforme crezca su entendimiento y su testimonio acerca del Salvador y Su sacrificio expiatorio, aumentará en usted el deseo de compartir el Evangelio. Sentirá, como sintió Lehi, la gran “importancia de dar a conocer estas cosas a los habitantes de la tierra” (2 Nefi 2:8).
La autoridad y el poder de su llamamiento
Usted es llamado y apartado “para proclamar alegres nuevas de gran gozo, sí, el evangelio eterno” (Doctrina y Convenios 79:1). Al igual que los hijos de Mosíah, usted puede enseñar con la autoridad y el poder de Dios (véase Alma 17:2–3).
Bajo la dirección de Cristo, la autoridad para predicar el Evangelio fue restaurada a través del profeta José Smith. Cuando se le apartó como misionero, usted recibió esa autoridad. Con ella tiene el derecho, el privilegio y la responsabilidad de representar al Señor y enseñar Su Evangelio.
Esta autoridad incluye la responsabilidad de vivir digno de su llamamiento. Considere su apartamiento en forma literal. Manténgase alejado del pecado y de cualquier cosa que sea grosera o vulgar, manténgase alejado de las vías y los pensamientos del mundo. Siga las normas que se encuentran en Normas misionales para los discípulos de Jesucristo. Como representante del Señor, sea “ejemplo de los creyentes” (1 Timoteo 4:12) y honre el nombre de Jesucristo con sus acciones y palabras.
Además de autoridad, usted necesita poder espiritual para cumplir con su llamamiento. Dios le otorga poder espiritual cuando usted trabaja constantemente para fortalecer su testimonio de Él, Jesucristo, y las verdades del Evangelio que usted enseña. Él le confiere poder espiritual cuando usted ora, estudia las Escrituras y procura cumplir su objetivo como misionero. Él le concede poder espiritual a medida que se esfuerza por guardar Sus mandamientos y los convenios que hizo cuando recibió las ordenanzas de salvación (véase Doctrina y Convenios 35:24).
El poder espiritual puede manifestarse a medida que:
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Utilice las Escrituras para enseñar a las personas, hacer que estas profundicen en su comprensión de las verdades del Evangelio y ayudarlas a ver cómo se ponen en práctica estas verdades en sus vidas (véanse 1 Nefi 19:23, Alma 26:13; 31:5).
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Reciba la guía del Espíritu acerca de lo que el Señor quiere que diga (véase Doctrina y Convenios 84:85).
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Reciba la guía del Espíritu para saber a dónde ir o qué hacer (véanse Doctrina y Convenios 28:15; 31:11; 75:26–27).
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El Espíritu confirme su enseñanza y testimonio (véanse 2 Nefi 33:1; Doctrina y Convenios 100:5–8).
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Participe en las ordenanzas de salvación (véase Doctrina y Convenios 84:19–20).
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Dé bendiciones del sacerdocio, si usted es un élder (véase Santiago 5:14–15).
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Ore con las personas con las que trabaje y ore también por ellas (véanse Alma 6:6; 8:18–22; 10:7–11; 31:26–35; Doctrina y Convenios 75:19).
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Exprese amor y gratitud al Señor, a su familia, a otros misioneros y a las personas a las que sirve (véanse Doctrina y Convenios 59:7; 78:19).
Procure tener el Espíritu Santo con usted
Usted recibió el don del Espíritu Santo cuando fue confirmado miembro de la Iglesia. Como misionero —y a lo largo de toda su vida— una de sus mayores necesidades será tener el Espíritu Santo con usted (véanse 1 Nefi 10:17; 3 Nefi 19:9). El Espíritu Santo es el tercer miembro de la Trinidad.
El Espíritu Santo le guía, enseña y consuela; le limpia y santifica, testifica de la verdad y da testimonio del Padre y del Hijo. Lleva a cabo la conversión de usted y la de aquellos a quienes enseña (véanse 3 Nefi 27:20; 28:11; Éter 12:41; Moroni 8:26; 10:5; Juan 15:26).
El Espíritu Santo le “mostrará todas las cosas que deb[e] hacer” (2 Nefi 32:5). Él magnificará sus habilidades y su servicio mucho más de lo que usted podría hacer por su cuenta.
El procurar tener al Espíritu Santo con usted debe ser uno de sus deseos más fervientes. Se sentirá acompañado por el Espíritu a medida que:
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Ore (véase Doctrina y Convenios 42:14).
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Atesore la palabra de Dios (véanse Doctrina y Convenios 11:21; 84:85).
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Purifique su corazón (véase Doctrina y Convenios 112:28).
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Guarde los mandamientos (véase Doctrina y Convenios 130:20–21).
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Participe de la Santa Cena cada semana (véanse Moroni 4–5; Doctrina y Convenios 20:77, 79).
“Les suplico que aumenten su capacidad espiritual para recibir revelación […]. Elijan hacer el trabajo espiritual que se necesita para disfrutar del don del Espíritu Santo y oír la voz del Espíritu con mayor frecuencia y claridad” (Russell M. Nelson, “Revelación para la Iglesia, revelación para nuestras vidas”, Liahona, mayo de 2018, pág. 96).
Aprenda a reconocer el Espíritu
Cumplirá mejor su objetivo como misionero a medida que aprenda a reconocer y seguir la guía del Espíritu Santo. El Espíritu suele comunicarse con voz apacible, a través de los sentimientos y los pensamientos. Dedíquese a buscar, reconocer y seguir esas impresiones sutiles. Las impresiones llegan de muchas maneras (véase el capítulo 4; véanse también Doctrina y Convenios 8:2–3; 11:12–14; Gálatas 5:22–23).
Enseñe por el Espíritu
El Evangelio de Jesucristo es “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16). Por esa razón, es necesario que el mensaje de la restauración del Evangelio se enseñe por el poder divino: el poder del Espíritu Santo.
El Señor dijo: “Y se os dará el Espíritu por la oración de fe; y si no recibís el Espíritu, no enseñaréis” (Doctrina y Convenios 42:14; véase también 50:13–14, 17–22). A medida que enseñe por el poder del Espíritu Santo, Él hará lo siguiente:
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Le enseñará la verdad y le recordará la doctrina que haya estudiado (véase Juan 14:26).
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Le dará las palabras que debe decir cuando las necesite (véase Doctrina y Convenios 84:85).
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Llevará el mensaje de usted al corazón de las personas a las que enseñe (véase 2 Nefi 33:1).
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Lo ayudará a usted —y a los que reciban por el Espíritu— a comprenderse mutuamente, a ser edificados y a regocijarse juntamente (véase Doctrina y Convenios 50:17–22).
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Testificará de la veracidad del mensaje de usted y confirmará sus palabras a quienes lo reciban a usted (véase Doctrina y Convenios 100:5–8).
El Señor lo bendecirá abundantemente a medida que usted busque el Espíritu Santo, confíe en Él y enseñe por Su intermedio (véanse los capítulos 4 y 10).
El Evangelio de Cristo y la doctrina de Cristo
El Evangelio de Jesucristo define tanto el mensaje que usted enseña como su objetivo. Explica lo que es su servicio misional y por qué se realiza. Su Evangelio abarca toda la doctrina, los principios, las leyes, los mandamientos, las ordenanzas y los convenios necesarios para la salvación y la exaltación.
El mensaje del Evangelio es que podemos tener acceso al poder salvador y redentor de Jesucristo ejerciendo fe en Él, arrepintiéndonos, siendo bautizados, recibiendo el don del Espíritu Santo y perseverando hasta el fin (véase 3 Nefi 27:13–22).
Esto también se conoce como la doctrina de Cristo. Viviendo esta doctrina es como venimos a Cristo y somos salvos (véase 1 Nefi 15:14). Esto se enseña de forma poderosa en el Libro de Mormón (véanse 2 Nefi 31; 32:1–6; 3 Nefi 11:31–40). Su objetivo es el de ayudar a las personas a venir a Cristo al ayudarlas a vivir Su doctrina.
“Prediquen los primeros principios del Evangelio; predíquenlos una y otra vez: encontrarán que día tras día se les revelarán nuevos conceptos y luz adicional. Ustedes podrán estudiarlos más a fondo a fin de comprenderlos claramente, y entonces podrán impartirlos de tal manera que sean más claros para las personas a las que enseñen” (Hyrum Smith, en History, 1838–1856, tomo E-1 [1 de julio 1843–30 de abril de 1844], pág. 1994, josephsmithpapers.org).
La fe en Jesucristo
La fe es la base de todos los demás principios del Evangelio, es un principio de acción y de poder.
Nuestra fe debe estar centrada en Jesucristo a fin de que nos lleve a la salvación. El Salvador enseñó: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
La fe en Jesucristo incluye creer que Él es el Hijo Unigénito de Dios. Es confiar en Él como nuestro Salvador y Redentor (véanse Mosíah 3:17; 4:6–10; Alma 5:7–15). Es tener plena confianza en Él y en Su palabra, en Sus enseñanzas y promesas. Nuestra fe en Cristo crece a medida que seguimos Sus enseñanzas y Su ejemplo con pleno propósito de corazón (véanse 2 Nefi 31:6–13; 3 Nefi 27:21–22).
Como misionero, ayude a las personas a hacer y cumplir compromisos que fortalezcan su fe en Jesucristo. Esos compromisos las preparan para recibir ordenanzas y hacer y guardar convenios sagrados con Dios.
El arrepentimiento
La fe en Jesucristo nos lleva a arrepentirnos (véase Helamán 14:13). El arrepentimiento es el proceso de volverse a Dios y alejarse del pecado. Al arrepentirnos, nuestras acciones, deseos y pensamientos cambian para estar más en armonía con la voluntad de Dios.
Mediante Su sacrificio expiatorio, el Salvador pagó el precio de nuestros pecados (véanse Mosíah 15:9; Alma 34:15–17). Al arrepentirnos, podemos ser perdonados gracias a Jesucristo y Su sacrificio, ya que Él reclama Sus derechos de misericordia para el penitente (véase Moroni 7:27–28). En palabras del profeta Lehi, nuestra “redención viene […] por medio de los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías” (2 Nefi 2:6, 8).
El arrepentimiento es mucho más que ejercitar la fuerza de voluntad para cambiar un comportamiento o superar una debilidad. El arrepentimiento es volverse sinceramente a Dios, quien nos da el poder para experimentar un “potente cambio” en nuestros corazones (véase Alma 5:12–14). Incluye someterse humildemente al Espíritu y entregarse a la voluntad de Dios. A medida que nos arrepentimos, aumentamos nuestro compromiso de servir a Dios y obedecer Sus mandamientos. Nacemos de nuevo espiritualmente en Cristo.
El arrepentimiento es un principio positivo que trae gozo y paz. Nos “conduce al poder del Redentor, para la salvación de [nuestras] almas” (Helamán 5:11).
Sea audaz y amoroso al ayudar a las personas a comprender por qué deben arrepentirse. Al invitar a las personas a las que enseña a hacer compromisos, las invita a arrepentirse y les ofrece esperanza.
El bautismo
La fe en Jesucristo y el arrepentimiento nos preparan para la ordenanza del bautismo. “Las primicias del arrepentimiento es el bautismo” (Moroni 8:25). Entramos por la puerta de la vida eterna cuando somos bautizados por inmersión por alguien que tiene autoridad de Dios.
Cuando somos bautizados, hacemos un convenio con Dios. Al guardar este convenio, Dios promete darnos la compañía del Espíritu Santo, perdonar nuestros pecados y darnos la condición de miembro en la Iglesia de Jesucristo (véanse Doctrina y Convenios 20:77, 79; Moroni 6:4). Se nos congrega o recoge para el Señor y renacemos espiritualmente por medio de esta ordenanza gozosa y esperanzadora.
Es fundamental para su objetivo como misionero el que bautice y confirme a las personas a las que enseña. Ayúdelas a entender que, a fin de ser dignas del bautismo, deben cumplir las condiciones indicadas en Doctrina y Convenios 20:37.
La confirmación y el don del Espíritu Santo
El bautismo consta de dos partes: el bautismo de agua y el bautismo del Espíritu. Después de ser bautizados en el agua, el bautismo se completa cuando somos confirmados por la imposición de manos por alguien que tiene autoridad de Dios. Por medio de la confirmación podemos recibir el don del Espíritu Santo y la remisión de nuestros pecados.
El profeta José Smith enseñó: “El bautismo de agua no es sino medio bautismo, y no vale nada sin la otra mitad, es decir el bautismo del Espíritu Santo” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 100).
Alma enseñó: “… todo el género humano […] deb[e] nacer otra vez; sí, nacer de Dios, ser cambiados de su estado carnal y caído, a un estado de rectitud, siendo redimidos por Dios, convirtiéndose en sus hijos e hijas; y así llegan a ser nuevas criaturas; y a menos que hagan esto, de ningún modo pueden heredar el reino de Dios” (Mosíah 27:25–26).
Para el que se arrepiente, el bautismo de agua y del Espíritu es un renacimiento espiritual.
Perseverar hasta el fin
Seguir a Jesucristo es un compromiso de toda la vida. Perseveramos hasta el fin a medida que continuamos a lo largo de nuestra vida ejerciendo fe en Cristo, arrepintiéndonos diariamente, recibiendo todas las ordenanzas y convenios del Evangelio, guardando esos convenios y teniendo la compañía del Espíritu Santo. Esto incluye renovar los convenios que hemos hecho por medio de nuestra participación de la Santa Cena.
El Evangelio: la senda de regreso a nuestro Padre Celestial
El Evangelio de Jesucristo puede cambiar la forma en que vivimos y en quién nos convertimos. Sus principios no son solo pasos que experimentamos una vez en la vida. Cuando los repetimos a lo largo de la vida, nos acercan a Dios y se convierten en un modelo de vida cada vez más gratificante. Traen paz, sanación y perdón, y también definen la senda que nuestro Padre Celestial nos ha dado para tener vida eterna con Él.
El Evangelio de Jesucristo guía su forma de trabajar como misionero y también centra su labor. Ayude a las personas a obtener fe en Jesucristo para arrepentimiento (véase Alma 34:15–17). Enseñe y testifique que la plenitud del Evangelio de Jesucristo y la autoridad del sacerdocio han sido restauradas. Invite a las personas a bautizarse y a vivir según las enseñanzas del Salvador.
El Evangelio de Jesucristo bendice a todos los hijos de Dios
El Evangelio de Jesucristo es para todos los hijos de Dios. Las Escrituras enseñan que “todos so[mos] iguales” ante Dios. Él invita a “todos […] a ven[ir] a él y particip[ar] de su bondad; y a nadie de los que a él vienen desecha” (2 Nefi 26:33).
El Evangelio nos bendice a lo largo de nuestra vida terrenal y por toda la eternidad. Es más probable que seamos felices —como personas y como familias— si vivimos según las enseñanzas de Jesucristo (véanse Mosíah 2:41; “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, LaIglesiadeJesucristo.org). Vivir el Evangelio aumenta nuestro gozo, inspira nuestras acciones y enriquece nuestras relaciones.
Uno de los grandes mensajes del Evangelio restaurado es que todos formamos parte de la familia de Dios. Somos Sus hijos e hijas amados. Independientemente de nuestra situación familiar en la tierra, cada uno de nosotros es miembro de la familia de Dios.
Otra gran parte de nuestro mensaje es que las familias pueden estar unidas por la eternidad. La familia es ordenada por Dios. Los profetas de los últimos días han enseñado:
“El divino plan de felicidad [del Padre Celestial] permite que las relaciones familiares se perpetúen más allá del sepulcro. Las ordenanzas y los convenios sagrados disponibles en los santos templos hacen posible que las personas regresen a la presencia de Dios y que las familias sean unidas eternamente” (“La Familia: Una Proclamación para el Mundo”).
Muchas personas tienen oportunidades limitadas de casarse o de formar relaciones familiares amorosas. Muchos han pasado por el divorcio u otras circunstancias familiares difíciles. Sin embargo, el Evangelio nos bendice de manera individual independientemente de nuestra circunstancia familiar. A medida que seamos fieles, Dios proveerá la manera de que tengamos las bendiciones de familias amorosas, ya sea en esta vida o en la vida venidera (véase Mosíah 2:41).
El mensaje de la Restauración: El fundamento de la fe
No importa en dónde sirva ni a quién enseñe, centre su enseñanza en Jesucristo y en la restauración de Su evangelio. Al estudiar la doctrina en las lecciones misionales, verá que tenemos un solo mensaje: Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y Redentor. A través de un profeta moderno, el Padre Celestial ha restaurado el conocimiento sobre Su plan para nuestra salvación. Ese plan se centra en Jesucristo. Mediante Su sacrificio expiatorio, el Salvador hace posible que todos nosotros nos salvemos del pecado y de la muerte y volvamos al Padre Celestial.
Ayude a las personas a las que enseña a comprender lo siguiente:
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Dios es literalmente nuestro Padre Celestial. Él nos ama de una manera perfecta. Toda persona sobre la tierra es hijo de Dios y miembro de Su familia.
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El Padre Celestial nos proporcionó un plan para que recibamos la inmortalidad y la vida eterna, que son Sus mayores bendiciones (véase Moisés 1:39). Hemos venido a la tierra para aprender, crecer y prepararnos para la plenitud de Sus bendiciones.
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Como parte de Su plan, el Padre Celestial nos ha dado mandamientos para guiarnos durante esta vida y ayudarnos a volver a Él (véase, por ejemplo, Éxodo 20:3–17).
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En esta vida, todos pecamos y todos morimos. Debido al amor que el Padre Celestial siente por nosotros, Él envió a Su Hijo, Jesucristo, para redimirnos del pecado y de la muerte.
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Gracias al sacrificio expiatorio de Jesús, podemos ser limpios de nuestros pecados cuando nos arrepentimos, somos bautizados y confirmados. Eso nos trae paz y hace posible que volvamos a la presencia de Dios y recibamos una plenitud de gozo.
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Gracias a la Resurrección de Jesús, todos resucitaremos después de morir. Eso significa que el espíritu y el cuerpo de cada persona se reunirán para siempre.
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A lo largo de la historia bíblica, el Señor reveló Su evangelio y organizó Su Iglesia a través de profetas. Repetidamente, la mayoría de las personas lo rechazó. Desde los tiempos del Antiguo Testamento se observa el patrón de las personas distanciándose del Evangelio y la necesidad de restaurarlo nuevamente.
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Después de la muerte y Resurrección del Salvador, Sus apóstoles dirigieron la Iglesia durante un tiempo. Con el tiempo, ellos murieron, se perdió la autoridad del sacerdocio y hubo otro distanciamiento de las enseñanzas del Salvador. Las personas cambiaron la doctrina y las ordenanzas.
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El Evangelio de Jesucristo fue restaurado por el Padre Celestial a través del profeta José Smith. En la primavera de 1820, el Padre Celestial y Jesucristo se le aparecieron a José. Más tarde, José Smith recibió la autoridad del sacerdocio y se le indicó que organizara la Iglesia de Jesucristo una vez más sobre la tierra.
Enseñe que la Iglesia de Jesucristo no es simplemente una religión más. Tampoco es una iglesia estadounidense. Más bien, es una restauración de la “plenitud [del] evangelio” de Jesucristo (Doctrina y Convenios 1:23). Nunca más será quitada de la tierra.
El Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo da testimonio de Jesucristo y Su misión divina como el Salvador del mundo. También es un poderoso testimonio de que Jesucristo restauró Su Evangelio y Su Iglesia por medio del profeta José Smith. Invite y ayude a las personas a leer el Libro de Mormón y a orar en cuanto a su mensaje.
Confíe en la maravillosa promesa que se encuentra en Moroni 10:3–5. Anime a las personas a preguntar a Dios sinceramente y con verdadera intención si el Libro de Mormón es la palabra de Dios. Orar con verdadera intención significa estar dispuesto a actuar según la respuesta que proviene del testimonio del Espíritu Santo. Ese testimonio llega a ser la base de la fe de una persona en que Cristo ha restaurado Su Iglesia. Ayude a quienes enseñe a buscar esa confirmación espiritual.
Establezca y edifique la Iglesia
Cuando Jesucristo restauró Su Iglesia, dio instrucciones al profeta José Smith y a otras personas de “establecer[la]” y “edificar[la]” (Doctrina y Convenios 31:7; 39:13). La Iglesia se establece y se edifica a medida que las personas con testimonios son bautizadas y confirmadas, guardan sus convenios, se preparan para ir al templo y ayudan a fortalecer su barrio o rama.
Como misionero, usted ayuda a establecer y edificar la Iglesia del Salvador. Hay muchas maneras en que puede hacerlo. Puede ayudar a los miembros a medida que ellos comparten el Evangelio valiéndose de los principios de amar, compartir e invitar (véase Manual General, 23.1). Puede ayudar a las personas a aceptar el bautismo y a crecer en su fe. Puede ayudar a los miembros nuevos a adaptarse a su nueva vida y seguir creciendo espiritualmente. También puede ayudar a los miembros que regresan a la actividad a fortalecer su fe en Jesucristo.
Los miembros nuevos y los que regresan a la actividad crecen en testimonio y fe cuando experimentan que el Evangelio obra en sus vidas. Para ayudar a conseguirlo, es importante lo siguiente:
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Que ellos tengan amigos que son miembros de la Iglesia.
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Que se les dé una responsabilidad en la Iglesia.
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Que sean nutridos por la palabra de Dios.
(Véase Gordon B. Hinckley, “Los conversos y los hombres jóvenes”, Liahona, julio de 1997, pág. 53).
Los misioneros, los líderes locales y otros miembros de la Iglesia deben aceptar con gusto la oportunidad de nutrir y fortalecer a los miembros nuevos y a los que regresan a la actividad. Este servicio ayuda a “guardarlos en la vía correcta” (Moroni 6:4).
Ande haciendo bienes
Durante Su ministerio terrenal, el Salvador sirvió a los demás. “Anduvo haciendo bienes” y “predicando el evangelio” (Hechos 10:38; Mateo 4:23). Al seguir el ejemplo de Él, encontrará personas a quien servir y que lo recibirán.
Por medio del servicio, usted guarda los dos grandes mandamientos de amar a Dios y amar a su prójimo (véanse Mateo 22:36–40; 25:40; Mosíah 2:17). A través del servicio, usted y otras personas pueden unirse de una manera poderosa e inspiradora.
Como misionero, usted presta un servicio planificado cada semana (véase Normas misionales, 2.7 y 7.2, para obtener información y pautas). Bajo la dirección de su presidente de misión, usted puede encontrar oportunidades de prestar servicio en la comunidad a través de SirveAhora (en los lugares donde está aprobado) y la labor humanitaria y de respuesta en casos de desastre por parte de la Iglesia.
A lo largo de cada día, ore y busque oportunidades no planificadas para hacer el bien. Escuche al Espíritu para reconocer ocasiones en las que pueda ofrecer pequeños actos de bondad.
“¿Desean ser felices? Olvídense de ustedes mismos y piérdanse en esta gran causa. Empleen sus esfuerzos en ayudar a las personas […]. Estén más erguidos, elévense más, levanten a aquellos cuyas rodillas estén debilitadas, sostengan en alto los brazos caídos. Vivan el evangelio de Jesucristo” (Gordon B. Hinckley, Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Gordon B. Hinckley, 2016, pág. 222).
Un misionero exitoso
El éxito que tenga como misionero está determinado principalmente por su deseo y compromiso de encontrar, enseñar, bautizar y confirmar a los conversos y ayudarlos a llegar a ser discípulos fieles de Cristo y miembros de Su Iglesia (véase Alma 41:3).
Su éxito no está determinado por la cantidad de personas a las que enseñe o ayude a bautizar. Tampoco está determinado por que sirva en puestos de liderazgo.
Su éxito no depende de la forma en que los demás decidan responderle a usted, a sus invitaciones y a sus actos sinceros de bondad. Las personas tienen albedrío para decidir si aceptan o no el mensaje del Evangelio. La responsabilidad que usted tiene es enseñar con claridad y poder a fin de que puedan tomar una decisión bien fundada que las bendiga.
Piense en la parábola de los talentos del Salvador que se encuentra en Mateo 25:14–28. El amo, que representa al Señor, elogió a sus dos fieles siervos aunque el tamaño de sus ofrendas difería (véase Mateo 25:21, 23). También les dio a ambos la misma recompensa, invitándolos a entrar “en el gozo de tu señor” porque magnificaron lo que se les había dado.
Dios le ha dado a usted talentos y dones para que los utilice a Su servicio. Sus talentos y dones son diferentes a los de los demás. Reconozca que todos ellos son importantes, incluso lo que son menos visibles. A medida que le consagre a Él sus talentos y dones, Él los magnificará y obrará milagros con lo que usted ofrezca.
Evite compararse con otros misioneros y medir los resultados externos de su labor basándose en los de ellos. Comparar suele conducir a resultados negativos, como el desánimo o el orgullo. Comparar también suele ser engañoso. Lo que el Señor desea es que usted haga su mejor esfuerzo, que le “sirv[a] con todo [su] corazón, alma, mente y fuerza” (Doctrina y Convenios 4:2; cursiva agregada).
No obstante, es posible que se sienta triste si las personas no aceptan el Evangelio. Puede que a veces se sienta desanimado. Incluso los grandes misioneros y profetas de las Escrituras a veces han sentido desánimo (véanse 2 Nefi 4:17–19; Alma 26:27). En esos momentos, siga el ejemplo de Nefi volviéndose al Señor, depositando su confianza en Él, orando para obtener fortaleza y recordando las cosas buenas que Él ha hecho por usted (véase 2 Nefi 4:16–35).
Al acudir al Señor en tiempos difíciles, Él ha prometido: “… te fortale[ceré]; siempre te ayudaré; siempre te sustentaré” (Isaías 41:10). Al ejercer la fe en Cristo, puede encontrar paz y seguridad en sus esfuerzos. La fe lo ayudará a seguir adelante y a continuar con sus deseos justos.
Manténgase centrado en su compromiso con Cristo y su objetivo misional, no en los resultados externos. Estos resultados a menudo no son evidentes de inmediato. Al mismo tiempo, mantenga sus expectativas altas independientemente de los desafíos que enfrente. Unas expectativas altas aumentarán su eficacia, su deseo y su capacidad de seguir al Espíritu.
A continuación se describen algunas maneras en que puede evaluar su compromiso con el Señor y su esfuerzo por ser un misionero exitoso.
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Busque fervorosamente ser un discípulo de Jesucristo, aprendiendo de Él y mejorando poco a poco (véanse Juan 8:31; 2 Nefi 28:30).
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Esfuércese por tener atributos semejantes a los de Cristo (véanse 2 Pedro 1:2–9; Doctrina y Convenios 4:5–6).
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Ame sinceramente a las personas y haga su mejor esfuerzo cada día para llevar almas a Cristo (véanse 1 Corintios 13; Moroni 7:45–48).
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Invite y ayude a las personas a hacer y cumplir compromisos que fortalezcan su fe en el Salvador.
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Estudie las Escrituras y ore fervientemente para expresar agradecimiento y pedir ayuda divina (véanse Juan 5:39; 2 Nefi 32:3; Enós 1:4; Alma 37:37; Doctrina y Convenios 26:1).
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Obedezca los mandamientos de Dios y observe las normas misionales (véase Doctrina y Convenios 35:24).
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Viva de modo que el Espíritu pueda guiarlo en cuanto a dónde ir, qué hacer y qué decir (véanse Doctrina y Convenios 18:18; 42:14).
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Con espíritu de oración, fije metas, haga planes y esfuércese por cumplirlos (véanse Lucas 14:28; Doctrina y Convenios 88:119).
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Edifique y fortalezca el barrio o la rama donde esté asignado (véase Doctrina y Convenios 18:5).
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Ande haciendo el bien y sirviendo a las personas en cada oportunidad, tanto si aceptan su mensaje como si no lo hacen (véase Hechos 10:38).
Aun cuando se haya esforzado al máximo, es posible que tenga decepciones, pero no estará decepcionado consigo mismo. Puede estar seguro de que el Señor está complacido cuando usted siente que el Espíritu trabaja por medio de usted.
Ideas para el estudio y la puesta en práctica
Estudio personal
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Considere lo que significa alzar la voz de amonestación (véanse Jacob 3:12; Doctrina y Convenios 1:4; 38:41; 63:57–58; 88:81; 112:5; Ezequiel 3:17–21; 33:1–12). Escriba con sus propias palabras lo que esto significa y cómo puede hacerlo.
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Considere los acontecimientos de su vida que hayan fortalecido su testimonio de José Smith y de la Restauración. Escriba sus impresiones.
Estudio y análisis con el compañero
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Escojan a una de las siguientes personas que fueron grandes misioneros, y lean los pasajes de las Escrituras indicados. Al leer, analicen la forma en que ese misionero (1) entendió su llamamiento y estaba dedicado al mismo, (2) demostró su actitud hacia la obra y el deseo que tenía de llevarla a cabo y (3) ayudó a otras personas a aceptar el Evangelio.
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Seleccionen dos himnos acerca de la restauración del Evangelio. Lean o canten los himnos y analicen el significado de la letra.
Consejo de distrito, conferencia de zona y consejo de líderes de la misión
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Invite a dos o tres conversos recientes a que compartan las experiencias de su conversión. ¿Cómo se sintieron ellos con respecto a los misioneros? ¿Cómo se sintieron en cuanto a lo que los misioneros enseñaron? ¿Qué fue lo que los ayudó a cumplir sus compromisos? ¿Qué fue lo que ejerció la más grande influencia en su conversión?
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Varios días antes de la reunión, asigne a varios misioneros para que mediten en algunas preguntas de la sección “Considere lo siguiente”, que se encuentra al principio del capítulo. Pida a cada uno de ellos que prepare un discurso de dos a tres minutos sobre la pregunta asignada. Durante el consejo de distrito o la conferencia de zona, invite a los misioneros a dar sus discursos y, a continuación, analicen lo que hayan aprendido y cómo pueden usarlo en la obra misional.
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Divida a los misioneros en cuatro grupos. Pida a cada grupo que haga una lista de todas las verdades, convenios y ordenanzas que puedan recordar y que fueron restaurados y revelados por medio del profeta José Smith. Pida a cada grupo que comparta sus listas. Invite a los misioneros a expresar la influencia que haya tenido en su vida alguna de las verdades reveladas mediante la Restauración.
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Analicen lo que significa tener éxito como misionero. Invite a los misioneros a dar algunos ejemplos específicos.
Líderes y consejeros de misión
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Durante las entrevistas o en una conversación con los misioneros, periódicamente pídales que le expresen:
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Su testimonio de Jesucristo.
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Su testimonio del Evangelio restaurado y la misión de José Smith.
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Su testimonio del Libro de Mormón.
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Sus pensamientos en cuanto a su objetivo como misioneros.
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Invite a los misioneros a anotar en su diario de estudio cuáles creen que son algunos de los objetivos de su misión. Durante una entrevista o en una conversación, pídales que compartan con usted lo que hayan escrito.
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Envíe una carta de felicitación a los nuevos miembros.