Capítulo 22
El ser perfeccionados por las tribulaciones
Si tenemos que sufrir unas cuantas tribulaciones, dificultades y aflicciones, y pasar algunas privaciones, [tengamos presente] que todas ellas [sirven para] purificar el metal, quitar la escoria y prepararlo para ser útil al Señor1.
De la vida de John Taylor
John Taylor pasó por muchas tribulaciones en su vida. Quizás una de las pruebas más grandes que pasó fue la que vivió en la cárcel de Carthage. Durante el ataque en el que el profeta José y su hermano Hyrum fueron martirizados, el élder Taylor recibió varios tiros en el cuerpo. Gravemente herido y, por tanto, imposibilitado de viajar a Nauvoo, permaneció en Carthage unos pocos días, durante los cuales un médico de la localidad le extrajo la bala que se le había alojado en la pierna. Las heridas del élder Taylor eran tan graves que su esposa, poco después de haber llegado, “se retiró a otra habitación para suplicar en oración que él pudiese tener la fortaleza suficiente para aguantar aquello y seguir a su lado y al lado de su familia”. Cuando el cirujano preguntó al élder Taylor si deseaba que le amarrasen durante la intervención, el élder Taylor dijo que no. La operación se llevó a cabo sin amarras y sin anestesia2.
Cuando varios miembros de la Iglesia llegaron a Carthage con el fin de llevar al élder Taylor de regreso a Nauvoo, éste se sentía tan débil debido a la pérdida de sangre que apenas podía susurrar. Puesto que le resultaba imposible viajar en carreta, decidieron llevarle en camilla hasta Nauvoo. Sin embargo, “la pesada marcha de los que llevaban la camilla terminó produciéndole un intenso dolor. Por lo tanto, consiguieron un trineo que engancharon a la parte posterior de la carreta. Hicieron una cama en el trineo donde pusieron al élder Taylor, y su esposa fue a su lado lavándole las heridas con agua helada”. El trineo se deslizó suavemente sobre el grueso pasto de la pradera hasta Nauvoo3.
Las tribulaciones continuaron en Nauvoo cuando el élder Taylor junto con cientos de santos comenzaron a abandonar la ciudad durante febrero de 1846 para escapar de la creciente persecución. En un relato histórico de aquel episodio se describe el padecimiento de ellos al acampar al otro lado del río frente a Nauvoo: “Allí se quedaron, expuestos a los rigores de la fría estación, en tanto que tan sólo a una corta distancia —casi al alcance de la vista— se encontraban sus cómodas casas, su hermosa ciudad y el magnífico templo. Las casas que habían abandonado y la ciudad todavía les pertenecían, dado que por la prisa con que salieron no habían tenido tiempo de vender sus propiedades”4.
Muchos años después, en 1885, cuando los santos se hallaban bien establecidos en el Valle de Salt Lake, el presidente Taylor se vio enfrentado con la prueba de la soledad y el aislamiento. Mientras se encontraba en el exilio con el fin de atenuar la persecución que padecía la Iglesia por parte de las autoridades federales, le fue imposible ver a sus seres queridos, que estaban bajo vigilancia. Su destierro se volvió particularmente difícil durante la enfermedad y el subsiguiente fallecimiento de su esposa Sophia. Por razones de seguridad, no le fue posible visitarla y ni siquiera pudo asistir a su funeral. Aun cuando estaba acongojado, el presidente Taylor “sobrellevó con humildad las difíciles condiciones con la fortaleza cristiana que le caracterizó toda su vida”5. Su actitud hacia las tribulaciones tal vez quedó mejor expresada en el pasaje de una carta que escribió a su familia cuando estaba en el exilio: “Hay quienes piensan que las persecuciones y las tribulaciones son aflicciones; pero a veces, y más bien generalmente, si estamos haciendo la voluntad del Señor y guardando Sus mandamientos, se puede afirmar que en realidad son bendiciones encubiertas”6.
A pesar de que su vida se vio sembrada de duras pruebas, John Taylor siempre fue un siervo valiente del Señor y líder entre los santos, del mismo modo que siempre fue un ejemplo de fe y de entereza en medio de la adversidad.
Enseñanzas de John Taylor
Las tribulaciones son necesarias para nuestra perfección.
Es necesario que las personas sean probadas, limpiadas, purificadas y perfeccionadas mediante el sufrimiento. Por eso hallamos personas en las diversas edades del mundo que han pasado por pruebas y aflicciones de toda clase, y que aprendieron a poner su confianza en Dios y sólo en Dios7.
Por los padecimientos experimentados, hemos aprendido mucho. Lo llamamos sufrimiento. Yo lo llamo la escuela de la experiencia. Nunca he dedicado mucho tiempo a preocuparme de esas cosas, ni lo hago hoy día. ¿Para qué son esas cosas? ¿Por qué deben ser probados hombres buenos?… Nunca he considerado esas cosas sino como pruebas cuya finalidad es purificar a los santos de Dios para que puedan ser, como dicen las Escrituras, como el oro que ha sido purificado siete veces en el fuego8.
A veces nos quejamos de las tribulaciones que nos sobrevienen, pero no debemos quejarnos, puesto que las congojas son necesarias para nuestra perfección. A veces pensamos que no se nos trata bien y creo que estamos en lo cierto con respecto a algunas de esas cosas. Pensamos que se traman conspiraciones para hacernos caer en una trampa, y pienso que estamos muy en lo cierto. Al mismo tiempo, no debemos asombrarnos de esas cosas. No debe sorprendernos que haya un sentimiento de odio y animosidad hacia nosotros o nuestra religión. ¿Por qué? Porque estamos viviendo en una época excepcional de la historia del mundo, que se llama claramente los últimos días9.
Sé que, al igual que las demás personas, tenemos nuestras tribulaciones, aflicciones, pesares y privaciones. Pasamos por dificultades; tenemos que luchar con el mundo, con los poderes de las tinieblas, con las corrupciones de la gente y con una variedad de maldades; sin embargo, al mismo tiempo, por medio de esas pruebas tenemos que perfeccionarnos. Es necesario que tengamos un conocimiento de nosotros mismos, de nuestra verdadera posición y condición ante Dios, y que comprendamos nuestra fortaleza y nuestra debilidad, nuestra ignorancia y nuestra inteligencia, nuestra sabiduría y nuestra insensatez, para que sepamos apreciar los principios verdaderos y comprender todas las cosas que se presenten a nuestra mente, y adjudicarles su debido valor.
Es preciso que conozcamos nuestras propias debilidades y las debilidades de nuestros semejantes, lo mismo que nuestra propia fortaleza, así como la fortaleza de los demás, y que comprendamos el verdadero lugar que ocupamos ante Dios, los ángeles y los hombres, para que nazca de nosotros la inclinación a tratar a todas las personas con el debido respeto y a no exagerar el valor de nuestra propia sabiduría o fortaleza, ni a desestimarlas, ni tampoco las de los demás; para que pongamos nuestra confianza en el Dios viviente y le sigamos, y entendamos que somos Sus hijos, que Él es nuestro Padre, que dependemos de Él y que toda bendición que recibimos proviene de Su benéfica mano10.
Pedro, al hablar de las [pruebas], dijo: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” [1 Pedro 4:12–13]. En otras palabras, les dijo que sería así mientras hubiese un Dios en el cielo y un diablo en el infierno. Es absolutamente indispensable que sea así. En lo que tiene que ver con eso, yo no tengo ninguna dificultad. ¡Qué importa si tenemos que padecer aflicciones! Hemos venido aquí con esa finalidad; hemos venido a fin de ser purificados, y eso tiene por objeto darnos un conocimiento de Dios, de nuestra debilidad y de nuestra fortaleza; de nuestras corrupciones… darnos un conocimiento de la vida eterna, a fin de que podamos vencer todo lo malo y ser exaltados a tronos de potestad y gloria11.
El Salvador comprende íntegramente nuestras pruebas.
Era preciso que Él [Cristo] tuviese un cuerpo como el nuestro y que estuviera sujeto a todas las debilidades de la carne, que el diablo fuese soltado sobre Él y que fuera probado como los demás hombres. Entonces, de nuevo, en Getsemaní, fue dejado solo, y tan intenso fue Su padecimiento que, se nos dice, era Su sudor como grandes gotas de sangre [véase Lucas 22:44]. El gran día en que estaba a punto de sacrificar Su vida, dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” [Mateo 27:46]. Él pasó por todo eso, y cuando los ve a ustedes pasar por estas tribulaciones y aflicciones, Él sabe lo que ustedes sienten y los comprende perfectamente12.
Cuando el Salvador estuvo sobre la tierra, fue necesario que “fuese tentado en todo según nuestra semejanza”, para que pudiera “compadecerse de nuestras debilidades” [véase Hebreos 4:15] y comprendiera las debilidades y la fortaleza, las perfecciones y las imperfecciones de la pobre y caída naturaleza humana. Y una vez que hubo cumplido lo que vino a cumplir en el mundo, una vez que hubo lidiado con la hipocresía, la corrupción, la debilidad y la imbecilidad del hombre, que se vio enfrentado con la tentación y con las tribulaciones en todas sus diversas formas, y que hubo vencido, vino a ser “fiel sumo sacerdote” [véase Hebreos 2:17], para interceder por nosotros en el reino sempiterno de Su Padre. Él sabe cómo considerar y establecer el valor apropiado sobre la naturaleza humana, porque estuvo en la misma posición en que nosotros estamos; sabe tener paciencia con nuestras debilidades y flaquezas, y puede comprender plenamente la profundidad, el poder y la fuerza de las aflicciones y de las pruebas con que las personas tienen que enfrentarse en este mundo; y así, con comprensión y por experiencia, puede soportarlas con paciencia como un padre y un hermano mayor13.
Si sobrellevamos nuestras pruebas con paciencia y obediencia, seremos bendecidos.
En todos los sucesos que ahora están teniendo lugar, reconocemos la mano de Dios. Hay un sabio propósito en todo eso, el cual Él todavía ha de esclarecernos más plenamente. Una cosa es clara: los santos están siendo probados de una manera nunca antes conocida entre nosotros. Los fieles se regocijan y permanecen incólumes en tanto que los impíos temen y tiemblan. Los que tienen aceite en sus lámparas y las han conservado arregladas y encendidas ahora tienen una lámpara a sus pies y no tropiezan ni caen mientras que los que no tienen luz ni aceite están confusos y dudosos, pues no saben qué hacer. ¿No es éste el cumplimiento de la palabra de Dios y las enseñanzas de Sus siervos? ¿No se ha enseñado a los santos todo el tiempo que si desean permanecer fieles y perseverar hasta el fin tienen que vivir de acuerdo con su religión y guardar todo mandamiento de Dios? ¿No se les ha advertido constantemente de la suerte que les aguardaba si cometían pecado? ¿Pueden los adúlteros, los fornicadores, los mentirosos, los ladrones, los borrachos, los que quebrantan el día de reposo, los blasfemos, los pecadores de cualquier clase soportar las tribulaciones por las que los santos deben pasar y esperar mantenerse en pie?…
Si todos los que dicen llamarse Santos de los Últimos Días fuesen leales y fieles a su Dios, a Sus santos convenios y leyes, y vivieran como deben vivir los santos, la persecución no nos molestaría en lo más mínimo. Pero es doloroso saber que ésa no es su condición… Dios también ha dicho que si los de Su pueblo obedecen Sus leyes, guardan Sus mandamientos y los ponen por obra, no tan sólo de nombre, sino de hecho, Él les será por escudo y será su protector y torre fuerte, y nadie podrá hacerles daño, porque Él será su defensa. Esas pruebas de nuestra fe y de nuestra constancia por las que ahora estamos pasando serán utilizadas para nuestro bien y para nuestra futura prosperidad. En los días venideros podremos mirar hacia el pasado y percibir con claridad cuán visiblemente está la providencia de Dios en todo lo que ahora presenciamos. Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance por vivir de tal manera ante el Señor que si somos perseguidos no sea por haber obrado mal, sino por haber actuado con rectitud14.
¿No ven acaso la necesidad de las tribulaciones, de las aflicciones y de la conmoción por las que tenemos que pasar? El Señor nos pone en situaciones que tienen por objeto aumentar al máximo el progreso de Su pueblo. Mi opinión es que lejos de que las circunstancias que ahora nos rodean nos hagan daño a nosotros y al reino de Dios, nos darán uno de los mayores impulsos hacia el progreso que hayamos tenido hasta ahora, y todo está bien y todo estará bien si guardamos los mandamientos de Dios. ¿Qué es entonces lo que debemos hacer: todo hombre, toda mujer y todo niño? Cumplir nuestro deber para con Dios, honrarle y todo estará bien. Con respecto a los sucesos que todavía han de ocurrir, debemos confiarlos en las manos de Dios y pensar que suceda lo que suceda estará bien, y que Dios regulará todas las cosas para nuestro bien y para el beneficio de Su Iglesia y reino sobre la tierra…
Si tenemos que padecer aflicciones, las sobrellevaremos. Con el paso del tiempo, cuando lleguemos a ver la sabiduría de las cosas que ahora son desconocidas para nosotros, nos daremos cuenta de que, aunque Dios ha actuado de un modo misterioso para llevar a cabo Sus propósitos sobre la tierra y Sus propósitos con respecto a nosotros como personas y como familias, todas las cosas son gobernadas por la sabiduría que emana de Dios y todas las cosas están bien y tienen por objeto aumentar el bienestar eterno de cada persona ante Dios15.
Decimos a todos los Santos de los Últimos Días que las tribulaciones por las que estamos pasando actualmente servirán para probar a los santos y a los que son santos sólo de nombre. Los que se han esmerado por conservar aceite en sus lámparas tienen ahora la luz que necesitan para guiarles, y los que han estado viviendo con luz prestada o con la que los demás les han proporcionado se hallarán confusos e inseguros con respecto al camino que tienen que seguir. Para todas esas circunstancias, los santos deben estar preparados. Se les ha enseñado y exhortado regular y firmemente a no depender del hombre ni de su fortaleza para poder resistir el día de prueba. Se les ha dicho: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” [1 Juan 2:15]. Se les ha dicho que nadie puede servir a dos señores; que no podemos servir a Dios y a las riquezas [véase Lucas 16:13]. Los que han observado esas enseñanzas y guardado con diligencia los demás mandamientos del Señor hallarán que poseen la fortaleza y la fe indispensables para soportar toda prueba16.
Me regocijo en las aflicciones, por motivo de que son necesarias para humillarnos y probarnos, a fin de que nos comprendamos nosotros mismos y lleguemos a familiarizarnos con nuestras debilidades y flaquezas. Y me regocijo cuando triunfo sobre ellas, porque Dios contesta mis oraciones; por consiguiente, siento deseos de regocijarme todo el tiempo17.
Sugerencias para el estudio y el análisis
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¿Cuáles son algunos de los propósitos de las tribulaciones? ¿Por qué la adversidad no se retiene de los justos?
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¿En qué forma sería diferente su vida si no tuviese pruebas ni aflicciones? ¿Qué ha aprendido de usted mismo y de Dios por los sufrimientos que ha padecido?
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Reflexione en las pruebas que esté pasando en la actualidad. ¿Cómo podría su actitud con respecto a sus pruebas cambiar la forma de sobrellevarlas o de superarlas? ¿Cómo podría usted mejorar el modo de hacer frente a sus pruebas?
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¿Por qué comprende el Salvador íntegramente nuestro sufrimiento? (Véase también Alma 7:11–12; D. y C. 19:16–19; 122:8.) ¿Por qué el conocimiento de lo que el Salvador padeció nos ayuda a ser fieles en medio de nuestras aflicciones?
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¿Qué podemos hacer para participar más plenamente del consuelo y de la fortaleza que ofrece Jesús? (Véase también Hebreos 4:16; 1 Pedro 5:6–11.) ¿De qué modo ha sido usted fortalecido por el consuelo que ha recibido del Salvador durante los momentos de aflicción?
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¿Por qué es a veces difícil seguir teniendo paciencia y seguir siendo obedientes cuando recibimos los golpes de la adversidad? ¿Cómo podemos llegar a ver la adversidad desde el punto de vista eterno del Señor?
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¿Qué han hecho otras personas por ayudarle a usted en medio de sus tribulaciones? ¿Cómo puede usted ayudar a los demás cuando pasen aflicciones? ¿Qué ha aprendido de las enseñanzas del presidente Taylor y que podría compartir con alguna persona que esté pasando duras pruebas?
Pasajes relacionados: Salmos 34:19; 2 Corintios 4:8–18; 1 Pedro 4:12–13; Alma 36:3; Éter 12:6; D. y C. 121:7–8.