La conversión entraña un cambio de comportamiento, pero va más allá de esto; se trata de un cambio en nuestra misma naturaleza. Es un cambio tan significativo que el Señor y Sus profetas se refieren a él como un nuevo nacimiento, un cambio de corazón y un bautismo de fuego. El Señor dijo:
“No te maravilles de que todo el género humano, sí, hombres y mujeres, toda nación, tribu, lengua y pueblo, deban nacer otra vez; sí, nacer de Dios, ser cambiados de su estado carnal y caído, a un estado de rectitud, siendo redimidos por Dios, convirtiéndose en sus hijos e hijas;
“y así llegan a ser nuevas criaturas; y a menos que hagan esto, de ningún modo pueden heredar el reino de Dios” (
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La conversión es un proceso, no un acontecimiento. Viene como resultado de nuestros esfuerzos justos por seguir al Salvador. Dichos esfuerzos entrañan ejercer la fe en Jesucristo, arrepentirnos del pecado, bautizarnos, recibir el don del Espíritu Santo y perseverar hasta el fin en la fe.
Si bien la conversión es algo milagroso y nos cambia la vida, se trata de un milagro sutil. Las visitas de ángeles y otros acontecimientos espectaculares no producen la conversión. Incluso Alma, que vio un ángel, no se convirtió sino hasta que hubo “ayunado y orado muchos días” para recibir un testimonio de la verdad (Alma 5:46). Por otro lado, Pablo, quien vio al Salvador resucitado, enseñó: “Nadie puede afirmar que Jesús es el Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:3).
El Libro de Mormón facilita una descripción de las personas que se han convertido al Señor:
Desean hacer lo bueno. El pueblo del rey Benjamín declaró: “El Espíritu del Señor Omnipotente… ha efectuado un potente cambio en nosotros, o sea, en nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosíah 5:2). Alma habló de ciertas personas que “no podían ver el pecado sino con repugnancia” (Alma 13:12).
No se rebelan contra el Señor. Mormón habló de un grupo de lamanitas que habían sido perversos y sanguinarios pero “fueron convertidos al Señor” (Alma 23:6). Estas personas decidieron hacerse llamar anti–nefi–lehitas y “se convirtieron en un pueblo justo; abandonaron las armas de su rebelión de modo que no pugnaron más en contra de Dios, ni tampoco en contra de ninguno de sus hermanos” (Alma 23:7).
Comparten el Evangelio. Enós; Alma, padre; Alma, hijo; los hijos de Mosíah; Amulek y Zeezrom se dedicaron a predicar el Evangelio una vez que se convirtieron al Señor (véase Enós 1:26; Mosíah 18:1; 27:32–37; Alma 10:1–12; 15:12).
Están llenos de amor. Después de que el Salvador resucitado visitara al pueblo de las Américas, vemos que “se convirtió al Señor toda la gente sobre toda la faz de la tierra, tanto nefitas como lamanitas; y no había contenciones ni disputas entre ellos, y obraban rectamente unos con otros…
“Y ocurrió que no había contenciones en la tierra, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo.
“Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna especie; y ciertamente no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios.
“No había ladrones, ni asesinos, ni lamanitas, ni ninguna especie de –itas, sino que eran uno, hijos de Cristo y herederos del reino de Dios” (4 Nefi 1:2, 15–17).
Véase también Bautismo; Espíritu Santo; Expiación de Jesucristo; Salvación
—Véase Leales a la fe, (2004), págs. 51–54
Referencias de las Escrituras
Materiales adicionales para el estudio
-
“La conversión”
Bible Dictionary, pág. 650 -
“Conversión, Convertir”
Guía para el Estudio de las Escrituras -
“Convertidos al Señor”
El Libro de Mormón, Doctrina del Evangelio: Manual para el maestro, Lección 26