La muerte espiritual consiste en estar separados de Dios. Las Escrituras enseñan en
cuanto a dos causas de la muerte espiritual: la primera es la
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El profeta Samuel del Libro de Mormón enseñó que “hallándose separados de la presencia del Señor por la caída de Adán, todos los hombres son considerados como si estuvieran muertos, tanto en lo que respecta a cosas temporales como a cosas espirituales” (Helamán 14:16). Durante nuestra vida en la tierra, estamos separados de la presencia de Dios. Mediante la Expiación, Jesucristo redime a todos de esa muerte espiritual. Samuel testificó que la resurrección del Salvador “redime a todo el género humano de la primera muerte, esa muerte espiritual. . . . Pero he aquí, la resurrección de Cristo redime al género humano, sí, a toda la humanidad, y la trae de vuelta a la presencia del Señor” (Helamán 14:16–17). El profeta Lehi enseñó que por causa de la Expiación “todos los hombres vienen a Dios; de modo que comparecen ante su presencia para que él los juzgue de acuerdo con la verdad y santidad que hay en él” (2 Nefi 2:10).
También experimentamos la muerte espiritual como resultado de nuestra propia desobediencia. Nuestros pecados nos vuelven impuros y no nos permiten morar en la presencia de Dios (véase Romanos 3:23; Alma 12:12–16, 32; Helamán 14:18; Moisés 6:57). Por medio de la Expiación, Jesucristo ofrece la redención de esa muerte espiritual, pero sólo si ejercemos la fe en Él, si nos arrepentimos de nuestros pecados y obedecemos los principios y las ordenanzas del Evangelio (véase Alma 13:27–30; Helamán 14:19; Artículos de Fe 1:3).
Véase también Arrepentimiento; la Caída; Expiación de Jesucristo; Fe; Obediencia; Pecado
—Véase Leales a la fe, 2004, págs. 121–122
Referencias de las Escrituras
Materiales adicionales para el estudio
-
“La Expiación”
Principios del Evangelio, Capítulo 12 -
“Muerte espiritual”
Guía para el Estudio de las Escrituras -
“Jesús redime de la muerte espiritual al que se arrepiente”
Véase enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: Joseph F. Smith, Capítulo 11