Por Tiffany Tolman
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El mayor deseo de Janace Doelman Stout durante sus años de niñez en Illinois, en la década de 1950, era llegar a tener una relación personal con Dios. Aunque su familia no profesaba ninguna religión, Jan oraba con fervor cada noche antes de quedarse dormida. Cuando tenía 11 años, durante unas vacaciones Jan conoció a la jovencita Marilyn Tanner, quien compartió con ella un sencillo y potente testimonio de José Smith y del evangelio restaurado de Jesucristo. Jan nunca había escuchado en cuanto a José Smith, pero en su corazón se plantó una tierna semilla de la verdad que permaneció aletargada durante varios años antes de que brotara.
En los once años siguientes, Jan visitó distintas iglesias en busca de la verdad. Después de graduarse de la universidad, asistió a un servicio religioso de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y pudo reconocer las respuestas que había buscado de todo corazón. Solamente tres semanas después, se bautizó y dedicó su vida al servicio del Señor. Después de bautizarse, conoció al amor de su vida, Alden Stout, y tuvieron cuatro hermosos hijos. Prestaron servicio al Señor en diversos llamamientos y esperaban el momento en el que, una vez crecidos los hijos, pudieran envejecer juntos. No obstante, Jan también oraba con fervor a fin de tener experiencia que le purificara ante Dios.
El 26 de julio de 2010, su oración fue contestada inesperadamente cuando se encontraba a solas en casa mientras sacaba artículos de una caja tras una reciente mudanza de Katy, Texas, a Des Moines, Iowa. Jan sintió un dolor agudo en la cabeza, seguido por entumecimiento. Dado que Alden se encontraba en un viaje de trabajo, Jan llamó al número de urgencias y se sometió sola a una serie de análisis. Con el tiempo se enteraron del tumor cerebral que ayudaría a cumplir su mayor deseo: llegar a tener una relación más estrecha con Dios.
Tras el diagnóstico, el doctor le dijo que se preparara mentalmente para un cambio drástico en su modo de vida que terminaría con la muerte. Sin embargo, con sus inquebrantables espíritu y actitud que le caracterizaban, señaló: “Quiero pensar que el 26 de julio fue un nuevo comienzo y no el final de la vida a la que estaba acostumbrada. Debo intensificar mis esfuerzos por vivir, no prepararme para morir. Debo amar más y debo andar con Dios. La adversidad se las ingenia para enseñarnos a mejorar. Me someteré a esta nueva enseñanza con una sonrisa en los labios”.
Durante las semanas siguientes, Jan consultó con los médicos, investigó las opciones que tenía, se sometió a procedimientos médicos, recibió bendiciones del sacerdocio y se enteró de que “los mejores años de su vida” estaban ahora limitados a un pronóstico de dos a cinco años. Tomó la determinación de darle propósito a su vida. Jan tuvo una operación quirúrgica en el cerebro y recibió radiaciones, lo cual estuvo acompañado de dolor y de limitaciones. Ante todas sus dificultades, también adquirió una nueva perspectiva de la vida, un nuevo amor por Dios y un nuevo entendimiento del poder redentor de la expiación de Cristo.
Durante su tribulación, Jan llevó un blog en línea en el que relataba sus experiencias, alababa a Dios, proclamaba su completa confianza en Su bondad, compartía su perspectiva y comprensión de la expiación de Jesucristo, y elevaba a un sinnúmero de personas por medio de sus palabras de aliento y sabiduría. En vez de ceder ante el desánimo y el temor, dedicó el resto de su vida a purificarse ante Dios por medio de sus desafíos. En uno de sus mensajes de blog, compartió algunas palabras del Presidente Harold B. Lee. “No tengan miedo de las pruebas de la vida. Cuando en ocasiones estén pasando por las pruebas más difíciles, se hallarán más cerca de Dios de lo que podrían imaginarse” (Liahona, febrero de 2002, pág. 42).
Tras poco más de dos años de su batalla contra el cáncer, Jan se sometió a una segunda operación quirúrgica en la que le extrajeron otro tumor. Los análisis que le hicieron el día siguiente revelaron un nuevo bulto tras la operación y los médicos le dijeron que se preparara para morir en un plazo de seis meses. De forma milagrosa, Jan vivió con gran fe otros dos años hasta que terminó su jornada en la tierra y falleció en diciembre de 2014.
Su perspectiva a lo largo de su jornada es un gran ejemplo para todos los que enfrenten tribulaciones y la muerte.
Ella recalcó: “Reconozco las oraciones de los demás y creo que suceden milagros de sanación, pero aún así, hay un tiempo señalado en el que cada uno de nosotros moriremos. No habrá fe que me salve si Dios en su propia sabiduría me ha señalado la muerte. En ese momento, depende de cada uno de nosotros que confiemos en su omnisciencia. Siento confianza como la de un niño. A pesar de que mi visión es limitada, ¡la de Él no lo es! Hay un plan mayor que el que yo tengo aunque no logre comprender su magnitud.
“Nunca sentiré que he perdido la batalla contra el cáncer. ¡Y no quiero que ninguno de ustedes diga eso! Mi enemigo no es el cáncer. Mi lucha consiste en vencer al adversario al que todos hacemos frente en la vida. El cáncer me impulsa a conversar con Dios con más regularidad, a meditar las Escrituras con mayor profundidad y a esforzarme más por lograr la santidad. Aunque fallezca a causa del cáncer, espero ganar la batalla de la vida y por la vida eterna”.
En un dulce homenaje en honor a los pioneros esfuerzos de Jan por llevar a su familia y a sus seres queridos hacia Dios mediante su ejemplo, su esposo Alden aseveró: “Jan verdaderamente nos indicó el camino a seguir en la vida terrenal con dignidad, gracia, amor, fe y fortaleza… Ella fue una pionera que nos mostró la forma de vivir y morir en el Señor”.
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