Nuestro Padre Celestial desea que hallemos una felicidad verdadera y perdurable. Nuestra felicidad constituye el designio de todas las bendiciones que Él nos da: las enseñanzas del Evangelio, los mandamientos, las ordenanzas del sacerdocio, las relaciones familiares, los profetas, los templos, las bellezas de la creación e inclusive la oportunidad de experimentar la adversidad. El plan de Él para nuestra salvación a menudo se llama “el gran plan de felicidad” (Alma 42:8). Él envió Su Hijo Amado para llevar a cabo la Expiación a fin de que seamos felices en esta tierra y recibamos una plenitud de gozo en las eternidades.
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Al testificar de los “propósitos eternos” de Dios, el profeta Lehi enseñó: “y existen los hombres para que tengan gozo” (2 Nefi 2:15, 25). Muchas personas intentan encontrar felicidad y satisfacción en actividades que son contrarias a los mandamientos del Señor. Al no reconocer el plan que Dios tiene para ellas, rehúsan la única fuente de felicidad verdadera y se entregan al diablo, quien “busca que todos los hombres sean miserables como él” (2 Nefi 2:27). Con el tiempo, aprenden sobre la verdad que existe en la advertencia de Alma a su hijo Coriantón: “La maldad nunca fue felicidad” (Alma 41:10).
Otras personas procuran sólo divertirse en la vida y con eso, como objetivo principal, permiten que los placeres pasajeros las distraigan de la felicidad duradera; de esa manera, se roban a sí mismas del gozo perdurable que brinda el progreso espiritual, el servicio y el trabajo arduo.
En la búsqueda de la felicidad, debemos recordar que la única manera de lograr la verdadera felicidad es vivir el Evangelio. Al esforzarnos por guardar los mandamientos, al orar por fortaleza, al arrepentirnos de nuestros pecados, al participar de actividades recreativas edificantes y al prestar servicio significativo, encontraremos una felicidad eterna y llena de paz.
Véase también Obra misional; Plan de Salvación; Servicio
—Véase Leales a la fe, 2004, págs. 92–93