Auguste Lippelt y sus hijos se bautizaron en Alemania en 1918. Sin embargo, el esposo de Auguste, Robert, no era muy aficionado a la Iglesia. De hecho, cuando la familia se mudó a Brasil unos años más tarde, él dijo: “Aquí los mormones no me encontrarán”.
Auguste no se desanimó por el hecho de que la Iglesia no estuviera muy establecida en su nuevo país. Por el contrario, ¡se puso a trabajar! Les habló a sus vecinos sobre el Evangelio y pidió a los líderes de la Iglesia que enviaran misioneros a Brasil. Durante la década siguiente, llegaron misioneros y se organizaron ramas.
Incluso después de que Auguste falleciera, ella continuó bendiciendo al mundo a través de su hija Georgine, quien siguió los fieles pasos de su madre. Georgine cuidaba de su padre, que estaba parcialmente paralizado a causa de un derrame cerebral. También dejaba libros de la Iglesia donde él pudiera encontrarlos. (Inteligente, ¿verdad?). Robert terminó por leer el Libro de Mormón.
“Deseo ir donde está mi esposa”, anunció un día; “quiero bautizarme”.
Algunos pensaron que la parálisis de Robert hacía que bautizarse fuera peligroso. “Estoy seguro de que por la infinita bondad del Señor”, les aseguró Robert, “saldré del agua completamente sanado”.
Llevaron a Robert al río y fue bautizado. Cuando salió del agua, pudo salir caminando solo; ¡ese no es un milagro que se vea muy a menudo! Robert fue un miembro fiel de la Iglesia durante el resto de su vida.
¡Tantas cosas buenas ocurrieron porque Auguste nunca se dio por vencida!
Notas
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