Historia de la Iglesia
“Pude caminar y más”


“Pude caminar y más”

En 1975, Felisa Zaldaña Ruíz salió de su casa en Ahuachapán, El Salvador, para realizar el viaje de 4000 kilómetros (2500 millas) al Templo de Mesa, Arizona. Su familia y ella se unieron a los santos de Guatemala para viajar por Centroamérica y México. El 3 de noviembre, mientras se encontraban de camino en Sonora, México, aproximadamente a 325 kilómetros (200 millas) de su destino y a 72 kilómetros (45 millas) de la frontera entre Estados Unidos y México, su caravana sufrió un trágico accidente cuando un camión que pasaba en sentido contrario perdió el control de su remolque. Felisa sufrió la fractura de una clavícula, una costilla y un hueso de la pierna.

Felisa fue llevada al hospital en la cercana Nogales para recuperarse. Mientras estaba allí, recibió una visita y una bendición del Presidente de la Iglesia, Spencer W. Kimball. Ella permaneció allí de dos a tres semanas antes de poder reunirse con su madre y su hermano en el templo, donde fue sellada a su familia.

Mientras estaba en Arizona, Felisa recibió también su bendición patriarcal, la cual le llegó por correo al volver a su casa en Ahuachapán. “Leí mi bendición patriarcal, en la que realmente decía que pondría mi vida al servicio del Señor”, dijo Felisa. La bendición la llevó a considerar la posibilidad de servir en una misión. Ella aún no estaba segura de su decisión cuando, un tiempo después, una misionera le preguntó si deseaba prestar servicio. Felisa tenía treinta y tantos y aún sufría los efectos debilitantes en su salud causados por el accidente automovilístico. “Todavía no puedo ir”, respondió ella, “porque no puedo caminar rápido”. La misionera habló con su presidente de misión, quien luego habló con Felisa. Él le dijo que si deseaba prestar servicio, el Señor la ayudaría. Después de mucha oración, Felisa comenzó a prepararse para servir.

Imagen
Felisa Zaldaña Ruíz

Fotografía de Felisa Zaldaña Ruíz, El Salvador.

A los treinta y cinco años, se convirtió en la primera hermana misionera de Ahuachapán y prestó servicio en su país natal, El Salvador. Felisa experimentó momentos en su misión en que el Señor la protegió y su salud mejoró. Ella dijo: “Cuando fui al templo y tuve ese accidente, pensé en ese momento que me quedaría confinada a una silla de ruedas, pero pronto pude caminar y más”.

Al poco tiempo de estar en el campo misional, una de sus compañeras dijo que si no hubiera sabido que Felisa había tenido un accidente, no lo habría creído, porque caminaba rápido. Felisa fue testigo del cumplimiento de la promesa del Señor a sus siervos de que “correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán” (Isaías 40:31).