Es difícil ver a alguien a quien amas alejarse del Evangelio. Deseas seguir amándolo, pero tal vez te preocupe que, si muestras “demasiado” amor, parecerá que estás respaldando sus decisiones. ¿Cómo encontramos el equilibrio?
En primer lugar, podemos recordar que el Salvador nos enseñó a amar a todos, incluso a los enemigos. A todos.
Otra cosa útil que debemos recordar es que, en su mayor parte, lo que los demás hagan espiritualmente no es asunto nuestro. Es entre ellos y Dios.
Puede comenzar a convertirse en un problema si está lastimando a otras personas, en cuyo caso debes avisarle a un adulto lo que está sucediendo. O si está tratando de involucrarte en actividades inapropiadas, en ese caso debes negarte y establecer algunos límites en la amistad.
Tal vez tengas amigos que quieran contarte cosas pecaminosas que hayan hecho en el pasado. Puedes decirles con amor que, aunque te preocupas por ellos, prefieres no escuchar los detalles de las cosas que van en contra de tus normas.
En pocas palabras: no es necesario que vayas por ahí haciendo un gran alarde de lo mucho que desapruebas el pecado. Tus amigos probablemente sepan cómo te sientes en cuanto a las cosas que consideras pecaminosas. Si te esfuerzas por asegurarte de que todos los demás también lo sepan, podrías caer en la trampa de llegar a ser como los hipócritas que el Salvador condenó por tocar la trompeta cada vez que hacían algo bueno, “para tener gloria de los hombres” (3 Nefi 13:2).
Ama a tus amigos. Sé un buen ejemplo. ¡Y que Dios se ocupe del resto!