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Cómo salvar tu vida


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Cómo salvar tu vida

Devocional del SEI para los jóvenes adultos • 14 de septiembre de 2014 • Universidad Brigham Young

Cuando Jesús y Sus Apóstoles estaban juntos en Cesárea de Filipo, Él les hizo esta pregunta: “¿Quién decís que soy yo?”1. Pedro, con elocuencia y fervor reverentes, respondió: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!”2. Me emociona leer esas palabras; me emociona pronunciarlas. No obstante, poco después de aquel momento sagrado, Jesús habló a los apóstoles sobre Su inminente muerte y resurrección, y Pedro lo contradijo. Ello le valió a Pedro la dolorosa reprimenda de que él no estaba a tono o no “entendía” lo que es de Dios, “sino lo que es de los hombres”3. Luego Jesús, “demostrando mayor amor hacia el que [había] reprendido”4, instruyó con bondad a Pedro y sus Hermanos sobre tomar nuestra propia cruz y perder la propia vida como la manera de hallar la vida abundante y eterna, siendo Él mismo el ejemplo perfecto. Veamos la representación de ese suceso en uno de los videos de la Biblia producidos por la iglesia.

Jesús: El Hijo del Hombre [tiene] que padecer mucho y ser desechado por los ancianos, y por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto y resucitar después de tres días.

Pedro: Señor, ten compasión de ti mismo. ¡En ninguna manera esto te acontezca!

Jesús: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no entiendes lo que es de Dios, sino lo que es de los hombres. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá, y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque, ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma? O, ¿qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras5.

Quiero hablarles sobre la afirmación aparentemente paradójica del Salvador: “El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará”6; en ella se enseña una doctrina elocuente y trascendental que debemos entender y aplicar.

Un profesor ofrece esta reflexión: “Así como los cielos son más altos que la tierra, la obra de Dios en tu vida es mayor que la historia que a ti te gustaría que narre tu vida. Su vida es mayor que tus planes, objetivos o temores. Para salvar la vida, tendrás que dejar de lado tu historia y, minuto a minuto, día a día, regresarle tu vida a Él7.

Cuanto más pienso en ello, más me asombra con cuánta constancia entregó Jesús Su vida al Padre, con cuánta perfección perdió Su vida para hacer la voluntad del Padre; en la vida como en la muerte. Es, precisamente, lo opuesto a la actitud y el método de Satanás, tan extendidamente adoptados en el mundo egoísta en el que vivimos. En los concilios preterrenales, al ofrecerse para cumplir la función de Salvador en el plan divino del Padre, Jesús dijo: “Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre”8. Lucifer, por el contrario, dijo: “Heme aquí, envíame a mí. Seré tu hijo y redimiré a todo el género humano, de modo que no se perderá ni una sola alma, y de seguro lo haré; dame, pues, tu honra”9.

El mandamiento de Cristo de seguirle es rechazar otra vez el modelo satánico y perder nuestra vida en aras de la vida real, de la vida auténtica, de la vida que nos posibilita el reino celestial que Dios desea para cada uno de nosotros. Dicha vida bendecirá a todas las personas con las que entremos en contacto y nos hará santos. Según nuestra limitada visión en una vida que excede la comprensión, ciertamente, “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman”10.

Me hubiera encantado tener más detalles de la conversación entre Cristo y Sus discípulos. Nos hubiese ayudado a comprender mejor el significado, en la práctica, de perder la vida por Su causa y encontrarla. Comprendí que las palabras del Salvador, antes y después de Su afirmación, brindan una valiosa guía. Consideremos tres de esos comentarios interrelacionados.

Niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día

Primero: las palabras que el Señor pronunció justo antes de decir: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá”11. Tal como consta en todos los evangelios sinópticos, Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame”12. Lucas añade la frase cada día;  “Tome su cruz cada día”13. En la Traducción de José Smith de Mateo se amplía esa declaración con la definición del Señor de lo que significa tomar la cruz propia: “Y ahora, para que el hombre tome su cruz, debe abstenerse de toda impiedad, y de todo deseo mundano y guardar mis mandamientos”14.

Esto concuerda con la afirmación de Santiago: “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”15. Se trata de una vida diaria de abstención de todo lo que sea impuro, mientras se actúa ratificando al guardar los dos grandes mandamientos —amar a Dios y al prójimo— de los que dependen todos los demás mandamientos16. Por consiguiente, uno de los elementos del perder la vida procurando la mejor vida que el Señor desea para nosotros consiste en tomar Su cruz día a día.

A cualquiera que me confiese, yo le confesaré delante de mi Padre

La segunda declaración adicional sugiere que hallar la vida al perderla por causa de Él y del Evangelio supone la disposición de hacer que nuestro discipulado sea manifiesto y público: “Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles”17.

En otra parte de Mateo hallamos una afirmación semejante:

“A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos.

Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos”18.

Un significado obvio y más bien contemplativo de perder la vida al confesar a Cristo es perderla literalmente, físicamente, al sostener y defender la creencia en Él. Nos hemos acostumbrado a considerar que ese requisito extremo corresponde a la historia al leer sobre mártires de épocas pasadas, entre ellos, la mayoría de los apóstoles de antaño. Pero ahora vemos que lo que era algo histórico está llegando al presente. Hay informes de noticias de Iraq y Siria que hablan de extremistas islámicos que expulsaron de sus casas o asesinaron a cientos de personas cristianas y de otras minorías durante los últimos meses. Los terroristas exigen que esos cristianos se conviertan al islamismo, o que abandonen sus poblados o mueran. Los cristianos no lo negarán a Él; muchos han huido y algunos han sido asesinados19. Sin duda, esas almas estarán entre aquellas de quienes el Salvador no se avergonzará en confesar delante de Su Padre en el futuro. No sabemos lo que el futuro podría depararnos, pero si alguno de nosotros debe afrontar la desgracia de perder la vida literalmente en la causa del Maestro, confío en que mostremos el mismo valor y la misma lealtad.

No obstante, la aplicación más común (y a veces más difícil) de la enseñanza del Salvador, se relaciona con la manera en que vivimos día a día. Concierne las palabras que decimos, el ejemplo que damos. Nuestra vida debe confesar a Cristo y, junto con nuestras palabras, testificar de nuestra fe en Él y nuestra devoción a Él. Y ese testimonio se debe defender con resolución ante la burla, la discriminación o la difamación por parte de quienes se oponen a Él “en esta generación adúltera y pecadora”20.

En una ocasión diferente, el Señor añadió esta notable declaración sobre nuestra lealtad a Él:

“No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada.

“Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, y a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra.

“Y los enemigos del hombre serán los de su casa.

“El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí.

“Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí no es digno de mí”21.

Decir que no ha venido para traer paz, sino más bien espada, parece en principio una contradicción a los pasajes que se refieren a Cristo como el “Príncipe de paz”22, y a lo proclamado en Su nacimiento: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”23 y a otras referencias bien conocidas, como: “La paz os dejo, mi paz os doy”24. “Cierto es que Cristo vino a traer paz; la paz entre el creyente y Dios, y la paz entre los hombres. Sin embargo, el resultado inevitable de la venida de Cristo es el conflicto; el conflicto entre Cristo y el anticristo, entre la luz y las tinieblas, entre los hijos de Cristo y los del diablo. Dicho conflicto puede ocurrir incluso entre los miembros de una misma familia”25.

Estoy seguro de que algunos de ustedes, en nuestra audiencia de todo el mundo esta noche, han experimentado personalmente lo que el Señor expresa en estos versículos. Han sido, quizás, rechazados por sus padres y madres, sus hermanos y hermanas y aislados al haber aceptado el evangelio de Jesucristo y haber hecho convenio con Él. De una u otra manera, la primacía de Su amor por Cristo ha requerido el sacrificio de relaciones que les eran preciadas, y han derramado muchas lágrimas. Sin embargo, aunque no merma el amor que sienten, se mantienen firmes bajo esa cruz, demostrando que no se avergüenzan del Hijo de Dios.

Hace unos tres años, un miembro de la Iglesia entregó un ejemplar del Libro de Mormón a un amigo amish de Ohio. El amigo empezó a leer  el libro ávidamente. Durante tres días no deseaba más que leer el Libro de Mormón. Él y su esposa se bautizaron y en el término de siete meses tres matrimonios amish se convirtieron y bautizaron en la Iglesia. Sus hijos se bautizaron algunos meses después. Esas tres familias decidieron permanecer en su comunidad y mantener su forma de vida amish, aunque habían dejado dicha religión. Sin embargo, como resultado de bautizarse, se vieron sujetos al “aislamiento” por parte de sus vecinos amish más amigos. El aislamiento implica que nadie de la comunidad amish les hable, ni trabaje ni comercie ni se relacione con ellos de manera alguna. Eso incluye no sólo a los amigos, sino también a los miembros de la familia: hermanos, padres y abuelos.

Al principio, aquellos santos amish se sintieron muy solos y aislados cuando incluso sus hijos se vieron sujetos al aislamiento y la expulsión de las escuelas amish, por haberse bautizado y ser miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Los hijos han soportado el aislamiento por parte de los abuelos, primos y vecinos cercanos. Tampoco algunos de los hijos más grandes de esas familias amish, que no han aceptado el Evangelio, les hablan, ni se relacionan con sus padres, ni los aceptan como tales. Las familias han tenido dificultad para recuperarse de los efectos sociales y económicos del aislamiento, pero están logrando el éxito.

Su fe se mantiene firme. La adversidad y la oposición del aislamiento han causado que sean firmes e inmutables. Un año después de bautizarse, las familias se sellaron en el templo y siguen asistiendo fielmente al templo cada semana. Han hallado fortaleza en recibir las ordenanzas, y concertar y honrar sus convenios. Todos ellos están activos en su congregación de la Iglesia y siguen buscando maneras de compartir la luz y el conocimiento del Evangelio con su familia extendida y su comunidad mediante actos de bondad y servicio.

Sí, el costo de unirse a la Iglesia de Jesucristo puede ser muy alto, pero la admonición de preferir a Cristo por encima de todos los demás, aun de nuestros familiares más cercanos, también se aplica a quienes quizás hayan nacido en el convenio. Muchos de nosotros han llegado a ser miembros de la Iglesia sin oposición, tal vez en la infancia. El reto que podríamos afrontar es mantenernos leales al Salvador y Su Iglesia ante padres, parientes políticos, hermanos o incluso hijos cuyas conductas, creencias o decisiones hagan imposible que los apoyemos a ellos y a Él simultáneamente. No es una cuestión de amor; podemos y debemos amarnos los unos a los otros como Jesús nos ama. Como Él dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros”26. Sin embargo, el Señor nos recuerda: “El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí”27. Así que, aunque el amor familiar continúa, la relación podría interrumpirse y, según las circunstancias, a veces podría suspenderse aun el apoyo o la tolerancia, por causa de nuestro amor primordial.

En realidad, la mejor forma de ayudar a nuestros seres queridos —la mejor forma de amarlos— es continuar poniendo al Salvador primero. Si soltamos la mano del Señor y nos alejamos debido a la compasión que sentimos por los seres queridos que sufren, perderemos el medio por el cual podríamos haberlos ayudado. Si por el contrario, nos mantenemos firmemente arraigados en la fe, estamos en posición de recibir y ofrecer ayuda divina. Si (o debería decir cuando) llega el momento en que un amado familiar quiere desesperadamente tornarse a la única fuente de ayuda verdadera y perdurable, sabrá en quién confiar como guía y compañero. Mientras tanto, con el don del Espíritu Santo de guía, podremos ministrar de modo constante para reducir el dolor de las malas decisiones y vendar las heridas al grado que se nos permita. De otro modo, no servimos ni a quienes amamos ni a nosotros mismos.

Porque, ¿qué aprovechará al hombre si gana todo el mundo y pierde su alma?

El tercer elemento de perder nuestra vida por causa del Señor que quiero mencionar se halla en las palabras del Salvador:

“Y todo el que pierda su vida en este mundo, por causa de mí, la hallará en el mundo venidero.

Por tanto, renunciad al mundo, y salvad vuestras almas; porque, ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma? O, ¿qué recompensa dará el hombre por su alma?”28.

Como aparece en la Traducción de José Smith: “Pues, ¿qué aprovecha al hombre si gana todo el mundo, y no recibe a aquel a quien Dios ha ordenado, y pierde su propia alma, y él mismo viene a ser desechado?”29.

Decir que dejar de lado el mundo para recibir “a aquel a quien Dios ha ordenado” es impopular en el mundo actual es insuficiente, sin duda. Las prioridades y los intereses que más a menudo vemos generalmente a nuestro alrededor (y a veces en nosotros) son intensamente egoístas: el anhelo de recibir reconocimiento; la insistente exigencia de que se respeten los derechos de uno (incluso el supuesto derecho de que no se nos ofenda nunca); el ferviente deseo de dinero, objetos y poder; el sentimiento de creerse con derecho a una vida de comodidad y placer; el objetivo de reducir las responsabilidades y evitar por completo todo sacrificio personal para bien de otros; por mencionar sólo algunos.

Esto no quiere decir que no debamos procurar alcanzar el éxito ni sobresalir en empresas loables, incluso en la formación y el trabajo honrado. Este año, Jed Rubenfeld y Amy Chua, que son marido y mujer y profesores de la Facultad de Derecho de Yale, publicaron un libro titulado The Triple Package: How Three Unlikely Traits Explain the Rise and Fall of Cultural Groups in America. [ El paquete triple: Cómo tres características improbables explican el auge y caída de grupos culturales en Estados Unidos] Su tesis es que algunos grupos en Estados Unidos prosperan más que otros debido a tres características culturales —descritas en el libro— que los ponen en ventaja. Chua y Rubenfeld mencionan a los mormones, los judíos, los orientales, los inmigrantes de África Occidental, los descendientes de aborígenes, y los cubano-estadounidenses como grupos del actual Estados Unidos que poseen esas características30.

Al comparar dichos grupos con la sociedad estadounidense en general, tomando en cuenta los “ingresos, logros académicos, liderazgo empresarial, logros profesionales y otros parámetros convencionales”, Chua y Rubenfeld dicen:

“Si hay un grupo en EE. UU. que hoy en día tiene un gran éxito convencionalmente hablando, es el de los mormones …

“Mientras que los protestantes integran alrededor del 51 por ciento de la población de EE. UU., los 5 o 6 millones de mormones de Estados Unidos representan sólo el 1,7 por ciento. Sin embargo, una sorprendente cantidad de ellos integra la lista de los principales líderes empresariales y políticos del país”31.

Sin duda, tales logros son loables, pero si hemos de proteger nuestra alma, debemos recordar siempre que éstos no son fines en sí, sino medios para otro fin más excelso. Con nuestra fe en Cristo, no hemos de ver los éxitos políticos, comerciales, académicos y similares como lo que nos define, sino como lo que posibilita el servicio a Dios y al prójimo; comenzando en el hogar y extendiéndonos hasta donde sea posible en el mundo. El desarrollo personal tiene valor al grado en que contribuya al desarrollo de los atributos cristianos. Al evaluar el éxito, reconocemos la profunda verdad detrás de todo lo demás; que nuestra vida le pertenece a Dios, nuestro Padre Celestial y a Jesucristo, nuestro Redentor. El éxito significa vivir en armonía con Su voluntad.

El presidente Spencer W. Kimball ofreció una expresión sencilla del camino más excelente, que contrasta con la vida narcisista:

“El prestar servicio a nuestros semejantes hace más profunda y más dulce esta vida mientras nos preparamos para vivir en un mundo mejor … Cuando nos encontramos embarcados en el servicio a nuestro prójimo, no solamente lo ayudamos con nuestras acciones sino que también ponemos nuestros problemas en la debida perspectiva. Si nos preocupamos más por otras personas, tendremos menos tiempo para preocuparnos de nosotros mismos. En medio del milagro de prestar servicio, está la promesa de Jesús de que si nos perdemos [en servir], nos hallaremos a nosotros mismos [véase Mateo 10:39].

“No sólo ‘nos hallamos’ en el sentido de que reconocemos la guía divina en nuestra vida, sino que cuanto más sirvamos a nuestros semejantes en la forma adecuada, más se ennoblecerá nuestra alma. Al prestar servicio a los demás, nos convertimos en mejores personas, en personas de más valía. Ciertamente, es mucho más fácil ‘hallarnos’ ¡porque hay mucho más de nosotros para hallar!”32.

Ejemplos de cómo perder la vida en Cristo y Su evangelio

Permítanme concluir con algunos ejemplos de lo que significa en lo cotidiano perder la vida en Cristo y en Su evangelio y, por consiguiente, hallar la vida auténtica (y, con el tiempo, la eterna).

El presidente Henry  B. Eyring era rector del Colegio Universitario Ricks (que ahora es la Universidad Brigham Young–Idaho) en junio de 1976, cuando colapsó la recientemente terminada represa Teton Dam, cercana a Rexburg. “Trescientos millones de metros cúbicos de agua se precipitaron hacia Rexburg a sesenta y cinco kilómetros por hora arrasando todo a su paso”33. Muchas personas de la comunidad reaccionaron heroicamente al ayudar a los demás aun cuando la inundación había destruido su propia casa y sus pertenencias. Sin embargo, algunas abandonaron incluso a sus seres queridos y los dejaron librados a su suerte.

El presidente Eyring, quien ayudó a dirigir la labor de un importante grupo de socorro que empleaba recursos financieros del colegio, quiso comprender a qué se debía “la diferencia entre la reacción heroica de algunas personas… y la traición de otras… Encargó un estudio pequeño pero científicamente relevante. ‘Sólo hubo algo que pudimos determinar’, dijo luego un grupo de alumnos de último año que se graduaba de la escuela secundaria.

“‘Los que actuaron como héroes habían sido las personas que siempre recordaban y guardaban compromisos en las pequeñas cosas, en lo cotidiano … la promesa de quedarse a limpiar tras una cena en la Iglesia o de trabajar en una actividad de sábado destinada a ayudar a un vecino.

“‘Aquellos que abandonaron a sus familias cuando se tornó difícil a menudo habían abandonado sus obligaciones cuando eran más sencillas. Tenían la costumbre de no guardar su palabra de realizar las pequeñas cosas cuando el sacrificio que debían hacer era minúsculo, y lo que habían dicho que harían hubiera resultado fácil. Cuando el precio fue alto, no pudieron pagarlo’”34.

La hermana Christofferson y yo tenemos una amiga que conocimos mientras asistíamos a la facultad de derecho, una miembro de nuestro barrio en Durham, Carolina del Norte. Ella y su esposo tenían un joven matrimonio ideal con niños pequeños. Se le bendijo con inteligencia, atractivo y una radiante personalidad. Todos la admiraban y disfrutaban relacionarse con ella. Sin embargo, unos 25 años después, cuando aún tenía cuarenta y tantos años, contrajo una agresiva forma de cáncer de estómago incurable que se propagó al hígado y los pulmones. A pesar de la conmoción y el pesar, conforme se acercaba rápidamente el final, escribió estas tiernas palabras a sus familiares y amigos, a quienes lamentaba mucho tener que dejar: “Sé que Dios vive. Su plan es divino y se desenvuelve tal y como Él lo ha trazado. Dado que se me escogió para atravesar esta prueba, sé que debe ser para mi mayor bien y mi máximo gozo. Ya se reciben las bendiciones espirituales, y siento que antes del final experimentaré todo lo que necesito a fin de estar preparada para encontrarme con mi Salvador. Su poder está sobre la tierra. No hay errores … Las pruebas son difíciles y pesadas en este momento. Todos parecen padecer su porción; tórnense al Señor y reciban Su ayuda. Acepten lo que les corresponda y se les retirará el dolor, y sobrevendrá la paz”.

Cierta joven adulta decidió servir en una misión de tiempo completo tras haber cursado estudios universitarios y de posgrado, y después de haber participado en prestigiosos programas de estudio y de pasantías tanto en el país como en el extranjero. Había cultivado la capacidad de conectarse con las personas y ponerse en los zapatos de gente de casi todos los credos, ideas políticas y nacionalidades, y le preocupaba que llevar la placa misional todo el día, todos los días, interfiriera con su habilidad excepcional para entablar vínculos. Tras sólo unas semanas en la misión, escribió a casa y relató una experiencia sencilla pero significativa: “La hermana Lee y yo —una de cada lado— le pusimos pomada en las manos a una anciana que tiene artritis mientras nos sentábamos en su sala. No quería escuchar ningún mensaje con palabras, pero sí nos permitió cantar; le encantó que cantáramos. Gracias, placa misional, por concederme licencia para tener experiencias tan cercanas con completos desconocidos”.

Mediante lo que sufrió, el profeta José Smith aprendió a perder su vida al servicio de su Maestro y Amigo. Una vez dijo: “Me impuse esta regla: Cuando el Señor te lo mande, hazlo35. Pienso que todos estaríamos satisfechos de alcanzar ese nivel de fidelidad del hermano José. Aun así, una vez se le forzó a languidecer durante meses en la cárcel de Liberty, Misuri, sufriendo físicamente, pero probablemente más emocional y espiritualmente, al no poder ayudar a su amada esposa, sus hijos ni a los santos mientras padecían atropellos y persecución. Sus revelaciones y liderazgo los habían llevado a Misuri para establecer Sión, y ahora se los expulsaba de sus casas en invierno y tenían que atravesar el estado entero. A pesar de todo, en las condiciones de aquella cárcel, redactó una inspirada carta dirigida a la Iglesia con la prosa más elegante y edificante, partes de la cual comprenden ahora las secciones 121, 122 y 123 de Doctrina y Convenios, y concluyen con estas palabras: “Hagamos con buen ánimo cuanta cosa esté a nuestro alcance; y entonces podremos permanecer tranquilos, con la más completa seguridad, para ver la salvación de Dios y que se revele su brazo”36.

Por supuesto, el mayor ejemplo de salvar la propia vida al perderla es este: “Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad”37. Al dar Su vida, Cristo no sólo salvó la de Él; salvó la vida de todos nosotros. Él hizo posible que cambiáramos nuestra vida mortal y en definitiva limitada y vana, por la vida eterna.

Testimonio

El tema de la vida del Salvador es: “Yo hago siempre lo que [al padre] le agrada”38 Espero que lo conviertan en el tema de su vida. Si lo hacen, salvarán su vida.

Mis queridos jóvenes amigos, conténtense con poner Su voluntad en primer lugar. Piérdanse a sí mismos en Su voluntad. Aprendan a querer lo que Él quiere. Confiésenlo y reconózcanlo en todos los aspectos de la vida. No se avergüencen de Cristo ni de Su evangelio, y estén dispuestos a dejar de lado por Él aquello que atesoren, las relaciones que atesoren e incluso la vida misma. No obstante, mientras vivan, permitan que su vida sea una ofrenda. Tomen Su cruz cada día con pureza, obediencia y servicio. Éstas son las implicaciones y los frutos de nuestra fe. En el nombre de Jesucristo. Amén.

© 2014 por Intellectual Reserve, Inc. Todos los derechos reservados. Aprobación del inglés: 1/14. Aprobación de la traducción: 1/14. Traducción de “Saving Your Life”. Spanish. PD10051044 002