Devocionales de Navidad
Anuncios proféticos del nacimiento de Cristo


9:34

Anuncios proféticos del nacimiento de Cristo

En Navidad, los creyentes celebramos el nacimiento de Jesucristo, el Hijo Unigénito de Dios, el Padre Eterno. Como parte de este Devocional de Navidad de la Primera Presidencia que establece el patrón para nuestra celebración, hablaré de las profecías de Su nacimiento.

Ningún anuncio fue más significativo que la aparición del ángel a María.

“Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.

“Y he aquí, concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús.

“Éste será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre.

“Y reinará en la casa de Jacob para siempre, y de su reino no habrá fin” (Lucas 1: 30–33).

El nacimiento, la vida y la muerte del Hijo de Dios en la tierra eran esenciales en el plan de nuestro Padre Celestial de “[llevar] a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). Antes de que la tierra fuese creada, Jesucristo fue escogido para experimentar la vida mortal y ser el Salvador necesario para llevar a cabo ese plan (véase Moisés 4:2). Al padre Adán se le mandó ofrecer sacrificios como “una semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre, el cual es lleno de gracia y de verdad. Por consiguiente” —se le instruyó—, “harás todo cuanto hicieres en el nombre del Hijo, y te arrepentirás e invocarás a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás” (Moisés 5:7–8).

En el libro de Moisés leemos además la explicación que Dios da de este, Su “plan de salvación para todos los hombres, mediante la sangre de mi Unigénito, el cual vendrá en el meridiano de los tiempos” (Moisés 6:62). Dios el Padre nos mandó arrepentirnos y ser bautizados en el nombre de Su “Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad, el cual es Jesucristo, el único nombre que se dará debajo del cielo mediante el cual vendrá la salvación a los hijos de los hombres” (Moisés 6:52).

Isaías, un gran profeta del Antiguo Testamento, anunció el futuro nacimiento del Mesías: “… el Señor mismo os dará señal” —declaró—: “He aquí que una virgen concebirá, y dará a luz un hijo y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14).

Isaías también declaró:

“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado estará sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz.

“El aumento de su dominio y la paz no tendrán fin, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre” (Isaías 9:6–7).

El nacimiento de Cristo también les fue revelado a los profetas del Libro de Mormón. Seiscientos años antes del nacimiento del Salvador, Lehi enseñó que Dios levantaría entre los judíos “un Mesías, o, en otras palabras, un Salvador del mundo” (1 Nefi 10:4).

El profeta Abinadí proclamó:

“… ¿no les profetizó Moisés concerniente a la venida del Mesías, y que Dios redimiría a su pueblo? Sí, y aun todos los profetas que han profetizado desde el principio del mundo, ¿no han hablado ellos más o menos acerca de estas cosas?

“¿No han dicho ellos que Dios mismo bajaría entre los hijos de los hombres, y tomaría sobre sí la forma de hombre, e iría con gran poder sobre la faz de la tierra?” (Mosíah 13:33–34).

El profeta Nefi registró que un ángel le mostró a una virgen en la ciudad de Nazaret, diciendo: “He aquí, la virgen que tú ves es la madre del Hijo de Dios, según la carne” (1 Nefi 11:18).

“Y aconteció” —escribió Nefi— “que vi que fue llevada en el Espíritu; y después que hubo sido llevada en el Espíritu por cierto espacio de tiempo, me habló el ángel, diciendo: ¡Mira!

“Y miré, y vi de nuevo a la virgen llevando a un niño en sus brazos.

“Y el ángel me dijo: ¡He aquí, el Cordero de Dios, sí, el Hijo del Padre Eterno!” (1 Nefi 11:19–21; véase también Alma 7:9–10).

Todos conocemos el primer anuncio que se dio después del nacimiento de Jesús. El hecho de que este anuncio celestial se diera a un grupo que, se nos dice, fueron las personas más humildes en el orden social de la época, encierra un enorme significado.

“Y había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre sus rebaños.

“Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor.

“Pero el ángel les dijo: No temáis, porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que serán para todo el pueblo:

“que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor…

“Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios y decían:

“¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:8–11, 13–14).

Con pocos días de diferencia después del nacimiento del Salvador, este les fue anunciado a dos personas muy santas (unos obreros del templo, como los llamaríamos hoy en día):

“Y he aquí, había un hombre en Jerusalén llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él.

“Y había recibido revelación del Espíritu Santo que no vería la muerte antes que viese al Cristo del Señor.

“Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres llevaron al niño Jesús al templo, para hacer por él conforme a la costumbre de la ley,

“entonces él lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios y dijo:

“Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra,

“porque han visto mis ojos tu salvación” (Lucas 2:25–30).

El segundo anuncio fue a una mujer santa, también en el templo. Ana, a quien las Escrituras la llaman “profetisa,… de edad muy avanzada…

“... y era viuda hacía ochenta y cuatro años, y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones.

“Y esta, llegando en la misma hora, daba gracias al Señor y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén” (Lucas 2:36–38).

Las profecías y los anuncios que he citado hablan de la primera venida del Salvador. Ahora nos estamos preparando para la Segunda Venida del Señor, un tiempo que los creyentes esperan con anhelo y los incrédulos temen o niegan. Se nos manda “… [permanecer] en lugares santos y no [ser] movidos, hasta que venga el día del Señor; porque he aquí, viene pronto” (D. y C. 87:7). Esos “lugares santos” ciertamente incluyen el templo y el fiel cumplimiento de sus convenios, el hogar donde se atesora y se instruye a los hijos, y nuestros puestos de responsabilidad asignados por la autoridad del sacerdocio, incluyendo misiones, templos y otros llamamientos que cumplimos fielmente en las ramas, los barrios y las estacas.

Al prepararnos para Su Segunda Venida y permanecer en lugares santos, continuamos conmemorando la Navidad, no solo como una época de salutaciones y “felices fiestas”, sino como la celebración del nacimiento del Hijo de Dios, y un tiempo para recordar Sus enseñanzas y la importancia eterna de Su Expiación. Ruego que seamos fieles en hacerlo.

Testifico de la verdad de estas cosas, en el nombre de Aquel cuyo cumpleaños celebramos, en el nombre de Jesucristo. Amén.