El poder de Jesucristo y la doctrina pura
El poder de Jesucristo y la doctrina pura, con el élder Neil L. Andersen
11 de junio de 2023
Élder Neil L. Andersen: Gracias, élder Gilbert. Gracias, hermano Webb. Son dos de mis amigos y estimados colegas. Los amo muchísimo.
Qué coro tan asombroso, ¿verdad? ¡Y tan reverente! Han estado impresionantes. ¡Muchas gracias!
Pensé en la letra de la armonía de la tercera estrofa: “Jesús es mi luz; Él es mi poder, y con Su amor podré yo vencer”1. Si pudiéramos infundir en quienes enseñamos este sentimiento hasta sus entrañas, ellos estarían a salvo.
Es asombroso estar en el Tabernáculo, ¿verdad? Ya no venimos muy seguido por aquí. Algunos de ustedes quizás no hayan estado aquí antes; son muy jóvenes. Algunos de nosotros tenemos muchos recuerdos de este grandioso y antiguo Tabernáculo. ¿Cuántos de ustedes tienen buenos recuerdos de estar aquí antes? (Levanten la mano).
Hace treinta años, el élder Christofferson y yo fuimos llamados en la misma conferencia general de abril. Por lo que recuerdo, estábamos sentados allí abajo antes de sentarnos en las sillas rojas. Uno de los Apóstoles, el élder Marvin Ashton, estaba enfermo durante esa conferencia, por lo que el élder Christofferson y yo compartimos nuestro humilde testimonio. No tuvimos mucho tiempo para prepararnos.
Tengo otro recuerdo de aquí que les compartiré.
No he hablado en este Tabernáculo desde aquel testimonio de 1993. Nos acercábamos a la última conferencia que se llevaría a cabo aquí en el Tabernáculo; era octubre de 1999.
Entonces sucedió algo que me impactó mucho. Era viernes en la mañana antes de la conferencia, eran las 7:30 de la mañana. Yo estaba en la oficina cuando sonó el teléfono. La voz del otro lado dijo: “Hermano Andersen, soy el presidente Hinckley”. Yo era Autoridad General, pero no pasaba mucho tiempo con el presidente Hinckley. Sus primeras palabras, y esto es completamente cierto, fueron: “¿Qué clase de suplente es usted?”. En realidad, no supe qué responder, pero balbuceé algo. Él añadió: “El élder Robert Hales está enfermo. Lo operarán el lunes y no podrá discursar mañana en la mañana. Nos gustaría que ocupara su lugar para discursar el sábado por la mañana. ¿Está bien? ¡Adiós!”. Eso ocasionó muchas horas preocupantes. Aquella fue la única experiencia que tuve donde se me asignó hablar aquí, en el Tabernáculo, en una conferencia general.
Si tuviéramos tiempo, me encantaría escuchar todas sus experiencias.
Permítanme comenzar expresándoles mi amor y el amor que la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce sienten por cada uno de ustedes. Respetamos y admiramos profundamente la fe y la devoción que tienen por nuestro Salvador Jesucristo y Su sagrada obra. Estos son días históricos de gran importancia. Ustedes pueden influir sutilmente en la vida de cientos de miles de jóvenes Santos de los Últimos Días. Tanto si fueron llamados como maestros de Seminario o Instituto en su barrio o estaca, como si fueron escogidos como maestros de uno de los 638 Institutos que tenemos en todo el mundo o en Seminario integrado —recién pregunté al hermano Webb cuántas clases de Seminario tenemos y me dice que unas 80 000; y Seminario integrado, por supuesto, se imparte en el oeste de los Estados Unidos, en Canadá y en otras instituciones académicas—, o si prestan servicio en otro puesto de Seminarios e Institutos, les doy las gracias con sinceridad en nombre de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce. Los amamos y oramos por ustedes. Los consideramos nuestros condiscípulos de Jesucristo para preparar un pueblo justo de entre todas las naciones, culturas y lenguas del mundo, como preparativo del glorioso regreso del Salvador a la tierra.
Como homenaje a ustedes y a los nobles maestros que los han precedido en esta gran obra, hace poco conversé brevemente con el presidente Andy Díaz, un presidente de estaca aquí en Salt Lake City. Hablamos de una maestra de Seminario matutino que tuvo de joven y esta es la conexión interesante. Después de unirse a la Iglesia en Tampa, Florida, cuando tenía trece años, el presidente Díaz comenzó a asistir a Seminario matutino un año más tarde, en la misma clase que mi maravillosa esposa, Kathy. Observarán que él parece mucho mayor que Kathy; la vida nos trata de maneras diferentes. La maestra era la madre de Kathy, mi futura suegra, la hermana Martha Williams. Escuchen la breve conversación que mantuvimos el presidente Díaz y yo.
[comienza el video]
Élder Andersen: Estoy con el presidente Andy Díaz, presidente de la Estaca Salt Lake Riverside. Él y yo tenemos algo en común: mi esposa, Kathy, estuvo en su clase de Seminario hace más de cincuenta años. Y no solo eso: su maestra fue la hermana Martha Williams, la madre de Kathy, una mujer asombrosa. Yo, claro está, la conocí bien, Ella ya ha fallecido. Yo quería saber, cincuenta años más tarde, cómo se siente con respecto a la hermana Martha Williams un hombre que ahora es presidente de estaca, que se unió a la Iglesia con trece años y fue a Seminario al año siguiente. Presidente Díaz, denos una impresión general acerca de la mujer que fue su maestra de Seminario.
Presidente Andy Díaz: Tal vez haya sido una de las tres mujeres más influyentes en mi vida: mi madre, mi esposa y la hermana Williams.
Élder Andersen: ¿No estará exagerando?
Presidente Díaz: No exagero.
Élder Andersen: ¿Cómo pudo ser tan importante para usted?
Presidente Díaz: Me ayudó a crecer y a aprender el Evangelio porque yo era un miembro nuevo de trece años y a los catorce empecé Seminario. Ella fue la que me ayudó a aprender el Evangelio. Al comienzo de la escuela secundaria, conseguí un trabajo que comenzaba a las dos de la mañana, y del trabajo me iba a Seminario a las seis de la mañana porque no quería faltar; así de importante era para mí. Ella ya había preparado el ambiente para tener una experiencia espiritual y yo quería esas experiencias espirituales.
Élder Andersen: ¿Mantuvo ella la pureza y la sencillez del Evangelio? Recuerdo que, hace cincuenta años, en algunas clases se exploraban cosas de las que no se sabía mucho.
Presidente Díaz: No hay duda de que me enseñó las doctrinas puras de Cristo. Hablaba sobre la fe, el arrepentimiento y lo que tenemos que hacer para regresar a nuestro Padre Celestial: perseverar hasta el fin.
Élder Andersen: ¿Lo ayudó en su conversión personal al Salvador Jesucristo, la cual ha durado toda su vida?
Presidente Díaz: Sí, porque ella me ayudó a tener una relación con el Padre Celestial y con el Salvador. Aprendí acerca del Salvador por ella y con la comprensión de todo lo que estaba en las Escrituras y que ella me ayudó a ganar más entendimiento, así como las doctrinas que enseñó el Salvador. Ella tenía un testimonio y no recuerdo que terminara ninguna clase sin compartir su testimonio del evangelio de Jesucristo y de lo que hubiera enseñado aquel día; eso era muy importante. Era una persona dinámica; nos inundaba con el amor que sentía por el Evangelio. Yo la observaba y trataba de imitar lo que hacía.
Élder Andersen: Presidente Díaz, al mirar hacía el pasado, si pudiera decirle algo a los maestros de Seminario e Instituto, o a alguien como usted, nuevo en la Iglesia, que asistiera por primera vez, ¿qué los alentaría a hacer?
Presidente Díaz: Amen a sus alumnos. Háganles saber que ustedes aman al Padre Celestial y que el Padre Celestial los ama a ellos, que el Salvador los ama. Y que, si siguen a Dios y a Sus profetas, podrán volver a vivir nuevamente con nuestro Padre Celestial.
Élder Andersen: Estoy seguro de que sus padres estarían muy orgullosos de usted. Y sé que la hermana Williams, quien se graduó de este mundo hace veinticinco años, también lo estaría.
Presidente Díaz: Me alegra usted el día.
Élder Andersen: Muchísimas gracias. Y gracias por compartir estas cosas con nosotros.
Presidente Díaz: De nada.
[fin del video]
Élder Andersen: El hermano y la hermana Díaz están hoy con nosotros. ¿Podrían levantarse, hermano y hermana Díaz, para que podamos reconocerlos? Muchas gracias.
El presidente Díaz es un ejemplo de la influencia que ustedes tienen, y seguirán teniendo, en la nueva generación gracias a su fe en el Redentor y en la manera en que lo sostienen como la luz de todo lo que dicen y hacen.
Con el ejemplo del servicio tan ejemplar que dan, ruego que pueda compartir con ustedes un par de reflexiones que les resulten espiritualmente edificantes y los ayuden a fortalecer el servicio que prestan en rectitud.
Esta es la primera reflexión: enseñemos y testifiquemos de Jesucristo con más frecuencia y más poder.
Piensen en cuán oportunas fueron para sus alumnos estas palabras que nos dirigió el presidente Russell M. Nelson en la reciente conferencia general de abril: “Sean cuales sean las preguntas o los problemas que tengan, la respuesta siempre se halla en la vida y las enseñanzas de Jesucristo. Aprendan más sobre Su expiación, Su amor, Su misericordia, Su doctrina y Su evangelio restaurado de sanación y progreso. ¡Acudan a Él! ¡Síganlo!”2.
Cuando a comienzos de la década de 1990 fui llamado como Autoridad General, nueve de cada diez adultos en los Estados Unidos se definían como cristianos. Según el Pew Research Center, los cristianos en los Estados Unidos constituyen hoy el sesenta y cuatro por ciento de la población y es probable que en las próximas décadas disminuyan hasta el cincuenta por ciento. Otros países han tenido o están teniendo problemas similares con la fe.
Es obvio que no todos ustedes proceden de países donde el cristianismo es la religión mayoritaria y muchos de ustedes son de regiones donde la fe en Jesucristo se mantiene fuerte, pero donde sea que vivamos, nos damos cuenta de que el camino que conduce a la vida eterna comienza con una conversión firme y profunda a nuestro Salvador, con reverencia por Su misión y Su vida divinas.
“Le dijo Tomás: Señor […]; ¿cómo […] podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”3.
En el mensaje inicial de Para la fortaleza de la Juventud, la Primera Presidencia dice: “Ustedes realmente están entre los espíritus escogidos por el Padre Celestial, enviados a la tierra en este momento para hacer cosas importantes […]; acudan al Salvador; Él es la ‘fortaleza de la juventud’”4.
Hace poco estuve en el edificio de Seminario de mis nietos. Me impresionó que en las paredes hubiera tantas imágenes del Salvador, Sus palabras y otros pasajes de las Escrituras que dan testimonio de Él.
El hermano Chad Webb enseñó este principio: “[L]o más importante que podemos hacer para ayudar a aumentar la fe de la nueva generación es centrar más plenamente la enseñanza y el aprendizaje en Jesucristo”5.
¿Acaso no nos impactaron profundamente las palabras del presidente Dallin H. Oaks en la pasada conferencia general de abril cuando citó estas palabras de Nefi: “… Deleitaos en las palabras de Cristo; porque he aquí, las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer”6? Y luego dedicó el resto de su poderoso mensaje a compartir “una selección de las palabras de nuestro Salvador: lo que Él dijo”, tanto en el Nuevo Testamento como en el Libro de Mormón. El presidente Oaks concluyó con esta declaración profética dicha de manera simple: “Afirmo la verdad de estas enseñanzas en el nombre de Jesucristo. Amén”7.
Hay un poder trascendental en las palabras de Jesucristo:
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis”8.
“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”9.
“He aquí, soy Jesucristo, el Hijo de Dios […]. soy la luz y la vida del mundo”10.
Si alguna vez se preguntan qué decir, digan las palabras del Salvador. Hablen de Sus experiencias, de Sus parábolas, de las palabras de las Escrituras y de los profetas que dan testimonio de Él.
Al enseñar y testificar de Jesucristo, el Espíritu Santo confirmará en el corazón de sus jóvenes discípulos la verdad de Su vida y Sus enseñanzas con un poder mucho más duradero que el de nuestras propias enseñanzas.
Consideremos con humildad si estamos haciendo todo lo que deberíamos al enseñar y testificar, como pidió el presidente Nelson, de Su expiación, Su amor, Su misericordia, Su doctrina y Su evangelio restaurado de sanación y progreso.
Dado que el modelo de enseñanza del pasado podría no ser suficiente hoy en día ni en el futuro, ampliemos nuestra comprensión, como aconsejó el presidente Nelson, y aprendamos más nosotros mismos, y alentemos a los jóvenes y a los jóvenes adultos de la Iglesia a “aprend[er] más” sobre “la vida y las enseñanzas de Jesucristo”11.
Y ahora mi segunda reflexión: mantengamos la doctrina pura y simple.
Todo lo que sabemos sobre nuestro Padre Celestial, nuestro Salvador Jesucristo, la vida preterrenal, el plan de felicidad del Padre, los principios de fe y de arrepentimiento, las ordenanzas salvadoras, los mandamientos y convenios, la obediencia y el perseverar, y las bendiciones prometidas que trascienden este mundo terrenal, todas esas cosas son hermosamente claras y jamás debemos sentir la necesidad de “traspasar lo señalado”12, como se enseña en las Escrituras.
Centramos la enseñanza en nuestro Padre Celestial, en Jesucristo y en la doctrina revelada para ayudar a los jóvenes a aumentar su fe en Ellos, a convertirse a Ellos y a recibir de Ellos las bendiciones prometidas.
La doctrina de Cristo se halla en las Escrituras y en las enseñanzas de los profetas, cuya responsabilidad es comunicar la voluntad del Señor.
La doctrina de las Escrituras y la que enseñan los profetas incluye el principio de múltiples testigos, el cual han oído con frecuencia en la conferencia general y que yo mismo compartí hace más de diez años: “Algunas personas ponen en duda su fe cuando encuentran una declaración que un líder de la Iglesia hizo hace décadas y que parece estar en desacuerdo con nuestra doctrina. Hay un importante principio que gobierna la doctrina de la Iglesia. Todos los quince miembros de la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce enseñan la doctrina; no está escondida en un oscuro párrafo de un discurso. Muchos enseñan con frecuencia principios verdaderos; nuestra doctrina no es difícil de encontrar”13.
¿Pueden ver la importancia de incorporar de manera constante las enseñanzas de los profetas y de los apóstoles a los análisis en clase? Las instrucciones del Señor para resolver preguntas e inquietudes en el mundo moderno proceden de aquellos ordenados con autoridad apostólica. Si merma la confianza en los profetas y en los apóstoles, las distracciones, los engaños y las sofisterías del mundo pueden alejarnos de nuestro entorno espiritual. Aguarden con anhelo la siguiente conferencia general y analicen sus enseñanzas importantes. Reconozcan con claridad la función sagrada del ungido del Señor. A medida que el mundo se aleja de los mandamientos de Dios, la función de los apóstoles crecerá en importancia.
Al mantener la doctrina del Señor pura y comprensible, cíñanse a los límites que Dios ha fijado y eviten los errores que se producen al especular y las ideas personales que no se basan en la doctrina. Esas ideas pueden resultar muy atractivas para algunos, pero carecen de la fuerza de la verdad que fortalece la fe.
Me gusta la lección que el presidente Dallin H. Oaks enseñó a su hijo cuando este le hizo una pregunta que no se explicaba con claridad en la doctrina de Cristo. Su respuesta fue: “No conozco la respuesta a esa pregunta, pero permíteme que conteste una pregunta que sí sé”. Entonces procedió a testificar del profeta José Smith y de la Primera Visión. Estemos dispuestos a decir: “Eso no lo sé, pero esto sí”.
Consideren estas preguntas y respuestas:
“Hermano Jones, ¿qué relación hay entre el Big Bang y Adán y Eva?”. “No sé la respuesta a esa pregunta, pero déjame que te diga lo que sí sabemos sobre Adán y Eva”.
“Hermana González, ¿por qué no sabemos más sobre nuestra Madre Celestial?”. “No sé la respuesta a esa pregunta, pero sí sé que eres ‘una hija amada de padres celestiales, con una naturaleza divina y un destino eterno’14”.
Piensen en cómo pueden convertir buenas preguntas que nos tientan a especular en respuestas que edifican la fe en nuestro Salvador Jesucristo. Y les hago esta invitación: inculquen en sus alumnos la noción de que no todas las preguntas son iguales. La comprensión y la madurez espirituales nos ayudan a distinguir las preguntas importantes de las interesantes.
La exactitud, la claridad y la sencillez invitan al testimonio confirmador del Espíritu Santo: “… cuando venga el Consolador […], el Espíritu de verdad […], él dará testimonio de mí”15.
Brigham Young describió así las enseñanzas de José Smith: “Él tomó el cielo, en cierto sentido, y nos lo trajo a la tierra; y tomó la tierra, la enalteció y, con claridad y sencillez, mostró las cosas de Dios”16
Tengan cuidado con las historias y los relatos que les han contado, que no se hayan adornado con detalles. Asegúrense de que los pasajes de las Escrituras y las citas que compartan se adecuen al contexto en que se dieron.
Es fácil sentirse atraído por algo nuevo o fascinante que escapa a nuestra comprensión. Manténganse dentro del margen de seguridad de la doctrina pura y simple.
Tengan cuidado con los recursos multimedia, las historias personales o las lecciones prácticas que escojan. Si se utilizan con eficacia, aportan interés y profundidad; si se enfatizan con exceso, pueden distraer de la enseñanza. El método puede eclipsar el mensaje.
El profeta Alma testificó que las buenas nuevas del Evangelio “nos son manifestadas en términos claros para que entendamos, de modo que no erremos”17.
“Y si la trompeta da sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?”18.
Piensen en la bella claridad de estos pasajes:
“Venid a mí”19.
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame”20.
“[S]i perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial”21.
“[Y] con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”22.
“Este es mi mandamiento: Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado”23.
En su impactante sermón “Escúchalo”, el presidente Nelson dijo: “[El Padre Celestial] se comunica con sencillez, en voz baja y con tan asombrosa claridad que no podemos malentenderlo”24.
La manera divina de enseñar incluye la claridad, la exactitud y la simplicidad.
Sean prudentes al equilibrar la doctrina que enseñen. Otorguen el peso adecuado a un punto de la doctrina en el contexto de otras verdades relacionadas. Recuerden el consejo del Salvador respecto a la enseñanza de los mandamientos: “… esto era menester hacer, sin dejar de hacer lo otro”25.
El élder Neal A. Maxwell explicó: “Los principios del Evangelio están entretejidos de un modo que se apoyan los unos en los otros”26.
Piensen en ello: el amor y las leyes de Dios, el perdón y el arrepentimiento, el amor por Dios y el amor por los demás, el albedrío y la responsabilidad personal.
Como se ha dicho ya muchas veces, enseñen no solo para que se los entienda, sino para que no se los malinterprete.
Por último, como todos sabemos muy bien, estas verdades se deben compartir en un entorno que invite y aliente la presencia del Espíritu. No podemos forzar al Espíritu. Oramos por Él y lo invitamos, pero no tratamos de crear una experiencia espiritual de modo artificial.
Hace más de treinta años, el presidente Dallin H. Oaks me contó una experiencia que tuvo con su hija Jenny, que entonces era adolescente. Esto es lo que me dijo: “Jenny asistió a una clase o actividad de las Mujeres Jóvenes cuando era adolescente. Al llegar a casa, mi esposa le preguntó qué tal había sido la reunión, como suelen hacer los padres. Jenny respondió: ‘Bueno, la maestra dijo: “Hoy vamos a tener una experiencia espiritual. Si todos formamos un círculo y nos tomamos de la mano, tendremos una experiencia espiritual”’”.
Prosigo con la cita del presidente Oaks: “Le pregunté a Jenny: ‘¿Cómo te sentiste?’. Y ella respondió: ‘¡Me resultó desagradable!’”. (Tal vez hoy, treinta años después, diríamos: “Me sentí incómodo”. No estoy seguro de cuál sería la palabra adecuada). El presidente Oaks continuó: “Le respondí: ‘Me alegra, porque cuando oigo este tipo de cosas, a mí también me resulta desagradable’”. Luego, el presidente Oaks añadió: “Le enseñé que las experiencias espirituales no se planifican como una cita, sino que ocurren cuando se busca la influencia del Espíritu del Señor”.
¿Recuerdan el amor que el presidente Díaz sentía por su maestra de Seminario, la hermana Williams? Invitamos al Espíritu cuando enseñamos con amor, paz, bondad, mansedumbre y fe.
Todos conocen este pasaje: “… el que recibe la palabra por el Espíritu de verdad, la recibe como la predica el Espíritu de verdad […]. De manera que, el que la predica y el que la recibe se comprenden el uno al otro, y ambos son edificados y se regocijan juntamente”27.
Esta responsabilidad no es solo de ustedes, sino de toda su clase. Los alumnos aprenderán de ustedes que solo pueden tener Su Espíritu con ellos de manera constante mediante la obediencia y al recordarlo a Él siempre.
Estas son las palabras del presidente Eyring:
“La doctrina cobra poder cuando el Espíritu Santo confirma que es verdadera. Debemos preparar a quienes enseñemos, lo mejor que podamos, para que reciban los suaves susurros de la voz apacible y delicada. Eso requiere al menos algo de fe en Jesucristo; requiere al menos algo de humildad y buena disposición a someterse a la voluntad del Salvador. “Tal vez la persona a la que deseen ayudar tenga poco de esas cualidades, pero ustedes pueden avivar en ella el deseo de creer. Es más, pueden confiar en otro de los poderes de la doctrina: la verdad puede abrirse camino por sí sola. Tal vez el simple hecho de oír las palabras de la doctrina plante la semilla de la fe en el corazón; y aun una pequeña semilla de fe en Jesucristo invita al Espíritu”28.
Hermosas palabras. Han sido ustedes muy reverentes. Muchas gracias por permitirme pasar este tiempo con ustedes. Los amamos y les agradecemos todo lo que hacen para fortalecer a los jóvenes y a los jóvenes adultos solteros, y fortalecer la fe de ellos en Jesucristo.
Como siervo del Señor y con mi autoridad apostólica, los bendigo para que sus mentes y corazones rebosen de amor, misericordia, enseñanzas y una profunda reverencia por el incomparable sacrificio expiatorio de nuestro Señor Jesucristo. Los bendigo, si así lo desean, para que aumente su capacidad de enseñar la doctrina de Cristo con pureza y poder, y para que vean y sientan el testimonio confirmatorio del Espíritu Santo en sus buenos alumnos.
Dejo con ustedes mi testimonio firme y seguro de que Jesús es el Cristo, y les testifico de Su promesa cuando dijo: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos”29. En el nombre de Jesucristo. Amén.